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En Tierra Grata, vereda en Manaure (Cesar) que alberga a 121 firmantes de paz, existe la sensación de que están viviendo una reincorporación atípica. Es un sabor agridulce, raro, frente a una dolorosa realidad en la que la violencia criminal aún está presente en los territorios. Mientras que en todo el país han sido asesinados 342 excombatientes de las Farc, allí no se ha presentado ningún caso de esos. La tensa calma es constante.
Estar allí es una mezcla de muchas cosas, que no son más que el producto de una paz que por momentos parece frágil en el nororiente del país. Se alaba el respeto por la vida de quienes eligieron a la reconciliación y no repetición como proyecto de vida, pero a su vez se lamentan los agudos problemas de saneamiento y acceso al agua potable. A casi seis años de la firma del Teatro Colón hay temas que funcionan a media marcha: si se quiere entrar a Tierra Grata toca casi de forma ineludible en camioneta 4x4, porque las trochas lo disponen así. Esto a pesar de ser un espacio territorial de reincorporación que no es recóndito como varios otros; hablamos de un lugar a poco más de una hora en carretera de Valledupar.
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Alberto Caicedo Colorado, conocido en las filas de las extintas Farc como Solís Almeida, vive allí y en lugar de enfatizar sobre lo que les falta, está orgulloso de lo que han conseguido desde que se firmó el Acuerdo de Paz. Es el vocero de muchas actividades productivas que se desarrollan allí y es puente para darle cuentas al Consejo Nacional de Reincorporación (CNR).
“El éxito de Tierra Grata es la contracara del asesinato de cientos de compañeros y amigos, pero no queremos quedarnos solo con eso. Trabajamos en proyectos de vivienda rural que se están haciendo sobre la marcha, tenemos talleres de confección, levantamos una ferretería y le apostamos a la educación infantil de nuestros niños, de los cuales muchos son producto de la paz”, narró Caicedo.
De hecho, dentro de lo que más destaca el exguerrillero de su comunidad está un ambicioso proyecto de vivienda rural, acompañado de una formación constante de decenas de firmantes de paz para lograr su transición a la vida civil desde la educación.
“Aquí, 72 personas hemos terminado el bachillerato, otros más hemos elegido también el camino de la educación superior y cinco de nosotros estamos a mitad o final de carrera de Administración Pública en la ESAP. Con eso estamos entendiendo nuestra realidad, nuestro futuro y lo que verdaderamente se puede alcanzar con la construcción de paz. Unimos estos esfuerzos académicos con nuestro proyecto “Ciudadelas de paz”, cuya idea es trabajar sobre 60 hectáreas de terreno para construir viviendas rurales aquí, con 150 casas y en Pondores (La Guajira), con 250 más”, dijo Caicedo.
En Tierra Grata hay dos modelos de estas viviendas que fueron mostradas en la Conferencia Internacional de Experiencias de Reincorporación, un espacio organizado por el CNR, la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Embajada de Noruega. Justamente allí comenzaron las lecciones y reflexiones tanto para los firmantes nacionales, como los internacionales.
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Alfredo Leiva, exguerrillero salvadoreño del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue uno de los más impactados por el desarrollo de esas viviendas y su análisis lo hizo a la luz de algunas falencias en la implementación del acuerdo del que él fue parte hace casi 31 años, firmado en Ciudad de México.
“Conmueve ver este tipo de iniciativas. Colombia ha sabido recoger aciertos, errores para no repetir y aspectos positivos de otros procesos de paz. Muestra de ello es que no se quedan solo con una dejación de armas o con una nueva forma de entender al funcionamiento de los militares o los policías, como en mi país, aquí han pensado en algo colectivo y con proyección a futuro. Los compañeros de Tierra Grata hablan en plural, en colectivo, quieren metas para todos... y eso a pesar de llevar tantos años en reincorporación es novedoso para mí. En El Salvador nos preocupamos por lo individual, eso nos hizo frágiles y el Estado no asumió todos sus deberes”, le dijo a Colombia+20.
“En El Salvador nos fueron olvidando”
Una delegación de exguerrilleros de El Salvador, Guatemala, Indonesia, Senegal y País Vasco escuchó experiencias de paz de exguerrilleros de las Farc en el Salón Barranquilla, del espacio de Tierra Grata. Ellos hicieron lo propio y por cerca de dos horas ese sitio se convirtió en un espacio de aprendizaje colectivo, en el que la reincorporación social y política fueron los protagonistas.
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Antonio Amaya, otro firmante de paz del FMLN fue reiterativo en que hablar sobre lecciones de procesos de paz no es dar un libro de recetas. Es más, dijo que tanto él como sus compañeros siguen aprendiendo todos los días, a pesar de tener un proceso de paz que el próximo 16 de enero de 2023 cumplirá 31 años.
“Es sencillo apoyar la paz y las iniciativas de no violencia cuando están de moda. Cuando firmamos la paz, tuvimos un apoyo social amplio, el FMLN lo convertimos en un partido político y el hambre mismo de poder nos hizo olvidar nuestra naturaleza colectiva. Ganamos elecciones, alcaldías, e incluso dos veces la presidencia, pero nos olvidamos entre nosotros. Independientemente de cómo vayan las cosas después, bien o mal, con mucho o poco apoyo, manténganse unidos aun cuando la paz no esté de moda. En El Salvador los primeros seis o siete años fueron de respaldo total, luego nos fueron olvidando”, comentó el exguerrillero.
Adrián Zapata, firmante de paz de la extinta Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala (URNG) también recalcó la importancia de no olvidar el inicio de las causas sociales, lo que los motivó a luchar “en nombre de un pueblo”, aprovechando ahora que las armas no son una opción.
“Confíen en su gente, no les crean a quienes digan que las armas pueden ser la opción de nuevo. Formen cohesión social, acompañen a los más jóvenes y enseñen que la voz del pueblo es una voz llena de necesidades, pero digna y pacífica que no quiere sufrir más. No olvidemos nunca más a las comunidades indígenas; siempre las quisimos hacer entrar en un cajón, pero sin saber que sin ellos no hay paz completa”, aseveró.