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El testigo es un documental de una hora y 12 minutos que rompió récord de audiencia en las salas de cine de Colombia, que fue visto por más de tres millones de personas por Caracol Televisión y que llegó a Netflix, una de las principales plataformas de streaming del mundo. El testigo también es una exposición de más de 600 fotos, distribuidas en cuatro salas, a la que han llegado algo más de dos millones de visitantes y que permanece aún en el claustro San Agustín, pese a llevar tres años en exhibición.
Ahora El testigo es una colección de cuatro libros que tiene casi 100 fotos más que la exposición y que contiene, además, nueve textos de otros testigos del conflicto armado, como María Lucía González, una exjueza que vive en el exilio y cuyo testimonio fue revelado por Jorge Cardona; Iván Velásquez, hoy ministro de Defensa; Rodrigo Botero García, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible; Jhenifer Mojica y Gerardo Vega, quienes ostentan cargos en el actual Gobierno, y los periodistas José Navia Lame, Jorge Enrique Botero y Mauricio Builes.
En video: El Testigo en libros: conversación con Jesús Abad Colorado y María Belén Sáez
Este es un proyecto editorial de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia y contó con el apoyo de Sura, la Embajada de Noruega en Colombia y la Fundación Carlos Arcesio Paz. El lanzamiento se hizo en el Instituto de Paz, en Washington D. C. (Estados Unidos), con la presentación de Adam Isacson, de WOLA. Durante una semana, Jesús Abad Colorado y María Belén Sáez cumplieron una agenda de actividades en la American University, de Washington; Boston University, Columbia University, Hofstra University y en la sede del Comité para la Protección de los Periodistas, en Nueva York.
Pero, ante todo, El testigo es una conversación entre el fotoperiodista Jesús Abad Colorado y María Belén Sáez, la curadora de la exposición y de los libros. Una conversación que depura miles de fotografías que Jesús tomó durante 30 años de ejercicio periodístico. Esta semana el trabajo editorial se lanzó en Estados Unidos y se presentó en varias universidades de ese país. Esta semana se lanzará en el Festival Gabo y el 20 de octubre estará disponible para compras en: www.eltestigocoleccion.com. Esta es una conversación con sus autores.
¿Cómo fue el trabajo de curaduría para llegar a estos cuatro tomos?
María Belén Sáez: esta curaduría parte de la exposición que está en el claustro desde 2018. Es una conversación de muchos años con Jesús que se ha depurado para llegar con un testimonio muy nítido sobre sus 30 años de trabajo visitando a personas y lugares. El resultado es una enciclopedia en la que podemos mirar a los ojos de nuestro pasado con valentía, porque es muy doloroso lo que hemos visto hacer y lo que hemos permitido hacer, un concierto social para tapar, callar, ocultar, favorecerse, insertarse y acomodarse en este infierno, la guerra, que viven estas comunidades. El propósito es que estas personas sean el centro y la ruta hacia el futuro, para avanzar hacia una paz grande, en la que el Estado debe asumir la responsabilidad de hacer las reformas indispensables y que cada uno de nosotros, sin tener que hacer acuerdos, posibilite el acceso a la tierra de las comunidades campesinas y pueda integrarlas a la economía. A eso nos conminan estos rostros que capturó Jesús Abad.
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¿Como fue eso de convertir una exposición viva como “El testigo” en libros?
MBS: eso lo llamo constelaciones, tejidos, es una narración de la memoria para que se convierta en historia. Para que la memoria no sea blandita hay que contextualizarla con mucha precisión y hay que narrarla. Lo que hice en la exposición fue narrar 600 imágenes en cuatro salas. En los libros lo que se hace es trasladar esas constelaciones a un proyecto en el que todos pueden participar, porque esto no es un objeto, es cómo te conectas cuando estás frente a él. Va más allá del conocimiento racional, del historicismo, con fechas y explicaciones. Estamos mostrando una historia material que parte de acontecimientos específicos de la cotidianidad, juntos tejen lo que es estar ahí por generaciones entre los rastrojos de la violencia. Hemos maltratado tanto el concepto de vida, que hay que rescatar la dignidad de las personas, de las aguas, de los bosques.
¿Por qué hacer el lanzamiento en Washington?
Jesús Abad Colorado: los libros o la exposición con alas, como llamamos a este proyecto editorial, los íbamos a lanzar a comienzos de año, pero la pandemia lo retrasó, aunque también favoreció el proyecto, porque sirvió para sentarnos días y noches durante semanas y meses para sacarlo adelante. Estábamos en el gobierno anterior y queríamos generar una reflexión no solo en Colombia, sino en Estados Unidos, donde se definen tantas cosas de América Latina y de Colombia, porque el rostro de los humillados, de los despojados de la tierra y de la vida, no se conoce aquí.
Cuando la gente navegue por los libros se dará cuenta de que el 90 o 95 % de las víctimas que están ahí retratadas tienen una historia y una identidad porque sabemos quién es María Solina, quién es Adolfo Oquendo, quién es Leonel Valle o Carmen Tulia y su hija Lady Lorena. Tenemos una agenda apretada en varias universidades que la ha propiciado el colega argentino Carlos Lauria. Queremos tocar a las puertas de congresistas y organismos multilaterales para que entiendan que estas comunidades retratadas reclaman la paz, han vivido con esperanza, nunca dejaron de sembrar, y que es para ellos que estamos reclamando una paz grande. No podemos seguir aplazando la construcción de un país que lo ha tenido todo, pero donde son pocos los que se enriquecen con el poder.
¿Cuántas fotografías contiene el libro?
MBS: son más de 700 fotografías, son 150.000 palabras, casi 1.500 páginas, 30 años de trabajo en testimonios y vidas, varias generaciones de campesinos, de comunidades indígenas y comunidades afros, porque sobre ellos ha recaído la mayor carga del conflicto y representan más del 80% de las víctimas registradas oficialmente. Esta guerra ha sido contra ellos, han sido años de trasegar, de estar ahí, desde que sale el Sol hasta que sale la Luna, viendo las mismas imágenes, las personas desenterrando con sus propios manos a sus muertos, personas huyendo y pasando peligros en operaciones de despojo y de segregación gigantesca.
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Los nombres de los libros son iguales a las de las salas de la exposición, ¿qué tiene cada tomo?
MBS: la curaduría está organizada en constelaciones fluidas, todos los libros están conectados en un tejido apretado, pero hemos racionalizado unos énfasis: Tierra callada muestra el desplazamiento forzado como estrategia de guerra, la mayoría de las víctimas son niños y niñas, ancianos y mujeres jóvenes que quedan solas, que huyen una y otra vez en dramas casi bíblicos. Luego en No hay tinieblas que la luz no venza se hace énfasis en la desaparición forzada, uno de los más crueles crímenes, una forma de guerra para generar terror y gestionar estos desplazamientos. El tercero, Y aun así me levantaré, que retrata cómo es la barbarie, siguiendo a Maya Angelou, una de las grandes poetas estadounidenses, víctima de violencia sexual. En el último, Pongo mis manos en las tuyas le damos espacio a la reconciliación. Está el contraste entre los niños sufriendo y los niños alegres, las comunidades que perviven, que usan sus ritos y formas de conmemoración que les hace posible seguir la vida. Están los acuerdos de paz, las manifestaciones sociales en la calle, la necesidad de mirar cómo se implementa una reforma social en el campo.
JAC: uno se pregunta por qué esos nombres tan poéticos, y es que la tierra también ha sido maltratada, por eso están los bosques destruidos por derrames de petróleo o los árboles que tienen marcas en sus cortezas por tiros o el árbol marcado en el Catatumbo a 40 metros donde había un horno donde quemaban a las personas que querían desaparecer y tiene las inscripciones de las Auc. O un perro marcado, o la piel de una mujer marcada. En el desplazamiento los animales también han sido víctimas, uno mira los niños y niñas que huyen con sus perros, con sus gallinas, con un gato. La infamia de la guerra hace que un jaguar esté en un campamento o un mico tití aparezca con uniforme. Eso nos tiene que hablar de esa enfermedad mental que nos debe dar vergüenza. En el segundo libro, cuando hablamos de desaparición forzada, hay relatos sobre el secuestro, y la búsqueda de los desaparecidos, y el cuaderno de un sepulturero, en un cementerio que iba llevando el registro de los guerrilleros que morían en combate y de las personas que fueron uniformadas para pasarlos como falsos positivos.
¿Y cómo se retratan los esfuerzos de paz?
JAC: en el libro cuatro están las imágenes de varios procesos de paz, no solo el de las Farc. Hay una guerrillera que viene saliendo con un bebé en brazos, que de alguna forma representa lo que es un proceso de paz, es un bebé que nació en Colombia hace seis años y necesita acompañamiento, alimento, educación, abrigo y de gente que se enamore para construir un país distinto, que necesita pensar en las siguientes generaciones, porque no podemos seguir heredando a nuestros hijos e hijas esos odios y esa sed de venganza que tienen muchas personas que no son precisamente las víctimas.
Este lanzamiento coincide con la reanudación de negociaciones con el Eln, ¿cómo lo ve usted que se los encontró y los entrevistó?
JAC: a mediados de 1995 subí a dialogar a las montañas del sur de Bolívar con dos comandantes de la guerrilla. Estaba Antonio García junto a Nicolás Rodríguez. Al otro día de llegar hice una fotografía de una mariposa sobre el pecho de un guerrillero, a él le daba pena porque una mariposa es vista con fragilidad y es símbolo de ser gay. Cinco años después, en un campamento de las Auc, mientras hacía fotos de una formación de combatientes que estaban con Mauricio García o Doble Cero, una mariposa se pegó en la canana de uno de ellos, pero todos se estaban burlando porque le decían que iba a quedar como el marica del Bloque Metro, y tres años después en Orito, Putumayo, hay una voladura de oleoducto, hice una foto de una mariposa estaba ahogada en petróleo. Mi reflexión, al final, es que nuestra vida es muy frágil y pasajera.
Quisiera recordar que alguna vez yo fui secuestrado por la guerrilla del Eln en el año 2000. Estaba con un policía llamado Mauricio Yacué, de 23 años. Pude salir con vida, hasta quemaron el carro del periódico, pero un mes después mataron a Mauricio, porque la Policía de Granada había sido señalada como cómplice del ataque de paramilitares contra 18 campesinos y se vengaron con un hombre joven que recién había sido padre de familia. Casi me enloquezco, me retiré de “El Colombiano”. La guerra nos ha degradado y hemos perdido demasiada gente bella en Colombia. Por eso aprendí a cultivar mariposas y empecé a caminar solo en el periodismo para estar con la gente, para ver su dolor y para ver cómo resiste.
Ojalá Antonio García leyera esto, a él que le gusta escribir poemas, y entendiera ese poema de las mariposas y entendiera que todavía está vivo y que puede ser partícipe de una paz grande que incluya guerrilleros del Eln, de las Farc, de las Agc. Si lo entiende vamos a sentirnos satisfechos para poder mirarnos en el espejo roto que es la violencia colombiana.