“Fabiola Lalinde se convirtió en un símbolo, en una institución de Colombia”

El escritor Alonso Salazar explica por qué publica la biografía “El largo vuelo del cirirí. La ardua lucha de una madre por su hijo desaparecido”, a la vez un expediente de denuncia contra la impunidad de los criminales de guerra en el país. En librerías con el sello editorial Debate.

Nelson Fredy  Padilla
08 de septiembre de 2024 - 01:00 p. m.
Alonso Salazar dice: “Me gustó mucho más escribir sobre Fabiola Lalinde (en la portada del libro) o Luis Carlos Galán que sobre Pablo Escobar”.
Alonso Salazar dice: “Me gustó mucho más escribir sobre Fabiola Lalinde (en la portada del libro) o Luis Carlos Galán que sobre Pablo Escobar”.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

Esta semana entrevisté al escritor Alonso Salazar Jaramillo, exalcalde de Medellín y, sobre todo, un investigador de la violencia nacional a través de libros como No nacimos pa’ semilla, Drogas y narcotráfico en Colombia, La parábola de Pablo, ahora reeditado y que sirvió de base para la serie El patrón del mal, Vida y muerte de Luis Carlos Galán y No hubo fiesta. Crónicas de la revolución y la contrarrevolución.

Ahora publica “El largo vuelo del cirirí. La ardua lucha de una madre por su hijo desaparecido”, biografía sobre la lideresa de derechos humanos Fabiola Lalinde. ¿Por qué decidió escribir este libro, teniendo en cuenta que usted ya la había perfilado en “Mujeres de fuego” hace 30 años?

Yo era estudiante de periodismo de la Universidad de Antioquia, cuando sucedió la desaparición del hijo de doña Fabiola, Luis Fernando Lalinde, y ella empezó a destacarse al lado de Héctor Abad Gómez y de la gente defensora de derechos humanos. De tal manera que, después de publicar No nacimos pa’ semilla, me propuse escribir Mujeres de fuego para responder mi pregunta de cuál era la conexión de diversas mujeres colombianas con el fenómeno de la violencia y ella, por su carácter e inteligencia, ya era una figura muy destacada. A pesar de que siempre decía que era una ama de casa común y corriente, me di cuenta de que no lo era tanto. Ahora cuento su vida como adalid de las víctimas. (Vea la entrevista de Nelson Fredy Padilla al investigador Eduardo Sáenz Rovner sobre la historia del narcotráfico en Colombia).

Al tiempo usted cuenta la historia del hijo desaparecido, un sociólogo de 26 años con alma revolucionaria que hacía parte de la guerrilla del Ejército Popular de Liberación y termina capturado, torturado y asesinado en un operativo del Ejército hace 40 años. ¿Por qué Luis Fernando Lalinde no es un desaparecido más del conflicto colombiano?

Mi propósito era contar la historia de Fabiola, pero como se tejió alrededor de la búsqueda de su hijo yo quería contextualizar esa época y la forma de hacerlo era a través de este joven revolucionario, desaparecido en la coyuntura del proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur. Eso terminaba de complementar la biografía principal y era una manera de narrar lo que nos ha pasado en Colombia.

Me impresionó la reconstrucción de los años de búsqueda del cadáver, la persistencia de ella y cómo entrega su vida a revelar lo sucedido. Fabiola se convierte en investigadora, incluso forense, y encarna la historia de miles de madres en Colombia. ¿Cierto?

Sí. Demuestra que las mujeres tienen esa potencia, esa raíz biológica y cultural que no tiene límites ni tiene miedo. Pasaron 16 años con una serie de logros y fracasos que hacen que esa vida sea muy notoria y se le reconozca como una pionera en derechos humanos y hasta en la antropología forense en Colombia, porque no solo desafió a los militares y al Estado hasta que le pidieron perdón, sino que en algún momento le tocó desafiar también a la ciencia, porque le dieron unos dictámenes de los restos encontrados en 1992, que decían que no tenían nada que ver con la familia Lalinde. Y ella, con sus recursos, abrió un campo de exploración internacional que fue definitivo. Fue una tromba y, una vez encontró a su hijo, se transformó en una activista con mucha lucidez y claridad política.

Cuénteme de la metáfora del cirirí, palabra que ella escribía con c y no con s, el ave defensora e incansable qué ella la escogió como símbolo y usted usa como hilo narrativo de la historia.

Ella contó que la definió estando en la cárcel, luego de que el Ejército le hizo un montaje para bajarle el tono a lo que había ido logrando con sus denuncias. En el año 1988 los mandos militares querían deshacerse de ese problema, introdujeron cocaína en su casa y se la llevaron presa unos 15 días por narcoterrorismo. Ella escribió que fueron los días más importantes de su vida, porque estuvo muy reflexiva y fue elaborando su historia desde que rememoró su infancia, que la pasó en una finca cafetera en el municipio de Caldas, donde permanecía muy sola y su compañía permanente eran los animales, entre ellos las gallinas y los cirirís, que le ayudaban a defender a los polluelos de los gavilanes. Fue su papá el que le hizo caer en cuenta que ella era un ser así. En esa reelaboración de su vida, ella construyó esta fábula como una metáfora de comunicación muy potente y decidió: soy una mujer libre y para defenderme y defender la memoria de mi hijo creo mi Operación Cirirí para enfrentarme a las operaciones que se vengan en mi contra.

Empezó siendo una iniciativa humanitaria familiar que luego se convierte en una metáfora nacional, porque ella le presta ese nombre y esa inspiración a madres de militares, policías, civiles desaparecidos o secuestrados y hasta de guerrilleros. ¿Cómo adquirió esa dimensión que luego llegó a nivel internacional?

Ella fue logrando una gran notoriedad en medio de tanta organización que surgió en el tema de derechos humanos en Colombia. Era ella básicamente y su hija Adriana acompañándola, pero con la Operación Cirirí Fabiola se volvió vocera de una visión más universal. La derecha lo hizo de una manera muy tardía, por allá en los 90, pero ella se fue ubicando en lo que se llamó el partido de las mamás y hasta muchos defensores de derechos humanos la querían sancionar por eso. Pero ella defendió sus ideas y terminó acogiendo a todas las madres.

Su libro es como una novela sobre la dignidad de las mujeres en tiempos de guerra, representada por Fabiola, que desde el primer momento fue transparente y contundente al decir: “Yo no estoy diciendo que mi hijo sea un monaguillo y que el Ejército lo sacó de la sacristía. Él militaba en el Partido Comunista Marxista Leninista y viajó a Jardín a rescatar un guerrillero herido. Pero aún en las peores guerras hay tiempo para recoger los heridos y enterrar a los muertos”.

Sí, exactamente. Eso le dijo al general Nelson Mejía Henao, que era el procurador delegado para las Fuerzas Militares, el primero que la atendió, pero no le ayudó a esclarecer nada y ella después lo declara como protagonista del encubrimiento de la desaparición de su hijo en los límites entre Caldas y Antioquia. Ella fue muy inteligente porque cuando él la cuestionó sobre lo que estaba haciendo su hijo por allá, ella le respondió: “No le voy a negar que era un militante revolucionario. Lo que yo quiero es que me explique si el Ejército lo detuvo”.

El otro tema de fondo del libro son los desaparecidos en Colombia. Sin importar la militancia política o revolucionaria que tenga una persona, nadie debe ser desaparecido en un Estado de derecho. ¿Esa fue la lucha más profunda de Fabiola y de quienes la siguieron por décadas?

Exacto. ¿Cómo es que se desaparece en manos del Ejército? Eso no puede ser. Como que nos hemos acostumbrado a que todo eso pase. Nadie debe desaparecerse en manos de las fuerzas oficiales, ni en las de otras fuerzas irregulares.

Fabiola Lalinde logró que 18 de noviembre de 1996 le entregaran los 69 huesos que encontraron de su hijo. Ella murió en 2022, a los 90 años de edad, y por su trabajo en defensa de su hijo y de madres e hijos de muchas otras familias en 2015 recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos. ¿Se puede decir que fue la primera mujer que le dio rostro a la desaparición de personas en Colombia?

Sí. Si nos ubicamos en la década de los años 80, cuando estaba trabajando con Héctor Abad Gómez, tuvieron una idea que fue muy precursora y fue llevar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que responsabilizó al Estado colombiano.

Fue el reconocimiento del primer caso de un desaparecido colombiano a causa del conflicto.

Exactamente. Entonces eso abrió una perspectiva jurídica distinta, un camino que después recorrieron muchos. Como Fabiola era una comunicadora excepcional, el caso de su hijo se empezó a registrar y registrar, y el Ejército ayudó también a promover su imagen en la medida en que la perseguían con montajes burdos. Era tan audaz que uno de los que llaman padres de la genética en Colombia, Emilio Yunis, tuvo la tarea de identificar los restos de Luis en 1992 y le dijo no había posibilidad de que correspondieran a su hijo. Ella se estremeció, pero buscó laboratorios internacionales que tuvieran pruebas suficientes para hacer con éxito esos exámenes y logró que le certificaran. Esos éxitos y esa perseverancia la hicieron una mujer muy trascendente en la historia colombiana.

Con razón muchos la llamaban “Madre de la memoria”. ¿Muy digna de ese título, cierto?

Muy digna, se lo ganó. Ella a su vez llamaba a las mujeres y hombres que la admiraban y la seguían hijas e hijos de la memoria. Defensores muy importantes de derechos humanos a nivel internacional, como el español Carlos Beristain, le ratificaron ese título y ella le hizo honor inspirada en una frase del escritor Manuel Mejía Vallejo de que uno solo se muere cuando lo olvidan: mantuvo la consigna de que los colombianos tuvieran que escribir de manera permanente el nombre de su hijo, para no dejarlo enterrado como querían los militares, para no dejarlo olvidar. Y una de las últimas frases que acuñó cuando logró la identificación de Luis Felipe fue: “La identidad es fundamento de la dignidad”.

Su libro representa un homenaje a todas las madres que han visto sacrificadas sus familias por cuenta de la violencia en Colombia, madres huérfanas, deshijadas, a quien nadie contabiliza. Pero a mí no se me olvidan las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, como no olvido a tantas que hemos conocido usted y yo investigando del conflicto colombiano, como las madres de Soacha, las madres de la Candelaria, las madres de la Comuna 13, las madres del Pacífico, las madres de los Montes de María, y puedo seguir… ¿Fabiola habló por ellas y luego les dio la voz?

Sí, sí. Ella no se quedó en Medellín, sino se recorrió buena parte de la geografía nacional encontrándose con esas madres, con una capacidad extraordinaria de tejer relaciones, volviéndose una mujer muy presente en el contexto nacional. Además, muchos la querían invitar a sus eventos. Así fue emergiendo como un símbolo, se ganó el querer y ella misma se convirtió en una institución de Colombia.

Acabamos de conmemorar el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en Colombia (UBPD) tenía 111.640 casos registrados hasta el 1° de diciembre de 2016, pero el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) informó que después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, hasta el 31 de julio de 2024, ha registrado 1.730 nuevos casos. ¿Por qué es un fenómeno que no disminuye a pesar de acuerdos, comisiones e investigaciones?

Cuando inscribieron a Luis Fernando Lalinde como desaparecido era el número 300. Federico Andreu, defensor de derechos humanos que sistematizó la base de datos para la Comisión de la Verdad, habló de 121.768 desaparecidos entre 1985 y 2016. Esto se explica por una serie de rupturas a lo largo del tiempo: una primera es que, especialmente el Ejército colombiano, incorporó toda esta estrategia de la guerra sucia del Cono Sur y luego empezó a hacerlo en la alianza ya muy documentada de años con los paramilitares y en la impunidad. La contraparte, la guerrilla, también entró en esa decadencia que llevó la guerra a estas prácticas crueles y se volvió una tradición también. Después, la criminalidad más común de este país tomó la desaparición forzada como método de confrontación. Pero hay un tema de fondo y es el tema de la tierra, que sigue siendo, creo yo, el principal motivador de la desaparición forzada por ese deseo de expropiar y de desplazar.

Se dice que Colombia es un país avanzado en materia de normas e iniciativas para luchar contra la desaparición forzada, pero eso no parece servir de mucho, ¿no cree?

Hay avances que hay que celebrar. Ha surgido una alternativa en Colombia después del proceso de paz con las Farc, que es la Jurisdicción Especial para la Paz, ese modelo de justicia que amortigua penas sobre la base de que pueda emerger la verdad y que esa verdad incluya la posibilidad de encontrar desaparecidos. Sin embargo, los actos de perdón que se hacen cada tanto tiempo nunca han llevado a la justicia. El caso de Luis Fernando Lalinde todavía está en la impunidad. La Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía han intentado que se reinicie el proceso, pero no ha avanzado a pesar de las pruebas que logró desenterrar Fabiola. A nivel internacional, ahora el caso pasó de la CIDH a la Corte Interamericana de Derechos Humanos precisamente por la denegación de justicia. Es que hay una tradición de impunidad y una soberbia de quienes han transgredido los derechos humanos que hasta el sol de hoy pareciera que no fuera posible que la JEP sea un bálsamo en medio de tanto dolor, porque lo que hace falta es que haya algún tipo de sanción real sobre los responsables de desaparición forzada.

Mientras tanto no paran las denuncias. Esta semana vino a Bogotá una comisión desde Cartago, Valle, pidiendo investigar crecientes casos de desaparición. Ahora hay en todo el país pequeñas guerras territoriales de mafias, llámense carteles, clanes, disidencias o guerrillas, disputándose zonas que eran de las Farc y donde el Estado nunca llegó. ¿Qué opina de ese panorama?

A mí me da mucho pesar constatarlo y en esto los gobiernos de derecha, y ahora este gobierno de izquierda, siguen fracasando en llevar el Estado a esas regiones para reconfigurar un Estado-nación. Mientras que no haya control de los territorios, ese proceso violento puede ser infinito. No solo hablo de montes y selvas, hablo también de los territorios de nuestras ciudades, de zonas populares controladas por fenómenos delictivos también en la impunidad.

Su libro es un aporte contra la violencia desde la memoria histórica y esa fue la preocupación final de doña Fabiola Lalinde, que dijo: “Estoy escribiendo la historia. Estoy sentando un precedente contra la impunidad y el olvido”. Entregó sus archivos al Centro Nacional de Memoria Histórica y a la Universidad Nacional para que no olvidáramos estos temas y lo logró. ¿Cierto?

Sí. Fabiola era una mujer muy sobresaliente que al tiempo hizo una carrera profesional, pues se había formado como secretaria y trabajaba en los Almacenes Ley, donde llegó a ser directora de Bienestar. Tenía unas habilidades que aprovechó muy bien y la costumbre de anotar todo, desde las recetas de cocina hasta las cosas pendientes con sus hijos. Así fue tomando nota de cada diligencia judicial; que hacía, a qué horas, dónde, quién la recibió, qué le dijeron, y hacía firmar y sellar todo. En la sede de la Universidad Nacional de Medellín hay un aula con su nombre donde está toda esa documentación. Es el archivo de la Operación Cirirí, reconocido por las Naciones Unidas, a través de la UNESCO, como parte del patrimonio de la memoria histórica de América Latina.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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Sara(d89ha)11 de septiembre de 2024 - 03:07 p. m.
Gracias a Fabiola, estamos seguros que ya se reencontró con su hijo y su legado es inconmensurable e inborrable: una hoja de ruta, una luz en la oscuridad para quienes claman la verdad y justicia sobre sus seres queridos desaparecidos en medio de esta guerra de poderosos, deshumanizados e indolentes. Maravilloso, que Alonso Salazar le haya dado más relevancia a un ser humano integral, que aquel que abrió brechas de disrrupción y esparció semillas de violencia, a diestra y siniestra.
Clara(kua1q)09 de septiembre de 2024 - 03:02 p. m.
Gracias a esta mujer maravillosa convertida en pájaro. Qué su memoria y la de todas las madres que buscan a sus hijos vuele alto.
Fabio(53236)08 de septiembre de 2024 - 04:46 p. m.
que pena que no se le tenga en cuenta como se merece, que gran mujer, que caracter fenomenal, pero preferimos olvidar y seguir viendo caracol, el tiempo etc
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