Futuro en Tránsito o los significados de la búsqueda de la verdad
Esta colección de libros de la Comisión de la Verdad reúne los ensayos de 39 autores que intentan definir o narrar 13 palabras relacionadas con el conflicto armado colombiano.
Cuando Francia Márquez habla del “territorio”, lo hace pensando en lo colectivo. Lo dice desde la filosofía Ubuntu. “Soy porque somos”. Porque el territorio, para los pueblos negros de Colombia, no es un pedazo de tierra propia ni un objeto con el que se puede transar. Menos un lugar de enriquecimiento desbordado. Cuando ella habla del territorio dice claramente que “es la posibilidad real de parir la libertad, la autonomía, la autodeterminación, es nuestro espacio para el ser”. Es decir, es lo que significó una tierra para las mujeres y los hombres libres traídos de África y esclavizados aquí, pero que se rebelaron y huyeron para asentarse en las riberas de los ríos como el Cauca y el Ovejas, y que construyeron pueblos donde lo que importaba era otra cosa que no era el dinero.
Sin embargo, después de su explicación sobre lo que es, la líder ambientalista de la vereda Yolombó, en Suárez (Cauca), dice también en qué lo han querido convertir: “(…) el territorio ha sido un escenario de permanentes disputas de intereses económicos y políticos. Sobre ellos se ha impuesto la visión del desarrollo hegemónico que ha usado la violencia armada, el racismo estructural y las políticas de muerte como formas de dominación, exclusión, marginalidad y desposesión de derechos étnicos territoriales para favorecer la supremacía blanca de este país”. Porque, también, es el pueblo negro colombiano uno de los que más fuertemente han sufrido la guerra. Tanto así, que el 38 % de la población negra, afrocolombiana, palenquera y raizal es víctima del conflicto. Casi un millón doscientos mil personas.
El territorio, la palabra, también está en disputa. Cuando la dice un político del interior de Colombia a menudo significa: todo lo que no sea Bogotá, todo lo que esté lejos de las capitales o todos los lugares donde hay necesidades básicas insatisfechas. Es decir, es apenas una referencia. Pero en este momento de Colombia, en el que el país está ad portas de recibir un informe sobre lo que sucedió en el conflicto armado, sus porqués y consecuencias, las palabras necesitan significados reales. Y lo que plantea la colección Futuro en Tránsito, de la Comisión de la Verdad, es empezar a llenar de significado 13 palabras que nos atraviesan.
Respeto, resiliencia, acuerdo, confianza, diversidad, territorio, fanatismo, incertidumbre, dignidad, solidaridad, comunicación, perdón y responsabilidad. Cada una es un libro pequeño, de 60 páginas, que contiene tres ensayos de tres autores con miradas distintas sobre la misma palabra. En el libro sobre el territorio, por ejemplo, Francia Márquez comparte la edición con la antropóloga Tatiana Acevedo y con el bailarín y coreógrafo Álvaro Restrepo.
(Lea: Comisión de la Verdad lanza “Transparentes”, una novela gráfica sobre el exilio)
Pero no es una selección al azar. El escritor Alonso Sánchez Baute, director de este proyecto, dice que “la idea inicial era tratar de establecer la relación que hemos tenido siempre los colombianos con el conflicto, desde miradas diversas, tratando de que hubiera diversos enfoques desde diversos oficios, artes o posiciones políticas. Desde todos los ángulos posibles en 39 autores”. Y las 13 palabras surgieron después de varios meses de trabajo. Incluso hicieron una encuesta en la que surgieron alrededor de 400, que luego fueron agrupadas por “familias” que, finalmente, encontraron una que las recogía.
(Puede encontrar los libros en este link)
Los autores fueron otro tema de conversación. “Hay cualquier cantidad de nombres que hubiéramos querido que participaran acá”, deja claro Sánchez, pero pensando en esa idea de las miradas distintas y el conocimiento profundo en los temas, salió un primer grupo. “Se invitaron muchas más personas de las que aceptaron la invitación”, dice.
El grupo final es variado. Gente de distintos lugares de Colombia, diferentes edades, profesiones y puntos de vista: Sandra Borda, Camila Zuluaga, Julián Arévalo, Jaime Abello, Adriana Villegas, Carol Ann Figueroa, Hernán Santacruz, Diego Bautista, Laura Mora, Juan David Correa, Brigitte Baptiste, Patricia Nieto, Laura Quintana, Gustavo Wilches-Chaux, Miguel Rueda, Rodrigo Uprimny, Jorge Giraldo, Melba Escobar, Moisés Wasserman, Lariza Pizano, Damián Pachón, Bertha Lucía Fríes, Camilo Hoyos, Carolina Sanín, Javier Ortiz, Gilmer Mesa, Cristian Valencia, Juan Álvarez, Pedro Adrián Zuluaga, Patricia Ariza, Bernardo Toro, Thierry Ways, Jennifer Pedraza, Juan Mosquera, Dominique Rodríguez, Juan Cárdenas, Francia Márquez, Tatiana Acevedo y Álvaro Restrepo.
Ricardo Corredor, coordinador de la estrategia de comunicaciones de la Comisión, explica este esfuerzo. “Nosotros entendemos que en este trabajo de investigación que hace la Comisión para llegar a contar las verdades de lo que pasó tenemos que hacer una revisión muy profunda de lo que fuimos y de lo que somos, pero cuando uno se adentra en esas investigaciones encuentra que hay muchos dilemas. El objetivo de la colección era invitar a diferentes autores, varios de ellos nombres reconocidos, a reflexionar sobre varios conceptos que, nos parecía, estaban en el corazón de las hipótesis e inquietudes que plantea la misión de la Comisión”.
Continuando con el caso del territorio, Tatiana Acevedo cambia el tema cuando empieza su ensayo. El territorio también es la ciudad, el barrio sobre el que se hacen cambios, al que se lleva el agua, los colegios y en el que los vecinos se convierten en aliados. La antropóloga santandereana lo cuenta desde varios personajes. Primero, su abuela Argénida Maldonado, una mujer campesina que se mudó desde zona rural de Ocaña (Norte de Santander) a Bucaramanga (Santander) cuando quedó viuda, buscando oportunidades educativas y sociales para sus ocho hijos. La misma mujer que, sin saber leer ni escribir, convirtió, junto a otras personas, su barrio en una comunidad. O la historia de una mujer habitante, desde hace 22 años, del barrio Evaristo Sourdis de Barranquilla, que comenzó como una invasión. “(Alicia) Dice que más que sentirse del Cesar o de Barranquilla, se siente del Evaristo Sourdis, porque es el barrio que ella ayudó a construir”, y que hoy, como se ve en el dibujo de una de sus hijas, tiene de todo: un picó del que sale música a un volumen altísimo, un sancocho montado en leña y dos hombres con armas.
Y aparece entonces Álvaro Restrepo, que habla del cuerpo como territorio. “Este cuerpo que habitamos, que es nuestra casa, el lugar donde acontece nuestra vida y nuestra única pertenencia real -ya que no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo- es también una metáfora del territorio (…)”. El ensayo de Restrepo, al final, duele. Es la historia de José, un niño maltratado, mendigo, adoptado, huido, víctima y victimario. Un cuerpo que termina siendo “carne de prisión, carne de cañón” y sobre el que cabe la pregunta que se hizo Gonzalo Arango: “¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”.
Esa palabra, dignidad, que también forma parte de la colección, y sobre la que escribe el escritor bogotano Juan David Correa, la bióloga Brigitte Baptiste y la periodista y escritora Patricia Nieto, es quizás el fin real de la conversación que pretende suscitar Futuro en Tránsito, que pronto empezará a ser distribuida.
Sánchez Baute lo plantea desde una posibilidad: “Después de esto quizá pudiéramos saber si existe una impronta nacional: así somos los colombianos, eso es lo que nos caracteriza o aquí es donde quisiéramos llegar. Quisiera que todo este trabajo llegara a la dignidad, que al final todos los colombianos nos sintiéramos respetados por quienes somos”.Gilmer Mesa, profesor y escritor medellinense, en su ensayo sobre la resiliencia, que es más una crítica a la utilización desproporcionada y oportunista de la palabra, cita a Italo Calvino y deja, quizás, un camino para el país que intenta transitar: “Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Cuando Francia Márquez habla del “territorio”, lo hace pensando en lo colectivo. Lo dice desde la filosofía Ubuntu. “Soy porque somos”. Porque el territorio, para los pueblos negros de Colombia, no es un pedazo de tierra propia ni un objeto con el que se puede transar. Menos un lugar de enriquecimiento desbordado. Cuando ella habla del territorio dice claramente que “es la posibilidad real de parir la libertad, la autonomía, la autodeterminación, es nuestro espacio para el ser”. Es decir, es lo que significó una tierra para las mujeres y los hombres libres traídos de África y esclavizados aquí, pero que se rebelaron y huyeron para asentarse en las riberas de los ríos como el Cauca y el Ovejas, y que construyeron pueblos donde lo que importaba era otra cosa que no era el dinero.
Sin embargo, después de su explicación sobre lo que es, la líder ambientalista de la vereda Yolombó, en Suárez (Cauca), dice también en qué lo han querido convertir: “(…) el territorio ha sido un escenario de permanentes disputas de intereses económicos y políticos. Sobre ellos se ha impuesto la visión del desarrollo hegemónico que ha usado la violencia armada, el racismo estructural y las políticas de muerte como formas de dominación, exclusión, marginalidad y desposesión de derechos étnicos territoriales para favorecer la supremacía blanca de este país”. Porque, también, es el pueblo negro colombiano uno de los que más fuertemente han sufrido la guerra. Tanto así, que el 38 % de la población negra, afrocolombiana, palenquera y raizal es víctima del conflicto. Casi un millón doscientos mil personas.
El territorio, la palabra, también está en disputa. Cuando la dice un político del interior de Colombia a menudo significa: todo lo que no sea Bogotá, todo lo que esté lejos de las capitales o todos los lugares donde hay necesidades básicas insatisfechas. Es decir, es apenas una referencia. Pero en este momento de Colombia, en el que el país está ad portas de recibir un informe sobre lo que sucedió en el conflicto armado, sus porqués y consecuencias, las palabras necesitan significados reales. Y lo que plantea la colección Futuro en Tránsito, de la Comisión de la Verdad, es empezar a llenar de significado 13 palabras que nos atraviesan.
Respeto, resiliencia, acuerdo, confianza, diversidad, territorio, fanatismo, incertidumbre, dignidad, solidaridad, comunicación, perdón y responsabilidad. Cada una es un libro pequeño, de 60 páginas, que contiene tres ensayos de tres autores con miradas distintas sobre la misma palabra. En el libro sobre el territorio, por ejemplo, Francia Márquez comparte la edición con la antropóloga Tatiana Acevedo y con el bailarín y coreógrafo Álvaro Restrepo.
(Lea: Comisión de la Verdad lanza “Transparentes”, una novela gráfica sobre el exilio)
Pero no es una selección al azar. El escritor Alonso Sánchez Baute, director de este proyecto, dice que “la idea inicial era tratar de establecer la relación que hemos tenido siempre los colombianos con el conflicto, desde miradas diversas, tratando de que hubiera diversos enfoques desde diversos oficios, artes o posiciones políticas. Desde todos los ángulos posibles en 39 autores”. Y las 13 palabras surgieron después de varios meses de trabajo. Incluso hicieron una encuesta en la que surgieron alrededor de 400, que luego fueron agrupadas por “familias” que, finalmente, encontraron una que las recogía.
(Puede encontrar los libros en este link)
Los autores fueron otro tema de conversación. “Hay cualquier cantidad de nombres que hubiéramos querido que participaran acá”, deja claro Sánchez, pero pensando en esa idea de las miradas distintas y el conocimiento profundo en los temas, salió un primer grupo. “Se invitaron muchas más personas de las que aceptaron la invitación”, dice.
El grupo final es variado. Gente de distintos lugares de Colombia, diferentes edades, profesiones y puntos de vista: Sandra Borda, Camila Zuluaga, Julián Arévalo, Jaime Abello, Adriana Villegas, Carol Ann Figueroa, Hernán Santacruz, Diego Bautista, Laura Mora, Juan David Correa, Brigitte Baptiste, Patricia Nieto, Laura Quintana, Gustavo Wilches-Chaux, Miguel Rueda, Rodrigo Uprimny, Jorge Giraldo, Melba Escobar, Moisés Wasserman, Lariza Pizano, Damián Pachón, Bertha Lucía Fríes, Camilo Hoyos, Carolina Sanín, Javier Ortiz, Gilmer Mesa, Cristian Valencia, Juan Álvarez, Pedro Adrián Zuluaga, Patricia Ariza, Bernardo Toro, Thierry Ways, Jennifer Pedraza, Juan Mosquera, Dominique Rodríguez, Juan Cárdenas, Francia Márquez, Tatiana Acevedo y Álvaro Restrepo.
Ricardo Corredor, coordinador de la estrategia de comunicaciones de la Comisión, explica este esfuerzo. “Nosotros entendemos que en este trabajo de investigación que hace la Comisión para llegar a contar las verdades de lo que pasó tenemos que hacer una revisión muy profunda de lo que fuimos y de lo que somos, pero cuando uno se adentra en esas investigaciones encuentra que hay muchos dilemas. El objetivo de la colección era invitar a diferentes autores, varios de ellos nombres reconocidos, a reflexionar sobre varios conceptos que, nos parecía, estaban en el corazón de las hipótesis e inquietudes que plantea la misión de la Comisión”.
Continuando con el caso del territorio, Tatiana Acevedo cambia el tema cuando empieza su ensayo. El territorio también es la ciudad, el barrio sobre el que se hacen cambios, al que se lleva el agua, los colegios y en el que los vecinos se convierten en aliados. La antropóloga santandereana lo cuenta desde varios personajes. Primero, su abuela Argénida Maldonado, una mujer campesina que se mudó desde zona rural de Ocaña (Norte de Santander) a Bucaramanga (Santander) cuando quedó viuda, buscando oportunidades educativas y sociales para sus ocho hijos. La misma mujer que, sin saber leer ni escribir, convirtió, junto a otras personas, su barrio en una comunidad. O la historia de una mujer habitante, desde hace 22 años, del barrio Evaristo Sourdis de Barranquilla, que comenzó como una invasión. “(Alicia) Dice que más que sentirse del Cesar o de Barranquilla, se siente del Evaristo Sourdis, porque es el barrio que ella ayudó a construir”, y que hoy, como se ve en el dibujo de una de sus hijas, tiene de todo: un picó del que sale música a un volumen altísimo, un sancocho montado en leña y dos hombres con armas.
Y aparece entonces Álvaro Restrepo, que habla del cuerpo como territorio. “Este cuerpo que habitamos, que es nuestra casa, el lugar donde acontece nuestra vida y nuestra única pertenencia real -ya que no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo- es también una metáfora del territorio (…)”. El ensayo de Restrepo, al final, duele. Es la historia de José, un niño maltratado, mendigo, adoptado, huido, víctima y victimario. Un cuerpo que termina siendo “carne de prisión, carne de cañón” y sobre el que cabe la pregunta que se hizo Gonzalo Arango: “¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”.
Esa palabra, dignidad, que también forma parte de la colección, y sobre la que escribe el escritor bogotano Juan David Correa, la bióloga Brigitte Baptiste y la periodista y escritora Patricia Nieto, es quizás el fin real de la conversación que pretende suscitar Futuro en Tránsito, que pronto empezará a ser distribuida.
Sánchez Baute lo plantea desde una posibilidad: “Después de esto quizá pudiéramos saber si existe una impronta nacional: así somos los colombianos, eso es lo que nos caracteriza o aquí es donde quisiéramos llegar. Quisiera que todo este trabajo llegara a la dignidad, que al final todos los colombianos nos sintiéramos respetados por quienes somos”.Gilmer Mesa, profesor y escritor medellinense, en su ensayo sobre la resiliencia, que es más una crítica a la utilización desproporcionada y oportunista de la palabra, cita a Italo Calvino y deja, quizás, un camino para el país que intenta transitar: “Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.