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Uno de los momentos que más llamó la atención del encuentro “Verdades que liberen: reconocimiento de responsabilidades de secuestro por parte de las Farc”, que se llevó a cabo el pasado 23 de junio, fue cuando Íngrid Betancourt, excandidata presidencial en 2002, quien fue secuestrada por este grupo armado durante seis años, cuestionó algunas de las intervenciones de los exguerrilleros, quienes en vez de dar explicaciones sobre este delito de lesa humanidad aprovecharon el espacio para defender el Acuerdo de Paz, firmado en 2016, y criticar la ausencia del Gobierno en su implementación.
Las víctimas, insistió Betancourt en una entrevista con este diario, esperaban mucho más: “Les faltó compasión. Las víctimas en un contexto de total deshumanización necesitamos ver que ellos sufren con nosotros. El perdón ya se los dimos, el sentimiento de odio no existe en nosotros”. El escenario propiciado por la Comisión de la Verdad, aunque valioso, dejó cuestionamientos sobre el largo camino que aún falta para el perdón, la reconciliación y el verdadero reconocimiento de hechos atroces sin justificaciones.
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Helmut Angulo está de acuerdo con lo que dice Betancourt. Es uno de los cinco hijos de los esposos Carmen Castañeda y Gerardo Angulo, ambos de 68 años, secuestrados, asesinados y desaparecidos por el Bloque Oriental de las Farc el 19 de abril del 2000. Fue uno de los invitados a este encuentro, quien reclamó en ese espacio la demora por parte de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas en las acciones para hallar a sus padres, y quedó con la sensación de que las palabras de los miembros del Secretariado fueron impostadas y políticas. “Nunca dieron un perdón, ni sentimos que hablaran desde el corazón. Cada vez que intervenían le pedían algo al Gobierno, pero allí no había nadie del Estado, solo éramos nosotros”, aseguró a Colombia+20.
Además, según él, la presencia de Rodrigo Londoño, Carlos Lozada y Pastor Alape fue más por cumplir con una cita y no con una intención genuina de reparación. “Yo estaba sentado a dos metros de ellos y cada vez que pasaba alguien de nosotros a hablar los veía. Cuando habló Diana Daza (esposa de Roberto Lacouture, secuestrado en 1989), que fueron palabras que conmovían, ellos estaban en el celular chateando o hablando entre ellos, tranquilos”, agregó.
Los hermanos Angulo, desde hace algunos meses, están trabajando con la Comisión de Búsqueda de Desaparecidos de las Farc para hallar a sus padres. Helmut reconoció que ha habido grandes avances y un compromiso de verdad. “Ahora lo que menos me interesa es que me pidan perdón. Lo más importante es que el país se dé cuenta de que hay una Comisión de Búsqueda de Farc que de verdad está trabajando y que sintamos que lo que pasó en Colombia no puede volver a pasar”.
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Ángela Cordón, hija de Guillermo Cordón Herrera, uno de los seis comerciantes del Huila secuestrados por la exguerrilla en enero de 2003, afirmó que su familia se siente parcialmente satisfecha por el reconocimiento de los secuestros de las ex-Farc. Por un lado, concuerda con que no vio en ellos sensibilidad y que “faltó más compromiso en decir qué van a hacer para reparar a las víctimas desde lo territorial”. Pero, por otro lado, reconoció que no lo sintió como un show mediático y que para ella, que por primera vez hablaba en público de lo que ocurrió con su padre, fue muy importante visibilizar sus historias. Guillermo y su hermano Reynaldo, otro de los seis secuestrados, siguen desaparecidos.
“Lo que he dicho siempre es que perdonar es recordar sin odio y no voy a heredar una generación de odio. Aquí nadie ganó, todos perdimos. A lo que más le estamos apostando es a encontrar los cuerpos y darles una cristiana sepultura, pero queremos también que las Farc reconozcan su responsabilidad y dignifiquen el nombre de nuestros seres queridos”, sostuvo.
Rodrigo Londoño, excomandante máximo de las Farc-Ep, cree que el hecho de que no haya derramado lágrimas durante el encuentro no significa que no se haya conmovido. “La carga emotiva fue muy grande, para mí y para todos. No estuvimos allí por conveniencia política ni por el compromiso de asumir las sanciones en la JEP”.
El exjefe de las Farc dijo que no puede controvertir lo que sintieron las víctimas y recalcó que para ellos este proceso no ha sido fácil. “Yo hablé de corazón. Pensé varias veces si improvisaba o trabajaba las palabras. Fueron muchos sentimientos escribiendo, corrigiendo, pidiendo opiniones. Tenemos que seguir avanzando. Esto no puede valorarse como diálogo de sordos. Nosotros los hemos escuchado atentamente y hemos asumido la responsabilidad de manera genuina”.
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Londoño contó que él y sus compañeros han venido trabajando con algunas de las víctimas de secuestro en procesos de reconciliación y perdón, y que eso hizo la diferencia entre las intervenciones de quienes participaron en el encuentro de la Comisión. “Creo que con Íngrid faltó esa etapa previa. Estoy seguro de que como ella lo planteó, algún día podremos llorar juntos, necesitamos recorrer ese camino. Ella se negó a verse con nosotros antes y tiene toda la razón, no la cuestionamos, pero mientras no demos ese pasito, es difícil sentarnos a llorar juntos, hay que quemar esas etapas. Ella tiene mucho temor de volver a ser revictimizada por nosotros y cree que un evento donde tengamos algún acercamiento se puede prestar para cuestionamientos”, reflexionó el jefe del Partido Comunes.
Sobre las lecciones aprendidas de este y otros encuentros, Londoño resaltó que poco a poco ellos han ido desaprendiendo los rigores de la guerra. “La procesión va por dentro”, dijo al explicar que cada encuentro con las víctimas para aceptar sus actos resulta demoledor. No encuentra explicaciones ni respuestas para todas preguntas de las víctimas: ¿Por qué secuestraron a personas mayores de edad? ¿Por qué no liberaron al padre de un niño que estaba enfermo de cáncer? ¿Por qué causaron tanto daño a quienes privaron de la libertad? ¿Por qué no tomó otras decisiones?
Para Pastor Alape, exjefe del bloque Magdalena Medio de las extintas Farc, sus acciones siempre serán insuficientes: “Nada de lo que digamos y hagamos va a satisfacer del todo a las víctimas; así caminemos por el país de rodillas pidiendo perdón, siempre tendremos reclamos. Hay personas que quieren vernos derrotados. En este camino nos toca ir rompiendo esto con humildad. La grandeza está en soportar la reacción de las personas a las que les hicimos daño”.
Sobre este asunto de la derrota, Juan Pablo Aranguren, psicólogo y docente de la Universidad de los Andes, resaltó la importancia de que los ex-Farc entiendan que esto no se trata de “capitalizar políticamente su lugar en la justicia transicional”. Todo lo que dicen, señaló el profesor, siempre está sujeto a si juega favor o en contra de su proceso judicial o movimiento político. “Siento que no han entendido la oportunidad de mostrar su genuino arrepentimiento y solicitud de perdón. Tienen miedo del rechazo que su reconocimiento traerá. Pero es mejor asumir el costo político de esto y no evadir sus hechos”.
Aranguren cree que a los exguerrilleros les cuesta trabajo reconocer que el secuestro era una práctica inadecuada: “Todavía sienten que en el fondo era una consecuencia de la guerra y eso es una justificación, pues le endilgan su responsabilidad personal al fenómeno. Y para los excombatientes resulta difícil bajarse de ese discurso, porque aunque saben que está mal, aún no han entendido la dimensión del delito y del grave sufrimiento que vivieron los secuestrados”.
Carlos Antonio Lozada, senador del Partido Comunes, manifestó que el evento fue un gran avance en términos de reparación, reconocimiento y perdón, ya que el objetivo tras la firma del Acuerdo es cerrar las heridas causadas durante el conflicto. Sin embargo, también recalcó que se perdió la oportunidad de contarle al país todo lo que han avanzado con las víctimas en cumplimiento de ese objetivo. Y reconoció también que algunas de las intervenciones de sus compañeros fueron desacertadas, porque en lugar de contar el proceso de reconciliación que han llevado con las víctimas se dedicaron a otros temas que nada tenían que ver con el encuentro.
Sobre la metodología del espacio, Lozada opinó que tal vez fue muy acartonada y por eso no hubo una diálogo abierto, franco, desprovisto de condicionamientos. La rigurosidad llevó a que fuera un escenario para sentar posiciones. Y recordó que él y sus compañeros han pedido perdón muchas veces, en privado y en público, en ruedas de prensa y entrevistas.
“En el formato se había acordado que íbamos a hacer un intercambio entre el concejal que había sido secuestrado, él me entregaba un libro y yo, de manera simbólica, le entregaba el Acuerdo Final. Yo me limité a cumplir esa parte, mi intervención hizo referencia a eso. De manera inoportuna e inexplicable, la senadora Angélica Lozano intervino en ese diálogo impregnado de tensión y yo reaccioné de esa manera. Dije que no quería teatralizar, ni tratar de conmover a la audiencia y eso fue interpretado como que yo no quería hacer el reconocimiento o pedir perdón”.
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Reveló que en un evento previo con el concejal Armando Acuña, Roberto Lacouture, Carlos Cortés (hijo de la Chiva Cortés) y otros de excombatientes tuvieron una conversación en la que cada uno expresó lo que esperaba del encuentro y lo que traía para aportar. Allí, afirmó Lozada, los ex-Farc escucharon cómo cada víctima había vivido la experiencia del secuestro, cuáles fueron los daños materiales y económicos que sufrieron, la afectación a sus familias. Al final se comprometieron a seguir trabajando juntos en otros encuentros similares.
Y sobre Íngrid Betancourt, Lozada insistió en que ellos seguirán tratando de tener un encuentro privado. “Hemos expresado nuestra disposición. Entendemos que ella, producto de todo lo que le tocó vivir, no ha accedido. Ella dijo una frase: ‘Espero que algún día podamos llorar juntos’ y eso resume una aspiración que es de ella y de nosotros. En La Habana propusimos hacer un acto de contricción con todos los colombianos. Quizá llegue el día para que todos nos podamos abrazar y, con lágrimas en los ojos, decir que esto no se puede repetir nunca más”.
El sacerdote Leonel Narváez, presidente de la Fundación para la Reconciliación, que ha trabajado por más de veinte años con víctimas del conflicto en la sanación de sus heridas y el perdón, aclaró que estos encuentros deben contar con una larga preparación: “Antes de pegar algo que se rompió, hay que limpiar bien las partes. Si eso no se hace, no van a pegar. Se necesitan por grupos al menos 18 horas para empezar a tocar las fibras de un lado y del otro”.
Desde su experiencia, es importante que los responsables trabajen cuatro C que llevan hacia el perdón: “La consciencia sobre el mal que han hecho y trabajar la humanidad; la compasión, para tratar de meterse en los zapatos del otro; la confesión de lo que hicieron y, finalmente, su compromiso para que el proceso continúe y la garantía de que esos hechos no van a volver a suceder”.
El perdón, explicó el padre, no puede ser obligado, ni debe exigirse porque se convierte en cinismo e hipocresía. Pero eso no significa que no se pueda trabajar para llegar hacia él, porque en definitiva la víctima que logra alcanzarlo se vuelve victoriosa: “Entiende que el perdón no le va a cambiar el pasado, pero sí el futuro, porque va a dejar de vivir en el resentimiento y las ganas de venganza, para pisar los terrenos de la humanidad y la dignidad”.
“El afán de la reconciliación opaca los sentimientos”: Aranguren
Juan Pablo Aranguren, psicólogo y docente de la Universidad de los Andes, aseguró que la Comisión de la Verdad tiene un gran desafío: superar la regulación emocional que viven las víctimas del conflicto armado.
“Esto tiene que ver con este temor de hablar abiertamente de las heridas. Creo que en Colombia estamos atravesando una regulación social de las emociones asociadas a la guerra, que se justifica por el afán de la reconciliación, de la linda foto. No podemos hablar descarnadamente de la ira, del odio, del resentimiento, así lo sintamos”, explicó.
Según el profesor, esto tiene otra consecuencia: que los responsables se relajen, porque no dimensionan el sufrimiento que vivieron las víctimas de secuestro: “Se ve mucho comandante sintiendo que está redimido. Eso está mal, porque en esos encuentros debe haber un alto nivel de incomodidad”. Y con las cámaras encima, además de los libretos, no hay cabida para la confrontación, lo que realmente puede abonar terreno para un futuro perdón.