El país necesita una pedagogía de la verdad (y varias claves están en los pueblos indígenas)

Algunas voces cercanas a círculos de poder niegan la inocultable verdad factual de los crímenes cometidos y creen con ello actuar en favor de la democracia. Sin embargo, es justamente su negación lo que la socava. La verdad no es algo que debe importar solo a la justicia transicional y a los afectados por la violencia, sino a toda la sociedad colombiana, que constituye hoy la principal de las víctimas.

Weildler Guerra*
28 de marzo de 2021 - 03:56 p. m.
El concepto de aguangashi en el pueblo Wiwa busca no percibir al individuo aislado como único responsable de una conducta punible, sino de examinar las circunstancias que rodearon su trayectoria vital desde que fue concebido, que lo llevaron a quebrantar una norma social.
El concepto de aguangashi en el pueblo Wiwa busca no percibir al individuo aislado como único responsable de una conducta punible, sino de examinar las circunstancias que rodearon su trayectoria vital desde que fue concebido, que lo llevaron a quebrantar una norma social.
Foto: Nelson Sierra
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La misión de la Comisión de la Verdad en Colombia es un reto enorme e incesante. Aun recopilando los testimonios de perpetradores y víctimas acerca de los períodos más cruentos de nuestro pasado, cada día nuevas acciones de violencia se extienden sobre el territorio nacional y hacen más compleja su colosal tarea. Sin embargo, cabe preguntarnos ¿qué entendemos por obtener la verdad? ¿Qué hay tras el testimonio de las personas escuchadas? ¿Existe un solo camino hacia esa verdad más allá de las aleccionadoras experiencias de otros países que crearon comisiones similares?

Hace varios años los miembros del pueblo wiwa, que habita en la Sierra Nevada, me dieron a conocer un principio de su sistema normativo llamado aguangashi. Este se aplica en sus procesos y rituales y puede aproximarse, aunque no con total correspondencia, a la noción convencional de confesión. Un joven indígena que estaba siendo juzgado en su comunidad debía declarar en una audiencia pública con la presencia de toda su aldea y la de sus propios padres. La pregunta que le fue hecha no se dirigía a esclarecer las circunstancias de tiempo y lugar en las que se encontraba con respecto al hecho que se juzgaba. Se le pidió que hablara de su vida, de sus actos y pensamientos desde que tenía conciencia de sí mismo. Su auditorio disponía del tiempo necesario para escucharle hasta que llegase a la actuación que debía ser esclarecida. El concepto de aguangashi busca generar una dinámica de verdad en la que se vea inmerso quien declara. También se trata de no percibir al individuo aislado como único responsable de una conducta punible, sino de examinar las circunstancias que rodearon su trayectoria vital desde que fue concebido, que lo llevaron a quebrantar una norma social.

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Otros pueblos de Colombia como los wayuus ven en la estética un principio rector de las transacciones humanas. Dicha estética supone la integración de lo sensual y lo racional. La paz es vista como un armonioso conjunto de joyas y la verdad como la alhaja de mayor valor entre ellas. La verdad es un componente de una compensación material y emocional amplia dentro de una concepción de justicia restaurativa y no punitiva. De esta manera, verdad y justicia están entremezcladas y se complementan. Luego de celebrar un acuerdo de paz entre familias indígenas, se realiza entre las partes un ritual llamado e’rirawaa, que significa “mirarse al rostro”. Este busca remover cualquier desconfianza y prevención en el futuro. Al país le hizo falta esa reafirmación ritual que opera a través de símbolos y emociones en lugar de depender del criterio racional que guía los acuerdos.

En medio de la recomposición de la violencia actual, el país necesita una pedagogía de la verdad. Esa pedagogía debe dar un lugar no solo a las narrativas de las grandes masacres, que a veces actúan como un biombo que oculta otros hechos de violencia, sino también a los pequeños relatos; a esos actos de crueldad que gota a gota afectaron los cuerpos, las emociones y las pequeñas posesiones de muchos seres humanos, que se volcaron también contra las corrientes de agua, el territorio y el paisaje.

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Algunas voces cercanas a círculos de poder niegan la inocultable verdad factual de los crímenes cometidos y creen con ello actuar en favor de la democracia. Sin embargo, es justamente su negación lo que la socava. La verdad no es algo que debe importar solo a la justicia transicional y a los afectados por la violencia, sino a toda la sociedad colombiana, que constituye hoy la principal de las víctimas.

*Antropólogo de origen wayuu, es asesor cultural del Banco de la República.

wilderguerra@gmail.com

*Este texto es producto de “Reflexiones sobre la verdad”, una alianza de Colombia2020 con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.

Por Weildler Guerra*

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