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Carmenza López recordó como si hubiera sido ayer, la desaparición y asesinato de su esposo, el edil de la localidad de Sumapaz, Guillermo Leal, a manos de miembros de la antigua guerrilla de las Farc.
Han pasado más de 12 años desde la partida de Guillermo y en la cabeza de Carmenza y su familia siguen rondando más interrogantes que rastros claros sobre qué fue lo que en realidad le pasó al líder comunal. “En una llamada, mientras él estaba desaparecido, me dijeron que por hacer un daño político lo retuvieron guerrilleros del Frente 53 de las Farc, luego me colgaron. Veinte días después en un camino minado nos dijeron que habían encontrado su cuerpo, pero en condiciones extrañas y más adelante con supuestas pruebas de ADN de las cuáles todavía dudamos”, relató López.
Para Carmenza siguen siendo inadmisibles los datos preliminares que le entregaron sobre el asesinato de su esposo. “Después de casi un mes, el cuerpo que nos entregaron, que no creo que sea el de Guillermo, no estaba como lo suele conservar un páramo. Estaba en los huesos y las pruebas forenses también tienen inconsistencias”, agregó la vocera de víctimas en Sumapaz.
Tras vivir esto, el episodio más abrumador de su vida, su concepto de perdón trasciende los actos simbólicos. El pasado 27 de agosto, la senadora del partido FARC, Sandra Ramírez, le ofreció disculpas y le pidió un abrazo “para ir tranquila a trabajar”. Carmenza se lo negó reclamando verdad y justicia en el caso de su marido. “No me han dicho qué fue lo que le pasó a Guillermo. Estamos de acuerdo con el proceso de paz, pero la forma de llegar a un abrazo no es esa. Me sentí revictimizada”, fueron algunas de las palabras de López durante el encuentro Hablemos de Verdad, realizado con el apoyo de la Embajada de Alemania en Colombia y en asocio con la Unión Europea.
Gladys Vargas, otra panelista del conversatorio y víctima de los paramilitares del Frente Fronteras en el Catatumbo, ha vivido el perdón de una forma diametralmente distinta a la de Carmenza. Ella pudo hablar con Jorge Iván Laverde, o “El Iguano”, el comandante de este frente, y aceptar su pedido de perdón. Sin embargo la sensación en ambas es compartida, ya que dicen que a pesar de que el perdón genera tranquilidad propia, eso no es sinónimo de olvido.
A Gladys, un grupo de paramilitares al mando de “El Iguano” le desaparecieron y asesinaron a su hijo Elvis en abril de 2002. Según su relato, cuando los asesinos de su hijo le contaron la verdad el 19 de febrero de 2010, le pidieron que no lo buscara más porque a Elvis, junto con otro grupo de jóvenes señalados sin pruebas de colaborar con la guerrilla, “los torturaron, picaron y llevaron a los hornos crematorios”. En una de las más sanguinarias campañas de los ’paras’ en Juan Frío (Norte de Santander) comenzaron a cremar en hornos a campesinos y habitantes de la región. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), desaparecieron a más de 500 cuerpos en este lugar.
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A pesar de esa verdad tan cruda y profundamente dolorosa, Gladys decidió perdonar públicamente a El Iguano y sus hombres. Según explicó en el conversatorio, ese acto de reconciliación le trajo problemas de distintos niveles, a pesar de que le dio tranquilidad. “Mi drama comenzó cuando empecé a perdonar. Fue una experiencia poco agradable porque muchas organizaciones me rechazaron al decir que eso no tenía perdón. Uno perdona, pero no olvida. Me quitaron a mi hijo mayor, mi todo y mi futuro. Mi familia se enojó conmigo también, pero yo lo hice por mí, porque si uno no perdona, jamás termina tranquilo”, sentenció Vargas.
Medicina para aliviar el corazón
El padre Leonel Narváez, fundador de las Escuelas de Perdón, estuvo atento y tomó nota de cada una de las intervenciones de las tres víctimas del conflicto en este encuentro. Luego acotó en puntos claves cómo entender el perdón como una cura para el alma. Sin embargo, insistió en que no se debe caer en cierto tipo de errores a la hora de querer llegar a una reconciliación:
“No hay reconciliación sostenible sin procesos de perdón; perdón no es olvidar, sino recordar con otros ojos; el perdón no es sobrecargar a la víctima, sino liberarla; y todos tenemos capacidades de perdón, pero esto no lo hemos desarrollado”, describió Narváez.
La autorreparación, como también catalogó al perdón el padre Leonel, fue un punto de partida para la intervención de Érik Arellana, hijo de Nydia Érika Bautista, desaparecida por miembros del Ejército el 30 de agosto de 1987.
Para Érik es difícil no guardar rencor cuando la justicia y la verdad no aparecen, pero, aún así, él optó por librarse de la rabia y la ofensa que generó el asesinato y desaparición de su madre. Esto, sin ocultar su desazón por el hecho de que el Estado colombiano no ha reconocido en su totalidad la sistematicidad de sus crímenes a lo largo del conflicto.
“Entendí la dinámica de la guerra con 12 años. El día de mi primera comunión fue la fecha en la que ella fue desaparecida. Tres años después encontramos su cuerpo y allí comenzó mi proceso. Estuve diez años exiliado en Alemania entendiendo los daños y no sabía cómo perdonar; pasó el tiempo y los responsables no asumieron su responsabilidad, no hubo arrepentimiento. A pesar de entender que mientras no haya justicia es difícil perdonar, entendí que no gano nada quedándome con odios. Perdonar es también honrar a mi madre”, relató Arellana.
Agrega además que él está dispuesto a perdonar, “pero a quién, si no hay nadie que haya respondido por este crimen”. Para él, es de vital importancia que haya un reconocimiento de las consecuencias de los actos cometidos por actores armados, en este caso el Ejército, para que las víctimas sigan avanzando en el proceso de perdón.
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Ninguno de esos procesos fue fácil. Convivir con la ausencia de una persona amada, con pocas garantías de verdad y reparación ha sido un demonio con el que les ha tocado lidiar. Si bien cada uno ha moldeado a su manera el perdón, los tres coinciden en que llegar a este paso requiere de un largo proceso y que hay que respetar los tiempos que necesitan cada una de las víctimas.
Juan Pablo Aranguren, psicólogo e investigador de la Universidad de los Andes, sostuvo que hay que entender el perdón desde una perspectiva psicosocial y desde los derechos humanos. Según él, no hay que partir de la base de que “las manifestaciones de resentimiento son un problema de salud mental de las víctimas”, sino que hay que mirar el contexto político y social donde se crearon, es decir, poner estas emociones a la luz de lo que cometieron los actores armados y la complicidad o indiferencia que ha mantenido la sociedad colombiana a lo largo de años de guerra.
Según el profesor Aranguren, la rabia y el odio son sentimientos que se esperan ante escenarios de impunidad; y que para contrarrestarlos se necesitan “actos de gallardía por parte de los victimarios para aceptar los actos, más si vienen de cabezas de Estado”, comentó.
La resiliencia y la paciencia la han demostrado personas como Carmenza, Gladys y Érik. En sus voces, a pesar de estar latente un dolor incurable, hay cabida para un perdón sincero y de largo alcance. Solo piden una cosa para ellos y las demás víctimas: verdad ante todo.
Encuentre aquí la transmisión completa del evento ¿Perdonar lo imperdonable?: