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Al igual que todos nosotros en los últimos meses, ellos también están encerrados. Tienen un par de objetos y una pared de ladrillos que delimita el espacio. Una cuadrado que ocupa un cuarto de la pantalla muestra a cada uno, pero son tres. Hay un cuadrado vacío. ¿Se fue? ¿Viajó? ¿Lo desaparecieron? ¿Dónde está?
De los personajes en pantalla tampoco sabemos mucho. Es la señorita Tik y señores Tak y Toe. Están en algún lugar y se preguntan por la ausencia de alguien. Ese lugar, esa incertidumbre, esas preguntas y ese llamado al silencio que algunas veces hacen habla sobre el exilio. En el ojo de la aguja: cada exiliado, cada historia es una obra de teatro que, de manera poética, cuenta lo que significa ser exiliado, haberse ido, dejar algo atrás o cargar con uno el peso de una vida anterior. La pieza, escrita por Ramiro Antonio Sandoval, director de Tabula RaSa NYC Theater e integrante del Foro Internacional de Víctimas (FIV), con la colaboración de Johanna Bock, llama la atención sobre el abandono a los exiliados, refugiados y migrantes.
“En el ojo de la aguja surge como una creación colectiva, a partir de improvisaciones de historias que los actores quieren contar con una inquietud que teníamos en el momento, que tenía que ver con el desarraigo y las cosas comunes. A partir de ahí empezamos a contar historias, a recopilar historias que nos han contado, a recoger historias que hemos leído, a recoger documentos”, explica Sandoval, quien, junto a su equipo, integrantes del FIV y, con apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, presentó la obra ante el público colombiano de manera virtual el pasado 28 de octubre.
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La creación teatral sobre el conflicto no nace con esta obra, de hecho, la creación anterior de Tabula RaSa, grupo varias veces premiado en Nueva York, fue sobre la trata de personas. Y antes de eso, desde la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado y la antigua guerrilla de las Farc, Sandoval y otros actores habían tenido experiencias de relacionamiento artístico y humano con comunidades afectadas por la guerra y con excombatientes en proceso de reincorporación. Ahora, junto al FIV, del que Sandoval hace parte hace cuatro años, surgió la necesidad de narrar el exilio, pero no de forma documental o panfletaria, sino desde las reflexiones filosóficas.
“En medio del gran sinsentido de las guerras y los conflictos contemporáneos, el acto teatral se levanta como segura y poderosa herramienta en el proceso de sanación. Por medio de la representación, del reflejo de las situaciones más escabrosas y de reflexión, el teatro reclama el papel de la memoria en el tejido social como un imperativo para el restablecimiento de la dignidad robada por el silencio y el olvido intencionales”, explica Íngrid García, integrante del Foro Internacional de Víctimas y exiliada en Canadá hace 16 años.
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La dignidad robada, el silencio y el olvido se pueden interpretar a través de las máscaras de los personajes de la obra. Una mezcla de payasos, villanos de terror o muertos. Están pálidos, pero vivos. Se mueven, pero no están caminando. Hablan, pero no libremente. Recuerdan, pero a veces prefieren repetir y repetir otra frase hasta que se vuelva verdad. ¿Se vuelve verdad?
“Es cómo entendemos eso filosóficamente, cómo le damos trámite a muchas emociones que vienen con ese desplazamiento, dónde quedan esas memorias en el cuerpo, en qué parte del cuerpo quedó mi tierrita, dónde quedaron los olores de las frutas con las que yo crecí y que me llaman”, dice Sandoval.
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Y es también cómo se tramita el conflicto, si se enfrenta y se reflexiona sobre él o si se hace como si nunca hubiera existido. Aparece el “no hablemos de eso. Entre menos hablemos de ellos, más rápido los olvidamos”.
Las cuestiones que plantea En el ojo de la aguja trascienden la colombianidad y el conflicto propio del país. Se extiende a la realidad de miles de personas de otros países, del limbo en el que muchos quedan cuando se tienen que ir.
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En la presentación de la obra, debido a la alianza con el Centro Nacional de Memoria Histórica, varios espectadores dijeron sentirse identificados. Hablaron sobre lo que se siente estar afuera y sentir que ya no pertenecen a un país que, además, ya les dio la espalda. Para Íngrid García, el objetivo de la obra es abrir esa conversación e “incidir en el rescate de la memoria histórica como parte del proceso de sanación de las víctimas”, así como, “concientizar y difundir de forma artística la realidad de la condición de mujeres, hombres y niños en estado de desarraigo a causa de los conflictos. La obra no pretende juzgar, salvar o condenar a los actores, pero sí explorar voces que permitan encadenar historias perdidas, la memoria perdida, entre otras, de las causas de las migraciones locales o al exilio”.
Ramiro Sandoval cierra con un llamado: “Es tiempo de establecer una relación más clara entre la nación colombiana en el exterior y el país. Es cierto que dentro del país se olvidan de los territorios y qué van a pensar en la gente en exterior, si “es que ellos ya están en mejor vida, están en el cielo”, y no es así. Es importante que la gente en el interior conozca la realidad de los dramas, de las tragedias, de la migración colombiana, de los hermanos y hermanas en el exterior, de las víctimas y todas sus memorias. Pero en este momento clave es la creación y el desarrollo de un imaginario de paz. Es desarmar todos esos imaginarios que se crearon, que se estructuraron para soportar una guerra fratricida de seis décadas y más, para estructurar con unas bases sólidas un imaginario de paz, amable, creativo, crítico, propositivo. Esa sería mi meta”.