El proyecto de los exFarc que busca conservar el bosque seco tropical en Cesar
Este ecosistema es uno de los más amenazados en el país: cubría más de nueve millones de hectáreas, de las cuales quedan apenas un 8%. Ahora los exguerrilleros reforestarán 100 hectáreas, ayudarán a proteger los ríos y adelantarán capacitaciones para que otras comunidades aledañas se unan.
El bosque seco tropical es uno de los ecosistemas menos atractivos a simple vista. Hay quienes se atreven a decir que es feo, pues durante cinco meses del año no tiene hojas. Las especies se despojan de ellas para aguantar la fuerte sequía del verano y el agua se empoza en pequeños charcos, que solo visitan los mosquitos. Pero ese fue el hogar, durante largas temporadas, de los exguerrilleros de las Farc que andaban por el Cesar, en las faldas de la Serranía del Perijá. “Ya cuando venía el invierno y el follaje, nos escondíamos de la aviación bajo sus árboles y tomábamos el agua de sus ríos”.
Germán Gómez, excomandante de las Farc y conocido como Lucas Urueta, dice que todo lo que saben del bosque seco tropical es de tanto habitarlo. “¿Sabías tú que solo queda el 8% de las nueve millones que había en el país?”, interpela. Y tiene razón: tras más de 400 años de asentamientos humanos, hoy es uno de los ecosistemas en peligro en Colombia. Por eso, esos excombatientes que algún día se cobijaron bajo su sombra, ganaron una convocatoria para salvarlo. Su compromiso: demarcar y conservar 100 hectáreas de este bosque, que está aledaño a su territorio.
(Puede interesarle: De guerrilleros a coinvestigadores en expedición biológica en Antioquia)
Desde este año, hacen parte del consorcio de los Territorios y áreas conservadas por pueblos indígenas y comunidades locales, conocidos como TICCA. “Nosotros habíamos intentado varias veces crear un proyecto que nos permitiera tener recursos para invertir en nuestro entorno. Cuando se lo comenté a un amigo de la comunidad, él nos habló de la convocatoria y aplicamos. Nos lo ganamos y fue una alegría inmensa porque estábamos compitiendo con otras comunidades con mayores extensiones de conservación”, cuenta Gómez.
Desde que se firmó el Acuerdo de Paz, al menos 130 miembros de la extinta guerrilla conforman, junto con sus familias, la vereda de Tierra Grata. Allí han creado una comunidad, que poco a poco se ha convertido en autosostenible. Tienen su acueducto, guardería, tienda, restaurante, casas y proyectos productivos de ganadería, vivero, turismo sostenible, avicultura, agricultura, entre otros. “Somos conscientes de que hemos generado un impacto y que nuestra vereda está rodeada de remanentes de este importante ecosistema, que no podemos dejar morir”, agrega.
Los TICCA surgieron a partir de un movimiento mundial, de organizaciones civiles, mayoritariamente indígenas, que promovía la equidad en la conservación alrededor del cambio de milenio. En 2008, en el marco del IV Congreso de la Naturaleza, decidieron conformarse como un consorcio. Y dos años más tarde, la Asamblea General de la ONU le dio un espaldarazo para que se consolidaran como asociación legal y así más comunidades, como la de los exguerrilleros, pudieran unirse con la misión de conversar su entorno para las futuras generaciones. Ahora cuentan con el apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones, PNUD, el Centro de Estudios Interculturales (CEMI), entre otros.
Los excombatientes cumplieron con todos los requisitos para convertirse en un TICCA: presentaron un proyecto de conservación, son una comunidad con un estrecho vínculo con su territorio, tienen unas normas para su cuidado y un sistema de gobernanza propio, cuentan con medios de sustento disponibles y con una diversidad dentro de su población. “Aquí no solo tenemos la mesa de género sino también la étnica. Contamos con miembros de siete comunidades indígenas y negras, cuya visión es un eje central para la preservación y conservación del bosque seco tropical”, explica Gómez.
Reforestar para contar con agua en el futuro
El bosque seco tropical es un ecosistema que se encuentra desde México hasta Perú. En Colombia, se ubicaban en la región Caribe, Magdalena, Cauca, la región NorAndina en Santander y Norte de Santander, el valle del Patía, Arauca y Vichada. Cuatro siglos atrás, su extensión era tan grande como el departamento de Antioquia, pero eso ha ido cambiando drásticamente.
“Como son las regiones más sabrosas de Colombia, se han dado los grandes asentamientos históricos, incluso desde la llegada de los españoles. Cali, Santafé de Antioquia y Santa Marta son prueba de ello. Todo eso ha transformado este ecosistema. Valga aclarar que no es un fenómeno reciente, como sucede en el piedemonte amazónico. Es histórico y consolidado. Del 8% que queda, el 5% está protegido”, asegura Hernando García, director del Instituto Humboldt.
Por supuesto, hay algunos agravantes, como la ganadería extensiva. “Esos bosques secos están fragmentados y asociados a quebradas, muy arraigados en la cultura colombiana de tener la finca con ganado. Entonces la condición de este ecosistema es que no solo quedan pocos, sino que aquellos que quedan no tienen buen estado de salud”, señala el biólogo.
Un dato que alarma es que el 65% de las áreas que ocupaban el bosque seco originalmente están bajo un nivel de desertificación. Es decir, de pérdida de fertilidad de los suelos. Para García, “las más afectadas son las comunidades, porque no tienen cómo producir comida. Tampoco tienen suelos sanos para tener un abastecimiento seguro de agua o protección frente a riesgos climáticos, como las avalanchas o inundaciones. Es gente que está en una mayor condición de vulnerabilidad”.
(Lea más: SOS por el bosque seco tropical)
Eso lo conocen los excombatientes. Por eso su proyecto está dedicado a la reforestación de especies de este bosque, además del cuidado de las fuentes hídricas y recuperación del suelo a través de abono orgánico bokashi, que hacen 16 mujeres y dos hombres de la mesa técnica de género, encargada del vivero.
Antonio Calderón y Yalena Fernández, quienes acompañan el recorrido, cuentan que tienen capacidad y mano de obra para no parar de reforestar el próximo año y medio, lo que dura el proyecto. “Lo importante es sembrar árboles que conservan el agua, como la ceiba. Aquí tenemos de varios años: esta es de tres y está apenas de seis meses. Queremos tener 5.000 de esta especie. El kilo de esta semilla vale un millón de pesos. Nosotros las buscamos en los arroyos, las rehabilitamos y las traemos. Esto es una bendición”, cuenta Calderón, mientras va alzando cada planta. Y en realidad lo es, porque para traer el agua a Tierra Grata tuvieron que adaptar largas mangueras, pues el nacedero está a nueve kilómetros y apenas les aporta cuatro pulgadas. “En el verano nos vemos en problemas”, agrega.
También está en sus planes sembrar 5.000 matas de cacao y 10.000 palos de matarratón, además de samán campano, caracolí y cañaguate. “¿Por qué estas plantas? Además de darnos más agua, algunas nos dan frutos para el ganado y los cerdos. Y otras cumplen con la función de cercar”, dice el excombatiente.
Pero es que, adicional a eso, reforestar, como lo han hecho desde 2017, les ha servido para volver a ver especies. “El bosque seco tropical es el hábitat de muchas especies de flora, pero también de animales. En Tierra Grata tenemos 134 especies de aves nativas y migratorias, como el colibrí del Perijá, el chamicero, el gorrión Montes de Phelps o el tapaculo. Ellas nos ayudan a sobrevivir, porque uno de nuestros proyectos es de ecoturismo con avistamiento”, agrega Gómez.
Como parte de las TICCA, quieren empezar cuanto antes la labor educativa con todas las comunidades aledañas, para que se unan al proyecto. Una parte importante del compromiso es adelantar capacitaciones en reciclaje, buen manejo de residuos orgánicos e inorgánicos y huertas caseras.
“La gente aprende con el ejemplo. Queremos lograr conectarnos con las otras veredas para unir pedazos de bosques aislados y así ir formando corredores ecológicos hacia el páramo de la Sabana Rubia, 3.400 metros sobre el nivel del mar”. Dicho páramo, expone Gómez, es su “fábrica de agua y fuente principal de vida”.
Además, así pueden acercar otro tipo de animales. El director del Instituto Humboldt advierte que una de las consecuencias de la fragmentación es que muchas especies no tienen cómo moverse, pues no pueden acceder a grandes coberturas de bosque: “Por ejemplo, las especies de primates son muy sensibles a esto. Terminan en remanentes pequeños y con el tiempo son poblaciones que se pierden. Muchas áreas donde hoy están remanentes de bosque seco antes tenían tití cabeciblanco. Hoy ya no lo ves”.
Por otro lado, cuando hay solo parches de bosques, estos se vuelven más vulnerables a los incendios forestales, los vendavales y caída de árboles. Empieza a haber una degradación. Y, lo que más les preocupa a las comunidades y los exguerrilleros, es que se pierde la capacidad de mantener agua.
“Nosotros queremos mostrarle al resto de la sociedad colombiana que sí hay alternativas, que sí es posible hacer las cosas de otra manera, con otra visión, con otros valores y una manera diferente de vivir. Podemos alcanzar el buen vivir y alejarnos de nuestro individualismo. Debemos tener un desarrollo sostenible e inclusivo, para también reducir las brechas sociales”, afirma. Además, tienen una ventaja: como reincorporados pueden fortalecer esto desde una cultura de paz.
(Vea más: Innovación y diseño en un espacio de reincorporación de la Farc)
Para Gómez, quien lidera el equipo en Tierra Grata, Colombia debe concertar una política ambiental “para evitar que se deprede la naturaleza”. Pero no solo con sectores que siempre han apoyado estas visiones, sino con quienes durante años han estado en la esquina contraria y tienen poder de decisión.
“La lucha es fuerte porque nos toca concertar con políticos y sectores de la economía que afectan directamente al bosque seco, como la ganadería extensiva, la minería extractiva, la construcción de las vías, por nombrarte algunos porque la lista es larga”. Las decisiones, dice, hay que tomarlas ya. Las sequías, como consecuencia del calentamiento de la tierra, son insostenibles. Y, como aseguran Gómez y García, las otras especies pueden ir adaptándose, pero los seres humanos no.
El bosque seco tropical es uno de los ecosistemas menos atractivos a simple vista. Hay quienes se atreven a decir que es feo, pues durante cinco meses del año no tiene hojas. Las especies se despojan de ellas para aguantar la fuerte sequía del verano y el agua se empoza en pequeños charcos, que solo visitan los mosquitos. Pero ese fue el hogar, durante largas temporadas, de los exguerrilleros de las Farc que andaban por el Cesar, en las faldas de la Serranía del Perijá. “Ya cuando venía el invierno y el follaje, nos escondíamos de la aviación bajo sus árboles y tomábamos el agua de sus ríos”.
Germán Gómez, excomandante de las Farc y conocido como Lucas Urueta, dice que todo lo que saben del bosque seco tropical es de tanto habitarlo. “¿Sabías tú que solo queda el 8% de las nueve millones que había en el país?”, interpela. Y tiene razón: tras más de 400 años de asentamientos humanos, hoy es uno de los ecosistemas en peligro en Colombia. Por eso, esos excombatientes que algún día se cobijaron bajo su sombra, ganaron una convocatoria para salvarlo. Su compromiso: demarcar y conservar 100 hectáreas de este bosque, que está aledaño a su territorio.
(Puede interesarle: De guerrilleros a coinvestigadores en expedición biológica en Antioquia)
Desde este año, hacen parte del consorcio de los Territorios y áreas conservadas por pueblos indígenas y comunidades locales, conocidos como TICCA. “Nosotros habíamos intentado varias veces crear un proyecto que nos permitiera tener recursos para invertir en nuestro entorno. Cuando se lo comenté a un amigo de la comunidad, él nos habló de la convocatoria y aplicamos. Nos lo ganamos y fue una alegría inmensa porque estábamos compitiendo con otras comunidades con mayores extensiones de conservación”, cuenta Gómez.
Desde que se firmó el Acuerdo de Paz, al menos 130 miembros de la extinta guerrilla conforman, junto con sus familias, la vereda de Tierra Grata. Allí han creado una comunidad, que poco a poco se ha convertido en autosostenible. Tienen su acueducto, guardería, tienda, restaurante, casas y proyectos productivos de ganadería, vivero, turismo sostenible, avicultura, agricultura, entre otros. “Somos conscientes de que hemos generado un impacto y que nuestra vereda está rodeada de remanentes de este importante ecosistema, que no podemos dejar morir”, agrega.
Los TICCA surgieron a partir de un movimiento mundial, de organizaciones civiles, mayoritariamente indígenas, que promovía la equidad en la conservación alrededor del cambio de milenio. En 2008, en el marco del IV Congreso de la Naturaleza, decidieron conformarse como un consorcio. Y dos años más tarde, la Asamblea General de la ONU le dio un espaldarazo para que se consolidaran como asociación legal y así más comunidades, como la de los exguerrilleros, pudieran unirse con la misión de conversar su entorno para las futuras generaciones. Ahora cuentan con el apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones, PNUD, el Centro de Estudios Interculturales (CEMI), entre otros.
Los excombatientes cumplieron con todos los requisitos para convertirse en un TICCA: presentaron un proyecto de conservación, son una comunidad con un estrecho vínculo con su territorio, tienen unas normas para su cuidado y un sistema de gobernanza propio, cuentan con medios de sustento disponibles y con una diversidad dentro de su población. “Aquí no solo tenemos la mesa de género sino también la étnica. Contamos con miembros de siete comunidades indígenas y negras, cuya visión es un eje central para la preservación y conservación del bosque seco tropical”, explica Gómez.
Reforestar para contar con agua en el futuro
El bosque seco tropical es un ecosistema que se encuentra desde México hasta Perú. En Colombia, se ubicaban en la región Caribe, Magdalena, Cauca, la región NorAndina en Santander y Norte de Santander, el valle del Patía, Arauca y Vichada. Cuatro siglos atrás, su extensión era tan grande como el departamento de Antioquia, pero eso ha ido cambiando drásticamente.
“Como son las regiones más sabrosas de Colombia, se han dado los grandes asentamientos históricos, incluso desde la llegada de los españoles. Cali, Santafé de Antioquia y Santa Marta son prueba de ello. Todo eso ha transformado este ecosistema. Valga aclarar que no es un fenómeno reciente, como sucede en el piedemonte amazónico. Es histórico y consolidado. Del 8% que queda, el 5% está protegido”, asegura Hernando García, director del Instituto Humboldt.
Por supuesto, hay algunos agravantes, como la ganadería extensiva. “Esos bosques secos están fragmentados y asociados a quebradas, muy arraigados en la cultura colombiana de tener la finca con ganado. Entonces la condición de este ecosistema es que no solo quedan pocos, sino que aquellos que quedan no tienen buen estado de salud”, señala el biólogo.
Un dato que alarma es que el 65% de las áreas que ocupaban el bosque seco originalmente están bajo un nivel de desertificación. Es decir, de pérdida de fertilidad de los suelos. Para García, “las más afectadas son las comunidades, porque no tienen cómo producir comida. Tampoco tienen suelos sanos para tener un abastecimiento seguro de agua o protección frente a riesgos climáticos, como las avalanchas o inundaciones. Es gente que está en una mayor condición de vulnerabilidad”.
(Lea más: SOS por el bosque seco tropical)
Eso lo conocen los excombatientes. Por eso su proyecto está dedicado a la reforestación de especies de este bosque, además del cuidado de las fuentes hídricas y recuperación del suelo a través de abono orgánico bokashi, que hacen 16 mujeres y dos hombres de la mesa técnica de género, encargada del vivero.
Antonio Calderón y Yalena Fernández, quienes acompañan el recorrido, cuentan que tienen capacidad y mano de obra para no parar de reforestar el próximo año y medio, lo que dura el proyecto. “Lo importante es sembrar árboles que conservan el agua, como la ceiba. Aquí tenemos de varios años: esta es de tres y está apenas de seis meses. Queremos tener 5.000 de esta especie. El kilo de esta semilla vale un millón de pesos. Nosotros las buscamos en los arroyos, las rehabilitamos y las traemos. Esto es una bendición”, cuenta Calderón, mientras va alzando cada planta. Y en realidad lo es, porque para traer el agua a Tierra Grata tuvieron que adaptar largas mangueras, pues el nacedero está a nueve kilómetros y apenas les aporta cuatro pulgadas. “En el verano nos vemos en problemas”, agrega.
También está en sus planes sembrar 5.000 matas de cacao y 10.000 palos de matarratón, además de samán campano, caracolí y cañaguate. “¿Por qué estas plantas? Además de darnos más agua, algunas nos dan frutos para el ganado y los cerdos. Y otras cumplen con la función de cercar”, dice el excombatiente.
Pero es que, adicional a eso, reforestar, como lo han hecho desde 2017, les ha servido para volver a ver especies. “El bosque seco tropical es el hábitat de muchas especies de flora, pero también de animales. En Tierra Grata tenemos 134 especies de aves nativas y migratorias, como el colibrí del Perijá, el chamicero, el gorrión Montes de Phelps o el tapaculo. Ellas nos ayudan a sobrevivir, porque uno de nuestros proyectos es de ecoturismo con avistamiento”, agrega Gómez.
Como parte de las TICCA, quieren empezar cuanto antes la labor educativa con todas las comunidades aledañas, para que se unan al proyecto. Una parte importante del compromiso es adelantar capacitaciones en reciclaje, buen manejo de residuos orgánicos e inorgánicos y huertas caseras.
“La gente aprende con el ejemplo. Queremos lograr conectarnos con las otras veredas para unir pedazos de bosques aislados y así ir formando corredores ecológicos hacia el páramo de la Sabana Rubia, 3.400 metros sobre el nivel del mar”. Dicho páramo, expone Gómez, es su “fábrica de agua y fuente principal de vida”.
Además, así pueden acercar otro tipo de animales. El director del Instituto Humboldt advierte que una de las consecuencias de la fragmentación es que muchas especies no tienen cómo moverse, pues no pueden acceder a grandes coberturas de bosque: “Por ejemplo, las especies de primates son muy sensibles a esto. Terminan en remanentes pequeños y con el tiempo son poblaciones que se pierden. Muchas áreas donde hoy están remanentes de bosque seco antes tenían tití cabeciblanco. Hoy ya no lo ves”.
Por otro lado, cuando hay solo parches de bosques, estos se vuelven más vulnerables a los incendios forestales, los vendavales y caída de árboles. Empieza a haber una degradación. Y, lo que más les preocupa a las comunidades y los exguerrilleros, es que se pierde la capacidad de mantener agua.
“Nosotros queremos mostrarle al resto de la sociedad colombiana que sí hay alternativas, que sí es posible hacer las cosas de otra manera, con otra visión, con otros valores y una manera diferente de vivir. Podemos alcanzar el buen vivir y alejarnos de nuestro individualismo. Debemos tener un desarrollo sostenible e inclusivo, para también reducir las brechas sociales”, afirma. Además, tienen una ventaja: como reincorporados pueden fortalecer esto desde una cultura de paz.
(Vea más: Innovación y diseño en un espacio de reincorporación de la Farc)
Para Gómez, quien lidera el equipo en Tierra Grata, Colombia debe concertar una política ambiental “para evitar que se deprede la naturaleza”. Pero no solo con sectores que siempre han apoyado estas visiones, sino con quienes durante años han estado en la esquina contraria y tienen poder de decisión.
“La lucha es fuerte porque nos toca concertar con políticos y sectores de la economía que afectan directamente al bosque seco, como la ganadería extensiva, la minería extractiva, la construcción de las vías, por nombrarte algunos porque la lista es larga”. Las decisiones, dice, hay que tomarlas ya. Las sequías, como consecuencia del calentamiento de la tierra, son insostenibles. Y, como aseguran Gómez y García, las otras especies pueden ir adaptándose, pero los seres humanos no.