Fotografías para construir memoria y sanar heridas
Más de 400 mujeres de 9 departamentos y 13 municipios usaron la fotografía, la costura y la escritura para recuperar sus vivencias y tramitar los dolores que les ha dejado la violencia. Testimonios para reflexionar en el Día Nacional Contra la Violencia Sexual.
Susana Noguera /@011Noguera
Fanny Sucunchoque suspira, relaja los hombros y deja escapar una pequeña sonrisa. “Luego de narrar mi historia me sentí libre”, dice. Con los ojos vidriosos por las lágrimas cuenta cómo descargó su dolor y sus recuerdos en un diario y una serie de fotos sobre su cuerpo y su tierra. En esas herramientas tan sencillas encontró un espacio para el dolor, la rabia, la tristeza y, finalmente, la tranquilidad.
Llegó al barrio 13 de Mayo, en Villavicencio (Meta), luego de tres desplazamientos que la alejaron gradualmente de las hermosas cascadas e imponentes planicies de su natal municipio de El Calvario. Para sostener a sus cuatro hijos inició una empresa de transformación de llantas y ese proyecto la hizo entrar en contacto con otras mujeres que también vivían el drama del desarraigo. Con el tiempo creó un liderazgo entre las mujeres y empezó a notar que la violencia que ella vivió en la guerra era muy parecida a la que vivían decenas de niñas, jóvenes y mujeres en el barrio.
La frecuencia con la que sus vecinas allegaban a su casa a contarle historias de violaciones, golpizas y otros tipos de violencia familiar la dejó consternada. Cuando entró en contacto con la organización Casa de la Mujer empezó a entender la profunda y generalizada que son estas formas de violencia. “Cuando veo que una mujer está siendo abusada digo que toda la familia es víctima de violencia”.
El drama que ve Fanny en su ciudad se repite en otras zonas del país. Son 18.544 mujeres que han denunciado a abril de 2017 (porque el subregistro sigue siendo muy alto) algún tipo de agresión sexual en el marco del conflicto, según la Unidad de Víctimas.
Pero la violencia hacia las mujeres no es exclusiva del conflicto armado. “La guerra exacerbó prácticas violentas que ya existían en Colombia y son, en muchos casos, normalizadas”, explica Olga Sánchez, directora de la Casa de la Mujer.
Con todo esto en mente, un grupo de mujeres creó el proyecto Memoria soy yo, que busca, a través de talleres, hablar con mujeres campesinas, amas de casa, artesanas, profesoras y lideresas sociales sobre el sentido de la memoria histórica como vehículo de sanación y no repetición a través de la fotografía y otras formas de arte. “Reflexionamos sobre su cuerpo, el territorio y cómo su relación con ambos cambió por el conflicto armado”, explica Olga Amparo Sánchez, directora de la organización.
Esta foto fue tomada por Ledys del Rosario Cabrales Vásquez. Se titula: Se me llevaron una hija.
Reconocerse
Celmira Moore cuenta que nació líder. Siempre fue la que más hablaba en el salón y sentía la necesidad innata de cambiar su realidad y la de las personas que la rodean. Como muchas otras mujeres de Neiva, sufrió violencia pero buscó la manera de sobreponerse al dolor. Fue así como terminó en la Mesa Departamental de Víctimas realizando una línea de tiempo de su ciudad donde sus vivencias y recuerdos eran acontecimientos valiosos. “Hacemos una búsqueda de lo que ha pasado en los territorios junto a lo que han vivido las mujeres”, explica Ana María Salamanca, una psicóloga de la organización.
Las clases de fotografía se suman a esa narración de lo que no se puede expresar en palabras y que para estas mujeres suele estar asociado a violencia. “La fotografía nos da la oportunidad de decir cosas que no podemos expresar en palabras. Cuando terminamos de hacer todo el proyecto yo dije ¡Dios mío! ¿Teníamos guardado todo esto?”, cuenta María Inés Olguín Gómez, una lideresa indígena tucana que tuvo que salir del municipio de Mitú (Vaupés) hacia Puerto López (Meta) debido a la guerra y el desarraigo. Su amor por la tierra la inspiró una serie de fotografías sobre cultivos y la mujer trabajadora en el campo.
Es curioso que incluso en esos espacios de formación hayan aflorado otras violencias cotidianas: algunos esposos les dijeron que ni se esforzaran porque nunca serían capaces de tomar una buena foto; sus hijos les querían quitar las cámaras: "para qué la tiene si no sabe usar ni su celular" y cuando salían a tomar fotos recibían burlas. "No me importó. Yo sí he sido bien afiebrada por esa cámara. Tomé como 700 fotos", añade entre risas María Inés.
Esta foto fue tomada por Yenni Paola. No tiene título.
En sus planos fotográficos y sus cuadernos quedaron las memorias que ellas se atreven a compartir con todo el grupo de trabajo. Pero hay otras mucho, más profundas e íntimas, que decidieron guardar solo para ellas. Las escribieron en un papel que luego rasgaron y cosieron en forma de muñeca.
El último día expusieron los resultados. La Alcaldía municipal, la academia y todas las mujeres se reunieron para celebrar el fianal de su travesía. Bailaron cantaron y se jactaron de sus fotografías ante amigos y familiares. Este proceso se ha repetido en nueve departamentos y 13 municipios.
Las 400 mujeres que participaron y toda la información que recopilaron puede ser un insumo importante para pensar formas más creativas para hacer memoria luego de la aprobación de la Comisión de la Verdad en el acuerdo de paz de La Habana. De hecho, en su trabajo ponen su esperanza: que se ponga punto final a la violencia contra las mujeres. Muchas de ellas, como Fanny, hoy suspiran, relajan los hombros y dicen “soy libre”.
Fanny Sucunchoque suspira, relaja los hombros y deja escapar una pequeña sonrisa. “Luego de narrar mi historia me sentí libre”, dice. Con los ojos vidriosos por las lágrimas cuenta cómo descargó su dolor y sus recuerdos en un diario y una serie de fotos sobre su cuerpo y su tierra. En esas herramientas tan sencillas encontró un espacio para el dolor, la rabia, la tristeza y, finalmente, la tranquilidad.
Llegó al barrio 13 de Mayo, en Villavicencio (Meta), luego de tres desplazamientos que la alejaron gradualmente de las hermosas cascadas e imponentes planicies de su natal municipio de El Calvario. Para sostener a sus cuatro hijos inició una empresa de transformación de llantas y ese proyecto la hizo entrar en contacto con otras mujeres que también vivían el drama del desarraigo. Con el tiempo creó un liderazgo entre las mujeres y empezó a notar que la violencia que ella vivió en la guerra era muy parecida a la que vivían decenas de niñas, jóvenes y mujeres en el barrio.
La frecuencia con la que sus vecinas allegaban a su casa a contarle historias de violaciones, golpizas y otros tipos de violencia familiar la dejó consternada. Cuando entró en contacto con la organización Casa de la Mujer empezó a entender la profunda y generalizada que son estas formas de violencia. “Cuando veo que una mujer está siendo abusada digo que toda la familia es víctima de violencia”.
El drama que ve Fanny en su ciudad se repite en otras zonas del país. Son 18.544 mujeres que han denunciado a abril de 2017 (porque el subregistro sigue siendo muy alto) algún tipo de agresión sexual en el marco del conflicto, según la Unidad de Víctimas.
Pero la violencia hacia las mujeres no es exclusiva del conflicto armado. “La guerra exacerbó prácticas violentas que ya existían en Colombia y son, en muchos casos, normalizadas”, explica Olga Sánchez, directora de la Casa de la Mujer.
Con todo esto en mente, un grupo de mujeres creó el proyecto Memoria soy yo, que busca, a través de talleres, hablar con mujeres campesinas, amas de casa, artesanas, profesoras y lideresas sociales sobre el sentido de la memoria histórica como vehículo de sanación y no repetición a través de la fotografía y otras formas de arte. “Reflexionamos sobre su cuerpo, el territorio y cómo su relación con ambos cambió por el conflicto armado”, explica Olga Amparo Sánchez, directora de la organización.
Esta foto fue tomada por Ledys del Rosario Cabrales Vásquez. Se titula: Se me llevaron una hija.
Reconocerse
Celmira Moore cuenta que nació líder. Siempre fue la que más hablaba en el salón y sentía la necesidad innata de cambiar su realidad y la de las personas que la rodean. Como muchas otras mujeres de Neiva, sufrió violencia pero buscó la manera de sobreponerse al dolor. Fue así como terminó en la Mesa Departamental de Víctimas realizando una línea de tiempo de su ciudad donde sus vivencias y recuerdos eran acontecimientos valiosos. “Hacemos una búsqueda de lo que ha pasado en los territorios junto a lo que han vivido las mujeres”, explica Ana María Salamanca, una psicóloga de la organización.
Las clases de fotografía se suman a esa narración de lo que no se puede expresar en palabras y que para estas mujeres suele estar asociado a violencia. “La fotografía nos da la oportunidad de decir cosas que no podemos expresar en palabras. Cuando terminamos de hacer todo el proyecto yo dije ¡Dios mío! ¿Teníamos guardado todo esto?”, cuenta María Inés Olguín Gómez, una lideresa indígena tucana que tuvo que salir del municipio de Mitú (Vaupés) hacia Puerto López (Meta) debido a la guerra y el desarraigo. Su amor por la tierra la inspiró una serie de fotografías sobre cultivos y la mujer trabajadora en el campo.
Es curioso que incluso en esos espacios de formación hayan aflorado otras violencias cotidianas: algunos esposos les dijeron que ni se esforzaran porque nunca serían capaces de tomar una buena foto; sus hijos les querían quitar las cámaras: "para qué la tiene si no sabe usar ni su celular" y cuando salían a tomar fotos recibían burlas. "No me importó. Yo sí he sido bien afiebrada por esa cámara. Tomé como 700 fotos", añade entre risas María Inés.
Esta foto fue tomada por Yenni Paola. No tiene título.
En sus planos fotográficos y sus cuadernos quedaron las memorias que ellas se atreven a compartir con todo el grupo de trabajo. Pero hay otras mucho, más profundas e íntimas, que decidieron guardar solo para ellas. Las escribieron en un papel que luego rasgaron y cosieron en forma de muñeca.
El último día expusieron los resultados. La Alcaldía municipal, la academia y todas las mujeres se reunieron para celebrar el fianal de su travesía. Bailaron cantaron y se jactaron de sus fotografías ante amigos y familiares. Este proceso se ha repetido en nueve departamentos y 13 municipios.
Las 400 mujeres que participaron y toda la información que recopilaron puede ser un insumo importante para pensar formas más creativas para hacer memoria luego de la aprobación de la Comisión de la Verdad en el acuerdo de paz de La Habana. De hecho, en su trabajo ponen su esperanza: que se ponga punto final a la violencia contra las mujeres. Muchas de ellas, como Fanny, hoy suspiran, relajan los hombros y dicen “soy libre”.