Tras décadas de silencio, una exEpl busca a su compañero desaparecido hace 36 años
Ruth Zapata, exintegrante del Epl, acudió a las autoridades para encontrar a su compañero Walter Patiño, quien fue desaparecido el 17 de noviembre de 1986 presuntamente a manos del Ejército. Su cuerpo estaría inhumado en perímetro de una unidad militar.
Sebastián Forero Rueda
El taller clandestino funcionaba en una esquina del barrio Palermo de Bogotá, en el cruce entre la calle 48 y la carrera 18, donde hoy está ubicado un edificio de ladrillo de tres pisos encerrado por una reja. No se veía así, claro, cuando existió allí el taller Textos Gran Angular, abierto al público, a principios de los ochenta. A puerta cerrada, al anochecer, empezaba el verdadero trabajo: la digitación, diseño, diagramación y corrección de estilo del periódico Revolución, el órgano informativo clandestino del Partido Comunista Colombiano Marxista-Leninista y el Ejército Popular de Liberación (Epl).
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La memoria de Ruth Zapata Mariscal está intacta. Décadas de persecución, huidas y escondites no le han borrado los recuerdos que guardó celosamente hasta que llegara el momento de contarlos. Cree que ese momento es ahora, cuando están a punto de cumplirse 36 años desde el último día que habló con su compañero sentimental y de militancia clandestina, Walter Patiño Ocampo.
Mientras ella diagramaba el periódico en octavos de ocho y 12 páginas, él, en otro taller ubicado en el barrio La Estrada, se dedicaba a la impresión de esas páginas que luego entregaban a otra célula del partido para distribuirlo en todo el país. Vivían juntos, pero ni el uno ni la otra sabían en qué lugar exacto trabajaba su pareja, por la orden de mantener compartimentada la información.
Eran los años en que empezaba a gestarse el proceso de paz del presidente Belisario Betancur (1982 – 1986) con las insurgencias del país, incluido el Epl. Como miembros del equipo del periódico Revolución, tanto Walter como Ruth conocieron de cerca el pensamiento de quienes en la época llevaban las riendas del partido y de esa guerrilla: Francisco Caraballo, como secretario general del PCC-ML, y Jairo de Jesús Calvo (o Ernesto Rojas) y Óscar William Calvo, el primero que habló de convocar una Asamblea Nacional Constituyente.
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Ruth y Walter se habían conocido en 1979, cuando ella, oriunda de Corinto (Cauca), entró a estudiar biología en la Universidad del Valle. El movimiento estudiantil se tomó la universidad y en la retoma por parte de la fuerza pública terminó muerto el estudiante Hernán Hoyos, lo que llevó al cierre de la institución por nueve meses. En ese lapso, ella se enlistó en el partido, donde ya militaba él.
Ambos siguieron en la elaboración del periódico mientras el Epl entró de lleno a las conversaciones de paz con Betancur y Óscar William Calvo asumió la vocería pública del movimiento. El 20 de noviembre de 1985 eso le costó la vida, cuando murió al recibir diecisiete tiros de ametralladora en la carrera 13 con calle 42 en Bogotá.
La persecución arreciaba y le cerraba el cerco a los militantes y miembros del Epl. Para la joven pareja el riesgo era mayor porque ya para entonces había nacido su hija, a quien siempre trataron de proteger y mantener al margen de la vida sobresaltada que significaba la militancia clandestina, con las agencias de seguridad pisándoles los talones. Sin embargo, en eso tendrían éxito, pues la hija de la pareja creció segura y lejos de toda esa militancia, y hoy en día nada tiene que ver con ello.
Carlos Mario Agudelo, exguerrillero del Epl desmovilizado en el proceso de paz de 1991 y hoy abogado en la legalidad, fue cercano a la pareja en esa época y trabajó con él en el taller de impresión de La Estrada. Da fe del relato de Ruth y fue amigo de ellos hasta que él se fue de Bogotá.
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Walter Patiño decidió meterse de lleno en la lucha armada y asumió como combatiente del Epl, aunque su vida en armas sería particularmente corta.
La última conversación telefónica que tuvo Ruth con su compañero fue el jueves 17 de noviembre de 1986. Él se había ido para el Putumayo junto con un miembro del M-19 a formar una célula guerrillera en ese departamento. Llevaban los planos de la Caja Agraria del poblado La Hormiga para asaltarla y así obtener financiación para la organización.
En esa llamada, él le advirtió a ella de un posible seguimiento escalonado del que venían siendo objeto él y su compañero. “Si el domingo no aparezco – le dijo él – es porque algo me pasó”. No apareció. Ruth sostiene la idea de que el guerrillero del M-19 que iba con él estaba “quemado”, es decir, identificado por las fuerzas de seguridad.
En un primer momento se pensó que Walter Patiño había sido detenido y estaba en algún calabozo, por lo cual el partido envió dos abogados que junto a la hermana de él fueron a La Hormiga, en Putumayo, a averiguar por su paradero. En las indagaciones en terreno, incluyendo el testimonio de un militar que accedió a hablarles, supieron que él había sido detenido, torturado y asesinado por miembros del Ejército, y su cuerpo abandonado en perímetro de una unidad militar. Ruth sostiene que a los dos abogados y a la hermana se les permitió ver el cuerpo y confirmar que era él. Nunca más supieron de su paradero.
Ruth abandonó la militancia clandestina, cortó todo vínculo con el partido y con la guerrilla, se fue al Valle del Cauca y se escondió, aun cuando en 1991 se firmaría la paz con el Epl. Buscó trabajos como digitadora y diagramadora en Cali, en la legalidad, y se dedicó a criar a su hija y a impulsarla, que tuviera una vida lejos de la guerrilla, aunque ella siempre supo el origen de sus padres.
“Yo hice todo lo opuesto, ya no quería luchas políticas, ni quería saber de guerrilla ni quería saber de nada, porque yo sabía lo delicado que era una denuncia por desaparición forzada contra el Estado, porque todos los que en esa época denunciaron, están muertos. Hay familias enteras que no pueden llorar sus muertos porque sencillamente los desaparecieron”, dice hoy Ruth.
Ella quiere encontrar al suyo, llorarlo y enterrarlo. Porque quienes participaron en la guerra también tienen dolores sepultados. Hoy solo le quedan algunas fotos antiguas del que fue su compañero, como las que acompañan este artículo, que ella sigue atesorando. Sostiene que para ella ser reparada sería encontrarlo y conocer los responsables del homicidio y la desaparición. Cree que ahora, en lo que ella considera un momento de apertura democrática del país, puede salir públicamente a buscarlo y así lo hizo. Acudió en Jamundí a la organización de derechos humanos Tejido Social por la Paz (Tesopaz), que acogió su caso.
El relato que Ruth Zapata entregó a Colombia+20 ya lo tiene la Fiscalía en una denuncia interpuesta formalmente por desaparición forzada, entidad que ya la ha llamado a ampliar su denuncia en dos ocasiones. El caso también lo presentó ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), en donde pidió ser acreditada como víctima dentro del caso 08 “Crímenes cometidos por miembros de la Fuerza Pública, otros agentes del Estado o en asocio con grupos paramilitares”, que esa justicia abrió recientemente.
El taller clandestino funcionaba en una esquina del barrio Palermo de Bogotá, en el cruce entre la calle 48 y la carrera 18, donde hoy está ubicado un edificio de ladrillo de tres pisos encerrado por una reja. No se veía así, claro, cuando existió allí el taller Textos Gran Angular, abierto al público, a principios de los ochenta. A puerta cerrada, al anochecer, empezaba el verdadero trabajo: la digitación, diseño, diagramación y corrección de estilo del periódico Revolución, el órgano informativo clandestino del Partido Comunista Colombiano Marxista-Leninista y el Ejército Popular de Liberación (Epl).
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La memoria de Ruth Zapata Mariscal está intacta. Décadas de persecución, huidas y escondites no le han borrado los recuerdos que guardó celosamente hasta que llegara el momento de contarlos. Cree que ese momento es ahora, cuando están a punto de cumplirse 36 años desde el último día que habló con su compañero sentimental y de militancia clandestina, Walter Patiño Ocampo.
Mientras ella diagramaba el periódico en octavos de ocho y 12 páginas, él, en otro taller ubicado en el barrio La Estrada, se dedicaba a la impresión de esas páginas que luego entregaban a otra célula del partido para distribuirlo en todo el país. Vivían juntos, pero ni el uno ni la otra sabían en qué lugar exacto trabajaba su pareja, por la orden de mantener compartimentada la información.
Eran los años en que empezaba a gestarse el proceso de paz del presidente Belisario Betancur (1982 – 1986) con las insurgencias del país, incluido el Epl. Como miembros del equipo del periódico Revolución, tanto Walter como Ruth conocieron de cerca el pensamiento de quienes en la época llevaban las riendas del partido y de esa guerrilla: Francisco Caraballo, como secretario general del PCC-ML, y Jairo de Jesús Calvo (o Ernesto Rojas) y Óscar William Calvo, el primero que habló de convocar una Asamblea Nacional Constituyente.
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Ruth y Walter se habían conocido en 1979, cuando ella, oriunda de Corinto (Cauca), entró a estudiar biología en la Universidad del Valle. El movimiento estudiantil se tomó la universidad y en la retoma por parte de la fuerza pública terminó muerto el estudiante Hernán Hoyos, lo que llevó al cierre de la institución por nueve meses. En ese lapso, ella se enlistó en el partido, donde ya militaba él.
Ambos siguieron en la elaboración del periódico mientras el Epl entró de lleno a las conversaciones de paz con Betancur y Óscar William Calvo asumió la vocería pública del movimiento. El 20 de noviembre de 1985 eso le costó la vida, cuando murió al recibir diecisiete tiros de ametralladora en la carrera 13 con calle 42 en Bogotá.
La persecución arreciaba y le cerraba el cerco a los militantes y miembros del Epl. Para la joven pareja el riesgo era mayor porque ya para entonces había nacido su hija, a quien siempre trataron de proteger y mantener al margen de la vida sobresaltada que significaba la militancia clandestina, con las agencias de seguridad pisándoles los talones. Sin embargo, en eso tendrían éxito, pues la hija de la pareja creció segura y lejos de toda esa militancia, y hoy en día nada tiene que ver con ello.
Carlos Mario Agudelo, exguerrillero del Epl desmovilizado en el proceso de paz de 1991 y hoy abogado en la legalidad, fue cercano a la pareja en esa época y trabajó con él en el taller de impresión de La Estrada. Da fe del relato de Ruth y fue amigo de ellos hasta que él se fue de Bogotá.
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Walter Patiño decidió meterse de lleno en la lucha armada y asumió como combatiente del Epl, aunque su vida en armas sería particularmente corta.
La última conversación telefónica que tuvo Ruth con su compañero fue el jueves 17 de noviembre de 1986. Él se había ido para el Putumayo junto con un miembro del M-19 a formar una célula guerrillera en ese departamento. Llevaban los planos de la Caja Agraria del poblado La Hormiga para asaltarla y así obtener financiación para la organización.
En esa llamada, él le advirtió a ella de un posible seguimiento escalonado del que venían siendo objeto él y su compañero. “Si el domingo no aparezco – le dijo él – es porque algo me pasó”. No apareció. Ruth sostiene la idea de que el guerrillero del M-19 que iba con él estaba “quemado”, es decir, identificado por las fuerzas de seguridad.
En un primer momento se pensó que Walter Patiño había sido detenido y estaba en algún calabozo, por lo cual el partido envió dos abogados que junto a la hermana de él fueron a La Hormiga, en Putumayo, a averiguar por su paradero. En las indagaciones en terreno, incluyendo el testimonio de un militar que accedió a hablarles, supieron que él había sido detenido, torturado y asesinado por miembros del Ejército, y su cuerpo abandonado en perímetro de una unidad militar. Ruth sostiene que a los dos abogados y a la hermana se les permitió ver el cuerpo y confirmar que era él. Nunca más supieron de su paradero.
Ruth abandonó la militancia clandestina, cortó todo vínculo con el partido y con la guerrilla, se fue al Valle del Cauca y se escondió, aun cuando en 1991 se firmaría la paz con el Epl. Buscó trabajos como digitadora y diagramadora en Cali, en la legalidad, y se dedicó a criar a su hija y a impulsarla, que tuviera una vida lejos de la guerrilla, aunque ella siempre supo el origen de sus padres.
“Yo hice todo lo opuesto, ya no quería luchas políticas, ni quería saber de guerrilla ni quería saber de nada, porque yo sabía lo delicado que era una denuncia por desaparición forzada contra el Estado, porque todos los que en esa época denunciaron, están muertos. Hay familias enteras que no pueden llorar sus muertos porque sencillamente los desaparecieron”, dice hoy Ruth.
Ella quiere encontrar al suyo, llorarlo y enterrarlo. Porque quienes participaron en la guerra también tienen dolores sepultados. Hoy solo le quedan algunas fotos antiguas del que fue su compañero, como las que acompañan este artículo, que ella sigue atesorando. Sostiene que para ella ser reparada sería encontrarlo y conocer los responsables del homicidio y la desaparición. Cree que ahora, en lo que ella considera un momento de apertura democrática del país, puede salir públicamente a buscarlo y así lo hizo. Acudió en Jamundí a la organización de derechos humanos Tejido Social por la Paz (Tesopaz), que acogió su caso.
El relato que Ruth Zapata entregó a Colombia+20 ya lo tiene la Fiscalía en una denuncia interpuesta formalmente por desaparición forzada, entidad que ya la ha llamado a ampliar su denuncia en dos ocasiones. El caso también lo presentó ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), en donde pidió ser acreditada como víctima dentro del caso 08 “Crímenes cometidos por miembros de la Fuerza Pública, otros agentes del Estado o en asocio con grupos paramilitares”, que esa justicia abrió recientemente.