Fútbol y perdón en Puerto Torres

Las mujeres de las veredas La Mono y Puerto Torres, en Caquetá, zona donde estuvo ubicada una escuela de la muerte de los paramilitares, encontraron una forma de recuperar los espacios públicos que se usaron para torturar y amedrentar, y quitarles los estigmas de violencia.

Susana Noguera /@011Noguera
19 de noviembre de 2016 - 10:19 p. m.
En el equipo de microfútbol de la vereda Portal La Mono hay mujeres entre los 14 y los 38 años.  / / Fotos: Mauricio Alvarado
En el equipo de microfútbol de la vereda Portal La Mono hay mujeres entre los 14 y los 38 años. / / Fotos: Mauricio Alvarado
Foto: MAURICIO ALVARADO

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Las mujeres de la vereda Portal La Mono, en el municipio de Belén de los Andaquíes (Caquetá), no pensaron que jugar microfútbol en las canchas donde sus familiares fueron torturados se convertiría en un acto de resiliencia. El proyecto surgió de la necesidad de salir de sus casas y reunirse entre amigas para distraerse un poco de los quehaceres cotidianos.

Los vecinos empezaron a salir a verlas jugar, las niñas pidieron participar, la tienda del caserío empezó a abrir hasta más tarde para vender agua y cerveza a las deportistas y así, lentamente, se empezó a revivir el pueblo, que había quedado agonizando después de más de diez años de las más atroces formas de violencia. La iniciativa se expandió rápidamente.

Invitaron a las mujeres que viven en corregimientos y veredas como Puerto Torres, Agua Dulce, Sánchez y Chapinero para hacer cuadrangulares. Apostaban un “petaco” de 30 cervezas o camisetas nuevas para todo el equipo ganador. Todo esto organizado por Nubia Pineda, una enérgica mujer de 35 años que volvió a la zona hace diez años. Tuvo que desplazarse hacia Neiva debido a la violencia que ejerció el Frente Sur de los Andaquíes en todo el sur del Caquetá entre 1990 y 2006. Cuando volvió encontró que Belén, autodenominado “el municipio más lindo de Colombia”, estaba diezmado por las masacres, las desapariciones y el desplazamiento forzado. En un período de 40 años el municipio soportó la llegada y consolidación de las Farc entre 1963 y 1980; el auge de la coca (entre 1980 y 1990) y después el contraataque de las Auc lideradas por Carlos Mario Jiménez, alias Macaco.

Vea aquí la galería de fotos: Belén de lo Andaquíes, el municipio que resistió la violencia de las AUC y ahora se busca una reparación

Corregimientos como La Mono y Puerto Torres quedaron casi desiertos y las pocas familias que subsistieron en la zona casi nunca salían de sus casas. “Las personas no se acercaban a ciertos lugares porque les recordaban episodios dolorosos”, explica Nubia. Uno de esos lugares era las canchas de microfútbol, que eran recordadas como los escenarios donde los comandantes ajusticiaban a los habitantes que no cumplían con las reglas impuestas por el frente.

Justo detrás de la cancha de Puerto Torres hay un acribillado edificio lleno de lodo que solía ser la escuela primaria del pueblo. El Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) lo desalojó en mayo de 2001 y lo convirtió en una “escuela de la muerte”, en donde les enseñaban a los nuevos reclutas cómo torturar y desaparecer supuestos guerrilleros. En medio de esta retorcida realidad, los espacios públicos adquirieron nuevos significados que permanecen, aun cuando las Auc se desmovilizaron en 2005.

 

A los fantasmas de la violencia paramilitar se les se le suma una precaria situación económica que es claramente visible apenas se llega a los dos corregimientos. Las escuelas, carreteras, puentes y centros de salud están en pésimo estado y no funcionan. Hay pocas fuentes de trabajo. Los campesinos de la zona afirman que la mayoría de las tierras que antes eran de familias agricultoras se convirtieron en parte de grandes haciendas que necesitan poca mano de obra.

“Muchas familias viven de un cultivo de palma africana que se plantó hace 40 años y que sigue produciendo a pesar de que no se le ha puesto un gramo de insumo hace años”, explica Edilmer Educuara, alcalde del municipio. Los lugareños logran recolectar dos o tres toneladas de aceite de palma y con eso recaudan un salario mínimo.

Pero todos esos problemas, dice Nubia, parecen desvanecerse cuando ellas llegan a las canchas con el balón barato que les compró la Alcaldía. Asegura que cuando juega en la cancha que queda en el centro de la vereda La Mono intenta no recordar que ahí mismo amarraron y torturaron por tres días a su hermano y les dice a las demás jugadores que hagan lo mismo. “Una vez, una compañera llegó a la cancha con ganas de vengarse de otra jugadora por un daño que le había hecho el papá años atrás. A mí me tocó pararla y explicarle que esa no es la forma de jugar”.

Con gestos como ese, el grupo de mujeres se fue uniendo hasta el punto de que, si se dan cuenta de que alguna tiene problemas económicos, hacen colectas y actividades para ayudarla. Se convirtieron en una familia en la se aconsejan, acompañan y divierten. Así lo dice Islenis Isajuán Turí, una joven de 23 años que llegó hace poco a la vereda La Mono. “Yo era muy brava jugando y aprendí que uno tiene que perdonar los errores en las jugadas de las compañeras y ser paciente”.

Todo este proceso las llevó a buscar más representación en la Junta de Acción Comunal (JAC) de la vereda. Se dieron cuenta de que el comité de deportes no las tenía en cuenta, así que reclamaron una representante de deportes para mujeres y niñas. Todos eligieron de forma unánime a Nubia. Uno de sus primeros desafíos como representante fue ganarse el respeto de los equipos de hombres. “Recuerdo una vez que llegamos a jugar y los muchachos no nos querían prestar la cancha. Yo no me dejé. Les dije que íbamos a jugar así me tuviera que acostar en la cancha toda la noche. Finalmente decidimos jugar los cuatro equipos al mismo tiempo: dos arqueros en cada lado y dos pelotas en una cancha de micro. Fue realmente divertido”, cuenta entre risas.

La iniciativa motivó a otras veredas a nombrar sus representantes y así surgió una red. Las delegadas de deportes se comunican entre sí y deciden cuándo jugar y a cómo está la inscripción para comprar el premio. “A veces conseguimos bicicletas prestadas para poder viajar de una vereda a otra. Hasta es mejor, porque no tenemos que hacer tanto precalentamiento antes de jugar”, explica Nubia. Las representantes también le comunican sus avances y necesidades al presidente del comité de deportes de la JAC, que a su vez se comunica con el alcalde. La red de representantes de deportes aún no está legalizada y no en todas las veredas es tan funcional como en La Mono, pero al menos da un espacio de interlocución entre las mujeres de diferentes comunidades.

Uno de los sueños de las mujeres es que este proceso se fortaleciera con un profesor de fútbol, un mejor lugar para practicar y mejores balones. Ven la necesidad de hacer énfasis en la dimensión psicológica y social de la iniciativa. “Este proyecto podría ser la excusa para tratar esos problemas menos visibles, pero igual de contundentes que la falta de trabajo e infraestructura”.

Este tipo de organizaciones han suplido algunas necesidades de la comunidad ante el lento, casi ausente, proceso de reparación colectiva de los dos corregimientos, que fueron reconocidos como sujetos de este tipo de reparación conjunta. “Hemos estado presionando para que se termine de formular el plan de reparación colectiva, pero la Unidad para las Víctimas (Uariv) dice que no tienen el personal suficiente o la logística para venir hasta aquí a levantar la información que necesita”, explica el alcalde. Como no tienen el plan de reparación colectiva ni el de retorno y reubicación, se perdieron una convocatoria de la Presidencia que pretendía beneficiar a 30 sujetos de reparación colectiva en 28 municipios del país.

Mientras esperan que las autoridades se organicen para llevar a cabo el proceso, la Alcaldía ha gestionado doce proyectos: nueve para mejorar la infraestructura de las sedes educativas que tiene el municipio, uno de reconstrucción de un parque infantil en La Mono y dos para pavimentar las dos canchas de fútbol de La Mono y Puerto Torres. El convenio es que la Uariv pone $190 millones para comprar los materiales y la Alcaldía pone la mano de obra.

Las obras no han empezado, pero Nubia y sus compañeras de equipo tienen la esperanza de que para 2017 ya puedan jugar en una cancha sin huecos ni zanjas. Ellas dicen que seguirán poniendo el fútbol, la resiliencia y el perdón; pondrán la unidad, la valentía y la fuerza. Lo único que le piden al Gobierno es que ponga la cancha.

Por Susana Noguera /@011Noguera

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