El centro de investigación que buscan revivir en la selva
Hace más de una década se cerró en La Macarena, Meta, uno de los puntos de investigación biológica más importantes del país. Con los nuevos aires de paz, campesinos quieren resucitarlo.
Sergio Silva Numa / @SergioSilva03
Antes de que en noviembre de 2016 se firmara el Acuerdo de Paz con las Farc, algunos campesinos del municipio de La Macarena, Meta, se pusieron en contacto con científicos de la Universidad de los Andes. Los aires de paz que empezaban a respirarse después de décadas de intenso conflicto, los habían animado a revivir una idea que hace rato les daba vueltas. ¿Por qué no volver a abrir el viejo centro de investigación en el que se habían formado tantos biólogos? ¿Por qué no volver a establecer los vínculos que había creado la academia con los habitantes de una de las regiones más biodiversas de Colombia?
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Lo que buscaban era que los ayudaran a recuperar el Centro de Investigaciones Ecológicas de La Macarena (CIEM), que había funcionado entre 1986 y 2002. “El campamento”, lo llamaban. Lo habían creado unos científicos japoneses que se habían enamorado de la fauna y luego, con ayuda de los Andes, lo habían consolidado hasta transformarlo en uno de los puntos más importantes del país para hacer estudios de biología.
Pie de foto: Para llegar al “Campamento” los biólogos tenían que viajar unas ocho horas por río desde La Macarena, Meta.
Pablo Stevenson, profesor de los Andes y PhD de la U. de Stony Brook, en Nueva York, fue una de las personas a las que llamaron. Desde que él se acercó a La Macarena a finales de la década del 80 y empezó a hacer investigación sobre los monos churucos (Lagothrix lagothricha), quedó convencido de que esa zona tenía una riqueza invaluable. “Hoy sigue siendo uno de los lugares con más información de la Orinoquia y la Amazonia. Aún tiene mucho potencial y las poblaciones todavía se conservan muy bien”, dice.
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A finales de 2017, el profesor Stevenson volvió a visitarla, pero habla con reserva sobre la posibilidad de una reapertura. Sabe que es una idea que apenas se está cocinando y prefiere no ser imprudente. La presencia de algunas disidencias subversivas y los recursos necesarios para consolidarla, son factores difíciles de resolver.
Pie de foto: De acuerdo a los investigadores, el lugar donde estaba el campamento continúa siendo uno de los puntos mejor preservados del país.
La historia detrás de este centro es fascinante. Claudia Leal y Pablo Mejía intentaron reconstruirla en un documental al que llamaron A orillas del Duda. En él, a través de las voces de varios biólogos, trataron de mostrar cómo la guerra también diluyó las ambiciones científicas de algunos colombianos. “Tenía suelos muy fértiles, poca intervención y era una zona de difícil acceso. Hay pocas regiones así en el país”, dice uno de los biólogos en el video. “Era como un jardín del edén. Empezamos a dejar de ser antropocentristas”, replica otra de ellas. “Yo pensaba que me iba a morir allá. Terminarlo fue muy doloroso”, asegura Carlos Arturo Mejía, el profesor que entonces, desde la U. de los Andes, lideró la apertura.
Vea también: Lo que la guerra no dejaba ver
Mauricio Álvarez es hoy profesor del Gimnasio Moderno. También es biólogo y vivió en ese campamento, ubicado en el Parque Nacional Natural Tinigua, durante cuatro años. Dice que fueron algunos de los más felices de su vida. “¿Volvería?”. “Sin duda. Allá me formé como persona y como científico”, responde.
Pie de foto: Varios biólogos japoneses fueron los pioneros del proyecto en la década del ochenta. Se consolidó gracias al apoyo de la U. de los Andes.
A lo que se refiere Mauricio es a una idea que comparten sus compañeros. Además de haberse acercado a una región única en términos biológicos, descubrieron otra Colombia que les dejó varias enseñanzas. “Les dimos clases a los hijos de los colonos y ellos terminaron enseñándonos más de lo que nosotros les podíamos enseñar a ellos”, cuenta. “Era una realidad completamente ajena a la nuestra, que nos abrió los ojos. Establecimos unos vínculos muy valiosos con los pobladores. También entendimos que los guerrilleros eran personas”.
Como a Mauricio, a Alejandro Archila también lo seduce la idea de regresar al Duda. Es literato y durante su estancia en el campamento escribió, de vez en cuando, sus impresiones del lugar. En 1999 hizo un texto de unas seis páginas cuando la zona de distensión del gobierno Pastrana empezó a transformar todas las relaciones en el lugar. “Reconocí entre mis compañeros hombres y mujeres cuya devoción por los propósitos los convertían en guerreros que luchaban por un fin afirmativo, afirmativo de la vida, de la ciencia, del conocimiento (...) Nuestras relaciones se estrecharon por las circunstancias del bosque que nos rodeaba”, apuntó. Más adelante anotaba sus impresiones de la selva: “Pasaron los monos aulladores abajo nuestro y a pocos metros, enredados en los árboles que se agarraban del precipicio. Indiferentes a nuestra presencia, iban lentamente comiendo una hoja que mascaban hasta el final (...) Nuestros cuerpos olían a sal constantemente, los puentes de los caminos eran troncos caídos que abrían claros en el bosque”.
Pie de foto: El estudio de primates, aves y plantas era unas de las prioridades.
Antes de que en noviembre de 2016 se firmara el Acuerdo de Paz con las Farc, algunos campesinos del municipio de La Macarena, Meta, se pusieron en contacto con científicos de la Universidad de los Andes. Los aires de paz que empezaban a respirarse después de décadas de intenso conflicto, los habían animado a revivir una idea que hace rato les daba vueltas. ¿Por qué no volver a abrir el viejo centro de investigación en el que se habían formado tantos biólogos? ¿Por qué no volver a establecer los vínculos que había creado la academia con los habitantes de una de las regiones más biodiversas de Colombia?
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Lo que buscaban era que los ayudaran a recuperar el Centro de Investigaciones Ecológicas de La Macarena (CIEM), que había funcionado entre 1986 y 2002. “El campamento”, lo llamaban. Lo habían creado unos científicos japoneses que se habían enamorado de la fauna y luego, con ayuda de los Andes, lo habían consolidado hasta transformarlo en uno de los puntos más importantes del país para hacer estudios de biología.
Pie de foto: Para llegar al “Campamento” los biólogos tenían que viajar unas ocho horas por río desde La Macarena, Meta.
Pablo Stevenson, profesor de los Andes y PhD de la U. de Stony Brook, en Nueva York, fue una de las personas a las que llamaron. Desde que él se acercó a La Macarena a finales de la década del 80 y empezó a hacer investigación sobre los monos churucos (Lagothrix lagothricha), quedó convencido de que esa zona tenía una riqueza invaluable. “Hoy sigue siendo uno de los lugares con más información de la Orinoquia y la Amazonia. Aún tiene mucho potencial y las poblaciones todavía se conservan muy bien”, dice.
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A finales de 2017, el profesor Stevenson volvió a visitarla, pero habla con reserva sobre la posibilidad de una reapertura. Sabe que es una idea que apenas se está cocinando y prefiere no ser imprudente. La presencia de algunas disidencias subversivas y los recursos necesarios para consolidarla, son factores difíciles de resolver.
Pie de foto: De acuerdo a los investigadores, el lugar donde estaba el campamento continúa siendo uno de los puntos mejor preservados del país.
La historia detrás de este centro es fascinante. Claudia Leal y Pablo Mejía intentaron reconstruirla en un documental al que llamaron A orillas del Duda. En él, a través de las voces de varios biólogos, trataron de mostrar cómo la guerra también diluyó las ambiciones científicas de algunos colombianos. “Tenía suelos muy fértiles, poca intervención y era una zona de difícil acceso. Hay pocas regiones así en el país”, dice uno de los biólogos en el video. “Era como un jardín del edén. Empezamos a dejar de ser antropocentristas”, replica otra de ellas. “Yo pensaba que me iba a morir allá. Terminarlo fue muy doloroso”, asegura Carlos Arturo Mejía, el profesor que entonces, desde la U. de los Andes, lideró la apertura.
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Mauricio Álvarez es hoy profesor del Gimnasio Moderno. También es biólogo y vivió en ese campamento, ubicado en el Parque Nacional Natural Tinigua, durante cuatro años. Dice que fueron algunos de los más felices de su vida. “¿Volvería?”. “Sin duda. Allá me formé como persona y como científico”, responde.
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A lo que se refiere Mauricio es a una idea que comparten sus compañeros. Además de haberse acercado a una región única en términos biológicos, descubrieron otra Colombia que les dejó varias enseñanzas. “Les dimos clases a los hijos de los colonos y ellos terminaron enseñándonos más de lo que nosotros les podíamos enseñar a ellos”, cuenta. “Era una realidad completamente ajena a la nuestra, que nos abrió los ojos. Establecimos unos vínculos muy valiosos con los pobladores. También entendimos que los guerrilleros eran personas”.
Como a Mauricio, a Alejandro Archila también lo seduce la idea de regresar al Duda. Es literato y durante su estancia en el campamento escribió, de vez en cuando, sus impresiones del lugar. En 1999 hizo un texto de unas seis páginas cuando la zona de distensión del gobierno Pastrana empezó a transformar todas las relaciones en el lugar. “Reconocí entre mis compañeros hombres y mujeres cuya devoción por los propósitos los convertían en guerreros que luchaban por un fin afirmativo, afirmativo de la vida, de la ciencia, del conocimiento (...) Nuestras relaciones se estrecharon por las circunstancias del bosque que nos rodeaba”, apuntó. Más adelante anotaba sus impresiones de la selva: “Pasaron los monos aulladores abajo nuestro y a pocos metros, enredados en los árboles que se agarraban del precipicio. Indiferentes a nuestra presencia, iban lentamente comiendo una hoja que mascaban hasta el final (...) Nuestros cuerpos olían a sal constantemente, los puentes de los caminos eran troncos caídos que abrían claros en el bosque”.
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