El diario de las mujeres de las Farc después del plebiscito
En cartas escritas a mano, 14 mujeres de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc escribieron su historia de vida en la guerrilla. Están dirigidas a los colombianos y relatan cuáles son sus sueños y cómo los quieren hacer realidad.
Oscar Neira
Las 14 guerrilleras pertenecen a la compañía Sonia La Pilosa de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc. Son campesinas que vieron crecer a la insurgencia en sus veredas y se contagiaron de una ideología, la que aún promulgan entre sus discursos básicos: “paz con justicia social”. Sus letras son garabatos, pero sus sueños son transparentes: una oportunidad para la sociedad que las excluyó.
Una guerrillera de no más de 20 años, con ojos pequeños y sonrisa tallada, es Erika. Ella y sus compañeras, después de conocerse los resultados del plebiscito el pasado 2 de octubre, cuando los colombianos les dijeron no, escribieron cartas para el desahogo. En este relato, tres de ellas. Todas repiten su historia como un círculo vicioso, así como es la guerra cruel.
“Me queda muy difícil contar mi historia”, asegura Erika. “Pero no porque no quiera, porque es bonita, lo que pasa es que no sé cómo hablar de mí misma”. Erika decide escribir para que la sociedad colombiana conozca su historia de vida. La de Erika es la única carta que no está escrita en primera persona. Quiere alejarse de su historia y contar, como si no fueran sus padres, cómo se separaron y por qué aún persiste tanta precisión amorosa hacia ellos.
“Era una vez una pareja que no se querían. Pasaron días y la pobre mujer quedó embarazada de aquel personaje que no aceptaba a esa niña que ella llevaba en su vientre. Se separaron sus padres y aquel hombre se llevó a su hija y respondió por ella como una madre porque sus caprichos siempre fueron concedidos. Su madre era una mujer buena, humilde, sencilla que hacía lo que fuera por conseguirle las cosas a su niña. Pasaron los años, ella estudiaba y antes de terminar su bachillerato se aburrió de la buena vida y no miró las consecuencias tal vez porque sus añitos eran muy cortos para tener conocimiento de las cosas y una madrugada pensó integrarse a un movimiento firme y serio. Integrarse a una guerra que no vale años, ni niños ni adultos, una guerra que es por culpa de un Estado que nunca nos brindó garantías para vivir en paz”.
La ideología de las guerrilleras es clara: la revolución para que el pueblo se tome el poder. Su escritura devela su paso efímero por la escuela. Sin embargo, en la mayoría el impulso de contar lo que ha pasado, así sea con garabatos, se ve en las tristezas que han cargado consigo durante los años de guerra y que no han contado jamás, porque la guerra hace fuertes a los hombres a la fuerza. El fúsil ha sido el refugio y la forma en que han logrado descargar la rabia de lo que pasó.
Briyith habla rápido y como Erika, tiene una sonrisa constante. Mientras escribe lleva el lapicero a su boca y mira hacia el cielo para recordar. “Yo nací en el Tolima, en Ataco, el 25 de agosto del 2000. Mi familia no la recuerdo. De más yo mantuve como una pelota pa arriba y pa abajo, ejemplo: con gente que nunca fue mi familia porque mi papa nunca me reconoció cuando estaba pequeña. No me recuerdo qué me gustaba comer pero orita que estoy grande me gusta comer arroz con pollo. Cuando era pequeña tuve una muñeca y nunca he tenido más juguetes, no tengo recuerdos”.
Briyith revela que ingresó a las Farc a los 13 años y este año cumple 16. En el tiempo que ha estado en la guerrilla, prácticamente en la época en la que comenzaron a cesar las actividades propias de la guerra, asegura sentirse orgullosa de pertenecer a ese grupo.
“Lo mejor para mi es sentirme orgullosa de estar aquí. Del proceso de paz pienso que es muy bueno porque con el esfuerzo de nuestros camaradas vamos a llegar a una paz con justicia social. Yo cargos no tengo, no he estado en asaltos ni en emboscadas. Estuve en un bombardeo cerca pero no he tenido heridas en mi cuerpo. Donde he estado feliz en fiestas ha sido aquí en las Farc eso les puedo decir, me hace falta mucho más pero no lo voy a escribir”.
Verónica Castro, nació en 1988 en la región El Pato Guayabero, ubicada en Caquetá. Cuenta dos recuerdos que considera muy importantes en su vida. El primero, de cuando se enteró que por haber ingresado a las Farc su padre por poco muere de “pena moral”. El segundo, el recuerdo que tiene de Sonia La Pilosa.
“Sin arrepentirme de ser guerrillera, porque tengo moral, pero me hubiera gustado un mundo diferente para haber compartido con mi familia todos estos años, haber estado con ellos en las buenas y en las malas, haber acompañado a mi padre en su vejez (…) Una de las cosas más difíciles fue haberme dado cuenta a los tres años de ingresar que mi padre casi muere de pena moral. Aunque ya lo he superado, es duro acordarme de eso. Otro recuerdo bello fue haber compartido con Sonia La Pilosa, nuestra jefe, que también nos la arrebataron, a esa flor hermosa, una gran comandante, jefe, amiga y compañera. Muchos celebraron esa pérdida sin darse cuenda que era una mujer con sentimientos y un gran corazón”.
En total, son catorce las cartas que escribieron las guerrilleras de la compañía Sonia La Pilosa. Dayana Hernández, Laura Avilés, Marby, Juliana Ríos, Jhildry Carolina Guevara, Mildrey, Juliana Carvajal, Yenci, todas, autodenominadas una “Manuela Saenz más”. No pasan los 28 años. Su generación, que apenas estaba comenzando en los avatares de la guerra, está de acuerdo en que esta guerra pusilánime y lejana, termine de una vez por todas. Ellas, que en su mayoría ingresaron a las Farc en una época cercana al proceso de paz, con su puño y letra, le escribieron a Colombia por qué merecen una nueva oportunidad en una nación en la que está todo por construir.
Las 14 guerrilleras pertenecen a la compañía Sonia La Pilosa de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc. Son campesinas que vieron crecer a la insurgencia en sus veredas y se contagiaron de una ideología, la que aún promulgan entre sus discursos básicos: “paz con justicia social”. Sus letras son garabatos, pero sus sueños son transparentes: una oportunidad para la sociedad que las excluyó.
Una guerrillera de no más de 20 años, con ojos pequeños y sonrisa tallada, es Erika. Ella y sus compañeras, después de conocerse los resultados del plebiscito el pasado 2 de octubre, cuando los colombianos les dijeron no, escribieron cartas para el desahogo. En este relato, tres de ellas. Todas repiten su historia como un círculo vicioso, así como es la guerra cruel.
“Me queda muy difícil contar mi historia”, asegura Erika. “Pero no porque no quiera, porque es bonita, lo que pasa es que no sé cómo hablar de mí misma”. Erika decide escribir para que la sociedad colombiana conozca su historia de vida. La de Erika es la única carta que no está escrita en primera persona. Quiere alejarse de su historia y contar, como si no fueran sus padres, cómo se separaron y por qué aún persiste tanta precisión amorosa hacia ellos.
“Era una vez una pareja que no se querían. Pasaron días y la pobre mujer quedó embarazada de aquel personaje que no aceptaba a esa niña que ella llevaba en su vientre. Se separaron sus padres y aquel hombre se llevó a su hija y respondió por ella como una madre porque sus caprichos siempre fueron concedidos. Su madre era una mujer buena, humilde, sencilla que hacía lo que fuera por conseguirle las cosas a su niña. Pasaron los años, ella estudiaba y antes de terminar su bachillerato se aburrió de la buena vida y no miró las consecuencias tal vez porque sus añitos eran muy cortos para tener conocimiento de las cosas y una madrugada pensó integrarse a un movimiento firme y serio. Integrarse a una guerra que no vale años, ni niños ni adultos, una guerra que es por culpa de un Estado que nunca nos brindó garantías para vivir en paz”.
La ideología de las guerrilleras es clara: la revolución para que el pueblo se tome el poder. Su escritura devela su paso efímero por la escuela. Sin embargo, en la mayoría el impulso de contar lo que ha pasado, así sea con garabatos, se ve en las tristezas que han cargado consigo durante los años de guerra y que no han contado jamás, porque la guerra hace fuertes a los hombres a la fuerza. El fúsil ha sido el refugio y la forma en que han logrado descargar la rabia de lo que pasó.
Briyith habla rápido y como Erika, tiene una sonrisa constante. Mientras escribe lleva el lapicero a su boca y mira hacia el cielo para recordar. “Yo nací en el Tolima, en Ataco, el 25 de agosto del 2000. Mi familia no la recuerdo. De más yo mantuve como una pelota pa arriba y pa abajo, ejemplo: con gente que nunca fue mi familia porque mi papa nunca me reconoció cuando estaba pequeña. No me recuerdo qué me gustaba comer pero orita que estoy grande me gusta comer arroz con pollo. Cuando era pequeña tuve una muñeca y nunca he tenido más juguetes, no tengo recuerdos”.
Briyith revela que ingresó a las Farc a los 13 años y este año cumple 16. En el tiempo que ha estado en la guerrilla, prácticamente en la época en la que comenzaron a cesar las actividades propias de la guerra, asegura sentirse orgullosa de pertenecer a ese grupo.
“Lo mejor para mi es sentirme orgullosa de estar aquí. Del proceso de paz pienso que es muy bueno porque con el esfuerzo de nuestros camaradas vamos a llegar a una paz con justicia social. Yo cargos no tengo, no he estado en asaltos ni en emboscadas. Estuve en un bombardeo cerca pero no he tenido heridas en mi cuerpo. Donde he estado feliz en fiestas ha sido aquí en las Farc eso les puedo decir, me hace falta mucho más pero no lo voy a escribir”.
Verónica Castro, nació en 1988 en la región El Pato Guayabero, ubicada en Caquetá. Cuenta dos recuerdos que considera muy importantes en su vida. El primero, de cuando se enteró que por haber ingresado a las Farc su padre por poco muere de “pena moral”. El segundo, el recuerdo que tiene de Sonia La Pilosa.
“Sin arrepentirme de ser guerrillera, porque tengo moral, pero me hubiera gustado un mundo diferente para haber compartido con mi familia todos estos años, haber estado con ellos en las buenas y en las malas, haber acompañado a mi padre en su vejez (…) Una de las cosas más difíciles fue haberme dado cuenta a los tres años de ingresar que mi padre casi muere de pena moral. Aunque ya lo he superado, es duro acordarme de eso. Otro recuerdo bello fue haber compartido con Sonia La Pilosa, nuestra jefe, que también nos la arrebataron, a esa flor hermosa, una gran comandante, jefe, amiga y compañera. Muchos celebraron esa pérdida sin darse cuenda que era una mujer con sentimientos y un gran corazón”.
En total, son catorce las cartas que escribieron las guerrilleras de la compañía Sonia La Pilosa. Dayana Hernández, Laura Avilés, Marby, Juliana Ríos, Jhildry Carolina Guevara, Mildrey, Juliana Carvajal, Yenci, todas, autodenominadas una “Manuela Saenz más”. No pasan los 28 años. Su generación, que apenas estaba comenzando en los avatares de la guerra, está de acuerdo en que esta guerra pusilánime y lejana, termine de una vez por todas. Ellas, que en su mayoría ingresaron a las Farc en una época cercana al proceso de paz, con su puño y letra, le escribieron a Colombia por qué merecen una nueva oportunidad en una nación en la que está todo por construir.