El proyecto ecoturístico para que la guerra no se repita en Cesar
Desde noviembre del 2017, 19 excombatientes de las Farc se están capacitando para ofrecer servicios turísticos en La Paz. Otros proyectos para la reincorporación esperan recursos.
Nicolás Sánchez A. / @ANicolasSanchez
“Mucho gusto. Yo soy Germán Gómez, antes era Lucas Urueta”, me dijo el excomandante de las Farc, con su acento caribeño, a la entrada de un aula en la que había varios excombatientes estudiando con cuaderno y lápices. Eran ocho, todos trabajaban con la idea de conformar un proyecto ecoturístico que es su vida tras dejar las armas, hace más de un año en lo que para esa época era la zona veredal de Tierra Grata, ubicada en La Paz (Cesar).
Hasta ese espacio territorial de capacitación, ubicado a 45 minutos de Valledupar, llegaron unos 150 excombatientes de los frentes 41 y 19. Hacían parte del Bloque Caribe de las Farc, que estaba integrado también por los frentes 35, 37 y 59. Los combatientes de esos otros frentes llegaron a Pondores, ubicado en Fonseca (Guajira), a unas dos horas en carro.
En la clase que dirigía Gómez estaban consolidando el modelo de negocio. En sus manos tenían unas fotocopias de unos formatos con el logotipo de la Cámara de Comercio de Valledupar. En las hojas había un esquema, llamado mapa de empatía, en el cual los excombatientes respondían preguntas desde la perspectiva de un turista. En las paredes del aula también había matrices, en las cuales consignaban las debilidades, oportunidades, fortalezas y amenazas que tiene la iniciativa.
(Lea también: Informe de ONU pide al gobierno entrante apoyar la reincorporación de las Farc)
La preparación para atender visitantes empezó en noviembre del 2017. Han recibido capacitaciones por parte de instituciones y organizaciones como el SENA, la Cámara de Comercio de Valledupar y Procolombia. Gómez se sentó en un pupitre y empezó a leer los nombres de los cursos que han realizado: Mesa y bar, Estructuración de negocios, ABC del turismo y Desarrollo de proyectos ecoturísticos.
Para empezar a operar, 19 excombatientes constituyeron la empresa Tierra Grata Ecotours, el 26 de junio del 2018. “Acá hay gente que empieza a funcionar sin tener todos los papeles, pero nosotros quisimos hacerlo con todo bien constituido”, resaltó Gómez. La idea que tienen en mente es que los turistas que vayan a visitarlos hagan una especie de turismo de paz.
El reflejo de eso es la infraestructura para el proyecto. Ocho excombatientes recorren las instalaciones y van explicando de qué se trata. “Nuestro turismo es distinto”, afirma Alcides Rivera, de 59 años, quien pasó tanto por las filas del Eln como por las Farc y ahora se quiere dedicar a recibir visitantes.
Es un espacio en el cual los árboles dan tregua al inclemente sol del Caribe. A pocos metros se puede disfrutar de una gran vista de la Serranía del Perijá, cadena montañosa que durante décadas fue espacio de operaciones del Bloque Caribe de las Farc. Se encuentran 54 caletas (un pequeño cuarto rodeado por lona), las cuales están adecuadas para que duerma una persona. El lugar semeja un campamento guerrillero. “A veces extraño dormir en una de estas, sacar el chinchorro y echarme ahí”, dice Aldair, quien duró 16 años en la guerrilla. Pudieron construir ese lugar gracias a una donación de $33 millones que les dio el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Hay un espacio grande con bancas, mesas y una foto de Jorge Briceño, quien fue conocido en la guerra como el Mono Jojoy. Cuenta Rivera que en aulas como esas les impartían clases sobre diferentes temas, que iban desde lectura hasta los principios del marxismo-leninismo que orientaban el accionar de la organización guerrillera.
El campamento tiene también una cocina (que en tiempos de guerra era llamada “rancha”) con un fogón “cubano”. Es una estructura hecha con barro que tiene dos orificios, uno para meter leña y otro para poner las ollas sobre el fuego. Betty Gil, quien estuvo 21 años alzada en armas, narra que en tiempos de guerra lo primero que hacían al llegar a un lugar era ese horno. Recuerda cómo, para no ser detectados por la Fuerza Pública, hacían que el humo de la cocina se fuera bajo tierra para salir a más de 100 metros de donde se encontraba el campamento. La idea es que los visitantes puedan probar platos que eran la base de la alimentación de los guerrilleros, como la “cancharina”, el cuchuco y el peto.
(Lea también: Las preocupaciones de la ONU sobre la implementación)
Gil también enseña una carpa que emula las enfermerías de los campamentos. Ella ingresó a los 14 años a las Farc y al poco tiempo empezó a estudiar para ser enfermera de guerra. Al llegar a la camilla de madera recuerda tal vez el día más difícil de su trasegar por el conflicto armado: una madrugada del 2005 estaban en un campamento en Codazzi (Cesar) y la Fuerza Aérea empezó a bombardearlos. Esa noche Gil vio morir a siete de sus compañeros, entre quienes se encontraba su compañero sentimental “Dinael”, y 15 más salieron heridos. Ella se sacó una esquirla que tenía incrustada en el hombro.
El proyecto también busca hacer memoria de esa guerra que quedó marcada en el cuerpo de Gil. La idea es que los turistas duerman algunos días en el campamento, pero que también lo hagan en las casas prefabricadas que el Gobierno les entregó a los excombatientes. Con eso se busca que los visitantes entiendan los cambios que trajo el proceso de paz para la vida de quienes estuvieron alzados en armas.
Proyectan construir una casa de memoria sobre el conflicto armado para que los huéspedes del hotel pasen por ahí. “La casa de la memoria tiene que ir orientada hacia reconocer y visibilizar las víctimas. No se trata de hacer una apología del conflicto”, aclaró Gómez. Ese componente del proyecto es tan importante para los miembros de Tierra Grata Ecotours, que al preguntarle cómo soñaba el proyecto en cinco años respondió: “El sueño mío es que la gente se vaya con una historia más clara de lo que fue la guerra que se vivió en Colombia”.
Gómez cuenta que en el departamento hay algunas iniciativas para que los excombatientes les pidan perdón a sus víctimas. Sin embargo, no quiso dar detalles, argumentando que es un proceso que han trabajado con las comunidades y “requiere una discreción hasta el momento que se considere, sobre todo las víctimas, que eso puede ser público”.
En la clase leyeron uno de los objetivos del proyecto: “Interactuar con otras culturas políticas, religiosas, etcétera, para que nunca se repita un conflicto de esta magnitud”. Eso lo resume Gómez diciendo: “Tenemos que cambiar el chip tanto nosotros, los excombatientes, como la población que nos va a acoger”.
Sastrería Tierra Grata
Cristian Quintero no me permite grabar nuestra conversación. “Todo está muy inconcluso”, dice. Sin embargo, accede a contestar las preguntas que le hago, al principio casi a regañadientes, pero con el correr de los minutos con más confianza. Hablamos mientras él está confeccionando una camisa blanca. La sastrería ha sido lo suyo.
Es de Bucaramanga y tiene 42 años, de los cuales 24 estuvo en la insurgencia. En las filas guerrilleras tenía la tarea de hacer los uniformes que usaban sus compañeros del Bloque Caribe. Trabajaba con plantas de energía en medio de la selva y les enseñaba su arte a grupos de guerrilleros. Algunos de sus pupilos están en el espacio territorial de Pondores.
Tras dejar su arma, se juntó con otros cuatro compañeros que invirtieron parte de lo que el Estado les entregó para la compra de maquinaria y así montar una sastrería. Ahora cuentan con dos máquinas de coser, una serradora y un equipo para pegar botones. Sueñan con montar una empresa de confección. Al proyecto se unieron tres excombatientes más.
Los frutos de su empeño se están empezando a ver. Por ejemplo, la Cámara de Comercio de Valledupar contrató con ellos la elaboración de la dotación de camisas y pantalones para sus empleados. También Cemento Vallenato, una empresa de la región, les mandó hacer 300 uniformes. Están en la tarea de conseguir nuevos contratos con entidades públicas y privadas.
Las condiciones, sin embargo, no son las mejores. Trabajan en un cuarto prefabricado de ocho por siete metros. “Esto a las dos de la tarde no se lo aguanta nadie”, dice Quintero. El calor los obliga a trabajar con dos ventiladores que no son recomendables para una sastrería, debido a que enredan los hilos con los que se trabaja.
En el cuarto también está Daniel Morón, coordinador de Pastoral Social de la Parroquia San Francisco de Asís, de La Paz, quien ha acompañado el proceso de reincorporación de los excombatientes desde que se crearon las zonas veredales, a inicios de 2017. “Acá el problema es de espacio. Hay un proyecto de panadería que tocó pararlo porque no hay dónde pueda funcionar”, cuenta.
(Le puede interesar: "A inicios del 2019 empezaremos a desminar, es una deuda moral": Farc)
Morón tiene pendiente una visita a Europa. En su viaje espera encontrar recursos tanto para la sastrería como para la panadería. Estará en seis países del viejo continente, donde se reunirá con diferentes organizaciones de la sociedad civil. “Yo espero traer aprobados por lo menos 20 proyectos para los excombatientes, que están en Tierra Grata y en Pondores, y las comunidades que están cerca de los espacios territoriales”, proyecta entusiasmado.
Si las cosas se dan como Morón lo sueña, decenas de excombatientes encontrarán la opción de tener un nuevo proyecto de vida distinto a la confrontación armada. “Esos proyectos dignifican al ser humano y les dan la opción de que ellos crezcan”, opina. Al preguntarle por qué un católico trabaja de la mano con comunistas, suelta una carcajada y, tras tomar aire, habla en tono reflexivo y le envía un mensaje al país creyente: “Un buen católico no se fija en las ideologías, los poderes ni las economías, sino en los corazones de cada ser humano y ahí está Dios”.
“Mucho gusto. Yo soy Germán Gómez, antes era Lucas Urueta”, me dijo el excomandante de las Farc, con su acento caribeño, a la entrada de un aula en la que había varios excombatientes estudiando con cuaderno y lápices. Eran ocho, todos trabajaban con la idea de conformar un proyecto ecoturístico que es su vida tras dejar las armas, hace más de un año en lo que para esa época era la zona veredal de Tierra Grata, ubicada en La Paz (Cesar).
Hasta ese espacio territorial de capacitación, ubicado a 45 minutos de Valledupar, llegaron unos 150 excombatientes de los frentes 41 y 19. Hacían parte del Bloque Caribe de las Farc, que estaba integrado también por los frentes 35, 37 y 59. Los combatientes de esos otros frentes llegaron a Pondores, ubicado en Fonseca (Guajira), a unas dos horas en carro.
En la clase que dirigía Gómez estaban consolidando el modelo de negocio. En sus manos tenían unas fotocopias de unos formatos con el logotipo de la Cámara de Comercio de Valledupar. En las hojas había un esquema, llamado mapa de empatía, en el cual los excombatientes respondían preguntas desde la perspectiva de un turista. En las paredes del aula también había matrices, en las cuales consignaban las debilidades, oportunidades, fortalezas y amenazas que tiene la iniciativa.
(Lea también: Informe de ONU pide al gobierno entrante apoyar la reincorporación de las Farc)
La preparación para atender visitantes empezó en noviembre del 2017. Han recibido capacitaciones por parte de instituciones y organizaciones como el SENA, la Cámara de Comercio de Valledupar y Procolombia. Gómez se sentó en un pupitre y empezó a leer los nombres de los cursos que han realizado: Mesa y bar, Estructuración de negocios, ABC del turismo y Desarrollo de proyectos ecoturísticos.
Para empezar a operar, 19 excombatientes constituyeron la empresa Tierra Grata Ecotours, el 26 de junio del 2018. “Acá hay gente que empieza a funcionar sin tener todos los papeles, pero nosotros quisimos hacerlo con todo bien constituido”, resaltó Gómez. La idea que tienen en mente es que los turistas que vayan a visitarlos hagan una especie de turismo de paz.
El reflejo de eso es la infraestructura para el proyecto. Ocho excombatientes recorren las instalaciones y van explicando de qué se trata. “Nuestro turismo es distinto”, afirma Alcides Rivera, de 59 años, quien pasó tanto por las filas del Eln como por las Farc y ahora se quiere dedicar a recibir visitantes.
Es un espacio en el cual los árboles dan tregua al inclemente sol del Caribe. A pocos metros se puede disfrutar de una gran vista de la Serranía del Perijá, cadena montañosa que durante décadas fue espacio de operaciones del Bloque Caribe de las Farc. Se encuentran 54 caletas (un pequeño cuarto rodeado por lona), las cuales están adecuadas para que duerma una persona. El lugar semeja un campamento guerrillero. “A veces extraño dormir en una de estas, sacar el chinchorro y echarme ahí”, dice Aldair, quien duró 16 años en la guerrilla. Pudieron construir ese lugar gracias a una donación de $33 millones que les dio el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Hay un espacio grande con bancas, mesas y una foto de Jorge Briceño, quien fue conocido en la guerra como el Mono Jojoy. Cuenta Rivera que en aulas como esas les impartían clases sobre diferentes temas, que iban desde lectura hasta los principios del marxismo-leninismo que orientaban el accionar de la organización guerrillera.
El campamento tiene también una cocina (que en tiempos de guerra era llamada “rancha”) con un fogón “cubano”. Es una estructura hecha con barro que tiene dos orificios, uno para meter leña y otro para poner las ollas sobre el fuego. Betty Gil, quien estuvo 21 años alzada en armas, narra que en tiempos de guerra lo primero que hacían al llegar a un lugar era ese horno. Recuerda cómo, para no ser detectados por la Fuerza Pública, hacían que el humo de la cocina se fuera bajo tierra para salir a más de 100 metros de donde se encontraba el campamento. La idea es que los visitantes puedan probar platos que eran la base de la alimentación de los guerrilleros, como la “cancharina”, el cuchuco y el peto.
(Lea también: Las preocupaciones de la ONU sobre la implementación)
Gil también enseña una carpa que emula las enfermerías de los campamentos. Ella ingresó a los 14 años a las Farc y al poco tiempo empezó a estudiar para ser enfermera de guerra. Al llegar a la camilla de madera recuerda tal vez el día más difícil de su trasegar por el conflicto armado: una madrugada del 2005 estaban en un campamento en Codazzi (Cesar) y la Fuerza Aérea empezó a bombardearlos. Esa noche Gil vio morir a siete de sus compañeros, entre quienes se encontraba su compañero sentimental “Dinael”, y 15 más salieron heridos. Ella se sacó una esquirla que tenía incrustada en el hombro.
El proyecto también busca hacer memoria de esa guerra que quedó marcada en el cuerpo de Gil. La idea es que los turistas duerman algunos días en el campamento, pero que también lo hagan en las casas prefabricadas que el Gobierno les entregó a los excombatientes. Con eso se busca que los visitantes entiendan los cambios que trajo el proceso de paz para la vida de quienes estuvieron alzados en armas.
Proyectan construir una casa de memoria sobre el conflicto armado para que los huéspedes del hotel pasen por ahí. “La casa de la memoria tiene que ir orientada hacia reconocer y visibilizar las víctimas. No se trata de hacer una apología del conflicto”, aclaró Gómez. Ese componente del proyecto es tan importante para los miembros de Tierra Grata Ecotours, que al preguntarle cómo soñaba el proyecto en cinco años respondió: “El sueño mío es que la gente se vaya con una historia más clara de lo que fue la guerra que se vivió en Colombia”.
Gómez cuenta que en el departamento hay algunas iniciativas para que los excombatientes les pidan perdón a sus víctimas. Sin embargo, no quiso dar detalles, argumentando que es un proceso que han trabajado con las comunidades y “requiere una discreción hasta el momento que se considere, sobre todo las víctimas, que eso puede ser público”.
En la clase leyeron uno de los objetivos del proyecto: “Interactuar con otras culturas políticas, religiosas, etcétera, para que nunca se repita un conflicto de esta magnitud”. Eso lo resume Gómez diciendo: “Tenemos que cambiar el chip tanto nosotros, los excombatientes, como la población que nos va a acoger”.
Sastrería Tierra Grata
Cristian Quintero no me permite grabar nuestra conversación. “Todo está muy inconcluso”, dice. Sin embargo, accede a contestar las preguntas que le hago, al principio casi a regañadientes, pero con el correr de los minutos con más confianza. Hablamos mientras él está confeccionando una camisa blanca. La sastrería ha sido lo suyo.
Es de Bucaramanga y tiene 42 años, de los cuales 24 estuvo en la insurgencia. En las filas guerrilleras tenía la tarea de hacer los uniformes que usaban sus compañeros del Bloque Caribe. Trabajaba con plantas de energía en medio de la selva y les enseñaba su arte a grupos de guerrilleros. Algunos de sus pupilos están en el espacio territorial de Pondores.
Tras dejar su arma, se juntó con otros cuatro compañeros que invirtieron parte de lo que el Estado les entregó para la compra de maquinaria y así montar una sastrería. Ahora cuentan con dos máquinas de coser, una serradora y un equipo para pegar botones. Sueñan con montar una empresa de confección. Al proyecto se unieron tres excombatientes más.
Los frutos de su empeño se están empezando a ver. Por ejemplo, la Cámara de Comercio de Valledupar contrató con ellos la elaboración de la dotación de camisas y pantalones para sus empleados. También Cemento Vallenato, una empresa de la región, les mandó hacer 300 uniformes. Están en la tarea de conseguir nuevos contratos con entidades públicas y privadas.
Las condiciones, sin embargo, no son las mejores. Trabajan en un cuarto prefabricado de ocho por siete metros. “Esto a las dos de la tarde no se lo aguanta nadie”, dice Quintero. El calor los obliga a trabajar con dos ventiladores que no son recomendables para una sastrería, debido a que enredan los hilos con los que se trabaja.
En el cuarto también está Daniel Morón, coordinador de Pastoral Social de la Parroquia San Francisco de Asís, de La Paz, quien ha acompañado el proceso de reincorporación de los excombatientes desde que se crearon las zonas veredales, a inicios de 2017. “Acá el problema es de espacio. Hay un proyecto de panadería que tocó pararlo porque no hay dónde pueda funcionar”, cuenta.
(Le puede interesar: "A inicios del 2019 empezaremos a desminar, es una deuda moral": Farc)
Morón tiene pendiente una visita a Europa. En su viaje espera encontrar recursos tanto para la sastrería como para la panadería. Estará en seis países del viejo continente, donde se reunirá con diferentes organizaciones de la sociedad civil. “Yo espero traer aprobados por lo menos 20 proyectos para los excombatientes, que están en Tierra Grata y en Pondores, y las comunidades que están cerca de los espacios territoriales”, proyecta entusiasmado.
Si las cosas se dan como Morón lo sueña, decenas de excombatientes encontrarán la opción de tener un nuevo proyecto de vida distinto a la confrontación armada. “Esos proyectos dignifican al ser humano y les dan la opción de que ellos crezcan”, opina. Al preguntarle por qué un católico trabaja de la mano con comunistas, suelta una carcajada y, tras tomar aire, habla en tono reflexivo y le envía un mensaje al país creyente: “Un buen católico no se fija en las ideologías, los poderes ni las economías, sino en los corazones de cada ser humano y ahí está Dios”.