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Todo ocurrió un lunes de mediados de 2012. Una treintena de guerrilleros de Bloque Oriental de las FARC llegaron hasta el municipio de Cumaribo, Vichada -el pueblo más extenso del país-, y cometieron una masacre que pasaría a la historia como la última de ese grupo armado antes de iniciar formalmente los diálogos de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos en La Habana, Cuba.
Este domingo 29 de octubre, once años después de aquel hecho, el triunfo de un excombatiente de ese grupo, Armel Caracas Viveros, como alcalde de Cumaribo marcó un paso trascendental en la reconciliación de esa región marcada por la guerra y el abandono estatal.
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El alcalde electo firmó en 2016 el Acuerdo de Paz, y desde entonces ha sido un abanderado de las causas campesinas y pesqueras de Vichada, donde vive desde que dejó las armas. Ahora, le corresponderá trabajar para sacar adelante al municipio y, de paso, sanar las heridas que dejó allí el paso del conflicto.
La última masacre de las FARC antes de llegar a Cuba
El 4 de septiembre de 2012, el entonces presidente de la República, Juan Manuel Santos, hizo una alocución en la que anunció que luego de una breve fase secreta, el Estado colombiano iba a iniciar formalmente un proceso de negociación para alcanzar la paz con las FARC en La Habana, Cuba.
Hace 11 años se tomó esa decisión porque el país no resistía un muerto más a causa de la guerra y la vía que evitaría más barbarie sería la pactada a través del diálogo. La antigua guerrilla no cesaba sus hostilidades hacia la Fuerza Pública y la sociedad civil, e incluso estando en Cuba las FARC cometieron algunos ataques que pusieron a tambalear la paz que se estaba construyendo -como el atentado que perpetraron en Inzá, Cauca, el 7 de diciembre de 2013, en el que asesinaron a ocho personas, entre militares, policías y dos civiles. Hecho calificado por Santos como “demencial”.
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Irremediablemente aquella fue solo una de las incontables conductas criminales, como las que las FARC hicieron costumbre antes de ese anuncio histórico del exmandatario que avizoraba el inicio del fin del conflicto con el que para aquellos días era el grupo insurgente más longevo del hemisferio.
Antes de llegar formalmente a La Habana, y aun sin voluntad de paz, el antiguo Bloque Oriental de las FARC hizo un último ataque a la población civil. El 18 de junio de 2012, alrededor de 30 guerrilleros del frente 16 de esa estructura masacraron a cinco civiles en el municipio de Cumaribo.
Como reposa en folios del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), aquel ataque fue justificado por la guerrilla al decir en una misiva que habrían identificado a sus víctimas como presuntos miembros de una banda llamada Libertadores del Vichada que, según las FARC, se disputaba con ellos las rutas y rentas del narcotráfico en el suroriente colombiano rumbo a Venezuela.
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Tras sus muertes, a los civiles fallecidos no se les pudo hallar nexo con ningún un grupo armado, como era hipótesis del frente 16, brazo armado de las FARC comandado hasta 2010 por Iván Cárdenas, Narices, guerrillero recordado por idear y ejecutar el secuestro de los 12 diputados del Valle, en abril de 2002. Ese día en Cumaribo las FARC cometieron uno de los crímenes de lesa humanidad con mayor recordación en la Orinoquia colombiana.
También, como recuerdan testigos de la masacre de Cumaribo en el CNMH, “jamás se había visto a un grupo armado de por acá entrar así sin decir ni una sola palabra y comenzar a disparar. Entraron por el corregimiento de Chaparral y allí mataron a las cinco personas”.
Cumaribo, del terror al perdón
Varios de los antiguos comandantes de las FARC, como Jorge Briceño, Mono Jojoy; Jaime Alberto Parra, el Médico, o Ely Mejía, Martín Sombra, concentraron los esfuerzos de guerra del oriente colombiano en el departamento de Meta. Sin embargo, la violencia llegó a territorios más apartados, como el Vichada, y de hecho no es un secreto que el ataque a Cumaribo en junio de 2012 no fue el único crimen de las FARC o de otro grupo armado en ese lugar.
Según el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), hay registros de inteligencia de ataques de las FARC en esa zona desde 1998. El 30 de enero de ese año, combatientes de los frentes 16 y 39 de esa guerrilla emboscaron una base militar en Cumaribo y asesinaron a siete militares.
Posteriormente, según información de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por su sigla en inglés) -obtenidos por Colombia+20- se volvió campo de batalla de distintos grupos armados en donde se concentró una disputa feroz por el narcotráfico.
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Hasta 2020, Cumaribo fue uno de los municipios con más cultivos de coca en el país. En sus más de 74.000 kilómetros cuadrados de extensión, medida que lo hacen casi dos veces más grande que Países Bajos y el municipio más grande de Colombia, allí había cerca de 9.000 hectáreas de coca. Paramilitares y las FARC se disputaron ese lugar como un tesoro a explotar para sus economías de uso ilícito.
Con la firma del Acuerdo de Paz la población de Cumaribo tomó el control de su pueblo. Hace dos años y medio el registro de coca cultivada allí pasó de 9.000 a 245 hectáreas, según la UNODC. Hoy, a pesar del esfuerzo de las disidencias por retomar el territorio, el narcotráfico extensivo es algo anecdótico y de un pasado que no quieren volver a repetir.
Así fue el triunfo de Caracas
En una reñida contienda, Caracas logró la Alcaldía con aval del Pacto Histórico luego de obtener 2.642 votos, que representaron el 19,89 % del total escrutado, superando a su contendor -también progresista- Yuyo Salcedo (avalado por el MAIS), que logró 2.287 votos.
El alcalde electo logró un triunfo reconciliador y solo equiparable con el del saliente alcalde de Turbaco, Bolívar, Guillermo Torres -conocido en la guerra como Julián Conrado-. Es el segundo exmiembro de las FARC que logra ganar una Alcaldía y en su horizonte, ya a siete años de haber dejado las armas como forma de vida, le correrán por sus días los deberes de pavimentar un pueblo con vías precarias, dinamizar una economía estancada para muchos campesinos de su región y con las uñas financiar a un municipio que a pesar de su extensión, casi 74 veces más grande que Bogotá, es de sexta categoría.