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Hace cerca de 10 meses, cuando empezaba un proyecto para restaurar los bosques y paisajes de la amazonia en el Putumayo, nació la amistad entre Jorge Santofimio, excombatiente de las Farc, y Jairo Segovia, experto en viverismo para restauración y uribista de corazón.
El método para que compartieran juntos fue más bien poco ortodoxo. En un recorrido, algunos de sus compañeros los metieron juntos en la misma camioneta y se despidieron de ellos. Ninguno de los dos es tímido. Tanto Jairo como Jorge hablan duro, hacen chistes, y antes de dejar escapar la carcajada, se ríen con los ojos. Entonces era inevitable que los dos empezaran a hablar, de ellos mismos, de la vida, de los árboles favoritos de algunos comandantes de las antiguas Farc y de los que ya no existen.
Jairo es uribista de pura cepa, es oriundo de Nariño y tiene tatuado en una de sus manos el rostro de un tigre. Es uno de los conocedores de especies nativas y procesos de recuperación de ecosistemas más respetados en el sur del país. Actualmente es el puente entre la organización para la que trabaja, los conocimientos campesinos y las instituciones. “Yo voté por Uribe y por Duque, pero a veces molesto a Jorge y le digo que me tocará decir que soy exguerrillero para que me escuchen”, dice como quien opta por la broma en vez de la confesión.
Se conocieron porque ambos tiene un objetivo en común: restaurar los bosques y ecosistemas de Putumayo de manera sostenible. Jorge Santofimio Yepes entregó las armas gracias al Acuerdo de paz, firmado entre el Estado colombiano y las extintas Farc en 2016. Vivió en el Espacio Territorial de Capacitación y Reconciliación de La Carmelita y ahora preside la Cooperativa Multiactiva Comunitaria del Común (Comuccon). Además, es uno de los ‘cuadros’, es decir cabezas o delegados, de Arando a la paz, un grupo de excombatientes que le apuestan a la paz desde la conservación del medio ambiente en el país.
Jorge y Jairo se enfrentan a defender la naturaleza en el país donde es más peligroso defender el medio ambiente, según el más reciente informe de la ONG Global Witness. Tan solo en 2020, reporta la organización, en Colombia 65 líderes ambientales fueron asesinados por sus labores como defensores del territorio. Este penoso reconocimiento también fue otorgado a Colombia en 2019.
Además del peligro que enfrentan los líderes ambientales, también los excombatientes que lideran procesos asociativos se encuentran en peligro. Solo en lo corrido de 2021, han sido asesinados 36 firmantes de paz, el crimen más reciente cobró la vida de Blanca Rosa Monroy, que se encontraba en proceso de reincorporación en Pereira (Risaralda). Desde la firma del Acuerdo, un total de 285 exguerrilleros han sido asesinados.
Al escuchar hablar a Jorge, su acento es indescifrable. Y así debe serlo, porque nació en Caquetá, pasó su niñez en Huila y se terminó de criar en Putumayo. A sus abuelos les aprendió la humildad de ganarse la vida con lo necesario, pues atendían una tienda en medio del campo y cuando estaban bien abastecidos había tres libras de arroz. Como anécdota de los años que vivió con ellos, cuenta que sus abuelos no lo dejaron hacer la primera comunión porque tenía que memorizarse 150 oraciones y Jorge solo pudo con 90. A los 11 años se fue a vivir con sus padres a Puerto Caicedo (Putumayo) junto con sus otros dos hermanos y dos hermanas. Él era el menor de los hombres, y fue ahí, en medio de la selva, que aprendió del nadar y consolidó su respeto por la naturaleza, como lo hacen todos los campesinos. Aún así, le costó acoplarse a la nueva vida, no tenía electricidad y vivía a contraluz con velas y las lámparas que se prendían con un mecha y gasolina.
En 1998 ingresó voluntariamente a la guerrilla de las Farc. Se enlistó a los 15 años, según dice, porque en aquel momento el paramilitarismo estaba dominando la zona y “a la gente la mataban por usar botas negras de caucho, por tener una lámpara en el bolsillo del pantalón” cuenta. Además, su hermano del medio, Rafael, ya se había ido a la guerrilla. Hoy Rafael, tras la dejación de armas y la reincorporación a la sociedad civil, es el viverista de la Cooperativa y mantiene con vida más de 50.000 plántulas germinadas con semillas recogidas por él mismo en el bosque.
Daniel Eduardo, su otro hermano, el mayor, no fue a la guerrilla, pero fue asesinado por el Ejército, relata Jorge. “Él trabajaba subiendo y bajando ganado, lo esperaron cerca del río Putumayo, lo mataron y lo llevaron como muert0 en combate. Lo mataron seguro por lo que nosotros éramos guerrilleros, pero ese no era de la guerrilla porque sí era el más flojo”, narra.
En efecto, desde finales de la década de los ochenta había presencia de grupos paramilitares que se fue afianzando con la creación de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y su futuro fortalecimiento. El 7 de febrero de 1991, paramilitares denominados Masetos ingresaron al municipio de Puerto Asís (Putumayo), y asesinaron a once personas. De acuerdo con el centro de investigación Cinep, la masacre fue perpetrada luego de que las víctimas fueran detenidas por la Policía y entregadas a los ‘paras’, quienes las llevaron al muelle La Verde, en la orilla del río Putumayo. Una vez muertas, les abrieron el vientre y las lanzaron al río. Ninguno de los cadáveres se pudo identificar.
A finales de la década de los noventa entró el Bloque Sur de los paramilitares a Putumayo a cargo de los hermanos Carlos y Vicente Castaño y luego del narcotraficante Carlos Mario Jiménez conocido como ‘Macaco’. El primer jefe paramilitar que llegó a la región fue enviado desde el Urabá antioqueño: Rafael Antonio Londoño Jaramillo conocido como “Rafa Putumayo”, quien lideraba a un grupo de 20 hombres que se instalaron en Puerto Asís, entrenados en Cali por los ‘paras’ y que fue creciendo en número con el tiempo.
Según lo documentado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) “en la noche del 9 de enero de 1999, aproximadamente 150 paramilitares del Bloque Sur Putumayo, unidad adscrita al Bloque Central Bolívar—BCB— de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), irrumpieron en la zona urbana de la Inspección de Policía El Tigre, en el Bajo Putumayo (Valle del Guamuéz), en donde asesinaron a 28 personas, quemaron casas, motocicletas y vehículos”.
Meses después, como se conoció en Justicia y Paz, la incursión paramilitar continuó y el 7 de noviembre de 1999, un grupo de cerca de 100 hombres incursionaron en dos veredas del municipio del Valle del Guamuéz. Ese día, los paramilitares se dividieron en dos grupos, El Cazador y El Destructor, para tomarse los dos pueblos.
Hoy a solo unos minutos de los lugares donde fueron perpetrados estos crímenes, donde campesinos y la sociedad civil quedaron a merced de la guerrilla y de los paramilitares, está ubicada Comuccon donde exguerrilleros tienen proyectos de piscicultura, que comercializan en el pueblo, y están trabajando para impulsar un proyecto productivo de miel.
En la guerra el nombre de Jorge era “Gaitán Duque”, pero nadie le decía así, preferían decirle Jorgillo. Hoy lo siguen llamando así, incluso Jairo. Durante su tiempo en la guerrilla, Jorge recuerda que pasó momentos duros: enfrentó la muerte de su hijo y no pudo despedirse de su hermano Daniel Eduardo. Jorge pasó casi 20 años en la guerrilla y ahí conoció a su esposa actual, con quien tiene dos hijos. El mayor tiene el mismo color verde claro de sus ojos y lo ayuda a atendernos. El día que lo visitamos, Jorge tenía su sombrero vueltiao’, botas de caucho negras, camiseta tipo polo y nos sirvió tilapia roja y jugo de piña, de lo que brota la tierra de Putumayo.
Jorge abandonó las armas y está convencido que pase lo que pase jamás va a retornar a la guerra. Pero él no abandonó sus ideales políticos, asegura que “ningún grupo armado se va a tomar el poder por medio de las armas” porque eso implica derramar más sangre y dejar a mas familias sin hijos, sin padres. De la nada, empieza a citar de memoria pasajes de El arte de la guerra de Sun Tzu y dice que sigue pensando en el sentido del ser del hombre y de su moral.
“Hay que dejar de profundizar el odio y el rencor entre colombianos, nosotros lo que tenemos que hacer es reconciliarnos. Yo reconozco todos los errores que cometimos como organización armada así no haya estado yo. Y pido perdón a todas las víctimas. Hay gente que sigue creyendo en esto, por eso seguimos acá y no volveremos atrás. A mi amigo Jairo lo quiero mucho y respeto sus ideales, eso sí no los comparto. Pero de eso se trata la paz” asegura.
Jorge junto a los otros excombatientes y demás campesinos que trabajan en la Cooperativa construyen instalaciones, alimentan los peces, cuidan las abejas y los árboles. Pero siguen enfrentando demoras para comercializar sus productos, resultado de la burocracia que impacta sobretodo a los pequeños productores en Colombia. Entonces ¿Cuál es la utilidad de dedicarle su vida a la protección del ambiente y a la paz, que son, al final de cuentas, metas a largo plazo, sin réditos económicos inmediatos? Tiempo después encontré la respuesta, se trataba de no solo del producir sino del para qué. Decía Henri Poincaré hace más de un siglo, “quiénes trabajen únicamente para una aplicación inmediata no habrán dejado nada tras ellos”.
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