Emisoras comunitarias, una memoria en silencio
El contraste de tres emisoras comunitarias asentadas en tres municipios donde hay zonas veredales para la dejación de armas de las Farc. Tras 20 años de existencia, el silencio de los micrófonos tiene un eco de esperanza y sus historias empiezan a ser reproducidas en 400 emisoras del país.
Edinson Bolaños / @eabolanos
Durante la guerra, los pocos medios de comunicación que existían en las zonas rurales del país también fueron utilizados por los armados como actores estratégicos para evadir y combatir al enemigo. En algunos casos la mordaza fue sutil y se disfrazó de servicio social: “Se le avisa a la familia Roldán que el ganado está en la carretera”. Otro: “Que saquen el racimo de plátanos al camino”. Eran avisos que personas sin identificarse entregaban a los radialistas para alertar a las guerrillas sobre la presencia del Ejército o los paramilitares. Y cuando los locutores preguntaban para quién era ese mensaje sin destinatario, les respondían: “Ellos ya saben”.
(Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)
A otros les tocaba apagar el transmisor y salir corriendo de las cabinas. Existen muchos ejemplos, como La Voz de Ituango y Nordeste Estéreo (Antioquia), o La Calidosa (Policarpa, Nariño). Pero estas tres emisoras comunitarias, asentadas en municipios donde hay zonas veredales para la dejación de armas de las Farc, reflejan qué tan dura fue la guerra contra los comunicadores locales.
Ahora, en tiempos de paz, la pregunta es qué tan grande es la mordaza que persiste y qué tan preparados están los comunicadores locales para hablar abiertamente de la memoria de la guerra, de los actores armados y de los acuerdos entre el Gobierno y las Farc. En esos territorios, el debate se torna menos político y pasa al plano del individualismo por proteger la vida. Es el instinto de subsistencia, que llaman. Ante la amenaza, cállate. Esa ha sido la consigna.
De hecho, en el último informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) se muestra, a través de un mapa, qué tan censurados están los medios comunitarios. La “cartografía del silencio” sigue siendo dura en los municipios donde se ha librado la guerra. Las heridas parecen estar cicatrizando, pero aún hay dolor y el temor persiste. Por ejemplo, dice el informe, en tres de los cuatro municipios del Guaviare “no existen medios de comunicación o, si existen, no cubren todo el municipio y no producen información local”.
Lea también:Radio comunitaria: dos décadas llevando mensajes de paz
Lo mismo sucede en Nariño, donde el porcentaje es abrumador: 37 de los 64 municipios están en silencio. Son cifras recientes, publicadas el pasado 9 de febrero, Día Nacional del Periodista. Aquí, un homenaje a los comunicadores comunitarios.
El amor de Remedios y Nordeste Estéreo
Como la mayoría de las emisoras comunitarias en Colombia, Nordeste Estéreo nació ilegal. Clandestina en una montaña de Antioquia, hace 25 años, en los albores de la paz de 1990, entre el Gobierno y la guerrilla del M-19. Nordeste no tenía nada que ver ni con ese ni con ningún conflicto, aunque le tocó vivirlos y seguirlos en silencio.
Los radialistas eran perseguidos por los paramilitares, porque aseguraban que los mensajes que enviaba la comunidad iban para la guerrilla. Jorge Mario Restrepo, periodista de esa emisora comunitaria, varias veces fue increpado para advertirle de cuidarse por “los mensajes subliminales” que estaba enviando.
En Remedios operó el frente 9° de las Farc. Sin embargo, cuando nació la emisora estaba en apogeo la guerrilla del Eln. El frente María Cano era el protagonista y a Jorge Mario le tocó enfrentarlos: “La guerrilla se tomaba la emisora y nos obligaba a poner los casetes. Personalmente me tocaron dos ocasiones con el Eln. Llegaban dos personajes a las cabinas de transmisión, sacaban sus armas y decían: ‘Somos del Ejército de Liberación Nacional y necesitamos que nos ponga este casete’. Y pues qué tiene que hacer uno: ponerlo y salir de la emisora”.
Después, el mismo comandante del Eln que hacía años lo había obligado a poner el casete con propaganda comunista fungía como comandante del bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia. Se llamaba, porque ya murió, Manuel Lorza, el comandante 15. “Habíamos estudiado en la escuela. Un día me lo encontré y me saludó: ‘Cómo va lo de los casetes, Jorge’, me preguntó. ‘Eso no ha vuelto a suceder, gracias a Dios. El último fue cuando usted hacía parte de los otros, que me los traía. Espero que eso no nos traiga problemas’, le cuestionó el periodista. ‘No, tranquilo, Jorge, que la organización sabe que eso era una situación que la tenía que hacer porque estaba de por medio mi vida’”, le confesó.
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Hoy, el panorama no es muy alentador. No piensan cubrir nada que tenga que ver con la zona veredal de Carrizal, ni siquiera el momento de la dejación de las armas de las Farc, como tampoco lo hicieron cuando los paramilitares de Macaco entregaron sus armas en el corregimiento Santa Isabel de Remedios (Antioquia), cuenta. “Nosotros tampoco nos metimos en eso. Quizá leyendo los periódicos o internet se pueda informar, pero no se opina nada”, sentencia el comunicador.
A cambio de ese silencio decidieron ayudar a la comunidad. Les apuestan a los programas culturales y educativos para los campesinos. Tienen un programa que se llama En línea con el campo, por donde enseñan a cultivar la tierra. Invitan a expertos y dialogan de ganadería, piscicultura y también de música del Nordeste de Antioquia.
La voz femenina de Ituango
En 2008, el cura párroco de Ituango intentó cerrar definitivamente la emisora. La limosna de la iglesia ya no daba ni para pagar la energía y Elcy Amparo Posada Jaramillo, que entonces tenía 38 años, se había quedado sola frente al micrófono.
De esas cenizas renacería La Voz de Ituango. Así como lo hizo Elcy Amparo, que hoy tiene 46 años, cuando los paramilitares se enfrentaron con el bloque José María Córdoba de las Farc. Desde el ventanal de los estudios de la emisora, ella divisaba los chorros de humo que salían del corregimiento de Santa Rita donde estaban su mamá y sus dos hijos.
“Padre, yo me tengo que ir a buscar a mis hijos y a mi madre”, le dijo al cura, quien le ordenó seguir transmitiendo. Se anunciaba la hora en que saldrían las volquetas a recoger a los campesinos desplazados, pedía frazadas para los damnificados, mientras el padre se fue trocha adentro a ayudar a enterrar los muertos. Entonces fueron 19 paramilitares los que murieron en combates con 800 guerrilleros de las Farc.
Sus hijos aparecieron al día siguiente. Amanecieron en una cañada junto a los hombres del pueblo que no querían tocar los cadáveres. Por eso se hizo célebre la noticia de que habían sido siete mujeres las que arrastraron los cuerpos hacia el monte. La mamá de Elcy, por su parte, no quiso salir de su terruño y resistió la arremetida.
Lea también: La paz desde las emisoras comunitarias
“A nosotros nunca nos intimidaron porque fuimos neutrales”, comenta Elcy Amparo. Aunque entendía la sutil presión que quienes tenían las armas ejercían a través de los micrófonos. “Que saquen el racimo de plátanos a la carretera”, le hacían decir. “Y quién informa”, preguntaba. “No, ellos entienden”, le respondían. Después llegaron los celulares y los servicios sociales empezaron a desaparecer.
A pesar del inicio del proceso de paz en 2012, La Voz de Ituango siguió en silencio. Elcy Amparo sólo se dedicó a leer los boletines de prensa de la Gobernación de Antioquia, que hablaban de las Farc y el Gobierno negociando en Cuba. Lo mismo sucedió hace dos semanas, cuando las tropas del frente 18 pasaron por su municipio. Avisó, sin mencionar a la guerrilla, que “podían enviar las bestias a recoger a la gente que iba en camino”. Eran los hombres y mujeres de las Farc rumbo a la zona veredal de Carrizal, a una hora del casco urbano de Ituango.
Callar hoy ya no es como antes. Los fusiles siguen presentes, pero la resistencia de mujeres como Elcy da cuenta de que la voz de la radio también sirve para construir paz, a pesar de.
“Estamos muy contentos en Ituango. Ya no escuchamos los tiros, ni los aviones ni las bombas. Sin embargo, se siente como en una guerra psicológica. ‘Ahora nos podemos acostar muy temprano, pero vivimos con la incertidumbre de que van a tocar la puerta de la casa porque ya hay otras bandas. Se identifican como paramilitares, como autodefensas, pero al final no sabemos quiénes son’”, le contó un paisano en una entrevista que trajo a Bogotá para hacer una historia que será transmitida por 400 emisoras en el marco del proyecto Radios Comunitarias para la Paz.
Cubriendo la zona veredal
En Policarpa apenas hay emisora comunitaria desde el año 2007. Allá, a través de la radio local es difícil rastrear la memoria del conflicto. El silencio fue tal que cuando sonaba el tiroteo en las montañas de la cordillera Occidental, los locutores apagaban el transmisor y salían a buscar refugio. Claro, la memoria la guardaron como víctimas, pero lejos de los micrófonos, para que la guerra no se volviera personal.
Gladis Ortega Rosero, en 2007 alcaldesa de Policarpa, hoy directora de la emisora, fue quien lideró el proceso y logró la licencia. No obstante, a pesar de los días crueles que se vivían en esos años en el norte de Nariño por cuenta de los enfrentamientos entre paramilitares y las Farc, la emisora La Calidosa decidió no hablar de esos temas.
“Nos han silenciado en la transmisión de los problemas. Nos hemos mantenido casi al margen de la información del Ejército o de la Policía, pues tuvimos dificultades. Se recibieron algunas llamadas desde ‘las montañas de Colombia’ (se presume que eran las Farc) y por eso un locutor tuvo que salir del territorio”, cuenta la directora de la emisora.
Después del proceso de paz en La Habana, la palabra empieza a emerger en la radio de Policarpa. Los talleres y, principalmente, la libertad para hacer memoria han llevado a la emisora a visitar la zona veredal donde el frente 29 de las Farc dejará las armas. La vereda se llama La Paloma y está ubicada a dos horas de la cabecera de Policarpa.
“Vamos a tratar de entrevistar a uno de los integrantes de la guerrilla del frente 29”, le decía por teléfono al locutor tras nuestra conversación en el norte de Bogotá. Por último le hizo una advertencia por si sentía miedo: “También entrevista a un par de personas de la comunidad, para tener los dos puntos de vista”.
Durante la guerra, los pocos medios de comunicación que existían en las zonas rurales del país también fueron utilizados por los armados como actores estratégicos para evadir y combatir al enemigo. En algunos casos la mordaza fue sutil y se disfrazó de servicio social: “Se le avisa a la familia Roldán que el ganado está en la carretera”. Otro: “Que saquen el racimo de plátanos al camino”. Eran avisos que personas sin identificarse entregaban a los radialistas para alertar a las guerrillas sobre la presencia del Ejército o los paramilitares. Y cuando los locutores preguntaban para quién era ese mensaje sin destinatario, les respondían: “Ellos ya saben”.
(Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)
A otros les tocaba apagar el transmisor y salir corriendo de las cabinas. Existen muchos ejemplos, como La Voz de Ituango y Nordeste Estéreo (Antioquia), o La Calidosa (Policarpa, Nariño). Pero estas tres emisoras comunitarias, asentadas en municipios donde hay zonas veredales para la dejación de armas de las Farc, reflejan qué tan dura fue la guerra contra los comunicadores locales.
Ahora, en tiempos de paz, la pregunta es qué tan grande es la mordaza que persiste y qué tan preparados están los comunicadores locales para hablar abiertamente de la memoria de la guerra, de los actores armados y de los acuerdos entre el Gobierno y las Farc. En esos territorios, el debate se torna menos político y pasa al plano del individualismo por proteger la vida. Es el instinto de subsistencia, que llaman. Ante la amenaza, cállate. Esa ha sido la consigna.
De hecho, en el último informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) se muestra, a través de un mapa, qué tan censurados están los medios comunitarios. La “cartografía del silencio” sigue siendo dura en los municipios donde se ha librado la guerra. Las heridas parecen estar cicatrizando, pero aún hay dolor y el temor persiste. Por ejemplo, dice el informe, en tres de los cuatro municipios del Guaviare “no existen medios de comunicación o, si existen, no cubren todo el municipio y no producen información local”.
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Lo mismo sucede en Nariño, donde el porcentaje es abrumador: 37 de los 64 municipios están en silencio. Son cifras recientes, publicadas el pasado 9 de febrero, Día Nacional del Periodista. Aquí, un homenaje a los comunicadores comunitarios.
El amor de Remedios y Nordeste Estéreo
Como la mayoría de las emisoras comunitarias en Colombia, Nordeste Estéreo nació ilegal. Clandestina en una montaña de Antioquia, hace 25 años, en los albores de la paz de 1990, entre el Gobierno y la guerrilla del M-19. Nordeste no tenía nada que ver ni con ese ni con ningún conflicto, aunque le tocó vivirlos y seguirlos en silencio.
Los radialistas eran perseguidos por los paramilitares, porque aseguraban que los mensajes que enviaba la comunidad iban para la guerrilla. Jorge Mario Restrepo, periodista de esa emisora comunitaria, varias veces fue increpado para advertirle de cuidarse por “los mensajes subliminales” que estaba enviando.
En Remedios operó el frente 9° de las Farc. Sin embargo, cuando nació la emisora estaba en apogeo la guerrilla del Eln. El frente María Cano era el protagonista y a Jorge Mario le tocó enfrentarlos: “La guerrilla se tomaba la emisora y nos obligaba a poner los casetes. Personalmente me tocaron dos ocasiones con el Eln. Llegaban dos personajes a las cabinas de transmisión, sacaban sus armas y decían: ‘Somos del Ejército de Liberación Nacional y necesitamos que nos ponga este casete’. Y pues qué tiene que hacer uno: ponerlo y salir de la emisora”.
Después, el mismo comandante del Eln que hacía años lo había obligado a poner el casete con propaganda comunista fungía como comandante del bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia. Se llamaba, porque ya murió, Manuel Lorza, el comandante 15. “Habíamos estudiado en la escuela. Un día me lo encontré y me saludó: ‘Cómo va lo de los casetes, Jorge’, me preguntó. ‘Eso no ha vuelto a suceder, gracias a Dios. El último fue cuando usted hacía parte de los otros, que me los traía. Espero que eso no nos traiga problemas’, le cuestionó el periodista. ‘No, tranquilo, Jorge, que la organización sabe que eso era una situación que la tenía que hacer porque estaba de por medio mi vida’”, le confesó.
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Hoy, el panorama no es muy alentador. No piensan cubrir nada que tenga que ver con la zona veredal de Carrizal, ni siquiera el momento de la dejación de las armas de las Farc, como tampoco lo hicieron cuando los paramilitares de Macaco entregaron sus armas en el corregimiento Santa Isabel de Remedios (Antioquia), cuenta. “Nosotros tampoco nos metimos en eso. Quizá leyendo los periódicos o internet se pueda informar, pero no se opina nada”, sentencia el comunicador.
A cambio de ese silencio decidieron ayudar a la comunidad. Les apuestan a los programas culturales y educativos para los campesinos. Tienen un programa que se llama En línea con el campo, por donde enseñan a cultivar la tierra. Invitan a expertos y dialogan de ganadería, piscicultura y también de música del Nordeste de Antioquia.
La voz femenina de Ituango
En 2008, el cura párroco de Ituango intentó cerrar definitivamente la emisora. La limosna de la iglesia ya no daba ni para pagar la energía y Elcy Amparo Posada Jaramillo, que entonces tenía 38 años, se había quedado sola frente al micrófono.
De esas cenizas renacería La Voz de Ituango. Así como lo hizo Elcy Amparo, que hoy tiene 46 años, cuando los paramilitares se enfrentaron con el bloque José María Córdoba de las Farc. Desde el ventanal de los estudios de la emisora, ella divisaba los chorros de humo que salían del corregimiento de Santa Rita donde estaban su mamá y sus dos hijos.
“Padre, yo me tengo que ir a buscar a mis hijos y a mi madre”, le dijo al cura, quien le ordenó seguir transmitiendo. Se anunciaba la hora en que saldrían las volquetas a recoger a los campesinos desplazados, pedía frazadas para los damnificados, mientras el padre se fue trocha adentro a ayudar a enterrar los muertos. Entonces fueron 19 paramilitares los que murieron en combates con 800 guerrilleros de las Farc.
Sus hijos aparecieron al día siguiente. Amanecieron en una cañada junto a los hombres del pueblo que no querían tocar los cadáveres. Por eso se hizo célebre la noticia de que habían sido siete mujeres las que arrastraron los cuerpos hacia el monte. La mamá de Elcy, por su parte, no quiso salir de su terruño y resistió la arremetida.
Lea también: La paz desde las emisoras comunitarias
“A nosotros nunca nos intimidaron porque fuimos neutrales”, comenta Elcy Amparo. Aunque entendía la sutil presión que quienes tenían las armas ejercían a través de los micrófonos. “Que saquen el racimo de plátanos a la carretera”, le hacían decir. “Y quién informa”, preguntaba. “No, ellos entienden”, le respondían. Después llegaron los celulares y los servicios sociales empezaron a desaparecer.
A pesar del inicio del proceso de paz en 2012, La Voz de Ituango siguió en silencio. Elcy Amparo sólo se dedicó a leer los boletines de prensa de la Gobernación de Antioquia, que hablaban de las Farc y el Gobierno negociando en Cuba. Lo mismo sucedió hace dos semanas, cuando las tropas del frente 18 pasaron por su municipio. Avisó, sin mencionar a la guerrilla, que “podían enviar las bestias a recoger a la gente que iba en camino”. Eran los hombres y mujeres de las Farc rumbo a la zona veredal de Carrizal, a una hora del casco urbano de Ituango.
Callar hoy ya no es como antes. Los fusiles siguen presentes, pero la resistencia de mujeres como Elcy da cuenta de que la voz de la radio también sirve para construir paz, a pesar de.
“Estamos muy contentos en Ituango. Ya no escuchamos los tiros, ni los aviones ni las bombas. Sin embargo, se siente como en una guerra psicológica. ‘Ahora nos podemos acostar muy temprano, pero vivimos con la incertidumbre de que van a tocar la puerta de la casa porque ya hay otras bandas. Se identifican como paramilitares, como autodefensas, pero al final no sabemos quiénes son’”, le contó un paisano en una entrevista que trajo a Bogotá para hacer una historia que será transmitida por 400 emisoras en el marco del proyecto Radios Comunitarias para la Paz.
Cubriendo la zona veredal
En Policarpa apenas hay emisora comunitaria desde el año 2007. Allá, a través de la radio local es difícil rastrear la memoria del conflicto. El silencio fue tal que cuando sonaba el tiroteo en las montañas de la cordillera Occidental, los locutores apagaban el transmisor y salían a buscar refugio. Claro, la memoria la guardaron como víctimas, pero lejos de los micrófonos, para que la guerra no se volviera personal.
Gladis Ortega Rosero, en 2007 alcaldesa de Policarpa, hoy directora de la emisora, fue quien lideró el proceso y logró la licencia. No obstante, a pesar de los días crueles que se vivían en esos años en el norte de Nariño por cuenta de los enfrentamientos entre paramilitares y las Farc, la emisora La Calidosa decidió no hablar de esos temas.
“Nos han silenciado en la transmisión de los problemas. Nos hemos mantenido casi al margen de la información del Ejército o de la Policía, pues tuvimos dificultades. Se recibieron algunas llamadas desde ‘las montañas de Colombia’ (se presume que eran las Farc) y por eso un locutor tuvo que salir del territorio”, cuenta la directora de la emisora.
Después del proceso de paz en La Habana, la palabra empieza a emerger en la radio de Policarpa. Los talleres y, principalmente, la libertad para hacer memoria han llevado a la emisora a visitar la zona veredal donde el frente 29 de las Farc dejará las armas. La vereda se llama La Paloma y está ubicada a dos horas de la cabecera de Policarpa.
“Vamos a tratar de entrevistar a uno de los integrantes de la guerrilla del frente 29”, le decía por teléfono al locutor tras nuestra conversación en el norte de Bogotá. Por último le hizo una advertencia por si sentía miedo: “También entrevista a un par de personas de la comunidad, para tener los dos puntos de vista”.