El teatro y la danza narran la verdad del conflicto en Chocó
La Corporación Jóvenes Creadores del Chocó utiliza el cuerpo para contar cómo han vivido el conflicto armado, hacer memoria sobre sus tradiciones y para denunciar lo que los sigue amenazando: la violencia y la falta de oportunidades.
Cuando la Corporación Jóvenes Creadores del Chocó (JCH) presentó la obra de teatro Bojayá: masacre y olvido, en la que narran la historia de una mujer negra que perdió a su familia el 2 de mayo de 2002 en la masacre de Bojayá (Chocó), les sorprendió que algunos adolescentes les dijeran: “yo no sabía que eso había pasado aquí”. No sabían a pesar de que ese hecho hizo que resaltara en el mapa de Colombia el municipio chocoano, hasta entonces desconocido en el relato nacional. Precisamente eso buscaban con la obra: mostrarles a quienes conocían, y a quienes no, el impacto de la violencia en una vida humana y hermana.
Pero esa no era la primera obra en la que estos jóvenes, que desde 2008 trabajan por brindarle un espacio seguro a la juventud chocoana, se referían al impacto del conflicto armado en las comunidades. Antes habían hablado sobre el reclutamiento de menores de edad por parte de los grupos armados ilegales, y antes, sobre la importancia de los rituales mortuorios en el pueblo afro. Para ellos y ellas es el cuerpo el que puede expresar, recordar y transmitir la realidad que viven, a la que aspiran y también la verdad del conflicto armado que esperan que se esclarezca.
Katherine Gil García, directora y cofundadora de la corporación, dice: “desde que creamos JCH hemos dicho que no nos interesa contar las historias de otros, nos interesa contar nuestras historias. Ahí está el clic del asunto. ¿Por qué decíamos eso? Porque nuestras historias son contadas por otros e incluso tergiversadas, o porque esas historias de nuestras comunidades ni siquiera nos llegan. Estamos aquí, pero es como si no nos conociéramos. Estando en nuestro territorio, pero absolutamente de espaldas”.
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Para eso, pensaron, debían comprender qué ocurría dentro de sus comunidades y cuál era su historia y sus tradiciones. “De tal manera que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que vean en cualquier momento una de nuestras piezas artísticas digan: estoy conociendo mi historia. Nosotros estamos haciendo un ejercicio de protección y conservación del conocimiento que se genera en nuestro territorio, estamos haciendo un ejercicio de poder dignificar las prácticas artísticas y culturales de nuestras comunidades”, dice Gil.
Pero para los “Jóvenes Creadores del Chocó” la historia incluye también violencia y para contarla había que escuchar a quienes la han vivido y a quienes seguían rodeados o inmersos en ella. Porque en Chocó, además de la masacre de Bojayá del 2 de mayo, se han cometido 57 masacres más, según el Centro Nacional de Memoria Histórica; 452.782 personas han sido desplazadas y 2.949 más, desaparecidas, según el Registro Único de Víctimas.
Este espacio de creación artística, en el que hacen teatro y danzas tradicionales y urbanas, también ha sido un entorno seguro para los jóvenes que estuvieron vinculados a grupos al margen de la ley, para quienes han pasado por establecimientos carcelarios, para quienes son acosados por estos grupos y para todas y todos aquellos que tienen sueños en los que la guerra no cabe.
La búsqueda es que cada joven que llega se sienta como un ser humano valioso, “con toda la vulnerabilidad que puedan traer, pero con la posibilidad de abrirse y resistir a través del arte”, dice Katherine Gil. “Hay una frase que dijo un joven: “seño, yo he conocido más candados que prosperidades”. Está diciendo que ha estado más en la cárcel que en cualquier otra oportunidad que hubiera tenido para desarrollar su proyecto de vida. Hay jóvenes que le dicen a uno: a veces nos ha tocado arrodillarnos ante la violencia. Quisiera arrodillarme en un paso de baile, o porque estoy alegre o para darle gracias a Dios, pero no arrodillarme para que me coloquen una pistola intentando meterme un tiro de gracia”.
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No es una preocupación menor. En lo que va del año, según Darwin Lozano, abogado y veedor ciudadano, 97 jóvenes han sido asesinados en Quibdó. Y según comunicados de bandas criminales de la capital chocoana, son al menos 900 los jóvenes que tienen captados.
Por eso insisten en este ejercicio. Por ejemplo, a través de la danza tienen una obra que se llama Revolución PaZcífica, que fue codirigida por el director y coreógrafo Rafael Palacio, en la que se preguntan: ¿Qué está pasando con los jóvenes?, y la respuesta es que les está preocupando la contaminación del río Atrato, declarado sujeto de derechos. “Contaminación por mercurio, por minería ilegal, lo que afecta la seguridad alimentaria, nos preocupa el desempleo, nos preocupa que hoy no podemos andar con el cabello pintado de cualquier forma, no podemos caminar de esta manera, no podemos entrar a este barrio porque nos desaparecen, nos amenazan o llegan a tu casa a pedirte la vacuna, o te dicen: “vení, si vos no sos campanero, sabés lo que te va a pasar”, cuenta Katherine Gil.
Al final, lo que dicen en voz alta los “Jóvenes Creadores del Chocó” es que las acciones equivocadas de miembros de las comunidades no los definen a ellos ni a sus pueblos. “Somos un poder colectivo de transformación social y cultural. Somos creación, innovación, somos oportunidad, tenemos la responsabilidad de no seguir viendo a nuestro territorio con los ojos de la pobreza, sino de la grandeza. Es necesario levantar el orgullo negro”, afirma Gil.
Y para eso piden también el esclarecimiento. ¿Cuáles son los hechos que impactaron a la población joven del Chocó? ¿Por qué sigue la violencia? ¿Cómo se están violentando sus derechos? ¿Qué debe hacerse para que esto no siga sucediendo? Esas son algunas de las preguntas que le dejan sobre la mesa a la Comisión de la Verdad, con quien conversaron la semana que pasa. Además, también sueñan con que las prácticas artísticas y comunitarias sigan narrando la verdad de su territorio.
Cuando la Corporación Jóvenes Creadores del Chocó (JCH) presentó la obra de teatro Bojayá: masacre y olvido, en la que narran la historia de una mujer negra que perdió a su familia el 2 de mayo de 2002 en la masacre de Bojayá (Chocó), les sorprendió que algunos adolescentes les dijeran: “yo no sabía que eso había pasado aquí”. No sabían a pesar de que ese hecho hizo que resaltara en el mapa de Colombia el municipio chocoano, hasta entonces desconocido en el relato nacional. Precisamente eso buscaban con la obra: mostrarles a quienes conocían, y a quienes no, el impacto de la violencia en una vida humana y hermana.
Pero esa no era la primera obra en la que estos jóvenes, que desde 2008 trabajan por brindarle un espacio seguro a la juventud chocoana, se referían al impacto del conflicto armado en las comunidades. Antes habían hablado sobre el reclutamiento de menores de edad por parte de los grupos armados ilegales, y antes, sobre la importancia de los rituales mortuorios en el pueblo afro. Para ellos y ellas es el cuerpo el que puede expresar, recordar y transmitir la realidad que viven, a la que aspiran y también la verdad del conflicto armado que esperan que se esclarezca.
Katherine Gil García, directora y cofundadora de la corporación, dice: “desde que creamos JCH hemos dicho que no nos interesa contar las historias de otros, nos interesa contar nuestras historias. Ahí está el clic del asunto. ¿Por qué decíamos eso? Porque nuestras historias son contadas por otros e incluso tergiversadas, o porque esas historias de nuestras comunidades ni siquiera nos llegan. Estamos aquí, pero es como si no nos conociéramos. Estando en nuestro territorio, pero absolutamente de espaldas”.
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Para eso, pensaron, debían comprender qué ocurría dentro de sus comunidades y cuál era su historia y sus tradiciones. “De tal manera que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que vean en cualquier momento una de nuestras piezas artísticas digan: estoy conociendo mi historia. Nosotros estamos haciendo un ejercicio de protección y conservación del conocimiento que se genera en nuestro territorio, estamos haciendo un ejercicio de poder dignificar las prácticas artísticas y culturales de nuestras comunidades”, dice Gil.
Pero para los “Jóvenes Creadores del Chocó” la historia incluye también violencia y para contarla había que escuchar a quienes la han vivido y a quienes seguían rodeados o inmersos en ella. Porque en Chocó, además de la masacre de Bojayá del 2 de mayo, se han cometido 57 masacres más, según el Centro Nacional de Memoria Histórica; 452.782 personas han sido desplazadas y 2.949 más, desaparecidas, según el Registro Único de Víctimas.
Este espacio de creación artística, en el que hacen teatro y danzas tradicionales y urbanas, también ha sido un entorno seguro para los jóvenes que estuvieron vinculados a grupos al margen de la ley, para quienes han pasado por establecimientos carcelarios, para quienes son acosados por estos grupos y para todas y todos aquellos que tienen sueños en los que la guerra no cabe.
La búsqueda es que cada joven que llega se sienta como un ser humano valioso, “con toda la vulnerabilidad que puedan traer, pero con la posibilidad de abrirse y resistir a través del arte”, dice Katherine Gil. “Hay una frase que dijo un joven: “seño, yo he conocido más candados que prosperidades”. Está diciendo que ha estado más en la cárcel que en cualquier otra oportunidad que hubiera tenido para desarrollar su proyecto de vida. Hay jóvenes que le dicen a uno: a veces nos ha tocado arrodillarnos ante la violencia. Quisiera arrodillarme en un paso de baile, o porque estoy alegre o para darle gracias a Dios, pero no arrodillarme para que me coloquen una pistola intentando meterme un tiro de gracia”.
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No es una preocupación menor. En lo que va del año, según Darwin Lozano, abogado y veedor ciudadano, 97 jóvenes han sido asesinados en Quibdó. Y según comunicados de bandas criminales de la capital chocoana, son al menos 900 los jóvenes que tienen captados.
Por eso insisten en este ejercicio. Por ejemplo, a través de la danza tienen una obra que se llama Revolución PaZcífica, que fue codirigida por el director y coreógrafo Rafael Palacio, en la que se preguntan: ¿Qué está pasando con los jóvenes?, y la respuesta es que les está preocupando la contaminación del río Atrato, declarado sujeto de derechos. “Contaminación por mercurio, por minería ilegal, lo que afecta la seguridad alimentaria, nos preocupa el desempleo, nos preocupa que hoy no podemos andar con el cabello pintado de cualquier forma, no podemos caminar de esta manera, no podemos entrar a este barrio porque nos desaparecen, nos amenazan o llegan a tu casa a pedirte la vacuna, o te dicen: “vení, si vos no sos campanero, sabés lo que te va a pasar”, cuenta Katherine Gil.
Al final, lo que dicen en voz alta los “Jóvenes Creadores del Chocó” es que las acciones equivocadas de miembros de las comunidades no los definen a ellos ni a sus pueblos. “Somos un poder colectivo de transformación social y cultural. Somos creación, innovación, somos oportunidad, tenemos la responsabilidad de no seguir viendo a nuestro territorio con los ojos de la pobreza, sino de la grandeza. Es necesario levantar el orgullo negro”, afirma Gil.
Y para eso piden también el esclarecimiento. ¿Cuáles son los hechos que impactaron a la población joven del Chocó? ¿Por qué sigue la violencia? ¿Cómo se están violentando sus derechos? ¿Qué debe hacerse para que esto no siga sucediendo? Esas son algunas de las preguntas que le dejan sobre la mesa a la Comisión de la Verdad, con quien conversaron la semana que pasa. Además, también sueñan con que las prácticas artísticas y comunitarias sigan narrando la verdad de su territorio.