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“Estos niños, nuestros hijos, son un motivo para sacar adelante este proceso. Verlos aquí, cantando, es el lado más esperanzador de la paz”, asegura Gregory, un reincorporado que estuvo veinte años en las Farc y hoy vive a plenitud su vida en la civilidad. Siente orgullo: su hija Maite hace parte del coro infantil que se está formando en la Orquesta Filarmónica de Bogotá, del cual hacen parte hijos de firmantes de la paz.
Cada sábado, a las diez de la mañana, casi veinte niños y niñas ensayan para poder hacer su debut el próximo 24 de noviembre en la plaza de Bolívar. Ese día se celebrará el quinto aniversario de la firma entre el Estado colombiano y las Farc en La Habana, y uno de los actos centrales estará a cargo de los menores que, desde hace tres meses, se forman para participar en el Coro de Hijos de la Paz. La tarima se está preparando para ellos.
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El grupo está lleno de significados para los niños y niñas, así como para el proceso de paz. Para ellos, es la posibilidad de descubrir nuevas formas de expresarse, pero también de acercarse a su identidad, afirmarla y reconocer que su vida fue posible gracias al hito más positivo de la historia reciente en Colombia: la firma del Acuerdo. Así lo reconoce Manuela Marín, líder del partido Comunes, quien hace rendir sus días entre la participación en los procesos de verificación e impulso al Acuerdo en todo el país y el liderazgo en la Asociación Nuevo Agrupamiento por la Paz del Distrito Capital (ANA).
Esta asociación reunió a todos los reincorporados que se radicaron en Bogotá, para quienes resulta fundamental tener redes de apoyo basadas en una historia compartida. Más cuando en Colombia falta mucho por aprender en inclusión y respeto por la convivencia.
De acuerdo con el Observatorio para la Democracia de la Universidad de los Andes, basado en la encuesta Barómetro de las Américas 2018, el 71 % de los colombianos no ve como un problema tener de vecino a un excombatiente y el 45 % aprueba compartir el espacio laboral. Sin embargo, apenas el 42 % está de acuerdo con que sus hijos estudien con hijos de reincorporados y solo el 24 % con que su hijo sea amigo de un hijo de ellos.
De ahí la fuerza de ejercicios como estos. A través de Marín se ubicó a los niños que hacen parte del Coro Hijos de la Paz, que, según asegura ella, hoy evidencian un mundo de posibilidades derivadas de la firma. “Nuestro compromiso y el del Estado debe materializarse en ellos. Son el resultado del Acuerdo”, dice.
Y sí. Estos menores nacieron en el baby boom, que desde 2017 se dio en los campamentos y los lugares transitorios en los que se concentraron los exguerrilleros tras la firma de La Habana. Cientos de parejas se encontraron y pudieron pensar en un futuro sin armas, en el que las decisiones libres frente a la vida emocional, el amor, el deseo, la paternidad y la maternidad también comenzaron a marcar la parada.
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Fue el caso de Gregory, que se encontró con una compañera de armas de vieja data en plena negociación en Cuba, y a la vista de la firma decidieron tener un hijo. Como él, más de 300 excombatientes fueron padres en el año siguiente al plebiscito. La paternidad y la maternidad se convirtieron en sus nuevos motores de vida y en componentes importantes de su apuesta por la paz. También sucedió en los niveles más altos de la que fue la jerarquía guerrillera, que se transformó en los liderazgos del partido Farc, hoy Comunes.
Rodrigo Londoño, conocido en la guerra como Timochenko, hoy entreteje sus historias de la vuelta a la vida civil alrededor de su paternidad. Le mueve las fibras su hijo, a quien tuvo poco tiempo después de concretado el Acuerdo. En torno a él incluso estructuró su conversación con Juan Manuel Santos en la Feria del Libro de Guadalajara en 2019. Entonces, en un libro le puso la siguiente dedicatoria a la nieta del expresidente: “A Celeste; esta batalla que libramos con tu abuelo por la paz de nuestro país es para ti y para mi hijo Joan Rodrigo, que espero se conozcan. Un abrazo, Timo”.
Algo similar le paso a Carlos Antonio Lozada, senador de Comunes, con el nacimiento de su hija. Insiste en que mientras a sus hijos mayores no los pudo ver mientras estaba en la guerra, ahora la crianza es un propósito de paz.
Esas sensaciones las recoge el secretario de Cultura de Bogotá, Nicolás Montero, quien ha apoyado este proceso desde la Filarmónica. “La paz permitió que las vidas de esos menores hoy existan y que historias como las del Coro sean posibles”, afirmó.
Y también han sido posibles gracias al trabajo de David García, director general de la Filarmónica, quien en su trabajo de gestor cultural logró la concreción del Coro de Hijos de la Paz. Lo hizo tras liderar el Proyecto de Formación de la Orquesta, que fundó en 2013, que desde entonces ha estado presente en colegios públicos de toda la ciudad. La iniciativa, ejemplo en América Latina y hoy a la cabeza de la maestra Gisela de la Guardia, ha implicado la creación de centros filarmónicos locales y la Filarmónica Prejuvenil Bogotá-Cundinamarca, entre otros. Hasta el momento, el proyecto ha formado a 116.000 niños, niñas y adolescentes, con el trabajo de 380 artistas formadores.
Cada sábado, la maestra Gisela se concentra en el Coro de Hijos de la Paz, prepara a los niños y niñas en capacidades rítmicas y coordinación corporal para que estén listos el 24 de noviembre, cuando —con el apoyo de la Misión de Verificación de Naciones Unidas— harán parte de las celebraciones que tiene prevista Bogotá para conmemorar los cinco años del Acuerdo. Cinco años, que corresponden casi a la edad de los menores, en los que, a pesar de la adversidad política, social e institucional, y de una dolorosa pandemia, la paz ha ayudado a tener un mejor país.
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¿Cuál hubiese sido el destino de esos niños y niñas si no se hubiera firmado el Acuerdo de Paz? ¿Quedar a cuidado de una familia diferente a sus padres? ¿La guerra? ¿La muerte?, se pregunta García, mientras Gregory saca el tiempo para llevar a Maite a otro ensayo del coro. Como reincorporado, Gregory insiste: “Quienes estuvimos en la guerra tenemos la autoridad moral para decir que ese es un escenario que ojalá nunca se hubiera dado. Hoy hay otras formas de expresarse y eso hacen nuestros niños”.