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El Palmar, la lucha para olvidar el pozo de caimanes y el árbol de la muerte

En esta finca, al norte de Sucre, los paramilitares torturaron, asesinaron y desaparecieron a cientos de civiles que veían como guerrilleros o aliados de estos grupos. El horror de lo vivido allí es parte de una memoria histórica que todos los días se construye en San Onofre y que quiere resignificar espacios, con el deseo de quitar estigmas sobre un pueblo que busca pasar la página de la guerra.

Camilo Pardo Quintero
22 de julio de 2022 - 02:56 p. m.
Árbol de caucho, finca El Palmar (San Onofre, Sucre).
Árbol de caucho, finca El Palmar (San Onofre, Sucre).
Foto: Archivo particular

Rincón del Mar es un paraíso escondido en la costa del municipio de San Onofre. Sus aguas son tranquilas y cristalinas, la arena parece pintada por el Sol y pasadas las 6:00 p.m., cuando uno mira desde la playa hacia el horizonte, el ocaso y su rojo ardiente transmiten una luz y una calma difíciles de describir. La brisa siempre está presente. Esta zona se convirtió en uno de los lugares en Sucre más buscados por los turistas, y las decenas de hostales y hoteles en madera y cemento que se postran allí, desde la entrada del corregimiento hasta las playas de Dos Aguas, son muestra de ello.

Los picós, máquinas musicales que son insignia en los pueblos del Caribe, no dejan de sonar en todas las esquinas. Rincón del Mar parece alegre porque allí se vive con dignidad, y comiendo fritos con suero y camarones. No hay lujos y todo se comparte; en los billares todos son una sola familia y la champeta no falta. Sin embargo, como es normal en todas partes, no todo es jolgorio.

Desde las voces de locales hay testimonios que indican que lo que vemos hoy en el corregimiento es producto de años de resiliencia, trabajo en medio del dolor y penas que no se han terminado de desahogar. Rincón, como le dicen los sanonofrinos, fue un bastión paramilitar que supo ver las abominaciones más grandes de la guerra. El paraíso que es hoy fue una sede puesta para el horror y la deshumanización a cargo de los excomandantes de los autodenominados “Héroes de los Montes de María” -brazo armado caribeño de las extintas Auc -, Rodrigo Mercado Pelufo, conocido como Cadena, y Marco Tulio Pérez, El Oso.

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Cadena era el demonio mismo. Cuando era peladito, la guerrilla le hizo mucho daño y poco a poco lo fueron volviendo un sociópata, aunque eso no es excusa para todos los crímenes que cometió. De a poco fue ganando poder con los ‘paras’ y llegó a ser comandante. Siempre se le veía con boina y fusil atravesando San Onofre y, cuando eso pasaba, sabíamos que nos iban a acabar con el pueblito. Su palabra era sagrada, era tan poderoso que sacó corriendo al frente 35 de las Farc y era como un “rey Midas” de la guerra: todo lo que tocaba lo convertía en muerte”, relata Adriana Porras, lideresa social sanonofrina.

La influencia paraestatal que dejó Cadena en San Onofre iba desde la cabecera municipal hasta los corregimientos de Libertad, Palo Alto, Plan Parejo, Rincón del Mar y Berrugas, principalmente. Marco Tulio Pérez fue su lacayo por años y a quien, de a poco, a su imagen y semejanza, lo fue convirtiendo en una máquina criminal. Su campo de entrenamiento y fortín fue la hacienda El Palmar, un terreno de 2.860 hectáreas (en 1995) que, en su momento, vio desfilar en una sola tanda a más de 600 paramilitares al mando de Rodrigo Mercado.

Este predio es fácil de ubicar viajando en carro o moto. Una de sus entradas queda al pie de la carretera, hasta hace poco destapada, que conecta a la cabecera municipal con Rincón del Mar y cuyo sello identitario principal es un enorme árbol de caucho que se ve a lo lejos, incluso desde la vía. Allí reposan las memorias más dolorosas de miles de sucreños, cuyos familiares a lo largo del Golfo de Morrosquillo fueron retenidos, capturados, asesinados y desaparecidos por los paramilitares, entre los noventa e inicios del milenio. Todo con una característica particular e indeleble: la sevicia.

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En archivos de justicia ordinaria - en seccionales de Sucre, Cesar y Bogotá -; en gavetas de Justicia y Paz e incluso en documentos de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), reposan relatos desde todas las orillas del conflicto que describieron los actos macabros que se cometieron en El Palmar.

Sobrevivientes campesinos en San Onofre, militares, policías y hasta amos de la guerra como Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar Pupo, Ramón Mojana y El Oso, coinciden en que allí Cadena mandó a adecuar un pozo con caimanes para arrojar a quien a su voluntad le pareciera guerrillero o aliado de ellos. También se recuerda con dolor y angustia cuando Cadena convirtió la casa principal de la hacienda en una “casa de piques y torturas”, al mejor estilo de Carlos Mauricio García, Doble Cero, en la “casita del terror” de San Carlos (Antioquia).

“Es duro sanar, construir memoria histórica e intentar seguir con la vida cuando tenemos los recuerdos de El Palmar tan frescos. Han pasado años y aún me resisto a la idea de que ese lugar haya sido usado como un cementerio clandestino lleno de fosas comunes de nuestra gente. Se me arruga el corazón al recordar la cantidad de crímenes sexuales que se cometieron allí; El Oso es un violador confeso ante la justicia, parte de su pena es por eso, por abusar niñas y mujeres que fueron ultrajadas en todo sentido. Y el árbol grandote ese de caucho, ni hablar, ese es símbolo del exterminio que nos quisieron hacer”, recuerda Oniris Díaz Contreras, docente en Rincón del Mar y sobreviviente de la violencia paramilitar.

Ese árbol del que habla Oniris es una majestuosidad a los ojos de quienes desconocen la historia de San Onofre. Viejo, lleno de ramas frágiles y sombrío, en más de una ocasión lo han querido exorcizar campesinos y habitantes aledaños a la finca; nada alejado de una realidad que dejó la guerra al norte de Sucre y en los Montes de María.

“Es el árbol de la muerte. Así lo hemos recordado, aunque esperamos que no por mucho tiempo más. Hemos sido pilotos de reparación colectiva, tenemos ganas de luchar y de curar las heridas, pero dígame quién nos saca las imágenes de lo que vimos en El Palmar, ¿cómo perdonar algo que es imperdonable? Los ancestros nos enseñaron a construir memoria, pero hay días mucho más difíciles que otros. En ese árbol colgaban gente, la degollaban, quemaban inocentes como si fuera la Inquisición y luego los desaparecían. En esas fosas comunes está una gran parte de nuestros corazones”, comenta Luis Manuel Julio, líder y vocero de víctimas en Rincón del Mar.

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“Por supuesto que hay relatos de El Palmar que han exagerado. Eso no quita los horrores que cometieron Cadena y El Oso aquí. Hubo muertos a causa de los caimanes, hubo colgados en el árbol de caucho y eso viene desde voz de los mismos responsables. Lo que sucede es que a veces algunos locales quieren pintar otras realidades para ganar fama o cosas así que deshonran a quienes perdieron la vida en la finca”, lamenta Adriana Porras.

El largo camino por la memoria

Cadena fue un aliado imprescindible de narcotraficantes y poderosos hacendados sucreños. En San Onofre eran famosos sus bloques de seguridad privada a gente rica del pueblo que estaba agotada de los hostigamientos de las Farc. Ese “servicio” se replicó como secreto a voces y hasta El Palmar llegaron grandes ganaderos de Chalán, San Antonio de Palmito y Sincelejo. En esa finca, por ejemplo, el condenado parapolítico Álvaro “El Gordo” García planeó (en línea con sus confesiones ante la justicia) la masacre de Macayepo.

Con los narcos, de acuerdo con versiones de El Oso ante la Fiscalía General de la Nación, su vínculo era más estrecho. Rodrigo Mercado, desaparecido desde 2005, aprovechó la abundancia de manglares que en su momento tenía la finca, en unos riachuelos que desembocaban al mar, para esconder lanchas atiborradas de cocaína procedentes del Pacífico colombiano, que posteriormente eran llevadas a rutas rumbo a Centroamérica, el Pacífico mexicano y Estados Unidos. Esto hacía que los paramilitares aprovecharan cada metro cuadrado de la finca para financiar sus actividades criminales.

En este 2022, el aprovechamiento del territorio sanonofrino para actividades ilícitas de los paramilitares sigue siendo una constante, una herencia que dejaron las extintas Autodefensas Unidas de Colombia. Para la muestra está el paro armado que las autodenominadas Agc organizaron a mediados de mayo, durante días en los que la zozobra y la incertidumbre a lo largo del noroccidente colombiano, principalmente en Sucre, Córdoba y Chocó, fueron las protagonistas.

“Los paramilitares desfilaron durante esos días como en los momentos de gloria de Cadena. Nadie los detenía, el Estado eran ellos. Avanzaban, hablaban con megáfonos dando órdenes para confinar a la gente y no me quiero imaginar lo que le hubiese ocurrido a quien no acatara. Jamás se han ido de acá”, le dijo a este diario José Padilla, líder social en la cabecera municipal de San Onofre.

Las calles en el corregimiento de Libertad fueron la mayor muestra del paso paramilitar durante el último paro armado en el municipio. Ni la iglesia se salvó de los grafitis alusivos a la organización criminal y, desde las casas cerca al parque, hasta las periferias del casco urbano, había mensajes que -más que una muestra de poder territorial- eran un recordatorio para que los pobladores tuvieran presente que los estaban observando permanentemente.

“Ya han pasado casi 10 semanas desde el paro armado y nadie se atreve a quitar los grafitis. Quien lo haga está prácticamente ofreciendo su vida. Aquí mandan ellos, en Rincón del Mar hacen cosas similares e incluso hasta Ovejas llegan con sus mensajes para asustar a todos. Ya lo lograron y es como si intentara sembrar más árboles de caucho; metafóricamente hablando”, lamentó Maricruz Bonilla, docente sanonofrina.

Habitantes en esta zona de San Onofre dicen que estas muestras de terror quieren revivir sentimientos de angustia que se sentían cuando los hombres de Cadena salían de El Palmar hacia otros puntos del municipio. “Antes parcelaban la finca para trazar allí adentro dónde podían o no podían cometer crímenes. Ahora hacen lo mismo, versión extendida, pero con nuestro pueblo completo”, indicó Oniris Contreras.

El Palmar, hoy

Como se supo en las últimas audiencias de la JEP sobre esta finca, El Palmar - propiedad del Estado - fue entregada en arriendo desde 2010 por la entonces Dirección Nacional de Estupefacientes (hoy Sociedad de Activos Especiales - SAE) a Ricardo Martínez Mordecai, sobrino de Hernán Martínez, exministro de Minas y Energía del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Martínez Mordecai sigue siendo oficialmente el arrendatario de dicho predio y la SAE no ha podido explicar ese contrato de arrendamiento, porque dice haberlo heredado de la DNE.

Según un trabajador de la finca con quien habló Colombia+20, el actual arrendatario tiene entre sus planes adecuar la casa principal y sub-arrendar el resto del predio. “Hoy está arrendada la finca, pero siguen pendientes algunos procesos de medidas cautelares que la JEP puso acá en 2019 para encontrar cuerpos. Nadie sabe bien qué pase con la finca, porque no está bien adecuada y a las autoridades les faltan muchas cosas por encontrar aquí y en la finca La Alemania”, dijo ese labriego.

El Palmar es apenas un capítulo de una serie de vaivenes que han intentado encontrarle un destino fijo. Desde marzo de 2019, el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) se ha encargado de encabezar una cruzada ante la JEP para que revise exhaustivamente el cementerio central de San Onofre y el cementerio de Rincón del Mar, al haber allí cuerpos de personas que habrían sido asesinadas en El Palmar. El misterio sigue a la orden del día y los familiares de los desaparecidos continúan tras la pista de los suyos.

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Hasta la fecha, se han encontrado 78 fosas comunes al interior de la finca El Palmar, no todos los cuerpos han sido identificados y sobre el uso de la tierra ha habido y seguirán existiendo debates jurídicos extensos, en tanto no se resuelvan las barbaridades que ocurrieron allí durante el conflicto.

“Poco a poco El Palmar seguirá arrojando verdades. Confiamos en que no se le restrinja el acceso a la justicia y que podamos así saber un relato integral de lo que pasó allí. En San Onofre queremos un centro para la memoria y soñamos con que una sede de eso sea el árbol de caucho. Que donde hubo muertos, torturados y enterrados se pongan fotografías en las ramas, esto para que los recordemos siempre con un mensaje de “¡nunca más!””, concluye Oniris.

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