"El sabio de la tribu": homenaje a Alfredo Molano Bravo en la Comisión de la Verdad
El periodista y comisionado de la verdad, fallecido el jueves, enfocó su trabajo en la investigación sobre el despojo de tierras y el abandono de la población campesina en Colombia. Tributo a sus luchas y su obra.
Colombia en Transición
El sueño por el que trabajó Alfredo Molano Bravo era el de una verdad del conflicto armado llena de barro, de trochas caminadas y las propias voces de quienes la vivieron. Así lo entendieron sus lectores, sus amigos y sus compañeros de travesía en las más de cuatro décadas de producción académica y periodística sobre esa Colombia olvidada y rural que pocos conocen y que él recorrió sin descanso hasta sus últimos días.
(Le puede interesar: Alfredo Molano, el hombre de los tenis de tela)
Lo señalaba durante el homenaje, con voz sentida, un campesino del páramo del Sumapaz, esa bisagra entre el poder político y económico del país que conecta con los Llanos orientales y con el fantástico mundo de relatos a los que Molano dedicara especial atención. Quienes hacen investigación de campo, dijo el labriego, “tienen que vestirse de paciencia, bajarse de la intelectualidad y dialogar con el campesino analfabeta. Embarrarse, mojarse, dormir bajo un árbol para poder enriquecer la historia de Colombia”.
Sus palabras, pronunciadas en el hall de entrada a la sede de la Comisión de la Verdad, en Bogotá, conmovieron como tantas otras por la precisión al describir las virtudes profesionales y personales de Molano Bravo, el sociólogo, periodista y comisionado que falleció el jueves 31 de octubre y al cual centenar y medio de amigos, familiares, investigadores y trabajadores de la paz rindieron tributo ayer, en la sede de la Comisión de la Verdad.
Los demás comisionados exaltaron sus luchas por los campesinos, indígenas y colonos a través de un sentido homenaje. Su esposa, Gladys Jimeno, sus hijos y sobrinos, su exesposa, Marta, y su amada nieta, Antonia, también estuvieron presentes.
“Alfredo les pertenece a ustedes y a los que están en los campos; a las comunidades negras, indígenas y campesinas; a los defensores de derechos humanos y a los peleadores por que haya justicia y paz en nuestro país”, dijo Gladys.
“Él ayudó a que las voces olvidadas fueran escuchadas. A él no le importaba que lo fueran a matar solo por decir la verdad de los que no eran escuchados”, afirmó su nieta, Antonia, la inspiración de muchos escritos de Molano.
El sabio de la tribu
Los demás comisionados le decían así, con cariño, por la prudencia y asertividad de sus consejos. Un hombre de pocas palabras, “pero cuando hablaba nos aterrizaba en que la verdad la teníamos que contar desde la gente, desde los territorios; que la verdad estaba en las historias de vida, no en testimonios fragmentados”, le contó a este diario Alejandra Miller, una de las 10 comisionadas de la verdad.Un hombre humilde, para nada pretencioso, que no sabía —o no le interesaba saber— la dimensión de la influencia que tenía en muchas personas de este país. De un humor maravilloso y de fácil acercamiento con la gente. Así lo describió ella. Para Martha Ruiz, también comisionada, Molano fue la columna vertebral de la Comisión de la Verdad, por la ética con la que hizo su trabajo, siempre alejado del poder, siempre enfocado en la gente más olvidada y afectada por el conflicto. “En su recorrido de vida alcanzó un nivel de sabiduría que le permitía mirar la realidad con mucha tranquilidad y sosiego, desapegado de ideologías y prejuicios”.
(Lea: Cinco artículos para recordar a Alfredo Molano Bravo)
Aunque su lucha contra el cáncer aminoró sus fuerzas, hasta el último día estuvo firme en la búsqueda de testimonios en los territorios. “Alfredo entendía que él tenía que vivir para hacer este trabajo en la Comisión. Pero no era el único motivo, porque quería entrañablemente a su esposa Gladys y a sus nietos”, aseguró Saúl Franco. En la Comisión ambos se convirtieron en grandes amigos.
A los dos, con 75 años, el amor por sus nietos los unía. Compartían con orgullo las fotos y anécdotas de los niños. Nunca aceptó una incapacidad a pesar de su enfermedad, confesó Saúl. Creía que saldría del difícil trance para lograr un relato lo más completo y transparente posible del conflicto armado en Colombia.
Como dijo su hijo, Alfredo Molano Jimeno, en medio del homenaje, su mayor temor era “dejar huérfano el capítulo del conflicto en el Meta”, dejar esa tarea inconclusa.
Molano Bravo viajaba en lancha durante seis horas. O aguantaba en carro las trochas de la sabana del Ariari, en el Meta. Eran recorridos difíciles, extenuantes, pero nunca se quejó. Vivir el territorio colombiano era, para él, comer en la casa de la gente, montar a caballo, bañarse con totumas de agua o dormir en colchones duros o chinchorros. Como la gente del campo.
“Todo el tiempo apuntaba en su libreta lo que escuchaba. Estaba escribiendo cinco o seis historias de vida enfocadas en la lucha de la tierra o la vida entre filas guerrilleras. Entrevistó a paramilitares, exguerrilleros, en la cárcel o en sus parcelas, preguntándoles por qué la violencia fue la forma de reclamar”, cuenta Heriberto Tarazona, miembro del equipo de Molano en el Guaviare.
Su legado por la verdad
Esa obsesión por conocer la verdad contada por los campesinos de todo el país y mirar con perspectiva histórica y social esas narraciones fueron las principales lecciones que les dejó a los demás comisionados.“Él fue el que insistió en que iniciáramos el período de estudio desde finales de los años cincuenta, donde ocurrieron varios hechos que le dieron la base a este conflicto armado. Esa visión nos hará falta”, contó Saúl Franco. “El despliegue territorial que hizo la Comisión es hecho casi de la mano de Molano, porque nos hizo toda una cátedra de cómo la guerra se fue desplegando a través de las cuencas de los ríos”, señaló Martha Ruiz.
Otra de sus máximas era que la verdad no debe ser negociable y debe ser contada de manera valiente, con respeto y claridad. No debe importar que incomode y toque intereses.
Para Molano, no se podía escribir una verdad políticamente correcta. Esta debe ser diversa, decía él, y también rigurosa. Las afirmaciones tienen que hacerse con fundamento y con criterio, porque así es la única forma de defenderlas.
Su hijo, y periodista de esta casa, Alfredo Molano Jimeno, puso en manos de los comisionados una gran responsabilidad: que el informe final le rinda homenaje a ese esfuerzo que su padre hizo por encontrar la verdad.
Para muchos, Alfredo Molano Bravo es el gran narrador del conflicto contemporáneo en Colombia y un buscador incansable de la verdad. “Nadie en este país tiene una obra que le vaya a ser tan útil a la Comisión como la de Alfredo Molano”, sentenció Martha Ruiz.
Vea acá la transmisión completa del homenaje:
El sueño por el que trabajó Alfredo Molano Bravo era el de una verdad del conflicto armado llena de barro, de trochas caminadas y las propias voces de quienes la vivieron. Así lo entendieron sus lectores, sus amigos y sus compañeros de travesía en las más de cuatro décadas de producción académica y periodística sobre esa Colombia olvidada y rural que pocos conocen y que él recorrió sin descanso hasta sus últimos días.
(Le puede interesar: Alfredo Molano, el hombre de los tenis de tela)
Lo señalaba durante el homenaje, con voz sentida, un campesino del páramo del Sumapaz, esa bisagra entre el poder político y económico del país que conecta con los Llanos orientales y con el fantástico mundo de relatos a los que Molano dedicara especial atención. Quienes hacen investigación de campo, dijo el labriego, “tienen que vestirse de paciencia, bajarse de la intelectualidad y dialogar con el campesino analfabeta. Embarrarse, mojarse, dormir bajo un árbol para poder enriquecer la historia de Colombia”.
Sus palabras, pronunciadas en el hall de entrada a la sede de la Comisión de la Verdad, en Bogotá, conmovieron como tantas otras por la precisión al describir las virtudes profesionales y personales de Molano Bravo, el sociólogo, periodista y comisionado que falleció el jueves 31 de octubre y al cual centenar y medio de amigos, familiares, investigadores y trabajadores de la paz rindieron tributo ayer, en la sede de la Comisión de la Verdad.
Los demás comisionados exaltaron sus luchas por los campesinos, indígenas y colonos a través de un sentido homenaje. Su esposa, Gladys Jimeno, sus hijos y sobrinos, su exesposa, Marta, y su amada nieta, Antonia, también estuvieron presentes.
“Alfredo les pertenece a ustedes y a los que están en los campos; a las comunidades negras, indígenas y campesinas; a los defensores de derechos humanos y a los peleadores por que haya justicia y paz en nuestro país”, dijo Gladys.
“Él ayudó a que las voces olvidadas fueran escuchadas. A él no le importaba que lo fueran a matar solo por decir la verdad de los que no eran escuchados”, afirmó su nieta, Antonia, la inspiración de muchos escritos de Molano.
El sabio de la tribu
Los demás comisionados le decían así, con cariño, por la prudencia y asertividad de sus consejos. Un hombre de pocas palabras, “pero cuando hablaba nos aterrizaba en que la verdad la teníamos que contar desde la gente, desde los territorios; que la verdad estaba en las historias de vida, no en testimonios fragmentados”, le contó a este diario Alejandra Miller, una de las 10 comisionadas de la verdad.Un hombre humilde, para nada pretencioso, que no sabía —o no le interesaba saber— la dimensión de la influencia que tenía en muchas personas de este país. De un humor maravilloso y de fácil acercamiento con la gente. Así lo describió ella. Para Martha Ruiz, también comisionada, Molano fue la columna vertebral de la Comisión de la Verdad, por la ética con la que hizo su trabajo, siempre alejado del poder, siempre enfocado en la gente más olvidada y afectada por el conflicto. “En su recorrido de vida alcanzó un nivel de sabiduría que le permitía mirar la realidad con mucha tranquilidad y sosiego, desapegado de ideologías y prejuicios”.
(Lea: Cinco artículos para recordar a Alfredo Molano Bravo)
Aunque su lucha contra el cáncer aminoró sus fuerzas, hasta el último día estuvo firme en la búsqueda de testimonios en los territorios. “Alfredo entendía que él tenía que vivir para hacer este trabajo en la Comisión. Pero no era el único motivo, porque quería entrañablemente a su esposa Gladys y a sus nietos”, aseguró Saúl Franco. En la Comisión ambos se convirtieron en grandes amigos.
A los dos, con 75 años, el amor por sus nietos los unía. Compartían con orgullo las fotos y anécdotas de los niños. Nunca aceptó una incapacidad a pesar de su enfermedad, confesó Saúl. Creía que saldría del difícil trance para lograr un relato lo más completo y transparente posible del conflicto armado en Colombia.
Como dijo su hijo, Alfredo Molano Jimeno, en medio del homenaje, su mayor temor era “dejar huérfano el capítulo del conflicto en el Meta”, dejar esa tarea inconclusa.
Molano Bravo viajaba en lancha durante seis horas. O aguantaba en carro las trochas de la sabana del Ariari, en el Meta. Eran recorridos difíciles, extenuantes, pero nunca se quejó. Vivir el territorio colombiano era, para él, comer en la casa de la gente, montar a caballo, bañarse con totumas de agua o dormir en colchones duros o chinchorros. Como la gente del campo.
“Todo el tiempo apuntaba en su libreta lo que escuchaba. Estaba escribiendo cinco o seis historias de vida enfocadas en la lucha de la tierra o la vida entre filas guerrilleras. Entrevistó a paramilitares, exguerrilleros, en la cárcel o en sus parcelas, preguntándoles por qué la violencia fue la forma de reclamar”, cuenta Heriberto Tarazona, miembro del equipo de Molano en el Guaviare.
Su legado por la verdad
Esa obsesión por conocer la verdad contada por los campesinos de todo el país y mirar con perspectiva histórica y social esas narraciones fueron las principales lecciones que les dejó a los demás comisionados.“Él fue el que insistió en que iniciáramos el período de estudio desde finales de los años cincuenta, donde ocurrieron varios hechos que le dieron la base a este conflicto armado. Esa visión nos hará falta”, contó Saúl Franco. “El despliegue territorial que hizo la Comisión es hecho casi de la mano de Molano, porque nos hizo toda una cátedra de cómo la guerra se fue desplegando a través de las cuencas de los ríos”, señaló Martha Ruiz.
Otra de sus máximas era que la verdad no debe ser negociable y debe ser contada de manera valiente, con respeto y claridad. No debe importar que incomode y toque intereses.
Para Molano, no se podía escribir una verdad políticamente correcta. Esta debe ser diversa, decía él, y también rigurosa. Las afirmaciones tienen que hacerse con fundamento y con criterio, porque así es la única forma de defenderlas.
Su hijo, y periodista de esta casa, Alfredo Molano Jimeno, puso en manos de los comisionados una gran responsabilidad: que el informe final le rinda homenaje a ese esfuerzo que su padre hizo por encontrar la verdad.
Para muchos, Alfredo Molano Bravo es el gran narrador del conflicto contemporáneo en Colombia y un buscador incansable de la verdad. “Nadie en este país tiene una obra que le vaya a ser tan útil a la Comisión como la de Alfredo Molano”, sentenció Martha Ruiz.
Vea acá la transmisión completa del homenaje: