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Fue un sábado, día de mercado en San Vicente de Chucurí (Santander). El 4 de julio de 1964, mientras los campesinos de las veredas bajaban al centro del pueblo a comprar arroz, carne, sal... en fin, las viandas de la semana, y otros jugaban tejo y bebían cerveza, 17 hombres emprendían en esa tierra la primera marcha guerrillera del naciente Ejército de Liberación Nacional (Eln).
Caminaron en medio del bullicio que había ese día en San Vicente, que por entonces ajustaba 32.019 habitantes. Ninguno notó lo que hoy es una marca en la historia del país: el nacimiento de la segunda guerrilla más grande y antigua de Colombia, después de las ahora extintas Farc. Casi 58 años después, ese grupo de 17 se convirtió en un ejército de 5.397 hombres —entre milicias y armados— y al menos ocho frentes de guerra que acaba de sentarse en la mesa de negociación de paz con el gobierno de Gustavo Petro.
“Una nochecita de julio, como a las seis y media, nos pusimos un punto de reunión en un potrero de un ranchito que se llama El Encerrado. Ahí estábamos los marchantes primeros”, cuenta en el libro Camilo camina en Colombia, de María López Vigil, Nicolás Rodríguez Bautista, conocido como Gabino, jefe máximo del Eln hasta 2020, cuando renunció por problemas de salud.
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Los 17 campesinos eran liderados por Fabio Vásquez y Víctor Medina Morón, como segundo al mando, y escogieron como su epicentro de operación la vereda del Cerro de los Andes, en el área rural de San Vicente. “Formalmente, la denominación del Ejército de Liberación Nacional la asumen en casa del campesino Pedro Gordillo, [cuñado de Gabino, quien luego sería conocido en la guerra como capitán Parmenio]”, relata Alejo Vargas en su libro Tres momentos de la violencia política en San Vicente de Chucurí.
Durante seis meses, el surgimiento del Eln como guerrilla fue clandestino, y su origen ya se presentaba distinto a la fundación de las Farc, que había ocurrido apenas dos meses antes, en mayo de 1964 en Marquetalia, corregimiento de Gaitania, en Planadas, Tolima. Los elenos eran de raíces sociales y políticas distintas, algunos de ellos eran incluso intelectuales, según explicó a Colombia+20 Jaime Ardila, dueño y director del periódico El Yariguí, de San Vicente de Chucurí. “No tenían un líder absoluto”.
Apenas unos pocos sabían de los planes de esos hombres, entre los que estaban el mismo Gabino, Pedro Gordillo, Heliodoro Ochoa (hijo), José Solano Sepúlveda y Hernán Moreno —estos dos últimos excombatientes de una guerrilla predecesora conocida como Las Filas, liderada por Rafael Rangel—, además de José Ayala y los hermanos Sánchez: Ricaute, Eudoro y Milton.
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Simacota, el primer golpe
Durante seis meses estuvieron escondidos haciendo entrenamientos de mentiras en los que recreaban los posibles combates, guardando las pocas municiones que tenían, según cuenta Gabino en el libro de Vigil. Pero eso cambiaría pronto.
“Un día, cuando terminamos un entrenamiento de esos, uno de los muchachos se puso bien bravo: ¡Ah, no, yo no hago más pum-pum-pum! ¡Cuando toque dar plomo, sí, pero estas güevonadas yo no las aguanto más! Y no era el único. Por eso Fabio planteó que ya nos íbamos para el primer combate. Y que sería en Simacota. Fabio nos insistió en que el primer combate era definitivo, que teníamos que aseguramos la victoria: ¡Tenemos que buscar un papayazo! Era el primer impacto y no podíamos fallar”, afirma Gabino en ese texto.
El jueves 7 de enero de 1965, de 27 a 38 guerrilleros del Eln —hay datos distintos sobre esta cifra—, entre ellos Gabino, se tomaron durante tres horas el municipio santandereano de Simacota, de apenas 5.000 habitantes. “Como eran fiestas, los policías estarían borrachos, descuidados y así nos quedaba más fácil, porque nosotros no teníamos casi armamento. Más bien íbamos buscando cómo quitárselo a ellos y asegurarnos una victoria”, dice Gabino en el libro de Vigil.
La elección de Simacota no fue aleatoria, porque el municipio queda a los pies de la Serranía de los Yariguíes —también llamada de los Cobardes—, punto base del Eln, por lo que estratégicamente se podían mover con facilidad. “Si uno se sitúa en el mapa de Colombia y específicamente en la Serranía de los Cobardes por un lado ve al río Suárez. Simacota es un municipio tan grande que hacia el lado del río Suárez está la parte urbana, pero se montaba a esa cordillera y va a dar hasta el río Magdalena por el otro lado. Entonces era un corredor ideal para ellos, porque podían volver a la clandestinidad de la montaña”, explica Ardila, quien es hermano de Reinaldo Ardila o Ito, como fue conocido en la guerra a uno de los integrantes del Eln, quien llegó a comandar el frente de guerra nororiental.
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Como Pedro por su casa, pero también con la ingenuidad de quien pretende dar un primer golpe limpio, entraron a la plaza principal de Simacota con escopetas y revólveres, y cerraron las vías de acceso. Asaltaron la droguería, de donde se llevaron medicamentos y dinero, también hurtaron el estanco, se robaron un reloj y $2.500 de la agencia de Bavaria, $9.000 más, un revólver de la casa de Félix Villarreal, además de dinero y un radio transistor del Hotel Central.
También se llevaron una máquina de escribir y el pabellón nacional de la estación de Policía. Pero el botín más grande lo obtuvieron de la Caja Agraria, donde se robaron $53.000 (poco más de $50 millones actuales), según información de la prensa local.
En registros del archivo de El Espectador, José Rivas, el mayor del Ejército, quien estaba de vacaciones en ese lugar, describió así a los asaltantes: “Los 38 bandoleros [también los llamaban banda de antisociales] eran de un tipo de guerrilla desconocida (…) parecía que no tenían mucha práctica y por la forma como se desplazaron en el municipio da la impresión de que están usando una guerrilla muy similar a la que emplean en Venezuela”, afirmó.
En la herencia de San Vicente también hay un hecho inédito: allí hubo la única insurrección de los bolcheviques que se realizó en Colombia, el 29 de abril de 1929, considerada por algunos historiadores como la primera sublevación comunista armada en América Latina.
La incursión dejó dos soldados y tres policías muertos, entre ellos el sargento Alberto Herreño Ruiz. Por esa muerte fue señalada la única mujer del grupo armado: la Mona Mariela, cuyo nombre real era Paula González Rojas, de quien la prensa afirmaba que era de origen cubano o venezolano. Por el lado del Eln, murió Gordillo, el capitán Parmenio.
Aquel bautizo a bala del Eln también fue el escenario donde esta guerrilla dio a conocer su declaración programática, conocida como el Manifiesto de Simacota. En la plaza central del pueblo, el mismo Fabio Vásquez, cofundador del Eln, leyó la proclama, que sorprendentemente cinco décadas después es la base de la discusión de las negociaciones con el Gobierno. Habla sobre acceso a educación, “riquezas del pueblo saqueadas por imperialistas norteamericanos”, campesinos que trabajan la tierra “sometidos a la miseria” y productores “arruinados ante la cruel competencia con el capital extranjero”.
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La proclama empezaba hablando de “la violencia reaccionaria desatada por los gobiernos oligarcas” y finalizaba anunciando la creación de la nueva guerrilla: “Nosotros, que agrupamos el Ejército de Liberación Nacional, nos encontramos luchando por la liberación de Colombia. El pueblo liberal y el pueblo conservador harán frente juntos para derrotar a la oligarquía de ambos partidos (…) ¡Liberación o muerte!”. Desde entonces, esa guerrilla acumula un largo historial de víctimas en hechos como la masacre de Machuca, donde el Eln asesinó a 84 personas en 1998 tras dinamitar un oleoducto; el secuestro masivo de la iglesia La María, en Cali, y el atentado a la Escuela de Cadetes de la Policía, que fue el hecho por el que la pasada negociación se acabó.
¿Por qué en San Vicente de Chucurí?
El libro de Alejo Vargas tiene el testimonio de un artesano que participó en el inicio de la conformación del grupo armado y da luces de por qué todo ocurrió en San Vicente para que fuera allí donde naciera el Eln y no en otro lado: “Se escogió a San Vicente para iniciar la guerrilla por su situación histórica, porque ese movimiento veía que era una tierra guerrera, que sus hijos eran varones con un ideal revolucionario, por eso se escogió ese sitio. Porque San Vicente históricamente tiene una lucha de muchos años (…) ellos ya habían tomado esa dirección, que tenía que ser San Vicente la parte principal, simbólica, del Ejército de Liberación Nacional en esa zona y que la parte digamos demostrativa o la parte donde ya ese movimiento se señaló, se publicó, fue Simacota”, detalla el documento.
A ello se suman otras razones que fueron la base suficiente para que el origen del Eln en esa zona de exuberante vegetación y en pleno corazón de Santander fuera inevitable y pareciera trazado como una profecía, que contra todo terminó cumpliéndose.
Santander, la tierra de la resistencia, lleva en su historia la insurrección de los Comuneros de Socorro, que terminaron por sofocar al virreinato en favor de la independencia de la conquista española. Pero la violencia de esos procesos revolucionarios también hizo que varias poblaciones salieran huyendo. San Vicente empezó a poblarse de colonos que venían de sufrir o habían combatido en esas luchas desde Zapatoca, Galán, Betulia o el mismo Socorro.
“Eso hacía que la gente que llegó aquí tenía ese carácter rudo. Gente berraca, como decimos nosotros, dura, recia, que venía abriendo este terreno inhóspito de montañas a puro machete. Eso sin duda forjó el temperamento fuerte y una suerte de alma resistente en este pueblo”, afirma Jaime Ardila.
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En la herencia de San Vicente también hay un hecho inédito: allí hubo la única insurrección de los bolcheviques que se realizó en Colombia, el 29 de abril de 1929, considerada por algunos historiadores como la primera sublevación comunista armada en América Latina. La insurrección venía inspirada en la Revolución de Octubre —segunda fase de la Revolución rusa de 1917—, que empezó como una serie de movilizaciones de la clase obrera contra la opresión del régimen zarista, y terminó en una revolución que cambió a Rusia para siempre y les dio el poder a los bolcheviques, en cabeza de Vladimir Lenin.
Pareciera que no, pero los cimientos del Eln de 1964 se empezaron a gestar en aquella rebelión de 1929.
La historia de ese intento de levantamiento es —como casi todo en Colombia— de no creer, porque se llevó a cabo en San Vicente de Chucurí y en Líbano (Tolima) luego de que no llegara el telegrama donde líderes del Partido Revolucionario Socialista que había nacido en Colombia daba la revuelta por suspendida. “Medio centenar de hombres aparecieron en la plaza entre tiros y gritos dando la buena nueva de que había estallado la Revolución socialista”, detalla el escritor Vargas en su documento “Tres momentos de la violencia política en San Vicente de Chucurí”.
Sin embargo, la asonada tenía más de un motivo válido en San Vicente, aún vigente: la prosperidad que traía el desarrollo agrícola en el municipio no estaba llegando a las clases obreras ni al campesinado. “Así se empezó a hablar del movimiento socialista y de cómo podría haber más distribución de la riqueza que se veía en ese momento en San Vicente, pero la respuesta fue, por un lado, seguir acumulando tierras y, por el otro, una represión enorme para las ideas que eran contrarias a lo que en ese momento era lo tradicional”, afirma Ardila.
Las guerrillas liberales
Los 35 años que separaron a esa insurrección comunista —en apariencia tan lejana— de la creación del Eln fueron un hervidero de violencia que no apaciguó los aires de sedición y, al contrario, espesó las ideas de la lucha de clases, pero sobre todo del poderío del pueblo. “Si no hay patria para todos, no hay patria para nadie”, rezaba la consigna libertaria de este grupo armado.
La semilla de los elenos empezó a germinar con más fuerza el 9 de abril de 1948, con la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán. El Bogotazo hizo arder la sangre liberal de la mayoría del pueblo santandereano y en San Vicente se presentó una versión de lo que ocurrió en la capital del país, con saqueos de comercios —casi todos de conservadores—, según relata Vargas en su libro.
“[Ese día] se nombra un alcalde liberal que solo dura un par de días (…)”, dice Vargas citando a Roberto Sánchez, uno de los protagonistas de esos hechos. En el texto se afirma que lo mismo pasó en Barrancabermeja, donde fue nombrado el liberal Rafael Rangel (presidente del sindicato de la Shell en Yondó), defensor de las ideas gaitanistas, quien apenas gobernó durante 10 días. Tras su salida, tanto él como quienes participaron de las revueltas en San Vicente y Barranca empezaron a ser perseguidos por los conservadores, incluso con bombas que les ponían en las casas, según el relato de Sánchez.
“Rangel Gómez entonces se lanzó a la lucha guerrillera”, dice el texto de Vargas, y Ardila secunda esa afirmación: “Es que no había de otra, era huir y dirigir a todos los que también se fueron por la persecución que les montaron”.
Esa generación de sublevados traía la herencia de los bolcheviques y en principio se convertiría en una especie de saga familiar, porque entre ellos estaban Heliodoro Ochoa (otro participante de la insurrección de 1929) y Pedro Rodríguez, padres de dos de los fundadores del Eln: Heliodoro Ochoa (hijo) y Nicolás Rodríguez Bautista o Gabino. “Esas familias vivían aquí y fueron heredando ese ímpetu de tener una sociedad más justa”, dice Ardila.
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La división no solo fue social. Territorialmente, en San Vicente vivían dos pueblos: del río Chucurí hacia abajo era territorio de los liberales y de un sitio conocido como La Y hacia Bucaramanga estaban los conservadores. El golpe más mortal para el pueblo en esa guerra entre rojos y azules lo daría el mismo Rangel el 27 de noviembre de 1949, día de las polémicas elecciones en las que ganó el conservador Laureano Gómez (el único candidato). Rangel y su tropa mataron a más de 100 personas.
San Vicente de Chucurí se convirtió en la trinchera de la guerrilla de Rangel que, dice Ardila, no era una de ataques, sino más bien política. “Salvo lo que pasó ese día de las elecciones que, sin ánimo de justificar, correspondía más al ambiente político del momento, la guerrilla de Rangel era más defensiva y se dedicaba a llevar el mensaje de resistencia e igualdad. Si uno se pone a ver lo que hacían los chulavitas, por ejemplo, su actuar era más sanguinario prácticamente con el pueblo”, dice.
El jueves 7 de enero de 1965, de 27 a 38 guerrilleros del Eln —hay datos distintos sobre esta cifra—, entre ellos Gabino, dieron su primer golpe y se tomaron durante tres horas el municipio santandereano de Simacota.
Con la llegada de Gustavo Rojas Pinilla a la presidencia y la amnistía que ofrecía a diferentes grupos de las guerrillas liberales, entre ellas las de Rangel, varios miembros de esos grupos terminaron por desmovilizarse. Pero otros se negaron a dejar las armas y se juntaron en un solo grupo, que se convertiría en el Ejército de Liberación Nacional.
“Que sea San Vicente la cuna del Eln responde a toda la historia y resistencia que se dio aquí, a la tradición de lucha —de confrontación también— que tuvo este pueblo, los desmanes de todos los grupos armados legales e ilegales, pero también porque el Eln en ese entonces sí era una guerrilla, pero una con gente aguda e intelectual y con una visión que correspondía a lo que estaba pasando en Cuba. Lo que ellos querían era una revolución de ideas”, detalla Ardila.
En efecto, el triunfo de la Revolución cubana impactó en casi toda América Latina y significó un ejemplo para organizaciones que promovían las ideas comunistas. “Se comprendió que sin el desarrollo militar, ligado a un proyecto político con arraigo militar, era imposible la conquista de las metas propuestas”, se lee en el libro “Rojo y negro: historia del Eln”, de Milton Fernández.
Según Ardila, hubo otro detalle que ayudó a que Santander, y de paso San Vicente, afianzara su fuerza resistente: el movimiento estudiantil, cuya huelga más significativa fue la de mayo de 1964, protagonizada por estudiantes de la Universidad Industrial de Santander (UIS). “Aquí cerca está la UIS [Universidad Industrial de Santander] que siempre fue una universidad con una formación libre y un espíritu de hacer una revolución desde el punto de vista social”. Varios estudiantes terminarían formados también en esa guerrilla.
Y agrega: “Entonces hablamos de varias razones por las que fue aquí y no en otro lado: hablamos de ese movimiento estudiantil fuerte, hablamos de las guerrillas liberales que venían ya formadas y hablamos del movimiento sindical, de huelgas y de lucha obrera que se estaba dando por la refinería de Ecopetrol, que está aquí al lado en Barranca. Y una cosa más: geográficamente este era un punto favorable por el espesor de la montaña y la conexión con otros puntos del país, y políticamente había espacio para este tipo de ideas”, explica Ardila.
La llegada del cura Camilo Torres
La toma de Simacota marcó el inicio de una agitación revolucionaria en Colombia y, de acuerdo con varios historiadores influyó en la consolidación de movimientos sindicales y estudiantiles. “Simacota marcó un camino de consolidación y desarrollo del Eln, y la historia política de Colombia se partió en dos: antes de Simacota y después de Simacota”, se lee en el libro Rojo y Negro: historia del Eln, de Milton Fernández.
Nueve meses después de esa incursión armada también ocurrió un hecho que le dio impulso a la guerrilla del Eln y la llenó de cierto misticismo: la llegada del emblemático Camilo Torres, el cura guerrillero. “La adhesión al movimiento guerrillero de sacerdotes como Camilo Torres le valió el apoyo en sectores de la población campesina”, se lee en el capítulo territorial del Informe Final de la Comisión de la Verdad.
Su llegada, en principio y por obvias razones, se dio de manera clandestina, obligado por la persecución que sufrió de parte de la Iglesia Católica y de algunos sectores de la sociedad. El cura Torres fue el fundador de la primera facultad de sociología de América Latina (en la Universidad Nacional), pionero de la teología de la liberación y precursor del Frente Unido del Pueblo, un movimiento social opositor a los partidos tradicionales unidos en el Frente Nacional. Así, su adhesión a la guerrilla fue también un paso en su lucha -que por entonces ya sumaba más de una década- sobre la pobreza, la injusticia social y la clase trabajadora.
“Por aquí en San Vicente hay varias historias sobre cómo llegó al pueblo. La versión más fuerte es que dicen que en la plaza del pueblo, que por ese entonces era como la de Villa de Leyva, lo esperó Fabio Vásquez en un carro, se lo llevó monte adentro y que cuando llegó a donde estaban los demás del Eln casi nadie lo reconoció”, afirma Jaime Ardila, dueño del periódico El Yariguí y hermano de Reinaldo Ardila o ‘Ito’ como se le conoció en la guerra a uno de los integrantes del Eln.
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El anuncio público de que el cura Torres era parte de las filas del Eln se dio el 7 de enero de 1966, justo un año después de la toma de Simacota. “Camilo Torres, el sacerdote más popular, más polémico, más amado y temido del país, se había hecho guerrillero. La incorporación de Camilo Torres a aquella organización guerrillera recién nacida la marcó decisivamente hasta el día de hoy. Y fue una marca a fuego y sangre, a pesar de que el paso por la guerrilla del padre Camilo fue tan rápido como la carrerita del venado en la montaña”, dice Vigil en su libro.
En efecto, apenas un mes después, el 15 de febrero de ese año, tropas de la Quinta Brigada dieron muerte al cura guerrillero durante su primer combate en el corregimiento de Patio Cemento en El Carmen, entonces parte de San Vicente de Chucurí. Su muerte influyó en el paso a armas de varios sacerdotes y religiosos como Manuel ‘el cura’ Pérez o Domingo Laín, entre otros.
Casi seis décadas después, esa guerrilla de apenas 18 hombres ya suma al menos 40 años de fallidas negociaciones de paz con el Gobierno colombiano. Desde 1982 los diálogos han quedado en versiones preliminares, siendo este proceso iniciado por Juan Manuel Santos en 2014 el que más lejos ha llegado. Ahora, en cabeza de Petro, las negociaciones se retomarán en el mismo punto que se dejaron: con la agenda de seis puntos que se fijó y debía concluir con el desarme de la guerrilla y la firma de la paz.