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El perdón es un bocado que cada quien mastica como quiere o puede. Hay quienes lo disfrutan, lo saborean y lo pasan lentamente. Hay otros que prefieren ayudarse con agua, para dejar de sentir su amargo. Y hay un puñado que lo tiene en la boca sin saber qué hacer: si escupirlo o tragarlo. Roberto Lacouture está en ese último grupo. Desde que la guerrilla de las Farc lo secuestró, hace 31 años, ha intentado perdonar, pero siempre ha vuelto a la misma frase: “Todavía no puedo”. Luego le dice entre risas a quien fue su captor, Abelardo Caicedo Colorado, conocido como Solís Almeida: “Y a ti te quiero preso”.
No es una risa de venganza ni de quien se ufana de tener el poder para joder al otro. Roberto se ríe, porque no tiene otra opción. Y porque, quizás, en el fondo tiene la duda de si de verdad quiere preso o no a Solís, como él mismo lo llama. Con el Acuerdo de Paz, el excomandante de la guerrilla goza de libertad condicionada y trabaja en varios proyectos de reincorporación en la vereda de Tierra Grata, el hogar de 130 excombatientes en el Cesar.
Allí llegó Roberto el pasado 22 de julio para entregarles semillas de fríjol cabecita negra y el compromiso de unas capacitaciones de la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales y Leguminosas (Fenalce), gremio al que pertenece hace décadas. “¿Por qué hago esto? Porque yo tengo claro que, aunque no lo he perdonado, no quiero que él ni los muchachos vuelvan a la guerra. Si ustedes no tienen cómo sostener esto, ¿qué van a hacer? Muchos pueden irse a engrosar los cinturones de miseria en Valledupar o se devuelven al monte”.
Fue la primera vez que se encontraron después del resonado evento de la Comisión de la Verdad sobre el secuestro, en el que Roberto y su esposa Diana Daza hablaron en público de lo que vivieron. Allí también estuvo Solís. Se conocían desde hacía varios años e incluso Roberto había ayudado a los exguerrilleros con sus proyectos, pero en ese escenario parecían desconocidos. Mientras la familia Lacouture Daza relató el dolor de tener que estar lejos de Roberto durante 87 días, sin dormir ni comer bien; el exguerrillero optó por reclamar al Gobierno Nacional la falta de implementación del Acuerdo de Paz. “Él estaba nervioso, no estaba preparado para eso”, lo disculpa Roberto.
Y Solís lo reconoce: “Yo estaba incómodo. Es una exposición grande. Además, no pude ir a las reuniones previas porque tuve COVID. La Comisión puso a Pedro Trujillo a pedir perdón y que le respondiera a Diana, y él ni siquiera la conoció. Sentí que no estaba bien. Nosotros hemos hecho muchos reconocimientos, sobre todo en esta zona, pero de otra manera. Más íntima, más sentida. A Roberto muchas veces le he pedido perdón de verdad. Él lo sabe”.
***
Un día antes de llegar a Tierra Grata, Roberto fue insistente con sus peticiones: “Dile a Solís que me tenga una limonada helada, sin azúcar”. Pero Solís le tiene algo mejor: dos cervezas frías de La Roja y La Trocha, hechas por excombatientes de las Farc. Roberto llegó a las 10:00 a.m., en su camioneta que ya tiene más de quince años, junto a Diana, y dos empleados de Fenalce. Se veía tranquilo y cómodo. Haber visitado el lugar ya le daba ciertas licencias. “¿Te acuerdas que vine con un pudín delicioso?”.
Esa fue la segunda vez que se encontraron frente a frente. La primera había sido en su casa en Valledupar, en 2019, donde se tomaron un tinto y pudieron hablar del secuestro sin tapujos. Era apenas el comienzo de la cura de un raspón que va cicatrizando lentamente y les permite, al menos, andar juntos.
—Aquí te traje al ingeniero agrónomo. El fríjol que te trajimos es para sembrarlos y con él vamos a adelantar la parte técnica... —Roberto para la conversación ante las miradas de la gente que estaba alrededor y que sabe el papel de ambos en la guerra—. El asunto es que ellos deben pagar por lo que hicieron, pero si ya los muchachos están haciendo otras cosas, como uniformes para Cementos Vallenato, o cultivos y ganadería, a eso hay que apostarle.
—Y también uniformes para Fenalce— le responde Solís.
—Oye, por cierto, te tengo un encarguito de treinta ponchos con este bordado —con las manos, Roberto extiende la tela para mostrar la frase “EstamosConUribe”.
Ambos sueltan carcajadas. El expresidente Álvaro Uribe Vélez ha sido el mayor opositor del Acuerdo de Paz con el que la extinta guerrilla de las Farc dejó las armas y fue el mandatario que con más fuerza atacó a este grupo armado. “Por eso soy uribista, porque le dio duro a Solís y su combo, que nos tenían azotados en el Cesar. Uno no podía ni salir de Valledupar porque en un lado estaban las Farc y en el otro el Eln. Nos robaron las vacas, nos quemaron las fincas, secuestraron a familiares y hasta mataron a los empleados”, señala Roberto.
Solís le insiste que no le robó vacas, pero Roberto está convencido hasta hoy de que sí.
—Las vacas que yo me robé y que tú te comiste en el secuestro fueron las de Pipe Mattos. A él si nos le llevábamos los novillos… ¡Y tú no eres uribista, eres fuuuribista! — asegura Solís.
—Oye, eso de los novillos lo sé hasta hoy. Pobre Pipe. Igual casi ni comí, porque ustedes cocinaban muy feo. Una semana se les dio por hacer pasta. Nojoda, solo era eso y mal hecha. Fíjate tú, bajé en esa época 17 kilos. No se puede comer en medio de esa angustia.
(Lea también: El acceso a tierra: la encrucijada de la reincorporación)
El agrónomo le pregunta a Solís su puesto en la guerrilla. Pero antes de que él responda, Roberto lo interrumpe: “Fue el comandante del Frente 41 de las Farc. Este man fue el que me secuestró, al que le dije el 6 de octubre de 1989: ‘Oye, estás equivocado, llevo quince días de haber llegado a Valledupar, ¿cómo me vas a secuestrar? Y me respondió: ‘Es que tú eres Lacouture’. Y yo bien le respondí: ‘Eche, le doy el apellido a ocho o diez de los guerrilleros para pagarte la deuda’. Me respondió que no, que iba pa’ arriba”.
De él, en cambio, habla poco. Es agricultor y ganadero. “Me describo a mí mismo como conservador, católico y uribista”, dice cada vez que se presenta. Y es uno de los líderes gremiales con más prestigio por su trayectoria y su disposición al diálogo. También su apellido le pesa. Durante décadas, la familia Lacouture fue una de las más adineradas de la región y conocida en el Caribe. No en vano también fue perseguida durante el conflicto armado: fueron víctimas de 16 secuestros y un asesinato.
Cuando relata los hechos del secuestro, Roberto no para de hacer chistes. El humor le ayuda a tramitar un dolor que no se va y “probablemente no lo haga nunca”, advierte. A lomo de mula, las Farc se lo llevó hasta Estados Unidos, un corregimiento del municipio de Becerril. “Mira tú, hasta internacional resultó el secuestro y ellos dizque en contra de los yankees”. Allí lo dejaron amarrado la mitad de su cautiverio.
Y mientras él repasa los recuerdos, Solís agarra el celular, mira hacia otro lado o coordina labores. Aunque también comparte las bromas, se ve incómodo. Le pregunto si en ese entonces dimensionaba la gravedad del delito, lo inhumano e indigno que fue, pero solo atina a decir: “Ni siquiera pensaba que iba a estar vivo hasta este momento”. “Yo tampoco, porque la guerra luego se puso fea”, añade Roberto.
“Si se suman una y otra, durante los últimos treinta años la guerra y sus actores dejaron a su paso por Cesar 72.000 víctimas, entre ellas 6.000 personas asesinadas, 66.000 desplazadas, 1.200 desaparecidas y 2.524 secuestradas, además de huérfanos, viudas, campesinos que abandonaron y mal vendieron miles de hectáreas y una democracia golpeada”, confirma el Centro Nacional de Memoria Histórica.
La conversación fluye mientras Solís les muestra a Roberto y a Diana el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) en agradecimiento a querer ayudarlos. El sol golpea duro, pero los chistes, las reflexiones y las recomendaciones calman la fatiga. “Te he dicho varias veces que siembres marañón. Eso da plata y es lo que necesitan para hacer mover todo lo que tienen aquí”, dice Roberto.
Diana y Roberto están sorprendidos por los avances. Hoy la vereda de Tierra Grata crece a pasos agigantados. Las familias de los excombatientes se asentaron y hay alrededor de cuarenta niños y niñas, nacidos después del Acuerdo de Paz. Lograron adecuar un acueducto, armar un jardín infantil, crear una casa de la memoria, instalar una tienda, poner en marcha un restaurante, construir un espacio comunal para los eventos y un salón de computadores para quienes están estudiando, entre ellos Solís, quien va en sexto semestre de Administración Pública.
(Vea: Los testimonios de las víctimas del secuestro en el Valle del Cauca)
“Muchas de estas cosas las hemos logrado con convocatorias, muchísimas donaciones de la comunidad internacional, otras con el Gobierno y los proyectos productivos que estamos adelantando. Más del 80 % de los que estamos aquí tenemos vocación agraria, según el censo que nos hizo la Universidad Nacional”, les explica Solís. En Tierra Grata, los excombatientes tienen un taller de confección y trabajan con empresas del Cesar y organizaciones mundiales para hacerles uniformes, tapabocas, botas, gorras y los productos que les pidan.
Otro de sus fuertes es el turismo. Tienen un lugar para hospedar a extranjeros y nacionales que quieran descansar, hacer avistamiento de aves, ir al río o a la Serranía del Perijá. “Aquí hay 68 de las 105 aves de la región. Estamos sembrando más árboles para que lleguen más”, cuenta el excomandante.
A Diana le alegra no perderse el encuentro. Tenía miedo de venir: “Claro, es que yo no tengo rencor, pero sí desconfianza”. Subir hasta la vereda fue una odisea. Después del secuestro, no transita carreteras destapadas. “Ni siquiera voy a nuestra finca. Le tengo pánico”. Decidió hacerlo por la insistencia de Roberto y porque cree que la compañía de Solís también le ayuda a “pasar la página”.
—¿Cuántos se han devuelto a la guerra? —pregunta Diana.
—De nosotros, el comandante del 41, que se llamaba Gonzalo. Nos dijo que se iba a cultivar fríjoles, pero después apareció en el video de Iván Márquez y la Segunda Marquetalia. Pero aquí seguimos la mayoría y aquí nos quedaremos.
Solís está acostumbrado a estas preguntas. El día que salió el video del rearme de Iván Márquez, Jesús Santrich y el Paisa, iba tarde para una de sus clases de la universidad. Algo sucedió en la vía y tuvo que perderse la primera hora. Avergonzado, entró al salón y cuando alzó la mirada, cinco de sus compañeros salieron corriendo a abrazarlo. “Pensaron que me había devuelto a la guerra y estaban felices de verme ahí. En ese momento supe que todo el esfuerzo valió la pena, que yo al monte no vuelvo”.
***
Solís tiene sesenta años, los mismos que Roberto. Tiene el pelo oscuro, es fornido y de piel tersa. A Roberto se le notan más los años, su pelo y barba son blancas y tiene unos kilos de más que, advierte, ya no van a bajar. Tuvieron vidas diferentes que se cruzaron en las peores circunstancias y que hoy los llevan a pensar en orillas opuestas. Mientras Roberto es un defensor a ultranza del capitalismo, Solís se autoproclama comunista.
—¿Tú quieres que algún día todo esto que has trabajado se lo lleven?— increpa Roberto.
—Pero de eso no se trata el comunismo —replica Solís.
—¿Y qué sucedió en Venezuela entonces? ... Mira, yo sé que nunca nos vamos a poner de acuerdo en estas posturas, pero tenemos que llegar a puntos en común para que el país surja, que haya oportunidades. Eso sí: sin socialismo. Hasta ahora ese proyecto ha fracasado.
—Podría aceptar parte de eso, pero el capitalismo también ha fracasado: no ha podido resolver el grave problema de la desigualdad.
Y para sostener ese argumento, Solís habla de su caso: “Yo solo llegué hasta cuarto de primaria. En quinto mi padre no tuvo cómo sostenerme, entonces me tocó irme a trabajar con él a cultivar maíz. Tenía trece años y estaba trabajando. A los 16 años me mamé de eso y de la persecución del Ejército, porque era miembro de la Juventud Comunista Colombiana (JUCO). Y en este país ser comunista es malo. Me fui a la guerrilla sin más opción”.
Roberto, como pocas veces, tarda en responderle: “En la vida hay que reflexionar sobre todas las cosas que uno hace y está convencido de que son las mejores. Ahí es cuando más debemos cuestionarnos. Muchas veces he pensado en los zapatos que vivió Solís. Se fue a la guerra porque no tuvo una oportunidad. A esa edad yo estaba bailando y era un buen deportista, estaba en otro cuento. Lo tuve todo”.
Pero en su juego, la vida va cambiando las balanzas. Ahora Roberto debe caminar una loma empinada: “Mi vida no ha sido fácil desde el secuestro. He intentado empezar cuatro o cinco veces. Sigo cargando con las deudas que adquirió mi madre para pagar el rescate y que luego asumí, con otro monto más, para comprar más ganado y echar pa’ delante”.
El plan iba en marcha hasta que les tocó abandonar la finca. Los elenos le robaron más reses y entraron, impulsados por los ganaderos de la región, los paramilitares. Aunque al principio reconoce que los apoyó, luego se volvió un lío, porque lo amenazaron por estar de “bocón” y rechazar su violencia desmedida.
(Lea: La reconciliación de dos antiguos enemigos)
Luego su familia hizo un negocio maderero con el Estado y resultó peor. Casi diez años después, no le han respondido por los daños que le causaron a su propiedad. “Sigo siendo agricultor y ganadero con las vacas de otros, porque es lo que sé hacer, pero es duro. Piensa esto: solo llegar hasta allá es imposible con esa carretera y, para rematar, se me dañó una máquina y no tengo $300.000 ya para arreglarlo. Me toca vivir el día a día”.
Solís está labrando su ruta con más tranquilidad. No gana millones y muchos de los proyectos apenas dan unas pocas ganancias, pero reconoce que ha tenido apoyo. Roberto, sin un pelo de vergüenza, le expresa su envidia: “Yo sí te voy a decir la verdad: mira tú esa cantidad de carros que tienen y todos blindados. Y yo ando en mi carrito viejito. Es que a ustedes les han dado todo y con las víctimas están en deuda”.
Aunque estos beneficios son temporales, para Solís, lo justo es que también los tengan las comunidades afectadas por el conflicto armado, como Roberto. Por eso, en gran medida, decidió pertenecer al Consejo Departamental de Paz del Cesar. “Lo más curioso es que estoy ahí gracias a Roberto, porque luego me enteré de que él votó por mí para que participara. Los que considerábamos que iban a votar por mí, es decir, los de las organizaciones sociales, no lo hicieron”, dice.
—No le alcanzaron los votos. Sacó como cuatro. Pero les dije a los miembros que si la junta no tenía a la gente de las Farc, lo mejor era irse para la casa. Claro, es que uno debe tener antagonistas en la mesa, no a los amigos. Y así fue como llegó al consejo directivo —explica Roberto.
—Cuando llegué a la primera reunión, Roberto me dijo: “Solís, ven pa’ acá” y le contó a un señor que tenía al lado: “Él fue el que me secuestró”. Y el otro no creía, le dio risa.
—Esa fue la primera vez que fuiste, pero luego tú me buscabas el ladito, ¿no? Ahí querías estar al lado mío. Es que diles la verdad: tú quieres estar cerca de mí y hacer hasta negocios conmigo.
En medio del sancocho de gallina que ofreció Solís para Diana y Roberto, siguen botando ideas sobre la tecnificación del campo, el precio del maíz, la necesidad de implementar el punto de tierras del Acuerdo de Paz y otros interrogantes sobre el secuestro que el excomandante de las Farc no puede resolver porque no los recuerda. “Eso es de las cosas que más nos duele: que nosotros sufrimos tanto y él no recuerda los hechos. No sé si es porque secuestraron mucha gente o pasaron los años, pero de verdad que se le borró el casete”, asegura Diana.
Después del almuerzo, los invitados deciden irse para no tomar la carretera de noche. “Estamos hablando a ver en qué más puedo ayudarte. No es mucho, y seguro esta golondrina no hace verano, pero ajá, en lo que pueda servirte me dices… ¿sabes? Yo creo que en otra vida hubiéramos podido ser buenos amigos”, se despide Roberto. Solís le da un abrazo y le dice que espera verlo pronto en el Consejo o en una de las capacitaciones que hará Fenalce con los excombatientes. Sabe que se verán en más ocasiones y está a la espera de que algún día el perdón que tanto ha pedido llegue. Al final de cuentas, ese es el verano que valdrá la pena.