“La voz de los lápices”: el libro sobre la toma paramilitar de la Universidad de Córdoba

Entre 1995 y 2008, la institución sufrió el asesinato de profesores y estudiantes, así como el control por parte del exjefe de las Auc Salvatore Mancuso. Por años no se habló del tema. Ese silencio, la muerte del pensamiento crítico en la región y su relación con el desplazamiento de los embera-katío es lo que intenta explicar la periodista Ginna Morelo en su libro.

Cindy A. Morales Castillo
26 de diciembre de 2022 - 01:00 p. m.
Al menos nueve profesores y tres estudiantes murieron en medio de la toma paramilitar. La foto muestra la “Placita de Marx”, en la Universidad de Córdoba.
Al menos nueve profesores y tres estudiantes murieron en medio de la toma paramilitar. La foto muestra la “Placita de Marx”, en la Universidad de Córdoba.
Foto: Diego Pérez para Entreriosmuseo.co
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“Cómo era posible que la selva fuera la oficina administrativa de la universidad (de Córdoba)?”, dice un testimonio del volumen territorial del Informe Final de la Comisión de la Verdad (CEV). Se refiere a la toma que esa universidad vivió entre 1995 y 2008 -con plena intensidad en 2000- cuando paramilitares tomaron el control del claustro y cometieron asesinatos contra al menos nueve profesores, siete estudiantes y tres trabajadores.

Según la Comisión, casi todas las instituciones educativas del Caribe fueron cooptadas por los “paras” a la cabeza de Salvatore Mancuso -exjefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc)- como parte de un “proyecto regional”. “Las decisiones se tomaban en los campamentos de los jefes paramilitares, como en las montañas del Nudo del Paramillo, desde donde Salvatore Mancuso controlaba a las directivas de la Universidad de Córdoba”, detalla el capítulo.

El informe afirma que la toma no solo era para controlar las arcas de las universidades que empezaban a tener recursos propios tras la Ley 30 de 1992, que aseguró el dinero y su manejo autónomo para las instituciones públicas educativas. También era una guerra a sangre y fuego contra estudiantes, sindicalistas y profesores. Estos últimos en su mayoría dedicados a las ciencias sociales, agronomía y botánica. “Estas formas violentas de control institucional y social terminaban desestabilizando y desestructurando a las organizaciones agredidas”, dice el Informe de la CEV.

La pérdida de estos docentes y su legado borrado de la historia de Córdoba -y de la universidad- provocó en la región silencio absoluto y el exterminio de los sindicatos, el movimiento estudiantil y el pensamiento crítico.

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Esa es justamente la tesis del libro La voz de los lápices, que en días pasados presentó la periodista Ginna Morelo, que aborda la toma de la universidad y los duros y vivos efectos de ese hecho. “Córdoba perdió a sus intelectuales tempranamente como consecuencia de una guerra que no todos entendimos ni entendemos todavía. Los diálogos mudos se instalaron en la región y fueron profundizando las heridas. Dejamos de ver a profesores y simplemente escuchábamos la frase generalizada: “Se tuvo que ir, si no lo mataban”, sentencia Morelo en el libro.

El asesinato de los profesores

El texto, de ocho capítulos, incluye algunos testimonios de sobrevivientes de la toma -varios de ellos exiliados-, así como de los familiares de las víctimas. También plantea las consecuencias de la construcción de la represa de Urrá, lo que significó para la étnia embera-katío, la relación de la violencia hacia esa comunidad indígena y la que luego fue perpetrada contra los profesores.

Además, habla del cerco paramilitar que no solo azotó Córdoba, sino que penetró las instituciones y se convirtió en el gran exterminador de la guerrilla y de todo lo que “tuviera que ver con la izquierda”, como lo dice el libro.

Eso incluyó a profesores como Alberto Alzate Patiño, coautor de la investigación Tenencia y concentración de la tierra en Córdoba, publicada en 1982 y considerada información primaria sobre la acumulación de tierra en esa región.

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Alzate, quien siguió investigando el tema, fue asesinado el 17 de julio de 1996 en Tierralta, Córdoba. Meses antes, la Asociación de Profesores Universitarios (Aspu) de ese departamento había dado cuenta de otras muertes de profesores: Álvaro López Doria, Armando Humanez y Bienvenido Agámez Pérez. En 2002 también fue asesinado el profesor y líder sindical Hugo Iguarán, entonces candidato más opcionado para ganar la rectoría de la universidad. Finalmente fue elegido Víctor Hugo Hernández, presuntamente promovido por las Auc.

Antes de que terminara su periodo, Mancuso presuntamente lo obligó a retirarse para designar a Claudio Sánchez Parra en 2003. Nada de esto ha sido determinado aún por la justicia y los sindicalistas han pedido que la investigación se acelere.

Todas esas acciones se dieron después del Pacto de Ralito, como se le conoció a la alianza secreta que sellaron en julio de 2001 jefes de grupos paramilitares y dirigentes políticos de la costa Caribe en esa zona de Córdoba. El libro es el producto final de una extensa investigación que derivó en un museo virtual, unos pódcast, un documental, entre otras herramientas multimedia.

En la presentación estuvieron sobrevivientes y familiares de las víctimas, el exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica Gonzalo Sánchez, quien además escribió el prólogo; la cantante Adriana Lucía, quien compuso una canción exclusiva para el museo que tiene la investigación, y las periodistas e invest igadoras María Teresa Ronderos, Patricia Nieto y Constanza Bruno, que moderaron varios conversatorios. Colombia+20 habló con Morelo sobre el libro.

Tantos años después, ¿qué es lo que se sabe sobre la toma de la Universidad de Córdoba por parte de los paramilitares?

La línea de tiempo del museo muestra cuando ocurre el primer crimen contra un profesor de la universidad y evidencia que desde los años 90 eso era un baño de sangre en Córdoba. Mataban a profesores y estudiantes de forma permanente.

Luego, en el año 2000, se producen unas elecciones polémicas, se nombran rectores y, presuntamente, detrás de todo ello están los paramilitares. Sobre estos hechos los sindicatos de la universidad le han exigido a la justicia claridad y celeridad en las investigaciones. Esto es inédito en Colombia. Esto no ocurrió en ninguna otra universidad. Hubo una cantidad de muertes en otras como en la Universidad de Antioquia o en la Nacional, pero esta particularidad tan abrumadora de que el nivel de penetración haya llegado hasta a la rectoría, como dicen los sindicalistas, no ocurrió en otro lado.

La muerte del pensamiento crítico es la esencia del libro y es una tesis sobre por qué se dio la toma de la universidad, ¿cómo fue esto?

Le hice la entrevista a Víctor Hernández hace años y me quedó la hipótesis que pongo en el libro: que la violencia no era solo por un control económico y político, sino que pretendía matar el pensamiento crítico y reemplazarlo por formas de “educar-domesticar” a la región.

Es que no solo se ocupó una universidad, digamos desde las instalaciones, sino que eso penetró el seno del Consejo Superior y se llegó a prohibir la creación de carreras como filosofía bajo el argumento de que era un programa para incitar a guerrilleros. Incluso hay profesores que cuentan que vieron a “paras” sentados en las aulas de clase. También hay testimonios sobre que a veces en la universidad se ponían murales y al día siguiente las paredes estaban pintadas. No había posibilidad de crítica. En otros testimonios se cuenta que unos alumnos fueron a un congreso en Santa Marta y los pararon en el camino. Hay una declaración que dice cómo los torturaron y los secuestraron. Con esto tú dices: esto no era solamente por un tema presupuestal, esto quería generar una nueva forma de pensamiento y acabar con una que es la crítica. Eso nos metió en una espiral de silencio demasiado perturbadora. Quien diga que se siente tranquilo y libre en Córdoba, miente. Todos en algún momento nos sentimos con miedo y, cuando veíamos que eso sucedía en el alma máter, que es el ágora de lo público, pues decíamos ya no hay nada, no hay ningún espacio de libertad de expresión.

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En el libro también se aborda una tesis de la que nunca se ha hablado, y es que esa toma paramilitar tiene una relación directa con la violencia contra la población embera-katío. ¿Cuál es esa relación?

Hicimos toda una investigación histórica sobre los asesinatos a los profesores y descubrimos que la violencia contra los emberas-katíos está estrechamente relacionada y deriva en la violencia que después sufrieron docentes y estudiantes. Es una tesis que es la primera vez que se dice y quizás es el hallazgo más grande sobre el tema. ¿Cuál es esa relación? Tiene que ver específicamente con el líder indígena Kimy Pernía Domicó, quien se dedicó a salvaguardar los derechos de la etnia y de su territorio. Él le pidió a toda la etnia que no se dejara enamorar de los propósitos que se tenían para la construcción de la represa de Urrá (represa hidroeléctrica ubicada en Córdoba. La estructura desplazó severamente a los emberas-katíos y desapareció el pescado, su principal fuente de alimentación).

Varios profesores de la Universidad de Córdoba empezaron a estudiar esto y los impactos de la represa, entre ellos los profesores Alberto Alzate Patiño y Misael Díaz Urzola, y ellos fueron asesinados tiempo después. Entonces ahí están esas conexiones que muestran estos hilos de violencia, que no son dos ni tres, que no son independientes, sino que están concatenados.

Usted habló con Marta Domicó, hija de Kimi Pernía, ¿qué dice ella de lo que se sabe del crimen de su padre?

Cuando Mancuso le pide perdón a Marta dice que fe un crimen de Estado. Marta dice que lo perdona, pero también sostiene que no le han contado la verdad sobre los autores intelectuales de la muerte de su padre.

El silencio es otro de los grandes abordajes del libro porque en definitiva es la consecuencia de esa espiral de violencia, ¿qué halló en ese sentido?

Analizo mucho lo que comunica el silencio y, por ejemplo, una de las comunicaciones más poderosas del silencio en Córdoba es toda esta red subterránea que se construyó de la memoria. Mientras nadie decía nada en lo público, en lo íntimo y en lo privado Serafín Velásquez -que fue profesor de la universidad-, escribía las memorias de esa institución.

Él empieza a hacer casi que una reconstrucción de lo que pasó, relatos y cuentos, todo apuntado en un cuaderno de papel que él me comparte y que le prometo que se convertirá en un libro -lo que finalmente ocurre-. Abel Fuentes, exiliado, también sigue escribiendo sobre ello. Así empezamos a reconfigurar ese silencio. Con los apuntes de Serafín, que él gentilmente me da, y con la investigación que publicamos en este libro.

¿Por eso es que llama a Serafín como el “guardián de la memoria”? La canción que cantó Adriana Lucía en la presentación también iba por ahí…

Sí. Serafín es quien ha seguido todo esto con más detalle, quien escribió todo lo que podía para no perder nada y hacer esa memoria histórica. Esa canción se hizo exclusivamente para el Museo EntreRíos. En el capítulo de presentación, yo empiezo diciendo “la memoria en silencio es un animal dormido que te clava el colmillo y no te suelta”. Adriana Lucía retoma eso y después de leerse toda las historias empieza así la canción. Adriana Lucía nos acompañó muy generosamente… se montó en este barco.

Es inevitable preguntar por el parecido del título del libro con el ocurrido en Argentina con la “Noche de los lápices”, que justamente es una serie de asesinatos y secuestros a estudiantes… ¿viene de ahí el título?

Es interesante porque no, no es por eso. Hay una frase que me da Abel y también Serafín de que ellos eran los lápices que escribían en silencio, pero que ahora esos lápices hablan. Entonces jugando un poco con eso sale La voz de los lápices. Cuando lo escribo indudablemente pienso en la “Noche de los lápices”, y me parecía lindo al final lo que se configuraba como metáfora. O sea como que pasamos de la “Noche de los lápices”, de la destrucción, a este libro que es doloroso, pero también esperanzador sobre unos lápices que hablan y hacen memoria.

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Esta investigación, dice usted misma, le quitó el sueño por años y también la hizo irse de Córdoba, ¿cómo fue ello?

Sí, me quitaba el sueño y me arrancó muchas lágrimas. Este tema lo tengo en la cabeza hace rato. , pero cuando pasaron las muertes nosotros, digo desde el periodismo y desde el lugar donde yo trabajaba en ese momento, lo único que hacíamos era contar un muerto y otro muerto y otro. O sea, uno en ese tiempo no tenía como hacer análisis o una asociación de lo que estaba pasando primero por miedo, pero también porque te superaban los hechos.

Después de la desmovilización de los paramilitares empecé a investigar con más juicio, con más rigor las conexiones, y escribí una primera historia de 28 páginas que iba a salir en un libro mío, en Tierra de sangre, memoria de las víctimas, pero no pudo salir porque hubo amenazas. Eso se quedó guardado ahí en silencio. Justamente este nuevo libro explora eso, los silencios.

A pesar de que no pude publicarlo, seguí investigando y dejando que el tiempo dijera cuándo era el momento para publicar, y fue ahora. Fue un tránsito, una investigación de 15 años.

El libro “La voz de los lápices” es apenas uno de los resultados de la investigación. También se creó un museo virtual, ¿de qué se trata?

Sí, el museo entreríosmuseo.co, que fue posible con el aporte de la Konrad-Adenauer-Stiftung, la Universidad Javeriana y la beca de Reporteros sin Fronteras Alemania, tiene varias cosas para que se pueda profundizar en la investigación y en los testimonios. Se puede encontrar un documental sobre el origen de la violencia contra los embera-katíos y cuya protagonista es Marta Domicó, hija de Kimy Pernía Domicó.

También hay una memoria sonora con pódcast con las voces de los resistentes de la región. Las historias de los crímenes, pero desde los sobrevivientes.

Además hay una línea de tiempo sobre todos los acontecimientos de la violencia hacia la universidad. El último producto es el libro, que es una propuesta de escritura mucho más íntima con las voces de los protagonistas.

Cindy A. Morales Castillo

Por Cindy A. Morales Castillo

Periodista con posgrado en Estudios Internacionales. Actualmente es la editora de Colombia+20 de El Espectador y docente de Narrativas Digitales de la Universidad Javeriana.@cinmoralejacmorales@elespectador.com

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