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El Bagre está atravesado por el río Nechí, que con el paso de sus afluentes llega al imponente río Cauca que toma rumbo hacia el sur del país. Estas aguas son muestra de lo que es este pueblo antioqueño del Bajo Cauca: una dualidad, por excelencia contradictoria, entre la pesca y la minería. Dos formas de economía que reflejan la realidad de una población resiliente, trabajadora y aguantadora desde siempre.
Sus calles son la combinación de varias culturas. Se ven antioqueños mestizos con hablado medellinense o del sureste del departamento, antioqueños con hablado costeño cordobés o cordobeses con acento paisa. Convergen campesinos, poblaciones negras e indígenas. Si bien en El Bagre no a todos los une su procedencia, sí que lo hace el calor inclemente del mediodía -que en épocas de verano ronda los 36º-, el gusto por el vallenato al calor de unas cervezas en el malecón y las ganas de trabajar en favor del desarrollo de su territorio.
El río Nechí que se aprecia desde el malecón es amplio y marrón. Desde hace décadas dejó atrás la pesca como actividad principal para abrirle paso a la minería (artesanal e industrial que poco a poco se ha apoderado del sector). No es casualidad encontrar a varios niños jugando con carritos, volquetas e instrumentos alusivos a la maquinaria pesada. Es lo que ven desde que nacen y con lo que sueñan.
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Su contexto tampoco invita a muchas más cosas. Así es su subregión. De hecho, según datos del Ministerio de Minas y Energía, el 30 % del total de la extracción de oro en Colombia sale del Bajo Cauca antioqueño. Palabras más, palabras menos, estamos ante una potencia nacional y regional en la minería aurífera.
Para bien de algunos y para mal de muchos esto ha traído efectos colaterales para el territorio. Por ejemplo, sobre las aguas del Nechí y del río Tiguí, bañadores de El Bagre, reposan licencias a perpetuidad para compañías mineras como Mineros S.A. y allí actores armados -principalmente paramilitares- se han asentado por más de tres décadas para querer apoderarse de varias de estas rentas y controlar los flujos de una locación geográficamente privilegiada.
Nos adentramos en El Bagre y salimos de su casco urbano. Las montañas abren paso a la vereda Los Aguacates, una zona bellísima por sus verdes, en la que principalmente habitan indígenas del pueblo zenú. Entrar allí es un respiro del caos urbano del municipio, del ruido de sus músicas, de la potencia de las máquinas mineras y de las ventas de pescado en la calle. Un “llamado a la calma”, como lo llaman algunos de sus habitantes.
Con el ánimo de no desprenderse de las dinámicas de su pueblo, de no desconectarse de su realidad cotidiana y de formarse como ciudadanos en servicio de su gente, para los jóvenes de Los Aguacates es indispensable hablar de su futuro, de las formas en las que pueden tener un mañana prometedor y alejado de cualquier tipo de violencia.
El programa Somos Comunidad de USAID e implementado por FUPAD, ha sido un aliado estratégico para que esto tome forma. Se han acercado al territorio promoviendo talleres en los que el protagonismo se lo lleva la prevención de violencias (CVP, estrategia dirigida a visibilizar, prevenir y mitigar diferentes formas de violencia presentes en el territorio) y la vocación de los muchachos.
Las CVP también buscan fortalecer a las comunidades, además de ayudarles a tener herramientas para contrarrestar factores de riesgos que generen delitos y alteren la convivencia. Estas iniciativas cuentan, además, con la característica de ser diseñadas de forma participativa con la comunidad, basadas en la evidencia y bajo un análisis de riesgo y enfoques de seguridad que buscan hacer de los territorios y sus comunidades, escenarios más seguros.
Sara María Rojas tiene 14 años, estudia en la escuela rural de Los Aguacates donde cursa grado octavo y sueña con ser médica. “Sueño con ser doctora. Mi papá trabaja en una mina, es un ejemplo para mí porque se esfuerza mucho y eso me hace más fuerte. Me han dicho que eso de ser doctora es caro, pero nada me quita el anhelo”, cuenta.
Sara es una de las 13 estudiantes de bachillerato que tiene su escuela y estar en un sitio remoto, lejos de cohibirla a soñar en grande, la inspira para ser mejor cada día. Es un poco tímida y cuando no le gusta hablar sus palabras se las saca su inseparable amiga Vilma Martínez.
Desde pequeña, a Vilma la ha cautivado la vida militar. Su hermano mayor se dedica a eso en Medellín y con su ejemplo comenzó a construir un proyecto de vida que ha sido robustecido por el trabajo de Somos Comunidad a través de FUPAD en su territorio.
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“Los programas de prevención de violencias y de proyecto de vida nos han ayudado a salir adelante. Las personas de Somos Comunidad han venido en los últimos meses a nuestra vereda para abrirnos los ojos en muchas cosas: a identificar gustos y talentos, por medio de los talleres de reconocimiento; a hacer ejercicios de introspección para saber quiénes somos; a construir nuestro proyecto de vida; y a mentalizarnos de que nunca nos podemos rendir”, narra Vilma.
A mucho orgullo, Vilma dice que su mamá se dedica a vender pollos en la finca y su padre vende limones. Para ella, las actividades con Somos Comunidad le han servido también para agradecer más por lo que tiene y a ser resiliente frente a la adversidad. “Es que no es sólo reconocernos o proyectar un futuro. Es ver para qué servimos en el día a día. Aquí somos zenú, pero eso no quita que sólo respetemos a los que no son de nuestro pueblo. Construir proyecto de vida es todo alrededor de la convivencia. Exijo que respeten a mis padres y tengo la exigencia de respetar a los padres de todos los demás”, concluye.
Tener un proyecto de vida es posible
El cuidado del cabildo de los zenú en Los Aguacates está a cargo de Mario Guevara, guardia mayor de la comunidad. Sobre sus hombros no sólo recae la responsabilidad de mantener un entorno seguro para su gente guiando los trabajos de la Guardia Indígena, sino velar para que los jóvenes del territorio incentiven los valores de sus ancestros.
Para el mayor Guevara, un cuidado por el medioambiente lo es todo para salvaguardar la convivencia y con eso empiezan sus enseñanzas hacia los más chicos del pueblo zenú en El Bagre.
“Con los muchachos de la guardia recorremos los linderos y nos mueve la tranquilidad de los nuestros. Aquí por años ha habido grupos armados que son indescifrables, que están y no están a la vez, que se identifican como paramilitares pero que casi no se meten con lo que hacemos aquí. Eso atemoriza, claro, pero lo nuestro no es vivir en el miedo sino en construir posibilidades para que la felicidad esté de primero. Los muchachos saben eso y trabajan desde cosas como mantener nuestras aguas libres de mercurio hasta saberse como sujetos activos que tienen un futuro brillante y esperanzador”, afirma.
En ese sentido es que Guevara piensa que los talleres con Somos Comunidad les han dado tantos aportes. “Cuando aquí llegó Somos Comunidad con sus CVP nos llenamos de alegría porque le aportan a los chicos una visión de superación, de ser alguien en la vida. El trabajar en ellos mismos, en reconocerse y afianzarse en eso ha logrado que se pulan en autoprotección y eviten escenarios de riesgo. Lo que más nos gusta es que todo eso se ha hecho sin salirse de su identidad cultural”, agrega.
Organizaciones como la Agencia de los Estados Unidos para el desarrollo (USAID) han apoyado a la convivencia y seguridad ciudadana con programas como Somos Comunidad, cuyo propósito es potenciar la resiliencia comunitaria, la cohesión social y contribuir a la seguridad humana en los territorios afectados por la violencia.
El caso de El Bagre es uno de éxito entre varios que ha generado logros significativos mediante la implementación de iniciativas de prevención del crimen y la violencia (CVP), donde se destaca la participación de las comunidades y voces como las de Carlos Guevara o Abelardo Suárez dan fe de eso.
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El profe Abelardo, como le dicen en Los Aguacates, es uno de los dos docentes que tiene la escuela de la vereda. Él, oriundo de Corozal (Sucre) se define como un “todero”, pues enseña todas las materias de 9º a 11º y además les sirve a sus alumnos como consejero, guía y amigo. Él ha vivido de primera mano los talleres de Somos Comunidad.
“Llevo 15 años en El Bagre. Me enamoré de esta tierra y más de la vereda Los Aguacates. Vea que de todo lo que he visto de las visitas de Somos Comunidad lo que más me ha gustado ha sido el incentivo por la creatividad. Eso fomenta mucho el proyecto de vida de los chicos y los hace ser mejores. Recuerdo un taller de fotografía: se trabajó con celulares y a muchos se les metió la idea de, por qué no, algún día incursionar en ese arte… tomar fotos para vivir; lindo, ¿no?”, reflexiona el docente.
Según el profesor Abelardo, el 80 % de las personas en la vereda son familia. Todos se conocen entre ellos y por eso los temas de prevención de violencias entre los jóvenes tienen ejes específicos. No se abordan todas las violencias. “Al menos acá, puede haber casos donde no, el hecho de que todos se conozcan hace que haya lazos de respeto intrafamiliar y por eso esa violencia no se toca casi. Lo que sí es que se profundiza en temas de equidad de género, tener en cuenta al otro como un igual y rechazar cualquier forma de daño; bien sea interno o externo”, sintetiza.
El docente sueña con ver a todos sus muchachos siendo profesionales o dedicándose a lo que les apasiona; porque ve en la felicidad un sinónimo de un mejor mañana para Los Aguacates.
Así lo ve Kevin Morelos, uno de sus alumnos y parte de los talleres con Somos Comunidad. “Somos resilientes, hemos aprendido a serlo. Llevo un año viviendo acá, soy de Arboletes (Urabá antioqueño) y aquí me quedo. Encontré un hogar y lo cuidaré. Quiero estudiar un técnico en Maquinaria Pesada en el Sena; seguir así los pasos de mi padre y marcando mis propias metas”, sueña el joven.
*Este artículo fue construido en alianza con la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD).