Gloria García, la cantadora que sana, resiste y educa con bullerengue en Montería
Tras su desplazamiento forzado en 1994, convirtió el catno en su forma de relato y reivindicación. Como edilesa, presidenta de Junta de Acción Comunal y lideresa comunitaria ha reclamado derechos y servicios básicos para quienes como ella han quedado en la vulnerabilidad.
Natalia Romero Peñuela
Esther Polo Zabala
Gloria García lleva en su canto un lamento.
“¡Cómo me duele! / (Coro) Ajá, ¿y qué pasó? / Que la malvada violencia de mi tierra me sacó / (Coro) Ajá ¿y entonce’ qué? ¿Ahora hay que llorá? / No, no, no, no. Yo escribo mi historia para que a otra no le vuelva a pasar / Y de esta manera yo aportaré a la paz / (Coro) Entonces canta canta. Canta, Gloria, canta ya. Entonces canta canta. Canta, Gloria, canta ya”, entona ella al tiempo que aplaude y baila con el torso. Está sentada en una poltrona en su casa en el barrio La Palma, al suroccidente de Montería, rodeada de tres de sus hijos y dos vecinas que poco a poco pierden la timidez y le hacen los coros.
Gloria, de 57 años, tiene una sonrisa inmensa y contagiadora, unos ojos negros cubiertos por gafas de marco grueso y una piel mulata que le dan el gran orgullo de reconocerse negra, afrodescendiente. Es empleada del aseo en colegios de Montería y hace más de 20 años que empezó a vestir faldas grandes y coloridas para “cantar, bailar y gozar el bullerengue” , al que llegó después de vivir los horrores de la guerra en Colombia y que le ha dejado la fortaleza de su liderazgo y la fortuna de que muchos le digan maestra.
Lleva en la sangre y en la crianza una mezcla de tradiciones: nació en Bayunca (Bolívar), su papá biológico es de Cartagena, su mamá era antioqueña y su padrastro, del Baudó (Chocó). Por este último, fue criada en Riosucio (Chocó) en donde vivió hasta los 28 años.
Le puede interesar: Mujeres construyen paz con sus manos en la ciudad dulce de Colombia
“De allá no salí porque quisiera sino porque la violencia me obligó. En esa época mandaba el 34 frente de las Farc. Yo era una persona incluso más alegre y más extrovertida de lo que soy ahora, era amiga de todo el mundo y a todo el mundo le daba mi corazón y un joven me malinterpretó”, recuerda y acelera el relato porque prefiere hablar del presente que de ese pasado.
Se trataba de un integrante de las Farc que insistió e insistió en que ella estaba enamorada de él y por eso debía acceder a sus pretensiones. Gloria fue víctima de acoso hasta el punto en que decidió salir del departamento, donde ya tenía su vida hecha y su propia familia. “Preferí dejar mi tierra antes que acceder a su locura. Y tuve que dejar a mi esposo, el papá de mis dos hijas mayores”, explica. Casi dos años después, ese mismo frente lo asesinó a él delante de una de las niñas.
“Ya vivíamos en Montería y Avedemaida, mi hija, me dijo que de regalo de navidad quería ir a pasarla con su papá, su abuelo y la familia en Riosucio y yo le dije que sí porque le había ido bien en el colegio. Pasaron la navidad y el día que él la estaba embarcando en el bote de regreso le dispararon y lo mataron delante de la niña, en la orilla del río”, relata la cantadora.
Gloria, quien dice que podría llamarse Gloria del río por su crianza al borde del Atrato, anduvo por Pereira y Medellín antes de llegar a Montería, en donde se encontró al Sinú. “Yo vi ese río y le dije a mis hijas ‘¡Miren, miren! Es como allá, como mi Atrato. Aquí vamos a vivir mucho tiempo felices”, recuerda. Pero en Montería se encontró de nuevo con las dificultades y las dificultades la encontraron con el liderazgo y el canto.
‘Cantás o llorás’
Unos meses después de su llegada a Montería, cuando por fin le había conseguido colegio a sus dos niñas, hubo una reunión en la que les pidieron a los padres buscar otra institución para quienes pasaban al grado octavo porque esa llegaba hasta séptimo. Gloria, que ya había pasado muchas dificultades para conseguir cupo, sintió que el cielo le caía encima de nuevo. “Y no sé de dónde me salió pero levanté la mano y dije: ¡Un momento! Si nuestros hijos no tienen derecho para formarse, entonces ninguno va a entrar aquí al colegio; y los invito padres a que traigamos hamacas y las guindemos en los palos de mango de la entrada, pero aquí no entra nadie si nuestros hijos no van a poder estudiar’”, recuerda entre risas.
Entonces formaron una asociación de padres de familia. Hablaron con congresistas de la región y hasta con el alcalde y el gobernador. “Conseguimos que nos dieran docentes y nos construyeran tres aulas más. Y mi hija es de la primera promoción de ese colegio”, cuenta Gloria antes de soltar otra carcajada. Con esa primera experiencia quedó atrás el miedo: “Yo al inicio decía: si yo me vuelvo a meter en un problema, ¿para dónde voy a coger? Pero entendí que alguien debía tomar la bandera y hacer algo y nos organizamos”.
También puede leer: “Si Petro arregla el problema de la paz es un campeón mundial”: Pepe Mujica
Gloria ha sido edilesa de las dos comunas en que ha vivido en Montería, ha sido presidenta de Juntas de Acción Comunal y lideresa barrial para reclamar servicios básicos. “Eso no es más que crear fama y echarse a dormir”, dice para explicar que a donde llega la convidan a participar de los espacios comunitarios.
Y con esa fama fue invitada en el año 2002 a celebrar el decreto del Día Nacional de la Afrocolombianidad. “Había que subirse a la tarima a presentar algo y yo dije: será un tutti fruti porque con esa mezcla que yo tengo”, dice. Lo habló con varias mujeres de su comunidad y cantaron ‘Su plata en mano’, una bullerengue jocoso, y a la gente le encantó. “Entonces me di cuenta de que esa era una forma de contar mis vivencias, que el bullerengue era una forma de volver a mis raíces y de llevar un mensaje”, recuerda con emoción.
Gloria buscó en el baúl de sus ancestros, de su abuela que era cantadora de María la Baja (Bolívar), “de los negros negros, de bemba grande, pómulos salidos y ojos de negro”, dice ella. También recordó sus clases de música con los religiosos claretianos y las hermanas de La Presentación en el Chocó, en donde bastaba tocar las tapas de las ollas para que se formara un jolgorio. Y empezó a componer: “Cantás o llorás mamita, cantás o llorás, señora. Las tragedias de mi pueblo que reviven en mi memoria. Las tragedias de mi pueblo que reviven en mi memoria”, canta Gloria en medio de la conversación y explica que esa se le ocurrió porque “el lamento que lleva el bullerengue hace que los niños se pregunten ‘¿Mi abuela está cantando o está llorando?’”.
En el 2019, su historia llegó a los oídos de Marcia Martínez Roldán, una estudiante en proceso de grado de Comunicación Social con énfasis en audiovisual en la Universidad Javeriana. Mar Roldán, como es conocida en el gremio audiovisual, pensó que la historia de Gloria era el mayor ejemplo de que existe la resiliencia a través de las artes y decidió hacer su tesis de grado sobre ella. “Hicimos un corto documental, que planeamos y estructuramos entre las dos porque yo tenía muy claro que era ella quien conocía su historia y su proceso, y por eso debía poder decidir sobre la forma en que se iba a contar”, explica Mar. El documental es un relato bello y sentido a través de un par de días en la vida de Gloria.
El sueño de una escuela itinerante de bullerengue
Hace unos años, el liderazgo de Gloria se chocó de frente con el racismo y el machismo: “En este barrio hubo una experiencia muy negativa. Cuando empecé a liderar, un grupito decía: ¡Cómo así que una mujer nos va a manejar a nosotros y menos ese pedazo de negra maluca! Entonces para evitarle el momento incómodo a mi familia y evitar la violencia les dije: tomen ustedes y yo me dedico a mi parte afro y a mi bullerengue”.
Entonces decidió continuar su trabajo de líder únicamente a través del canto y la enseñanza. “El bullerengue me acobijó, me abrazó y me dijo ‘Sí puedes’, y yo lo que quiero es transmitir eso que tenía guardado en lo más profundo del baúl de mis ancestros”, dice. En los colegios donde trabaja como aseadora cede dos horas para dar clases a dos semilleros que ella misma creó. “Yo le digo a los profes que yo barro y trapeo para sostener a mi familia, pero yo no nací pa’ barré y pa’ trapiá. Yo nací fue para cantá y alegrá la vida”, dice con un acento más costeño y cantado que el del resto de la conversación.
Además del semillero, Gloria es integrante de la organización afro Manuel Zapata Olivella, que desde hace más de 12 años se reúne para gestionar recursos para los barrios, para bordar, tejer o hacer manualidades con reciclaje con niños y niñas y hasta para limpiar las calles .También da catequesis y canta en la iglesia. “Es decir, yo peco, rezo y empato”, suelta entre risas. Y de a pocos está construyendo su sueño: la Escuela Itinerante de Baile Tradicional Afro. “La idea es que podamos ir aquí y allá y allí a repartir bullerengue, porque Gloria no es eterna -dice entre risas- y el día que Gloria no esté más, hay otras personas que lo deben seguir, para que el bullerengue en Montería no muera”, señala.
Gloria García lleva en su canto un lamento.
“¡Cómo me duele! / (Coro) Ajá, ¿y qué pasó? / Que la malvada violencia de mi tierra me sacó / (Coro) Ajá ¿y entonce’ qué? ¿Ahora hay que llorá? / No, no, no, no. Yo escribo mi historia para que a otra no le vuelva a pasar / Y de esta manera yo aportaré a la paz / (Coro) Entonces canta canta. Canta, Gloria, canta ya. Entonces canta canta. Canta, Gloria, canta ya”, entona ella al tiempo que aplaude y baila con el torso. Está sentada en una poltrona en su casa en el barrio La Palma, al suroccidente de Montería, rodeada de tres de sus hijos y dos vecinas que poco a poco pierden la timidez y le hacen los coros.
Gloria, de 57 años, tiene una sonrisa inmensa y contagiadora, unos ojos negros cubiertos por gafas de marco grueso y una piel mulata que le dan el gran orgullo de reconocerse negra, afrodescendiente. Es empleada del aseo en colegios de Montería y hace más de 20 años que empezó a vestir faldas grandes y coloridas para “cantar, bailar y gozar el bullerengue” , al que llegó después de vivir los horrores de la guerra en Colombia y que le ha dejado la fortaleza de su liderazgo y la fortuna de que muchos le digan maestra.
Lleva en la sangre y en la crianza una mezcla de tradiciones: nació en Bayunca (Bolívar), su papá biológico es de Cartagena, su mamá era antioqueña y su padrastro, del Baudó (Chocó). Por este último, fue criada en Riosucio (Chocó) en donde vivió hasta los 28 años.
Le puede interesar: Mujeres construyen paz con sus manos en la ciudad dulce de Colombia
“De allá no salí porque quisiera sino porque la violencia me obligó. En esa época mandaba el 34 frente de las Farc. Yo era una persona incluso más alegre y más extrovertida de lo que soy ahora, era amiga de todo el mundo y a todo el mundo le daba mi corazón y un joven me malinterpretó”, recuerda y acelera el relato porque prefiere hablar del presente que de ese pasado.
Se trataba de un integrante de las Farc que insistió e insistió en que ella estaba enamorada de él y por eso debía acceder a sus pretensiones. Gloria fue víctima de acoso hasta el punto en que decidió salir del departamento, donde ya tenía su vida hecha y su propia familia. “Preferí dejar mi tierra antes que acceder a su locura. Y tuve que dejar a mi esposo, el papá de mis dos hijas mayores”, explica. Casi dos años después, ese mismo frente lo asesinó a él delante de una de las niñas.
“Ya vivíamos en Montería y Avedemaida, mi hija, me dijo que de regalo de navidad quería ir a pasarla con su papá, su abuelo y la familia en Riosucio y yo le dije que sí porque le había ido bien en el colegio. Pasaron la navidad y el día que él la estaba embarcando en el bote de regreso le dispararon y lo mataron delante de la niña, en la orilla del río”, relata la cantadora.
Gloria, quien dice que podría llamarse Gloria del río por su crianza al borde del Atrato, anduvo por Pereira y Medellín antes de llegar a Montería, en donde se encontró al Sinú. “Yo vi ese río y le dije a mis hijas ‘¡Miren, miren! Es como allá, como mi Atrato. Aquí vamos a vivir mucho tiempo felices”, recuerda. Pero en Montería se encontró de nuevo con las dificultades y las dificultades la encontraron con el liderazgo y el canto.
‘Cantás o llorás’
Unos meses después de su llegada a Montería, cuando por fin le había conseguido colegio a sus dos niñas, hubo una reunión en la que les pidieron a los padres buscar otra institución para quienes pasaban al grado octavo porque esa llegaba hasta séptimo. Gloria, que ya había pasado muchas dificultades para conseguir cupo, sintió que el cielo le caía encima de nuevo. “Y no sé de dónde me salió pero levanté la mano y dije: ¡Un momento! Si nuestros hijos no tienen derecho para formarse, entonces ninguno va a entrar aquí al colegio; y los invito padres a que traigamos hamacas y las guindemos en los palos de mango de la entrada, pero aquí no entra nadie si nuestros hijos no van a poder estudiar’”, recuerda entre risas.
Entonces formaron una asociación de padres de familia. Hablaron con congresistas de la región y hasta con el alcalde y el gobernador. “Conseguimos que nos dieran docentes y nos construyeran tres aulas más. Y mi hija es de la primera promoción de ese colegio”, cuenta Gloria antes de soltar otra carcajada. Con esa primera experiencia quedó atrás el miedo: “Yo al inicio decía: si yo me vuelvo a meter en un problema, ¿para dónde voy a coger? Pero entendí que alguien debía tomar la bandera y hacer algo y nos organizamos”.
También puede leer: “Si Petro arregla el problema de la paz es un campeón mundial”: Pepe Mujica
Gloria ha sido edilesa de las dos comunas en que ha vivido en Montería, ha sido presidenta de Juntas de Acción Comunal y lideresa barrial para reclamar servicios básicos. “Eso no es más que crear fama y echarse a dormir”, dice para explicar que a donde llega la convidan a participar de los espacios comunitarios.
Y con esa fama fue invitada en el año 2002 a celebrar el decreto del Día Nacional de la Afrocolombianidad. “Había que subirse a la tarima a presentar algo y yo dije: será un tutti fruti porque con esa mezcla que yo tengo”, dice. Lo habló con varias mujeres de su comunidad y cantaron ‘Su plata en mano’, una bullerengue jocoso, y a la gente le encantó. “Entonces me di cuenta de que esa era una forma de contar mis vivencias, que el bullerengue era una forma de volver a mis raíces y de llevar un mensaje”, recuerda con emoción.
Gloria buscó en el baúl de sus ancestros, de su abuela que era cantadora de María la Baja (Bolívar), “de los negros negros, de bemba grande, pómulos salidos y ojos de negro”, dice ella. También recordó sus clases de música con los religiosos claretianos y las hermanas de La Presentación en el Chocó, en donde bastaba tocar las tapas de las ollas para que se formara un jolgorio. Y empezó a componer: “Cantás o llorás mamita, cantás o llorás, señora. Las tragedias de mi pueblo que reviven en mi memoria. Las tragedias de mi pueblo que reviven en mi memoria”, canta Gloria en medio de la conversación y explica que esa se le ocurrió porque “el lamento que lleva el bullerengue hace que los niños se pregunten ‘¿Mi abuela está cantando o está llorando?’”.
En el 2019, su historia llegó a los oídos de Marcia Martínez Roldán, una estudiante en proceso de grado de Comunicación Social con énfasis en audiovisual en la Universidad Javeriana. Mar Roldán, como es conocida en el gremio audiovisual, pensó que la historia de Gloria era el mayor ejemplo de que existe la resiliencia a través de las artes y decidió hacer su tesis de grado sobre ella. “Hicimos un corto documental, que planeamos y estructuramos entre las dos porque yo tenía muy claro que era ella quien conocía su historia y su proceso, y por eso debía poder decidir sobre la forma en que se iba a contar”, explica Mar. El documental es un relato bello y sentido a través de un par de días en la vida de Gloria.
El sueño de una escuela itinerante de bullerengue
Hace unos años, el liderazgo de Gloria se chocó de frente con el racismo y el machismo: “En este barrio hubo una experiencia muy negativa. Cuando empecé a liderar, un grupito decía: ¡Cómo así que una mujer nos va a manejar a nosotros y menos ese pedazo de negra maluca! Entonces para evitarle el momento incómodo a mi familia y evitar la violencia les dije: tomen ustedes y yo me dedico a mi parte afro y a mi bullerengue”.
Entonces decidió continuar su trabajo de líder únicamente a través del canto y la enseñanza. “El bullerengue me acobijó, me abrazó y me dijo ‘Sí puedes’, y yo lo que quiero es transmitir eso que tenía guardado en lo más profundo del baúl de mis ancestros”, dice. En los colegios donde trabaja como aseadora cede dos horas para dar clases a dos semilleros que ella misma creó. “Yo le digo a los profes que yo barro y trapeo para sostener a mi familia, pero yo no nací pa’ barré y pa’ trapiá. Yo nací fue para cantá y alegrá la vida”, dice con un acento más costeño y cantado que el del resto de la conversación.
Además del semillero, Gloria es integrante de la organización afro Manuel Zapata Olivella, que desde hace más de 12 años se reúne para gestionar recursos para los barrios, para bordar, tejer o hacer manualidades con reciclaje con niños y niñas y hasta para limpiar las calles .También da catequesis y canta en la iglesia. “Es decir, yo peco, rezo y empato”, suelta entre risas. Y de a pocos está construyendo su sueño: la Escuela Itinerante de Baile Tradicional Afro. “La idea es que podamos ir aquí y allá y allí a repartir bullerengue, porque Gloria no es eterna -dice entre risas- y el día que Gloria no esté más, hay otras personas que lo deben seguir, para que el bullerengue en Montería no muera”, señala.