Encuentro inédito por verdad de la guerra en el Cesar
Abelardo Caicedo, exjefe de las Farc, y Óscar Ospino, exjefe de las Auc, se encontrarán junto a sus víctimas, miembros de la sociedad civil y la Comisión de la Verdad para hablar sobre lo ocurrido durante el conflicto en este departamento.
Gloria Castrillón / @glocastri
Abelardo Caicedo y Óscar José Ospino fueron protagonistas de la creación de estructuras de la guerrilla de las Farc y de las Auc en la costa Caribe, respectivamente. Los dos recorrieron las mismas áreas en los departamentos de Magdalena, Cesar y La Guajira, combatiendo entre sí durante casi treinta años, dejando a su paso una estela de dolor y muerte, afectando a cientos de civiles que quedaron en medio de la confrontación. A pesar de esa historia en común en la confrontación armada, no se conocían personalmente. Lo harán hoy, en el encuentro Hablemos de Verdad organizado por Colombia 2020 en Valledupar y apoyado por la Embajada de Alemania y la Embajada de la Unión Europea en Colombia.
Los dos aceptaron sentarse ante una misma mesa para responder a la pregunta: ¿por qué es tan difícil hablar de la verdad de lo sucedido en el conflicto armado en esta zona del país? Y lo harán junto a víctimas, representantes de organizaciones sociales, de los ganaderos, de la Iglesia católica y de la Comisión de la Verdad.
Según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), entre 1985 y 2015, la guerra dejó en el Cesar 300.000 personas desplazadas, 40.000 asesinadas, 2.760 secuestradas, 1.936 desaparecidas forzadamente, 755 masacradas y 287 víctimas de violencia sexual, por parte de los actores armados en el conflicto. Se considera que el 34 % de su población ha sido víctima de la violencia.
Tanto Abelardo (conocido en la guerra como Solís Almeida) como Óscar José (apodado Tolemaida) explican su ingreso a la guerra por hechos violentos de los que fueron víctimas y sustentan sus actuaciones en las circunstancias que les impuso la crudeza de la confrontación. Solís nació en Mercaderes, Cauca, hace 59 años. Él y su familia, de extracción campesina, trasegaron por varias veredas del Meta y Santander, antes de su ingreso a las Farc a los 17 años, empujado —según explica— por la represión que el Ejército ejercía contra los miembros de la Juventud Comunista, a la que había ingresado a su paso por Puerto Boyacá. Ingresó a la guerrilla el 16 de junio de 1977 y otro 16 de junio, pero de 2017, dejó las armas, en medio del Acuerdo de Paz firmado con el Estado.
(Lea también: “Quebrantos” o la metáfora de la fractura del tejido social)
Óscar nació en San Ángel, Magdalena, hace 44 años y trabajó desde niño en la finca de su familia, hasta que el frente Domingo Barrios del Eln asesinó a dos de sus tíos y al administrador de la finca. Su familia tuvo que salir huyendo. Dice que tenía 19 años y que apenas había terminado el colegio cuando ingresó a un pequeño grupo de autodefensas llamado los Cheperos, en 1995, que un año más tarde se integraría a las autodefensas de la casa Castaño. Allí empezó como guía, luego fue chofer, informante, comando urbano y coordinador, hasta llegar a ser el segundo al mando del Bloque Norte, que comandaba Jorge Tovar Pupo, conocido como Jorge 40.
Tolemaida pagó nueve años de cárcel en La Picota dentro del proceso de Justicia y Paz al que se acogió, luego de su desmovilización junto a 4.300 hombres del Bloque Norte en 2006. Dice que llegó a comandar a ochocientos hombres, de los cuales apenas el 20 % está sometido a ese sistema de justicia. El resto de tropa está por fuera porque no quiso acogerse, porque se quedó en la ilegalidad y porque hay casos de personas que no han sido aceptadas, según él, sin ninguna explicación aparente.
Y cita el caso de Luis Carlos González Pacheco, conocido como Cebolla, quien le seguía a Tolemaida en la línea de mando y era el comandante general de todas las estructuras urbanas del frente. “Él pidió que lo postularan muchas veces y nunca lo hicieron. Está detenido en la cárcel de Cómbita”, agrega. Y añade el nombre de Donaldo José Pitalúa, su segundo jefe militar, conocido como Saúl, quien está detenido en la cárcel de Barranquilla y tampoco está en Justicia y Paz.
Aun así, Ospino dice que el frente Juan Andrés Álvarez ha venido aportando a la verdad, confesando cerca de 3.000 hechos delictivos, aceptando los “delitos de género” y falsos positivos. Explica que ha entregado un número indeterminado de fosas donde reposan restos de personas desaparecidas y que han vinculado a terceros, entre militares y civiles, que apoyaron su causa. “Ha habido mucha verdad, pero falta mucha”, agrega.
“Uno como comandante lo que hace es aceptar por línea de mando, pero los que participaron de manera directa ya no están. Estamos construyendo una verdad con muy poca gente”, reconoce Tolemaida, quien para acudir al encuentro de Valledupar tuvo que pedir permiso al Tribunal Superior de Bucaramanga, en el que un grupo de más de veinte exlíderes de las Auc están rindiendo testimonios por asesinatos de miembros de la Unión Patriótica, sindicalistas y líderes sociales.
(Lea también: "Defendamos la vida", una campaña de la Unión Europea por los líderes sociales)
Solís lidera hoy un grupo de 144 excombatientes que hacen su reincorporación a la vida civil en el espacio territorial de Tierra Grata, en el municipio de Manaure, Cesar. Asegura que su grupo quiere aportar la verdad, porque consideran que es indispensable para que haya reconciliación. “El problema —señala— es que hablar de verdad se ha vuelto difícil, porque falta que aparezcan los gobernantes del país que, por acción u omisión, son también responsables”.
Dice que ya ha adelantado algunos encuentros de reconciliación con víctimas que han sido afectadas por su accionar. “Ya hice mi comparecencia a la versión voluntaria por secuestro y hemos manifestado nuestra disposición a contar la verdad; pero la verdad no proviene única y exclusivamente de lo que puedan decir las Farc, sino también de lo que digan los otros sectores que de una u otra manera participaron en este conflicto”, insiste.
Y refiere que ya tienen programadas reuniones con algunos ganaderos que fueron víctimas de secuestro y ataques en sus fincas. “Ya tuve la oportunidad de hablar con uno de ellos y le pedí perdón, incluso él nos está ayudando, porque es de la Federación Nacional de Cerealistas y nos acaban de dar una capacitación en siembra de maíz”, comenta.
Para Ospino, cada encuentro con las víctimas en las audiencias de Justicia y Paz es muy difícil. “Son sentimientos encontrados, porque las víctimas que tienen familiares desaparecidos tienen un ciclo de dolor abierto que no lo cierran hasta que no se le entregan sus restos. Es una alegría para uno cuando se le puede dar información cierta, porque las víctimas van a descansar. Es difícil en otros casos cuando no se les puede dar una respuesta porque la víctima fue quemada, echada a un río y nunca va a aparecer. Ahí es más difícil”, admite. Y esa es un cruz con la que tiene que cargar. “La guerra es así: algún comandante de Policía decía: ‘No me dejen muertos en la zona’, entonces se capturaban aquí y se echaban en otro lado”.
Y a renglón seguido reconoce que fue un error haber cometido las masacres en las que morían inocentes, porque ellos estaban convencidos de que “al enemigo había que buscarlo y darlo de baja así estuviera de civil”.
Para Solís Almeida, es una necesidad que la gente se acerque a él a contarles de qué forma fueron afectados por su actuar en la guerra. “Es una guerra imprevisible y uno no sabe qué puede ocurrir en medio de un combate. Una de las cosas que replantearía y hoy no haría es volar las fincas de los ganaderos como represalia, bien fuera porque se les acusaba de ser apoyo del paramilitarismo o por otra razón. En su momento se decía que había que afectar la parte económica del contrincante y era haciendo eso”.
Justamente ayer, se instaló una mesa técnica con la dirigencia del partido FARC y la Comisión de la Verdad para marcar una ruta que conlleve al esclarecimiento de la verdad. Parte de esa dureza de la guerra será la que se relatará hoy en el encuentro Hablemos de Verdad, que estará ambientado por una charla del maestro de la música vallenata Rosendo Romero.
Abelardo Caicedo y Óscar José Ospino fueron protagonistas de la creación de estructuras de la guerrilla de las Farc y de las Auc en la costa Caribe, respectivamente. Los dos recorrieron las mismas áreas en los departamentos de Magdalena, Cesar y La Guajira, combatiendo entre sí durante casi treinta años, dejando a su paso una estela de dolor y muerte, afectando a cientos de civiles que quedaron en medio de la confrontación. A pesar de esa historia en común en la confrontación armada, no se conocían personalmente. Lo harán hoy, en el encuentro Hablemos de Verdad organizado por Colombia 2020 en Valledupar y apoyado por la Embajada de Alemania y la Embajada de la Unión Europea en Colombia.
Los dos aceptaron sentarse ante una misma mesa para responder a la pregunta: ¿por qué es tan difícil hablar de la verdad de lo sucedido en el conflicto armado en esta zona del país? Y lo harán junto a víctimas, representantes de organizaciones sociales, de los ganaderos, de la Iglesia católica y de la Comisión de la Verdad.
Según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), entre 1985 y 2015, la guerra dejó en el Cesar 300.000 personas desplazadas, 40.000 asesinadas, 2.760 secuestradas, 1.936 desaparecidas forzadamente, 755 masacradas y 287 víctimas de violencia sexual, por parte de los actores armados en el conflicto. Se considera que el 34 % de su población ha sido víctima de la violencia.
Tanto Abelardo (conocido en la guerra como Solís Almeida) como Óscar José (apodado Tolemaida) explican su ingreso a la guerra por hechos violentos de los que fueron víctimas y sustentan sus actuaciones en las circunstancias que les impuso la crudeza de la confrontación. Solís nació en Mercaderes, Cauca, hace 59 años. Él y su familia, de extracción campesina, trasegaron por varias veredas del Meta y Santander, antes de su ingreso a las Farc a los 17 años, empujado —según explica— por la represión que el Ejército ejercía contra los miembros de la Juventud Comunista, a la que había ingresado a su paso por Puerto Boyacá. Ingresó a la guerrilla el 16 de junio de 1977 y otro 16 de junio, pero de 2017, dejó las armas, en medio del Acuerdo de Paz firmado con el Estado.
(Lea también: “Quebrantos” o la metáfora de la fractura del tejido social)
Óscar nació en San Ángel, Magdalena, hace 44 años y trabajó desde niño en la finca de su familia, hasta que el frente Domingo Barrios del Eln asesinó a dos de sus tíos y al administrador de la finca. Su familia tuvo que salir huyendo. Dice que tenía 19 años y que apenas había terminado el colegio cuando ingresó a un pequeño grupo de autodefensas llamado los Cheperos, en 1995, que un año más tarde se integraría a las autodefensas de la casa Castaño. Allí empezó como guía, luego fue chofer, informante, comando urbano y coordinador, hasta llegar a ser el segundo al mando del Bloque Norte, que comandaba Jorge Tovar Pupo, conocido como Jorge 40.
Tolemaida pagó nueve años de cárcel en La Picota dentro del proceso de Justicia y Paz al que se acogió, luego de su desmovilización junto a 4.300 hombres del Bloque Norte en 2006. Dice que llegó a comandar a ochocientos hombres, de los cuales apenas el 20 % está sometido a ese sistema de justicia. El resto de tropa está por fuera porque no quiso acogerse, porque se quedó en la ilegalidad y porque hay casos de personas que no han sido aceptadas, según él, sin ninguna explicación aparente.
Y cita el caso de Luis Carlos González Pacheco, conocido como Cebolla, quien le seguía a Tolemaida en la línea de mando y era el comandante general de todas las estructuras urbanas del frente. “Él pidió que lo postularan muchas veces y nunca lo hicieron. Está detenido en la cárcel de Cómbita”, agrega. Y añade el nombre de Donaldo José Pitalúa, su segundo jefe militar, conocido como Saúl, quien está detenido en la cárcel de Barranquilla y tampoco está en Justicia y Paz.
Aun así, Ospino dice que el frente Juan Andrés Álvarez ha venido aportando a la verdad, confesando cerca de 3.000 hechos delictivos, aceptando los “delitos de género” y falsos positivos. Explica que ha entregado un número indeterminado de fosas donde reposan restos de personas desaparecidas y que han vinculado a terceros, entre militares y civiles, que apoyaron su causa. “Ha habido mucha verdad, pero falta mucha”, agrega.
“Uno como comandante lo que hace es aceptar por línea de mando, pero los que participaron de manera directa ya no están. Estamos construyendo una verdad con muy poca gente”, reconoce Tolemaida, quien para acudir al encuentro de Valledupar tuvo que pedir permiso al Tribunal Superior de Bucaramanga, en el que un grupo de más de veinte exlíderes de las Auc están rindiendo testimonios por asesinatos de miembros de la Unión Patriótica, sindicalistas y líderes sociales.
(Lea también: "Defendamos la vida", una campaña de la Unión Europea por los líderes sociales)
Solís lidera hoy un grupo de 144 excombatientes que hacen su reincorporación a la vida civil en el espacio territorial de Tierra Grata, en el municipio de Manaure, Cesar. Asegura que su grupo quiere aportar la verdad, porque consideran que es indispensable para que haya reconciliación. “El problema —señala— es que hablar de verdad se ha vuelto difícil, porque falta que aparezcan los gobernantes del país que, por acción u omisión, son también responsables”.
Dice que ya ha adelantado algunos encuentros de reconciliación con víctimas que han sido afectadas por su accionar. “Ya hice mi comparecencia a la versión voluntaria por secuestro y hemos manifestado nuestra disposición a contar la verdad; pero la verdad no proviene única y exclusivamente de lo que puedan decir las Farc, sino también de lo que digan los otros sectores que de una u otra manera participaron en este conflicto”, insiste.
Y refiere que ya tienen programadas reuniones con algunos ganaderos que fueron víctimas de secuestro y ataques en sus fincas. “Ya tuve la oportunidad de hablar con uno de ellos y le pedí perdón, incluso él nos está ayudando, porque es de la Federación Nacional de Cerealistas y nos acaban de dar una capacitación en siembra de maíz”, comenta.
Para Ospino, cada encuentro con las víctimas en las audiencias de Justicia y Paz es muy difícil. “Son sentimientos encontrados, porque las víctimas que tienen familiares desaparecidos tienen un ciclo de dolor abierto que no lo cierran hasta que no se le entregan sus restos. Es una alegría para uno cuando se le puede dar información cierta, porque las víctimas van a descansar. Es difícil en otros casos cuando no se les puede dar una respuesta porque la víctima fue quemada, echada a un río y nunca va a aparecer. Ahí es más difícil”, admite. Y esa es un cruz con la que tiene que cargar. “La guerra es así: algún comandante de Policía decía: ‘No me dejen muertos en la zona’, entonces se capturaban aquí y se echaban en otro lado”.
Y a renglón seguido reconoce que fue un error haber cometido las masacres en las que morían inocentes, porque ellos estaban convencidos de que “al enemigo había que buscarlo y darlo de baja así estuviera de civil”.
Para Solís Almeida, es una necesidad que la gente se acerque a él a contarles de qué forma fueron afectados por su actuar en la guerra. “Es una guerra imprevisible y uno no sabe qué puede ocurrir en medio de un combate. Una de las cosas que replantearía y hoy no haría es volar las fincas de los ganaderos como represalia, bien fuera porque se les acusaba de ser apoyo del paramilitarismo o por otra razón. En su momento se decía que había que afectar la parte económica del contrincante y era haciendo eso”.
Justamente ayer, se instaló una mesa técnica con la dirigencia del partido FARC y la Comisión de la Verdad para marcar una ruta que conlleve al esclarecimiento de la verdad. Parte de esa dureza de la guerra será la que se relatará hoy en el encuentro Hablemos de Verdad, que estará ambientado por una charla del maestro de la música vallenata Rosendo Romero.