Trabajar en el Estado que mató a mi papá es un acto de reconciliación: Helena Urán
La hija del exmagistrado Carlos Urán que fue víctima de la toma del Palacio de Justicia por parte el M-19 y que fue torturado y desaparecido por el Ejército cree que trabajar en el gobierno de Gustavo Petro es la oportunidad de transformar su dolor en algo constructivo y puede ser parte de la reparación.
Gloria Castrillón Pulido
Para llegar a su trabajo, Helena Urán Bidegain debe pasar todos días por el Palacio de Justicia, en la plaza de Bolívar de Bogotá. Es el lugar donde hace 37 años su padre, el magistrado del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán Rojas, fue víctima en la toma del Palacio de Justicia por parte de la guerrilla del M-19 y del que los militares lo sacaron para torturarlo, asesinarlo y desaparecerlo en noviembre de 1985. Ocupa una oficina en el tercer piso de la Cancillería que apenas está terminando de acomodar y en la que construye las estrategias para su nuevo cargo: asesora del canciller para asuntos de no repetición.
No estaba en sus planes volver a vivir en Colombia, un país que la expulsó tres veces porque la lucha de su madre, Ana María, por encontrar la verdad de lo ocurrido en el Palacio resultaba peligrosa. Su vida en el exilio se desarrolló principalmente en Estados Unidos y Alemania donde trabajó en la Rockefeller Brothers Foundation, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, en la Agencia Federal para la Educación Política BPB, y en el Parlamento Alemán Bundestag. En Colombia, trabajó en la Agencia de Cooperación Alemana GIZ y fue reconocida por el libro Mi vida y el Palacio que lanzó en 2020 y en el que hace una evocación de la vida y muerte de su padre reconstruida a partir de sus recuerdos de infancia, una juiciosa investigación documental y una reflexión profunda sobre lo que significa ser víctima del Estado, del exilio y el desarraigo.
En esta entrevista explica por qué volvió a Colombia y qué significa trabajar para el gobierno que preside Gustavo Petro, exmiembro del M-19, grupo que se tomó el Palacio de Justicia y para el Estado que durante 37 años le ha mentido y la ha maltratado.
Vea: Tras 21 años del secuestro que rompió el proceso de paz de Pastrana con las Farc
¿De qué se trata el cargo de asesora para la no repetición?
Si bien en Colombia hay instituciones ya consolidadas para los temas de justicia, verdad y búsqueda de personas desaparecidas, no hay una que se dedique concretamente al tema de no repetición. No es suficiente con pensar que un proceso jurídico o un proceso de verdad va a llevar a no repetición. Hay que crear estrategias a largo plazo. Fue lo que en Alemania se llamó Vergangenheitsbewältigung (no hay una traducción) y que son herramientas para confrontar y superar el pasado, para tramitar lo ocurrido.
¿Y de qué se trata ese concepto?
Después de la Segunda Guerra Mundial los aliados estuvieron de acuerdo en que no era suficiente el armisticio, sino que había que redemocratizar desde el panadero hasta el que levantaba el teléfono en la Gestapo, porque no se podía condenar a todo el mundo y meter a todos presos. Se trataba de cambiar esa mentalidad militarista, que aceptó hasta lo intolerable como el Holocausto. En Colombia podríamos también dar muchos ejemplos de hechos ante los cuales la sociedad no se escandaliza, no exige respuestas. Tenemos que pasar de la mentalidad de la guerra a la de la paz y la democracia. Ahí es muy importante el apoyo que nos puedan brindar los países amigos de la paz total en este tipo de estrategias con las experiencias que ellos hayan tenido.
¿Y cómo será ese trabajo desde la Cancillería?
Cancillería será el enlace con el exterior. Y tendremos un trabajo muy estrecho con entidades del Estado como el Dapre, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Defensa, el Ministerio de Cultura. Alemania pasó por mucha controversia sobre cómo hablar del Holocausto. Había gente que decía que no se debía hablar de eso porque era dañar los valores del ser alemán -una controversia que también hay acá-, pero se llegó a la conclusión de que para redemocratizar el país había que recordar Auschwitz. Aquí tenemos que enseñar a los niños y a los adultos como representar sus intereses para que sean tenidos en cuenta en democracia. Experiencias de afuera nos van a enriquecer mucho y necesitamos apoyo no solo en el tema de las negociaciones con el ELN, no solo en el desarme.
¿Cuáles son esas estrategias?
Ya hay cosas construidas como el informe de la Comisión de la Verdad e iniciativas en el Centro Nacional de Memoria Histórica, en las que se confrontan diferentes posturas con el objetivo de escuchar y debatir; la controversia es clave. Se necesitan diversas miradas sobre un tema para aprender como sociedad a dirimir estos conflictos de una manera pacífica. Ese es un ejercicio de no repetición y queremos potenciarlo e intercambiar con otras experiencias de fuera de Colombia.
¿Cuáles acciones piensa llevar a cabo para cumplir con esos objetivos?
Queremos traer a Thomas Krüger, el director de la agencia federal para educación política alemana, que es la entidad que ha liderado el proceso de redemocratización de ese país, queremos hacer un trabajo pedagógico exponiendo los archivos que hay dentro del ministerio de relaciones exteriores con el litigio del Estado ante los procesos que implicaron condenas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Se trata de reflexionar sobre la cantidad de recursos que se han perdido en estos casos negando las graves violaciones contra los derechos humanos por parte del Estado. Queremos potenciar el esfuerzo importante que hizo la Comisión de la Verdad con las víctimas en el exilio y darle continuidad con la oficina Colombia Nos Une de la Cancillería. Y tenemos en mente conformar una mesa con la participación de varios ministerios que trabajan en acciones que estén relacionadas con la no repetición, contando con las embajadas y agencias de cooperación que apoyan la paz total, con el objetivo de coordinar tareas conjuntas.
Vea: Los tropiezos del alto comisionado para lograr la paz total
¿Su nombramiento envía algún mensaje?
Sería una pregunta más para el canciller. Pero una persona que no solo tiene determinada formación, sino que tiene una experiencia vivencial va a abordar ciertos temas de otra manera y va a tener una sensibilidad que puede ser usada para transformar hacia algo mejor. Desde niña tuvimos que salir del país con mi mamá y esto también me conecta con las víctimas que están en el exterior y que hasta el momento no han sido tenidas en cuenta.
¿Por qué volver al país?
Porque estaba la oportunidad de transformar esta experiencia dolorosa en algo que fuera constructivo para Colombia. Ya lo había hecho en Alemania de otra manera, pero era como una segunda oportunidad, la posibilidad de reconciliarme con el país, porque en este momento hay una esperanza de que las cosas sí pueden cambiar, hay mucha gente remando en la misma dirección. Era importante que Manuel, mi hijo, conociera el lugar donde había sucedido la historia de su abuelo por la que tanto preguntaba. Ya había estado aquí hace 12 años, trabajando en GIZ, la agencia alemana de cooperación, pero por seguridad tuve que salir. Regresé con mucha ilusión y viendo una sociedad que se ha transformado. No siento el pesimismo y la resignación que percibí en otro momento, la gente está más dispuesta a expresar, a reclamar y a contar.
¿Quién le hizo el ofrecimiento?
Yo estaba trabajando en Miami y vine a la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad. Varias personas me abordaron a propósito del libro para decirme que era hora de volver. Yo tenía un trabajo en Berlín, pero el canciller me hizo esta oferta concreta, cosa que le agradezco. Esto tiene un carácter simbólico, para mí es el cierre redondo de la película de mi vida, es una oportunidad para decir que toda esta lucha de 37 años está teniendo un sentido. No pretendo declararme la voz de otros, pero sí puedo decir que conozco de cerca lo que es el sufrimiento y sé que hay muchas personas que por las razones que sean no pueden expresarlo y es muy importante estar en esta plataforma trabajar en ello.
Para quienes no la conocen, ¿cuál es esa película?
Empieza cuando llego al país de mi padre, que es Colombia. Mi papá fue un defensor de la paz, siempre rechazó la lucha armada, fue muy crítico con las posturas políticas de la época en la que vivió, con la doctrina militar, apoyaba los diálogos de paz de Belisario Betancur. Preguntarse en esa época por la injusticia social y por las causas de la violencia era algo que ya lo hacía sospechoso. Él entró al Consejo de Estado, a la Sección Tercera que era la que juzgaba al Ejército por crímenes de Estado y venían investigando varios casos de violación de derechos humanos por parte del Ejército y termina siendo ejecutado por agentes del Estado en la retoma al Palacio de Justicia. Cuando mi mamá empieza a buscar la verdad es amenazada y tiene que salir del país con sus cuatro hijas con todo lo que eso implica, pero mucho más para unas niñas que no entienden lo que acaban de vivir y sin ninguna herramienta para tramitar lo ocurrido y superar un trauma de esos. Volvimos al país después de la Constitución del 91 con la ilusión de que las cosas iban a mejorar, pero tuvimos que salir otra vez por amenazas.
Durante muchos años en su casa no se habló de este tema, ¿en qué momento decide hablar de ello y escribir el libro?
Siendo mayor de edad me fui a Bélgica y luego a Alemania. Ahí es cuando empiezo a darme cuenta cómo ese país tramitaba su propio pasado, yo veía en las fachadas las marcas de las balas y las placas conmemorativas o la Iglesia sin la cúpula y conocí personas de otros países del mundo que huían de la guerra y buscaban un país más democrático. Ahí empecé a reflexionar sobre mi propia historia. Fue Alemania la que me empujó a mí a encarar esto, aunque pasó mucho tiempo. Eso responde al negacionismo desde el Estado. Si un Estado le permite a las víctimas expresar y tramitar su dolor, si las acompaña, si lo reconoce en su dolor es mucho más fácil. Y no que te digan que estás loco, eso no pasó o fue porque te lo buscaste o algo estarías haciendo.
Necesité de varios años para darme cuenta de que yo me estaba negando la condición de víctima del conflicto armado y que tenía que dejar de sentir culpa o vergüenza por eso. Ahí empiezo a leer más en profundidad sobre el país y después empiezan las preguntas de mi hijo y empiezo a escribir mi libro, una investigación basada en archivos y en sentencias judiciales, en las fotos y las comunicaciones radiales de los militares. Ahí volví a mi pasado, pero para caminar hacia adelante y no quedarme ahí lamentándome. La memoria sirve para accionarnos políticamente, para no repetir los que sucedió y transformarnos en mejores seres humanos.
Lea también: “Hay cosas que pudimos hacer más rápido”: Monzón, directora de Unidad de Búsqueda
¿Qué significa volver en este momento y a este trabajo?
Yo siento que estar acá es de una u otra manera un reconocimiento a la búsqueda que hemos dado como familia, a la justicia y porque esto no caiga en el olvido. Es el trabajo que uno mismo haga muchas veces lo que después posibilita que uno sienta cierta reparación. Yo empecé a sentir que el sentido del libro no había sido ni siquiera escribirlo, sino lo que paso después al ver un auditorio lleno de gente interesada en entender, en participar y que después viene a abrazarme. Para mí es importante que mi historia no se quede en mi historia o en el Palacio de Justicia, sino que sirva para mucho más.
Resulta paradójico ser funcionaria de un presidente que representa al grupo que se tomó el Palacio y carga con la responsabilidad de lo ocurrido…
Eso refleja que nos necesitamos todos para poder construir el país. De qué me sirve quedarme atacando o lamentándome contra la guerrilla. Y lo mismo con el Ejército. Yo sé que quién ejecutó y desapareció y torturó a mi papá fue el Ejército, ese Estado que fue condenado por la Corte Interamericana por habernos violentado y aquí estoy. Para ese mismo Estado trabajaba mi papá. Así como puedo trabajar en un gobierno del exguerrillero que estaba en esa organización, también estoy en capacidad de sentarme con altos mandos militares y construir juntos porque nos necesitamos.
¿Qué le han dicho por eso?
Me ha atacado en redes, me dicen que sufro del síndrome de Estocolmo y me señalan más o menos de traidora. Para mí esto es democracia débil, pero hay cosas muy buenas por mostrar, como el hecho que un exmilitante esté ahora como jefe de Estado. La gente aceptó que un exmilitante pudiera gobernar porque él ha demostrado durante sus últimos 30 años que ha trabajado por la vía legítima, en democracia. Para mí eso es muy valioso y me quise sumar a ese esfuerzo.
Para llegar a su trabajo, Helena Urán Bidegain debe pasar todos días por el Palacio de Justicia, en la plaza de Bolívar de Bogotá. Es el lugar donde hace 37 años su padre, el magistrado del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán Rojas, fue víctima en la toma del Palacio de Justicia por parte de la guerrilla del M-19 y del que los militares lo sacaron para torturarlo, asesinarlo y desaparecerlo en noviembre de 1985. Ocupa una oficina en el tercer piso de la Cancillería que apenas está terminando de acomodar y en la que construye las estrategias para su nuevo cargo: asesora del canciller para asuntos de no repetición.
No estaba en sus planes volver a vivir en Colombia, un país que la expulsó tres veces porque la lucha de su madre, Ana María, por encontrar la verdad de lo ocurrido en el Palacio resultaba peligrosa. Su vida en el exilio se desarrolló principalmente en Estados Unidos y Alemania donde trabajó en la Rockefeller Brothers Foundation, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, en la Agencia Federal para la Educación Política BPB, y en el Parlamento Alemán Bundestag. En Colombia, trabajó en la Agencia de Cooperación Alemana GIZ y fue reconocida por el libro Mi vida y el Palacio que lanzó en 2020 y en el que hace una evocación de la vida y muerte de su padre reconstruida a partir de sus recuerdos de infancia, una juiciosa investigación documental y una reflexión profunda sobre lo que significa ser víctima del Estado, del exilio y el desarraigo.
En esta entrevista explica por qué volvió a Colombia y qué significa trabajar para el gobierno que preside Gustavo Petro, exmiembro del M-19, grupo que se tomó el Palacio de Justicia y para el Estado que durante 37 años le ha mentido y la ha maltratado.
Vea: Tras 21 años del secuestro que rompió el proceso de paz de Pastrana con las Farc
¿De qué se trata el cargo de asesora para la no repetición?
Si bien en Colombia hay instituciones ya consolidadas para los temas de justicia, verdad y búsqueda de personas desaparecidas, no hay una que se dedique concretamente al tema de no repetición. No es suficiente con pensar que un proceso jurídico o un proceso de verdad va a llevar a no repetición. Hay que crear estrategias a largo plazo. Fue lo que en Alemania se llamó Vergangenheitsbewältigung (no hay una traducción) y que son herramientas para confrontar y superar el pasado, para tramitar lo ocurrido.
¿Y de qué se trata ese concepto?
Después de la Segunda Guerra Mundial los aliados estuvieron de acuerdo en que no era suficiente el armisticio, sino que había que redemocratizar desde el panadero hasta el que levantaba el teléfono en la Gestapo, porque no se podía condenar a todo el mundo y meter a todos presos. Se trataba de cambiar esa mentalidad militarista, que aceptó hasta lo intolerable como el Holocausto. En Colombia podríamos también dar muchos ejemplos de hechos ante los cuales la sociedad no se escandaliza, no exige respuestas. Tenemos que pasar de la mentalidad de la guerra a la de la paz y la democracia. Ahí es muy importante el apoyo que nos puedan brindar los países amigos de la paz total en este tipo de estrategias con las experiencias que ellos hayan tenido.
¿Y cómo será ese trabajo desde la Cancillería?
Cancillería será el enlace con el exterior. Y tendremos un trabajo muy estrecho con entidades del Estado como el Dapre, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Defensa, el Ministerio de Cultura. Alemania pasó por mucha controversia sobre cómo hablar del Holocausto. Había gente que decía que no se debía hablar de eso porque era dañar los valores del ser alemán -una controversia que también hay acá-, pero se llegó a la conclusión de que para redemocratizar el país había que recordar Auschwitz. Aquí tenemos que enseñar a los niños y a los adultos como representar sus intereses para que sean tenidos en cuenta en democracia. Experiencias de afuera nos van a enriquecer mucho y necesitamos apoyo no solo en el tema de las negociaciones con el ELN, no solo en el desarme.
¿Cuáles son esas estrategias?
Ya hay cosas construidas como el informe de la Comisión de la Verdad e iniciativas en el Centro Nacional de Memoria Histórica, en las que se confrontan diferentes posturas con el objetivo de escuchar y debatir; la controversia es clave. Se necesitan diversas miradas sobre un tema para aprender como sociedad a dirimir estos conflictos de una manera pacífica. Ese es un ejercicio de no repetición y queremos potenciarlo e intercambiar con otras experiencias de fuera de Colombia.
¿Cuáles acciones piensa llevar a cabo para cumplir con esos objetivos?
Queremos traer a Thomas Krüger, el director de la agencia federal para educación política alemana, que es la entidad que ha liderado el proceso de redemocratización de ese país, queremos hacer un trabajo pedagógico exponiendo los archivos que hay dentro del ministerio de relaciones exteriores con el litigio del Estado ante los procesos que implicaron condenas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Se trata de reflexionar sobre la cantidad de recursos que se han perdido en estos casos negando las graves violaciones contra los derechos humanos por parte del Estado. Queremos potenciar el esfuerzo importante que hizo la Comisión de la Verdad con las víctimas en el exilio y darle continuidad con la oficina Colombia Nos Une de la Cancillería. Y tenemos en mente conformar una mesa con la participación de varios ministerios que trabajan en acciones que estén relacionadas con la no repetición, contando con las embajadas y agencias de cooperación que apoyan la paz total, con el objetivo de coordinar tareas conjuntas.
Vea: Los tropiezos del alto comisionado para lograr la paz total
¿Su nombramiento envía algún mensaje?
Sería una pregunta más para el canciller. Pero una persona que no solo tiene determinada formación, sino que tiene una experiencia vivencial va a abordar ciertos temas de otra manera y va a tener una sensibilidad que puede ser usada para transformar hacia algo mejor. Desde niña tuvimos que salir del país con mi mamá y esto también me conecta con las víctimas que están en el exterior y que hasta el momento no han sido tenidas en cuenta.
¿Por qué volver al país?
Porque estaba la oportunidad de transformar esta experiencia dolorosa en algo que fuera constructivo para Colombia. Ya lo había hecho en Alemania de otra manera, pero era como una segunda oportunidad, la posibilidad de reconciliarme con el país, porque en este momento hay una esperanza de que las cosas sí pueden cambiar, hay mucha gente remando en la misma dirección. Era importante que Manuel, mi hijo, conociera el lugar donde había sucedido la historia de su abuelo por la que tanto preguntaba. Ya había estado aquí hace 12 años, trabajando en GIZ, la agencia alemana de cooperación, pero por seguridad tuve que salir. Regresé con mucha ilusión y viendo una sociedad que se ha transformado. No siento el pesimismo y la resignación que percibí en otro momento, la gente está más dispuesta a expresar, a reclamar y a contar.
¿Quién le hizo el ofrecimiento?
Yo estaba trabajando en Miami y vine a la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad. Varias personas me abordaron a propósito del libro para decirme que era hora de volver. Yo tenía un trabajo en Berlín, pero el canciller me hizo esta oferta concreta, cosa que le agradezco. Esto tiene un carácter simbólico, para mí es el cierre redondo de la película de mi vida, es una oportunidad para decir que toda esta lucha de 37 años está teniendo un sentido. No pretendo declararme la voz de otros, pero sí puedo decir que conozco de cerca lo que es el sufrimiento y sé que hay muchas personas que por las razones que sean no pueden expresarlo y es muy importante estar en esta plataforma trabajar en ello.
Para quienes no la conocen, ¿cuál es esa película?
Empieza cuando llego al país de mi padre, que es Colombia. Mi papá fue un defensor de la paz, siempre rechazó la lucha armada, fue muy crítico con las posturas políticas de la época en la que vivió, con la doctrina militar, apoyaba los diálogos de paz de Belisario Betancur. Preguntarse en esa época por la injusticia social y por las causas de la violencia era algo que ya lo hacía sospechoso. Él entró al Consejo de Estado, a la Sección Tercera que era la que juzgaba al Ejército por crímenes de Estado y venían investigando varios casos de violación de derechos humanos por parte del Ejército y termina siendo ejecutado por agentes del Estado en la retoma al Palacio de Justicia. Cuando mi mamá empieza a buscar la verdad es amenazada y tiene que salir del país con sus cuatro hijas con todo lo que eso implica, pero mucho más para unas niñas que no entienden lo que acaban de vivir y sin ninguna herramienta para tramitar lo ocurrido y superar un trauma de esos. Volvimos al país después de la Constitución del 91 con la ilusión de que las cosas iban a mejorar, pero tuvimos que salir otra vez por amenazas.
Durante muchos años en su casa no se habló de este tema, ¿en qué momento decide hablar de ello y escribir el libro?
Siendo mayor de edad me fui a Bélgica y luego a Alemania. Ahí es cuando empiezo a darme cuenta cómo ese país tramitaba su propio pasado, yo veía en las fachadas las marcas de las balas y las placas conmemorativas o la Iglesia sin la cúpula y conocí personas de otros países del mundo que huían de la guerra y buscaban un país más democrático. Ahí empecé a reflexionar sobre mi propia historia. Fue Alemania la que me empujó a mí a encarar esto, aunque pasó mucho tiempo. Eso responde al negacionismo desde el Estado. Si un Estado le permite a las víctimas expresar y tramitar su dolor, si las acompaña, si lo reconoce en su dolor es mucho más fácil. Y no que te digan que estás loco, eso no pasó o fue porque te lo buscaste o algo estarías haciendo.
Necesité de varios años para darme cuenta de que yo me estaba negando la condición de víctima del conflicto armado y que tenía que dejar de sentir culpa o vergüenza por eso. Ahí empiezo a leer más en profundidad sobre el país y después empiezan las preguntas de mi hijo y empiezo a escribir mi libro, una investigación basada en archivos y en sentencias judiciales, en las fotos y las comunicaciones radiales de los militares. Ahí volví a mi pasado, pero para caminar hacia adelante y no quedarme ahí lamentándome. La memoria sirve para accionarnos políticamente, para no repetir los que sucedió y transformarnos en mejores seres humanos.
Lea también: “Hay cosas que pudimos hacer más rápido”: Monzón, directora de Unidad de Búsqueda
¿Qué significa volver en este momento y a este trabajo?
Yo siento que estar acá es de una u otra manera un reconocimiento a la búsqueda que hemos dado como familia, a la justicia y porque esto no caiga en el olvido. Es el trabajo que uno mismo haga muchas veces lo que después posibilita que uno sienta cierta reparación. Yo empecé a sentir que el sentido del libro no había sido ni siquiera escribirlo, sino lo que paso después al ver un auditorio lleno de gente interesada en entender, en participar y que después viene a abrazarme. Para mí es importante que mi historia no se quede en mi historia o en el Palacio de Justicia, sino que sirva para mucho más.
Resulta paradójico ser funcionaria de un presidente que representa al grupo que se tomó el Palacio y carga con la responsabilidad de lo ocurrido…
Eso refleja que nos necesitamos todos para poder construir el país. De qué me sirve quedarme atacando o lamentándome contra la guerrilla. Y lo mismo con el Ejército. Yo sé que quién ejecutó y desapareció y torturó a mi papá fue el Ejército, ese Estado que fue condenado por la Corte Interamericana por habernos violentado y aquí estoy. Para ese mismo Estado trabajaba mi papá. Así como puedo trabajar en un gobierno del exguerrillero que estaba en esa organización, también estoy en capacidad de sentarme con altos mandos militares y construir juntos porque nos necesitamos.
¿Qué le han dicho por eso?
Me ha atacado en redes, me dicen que sufro del síndrome de Estocolmo y me señalan más o menos de traidora. Para mí esto es democracia débil, pero hay cosas muy buenas por mostrar, como el hecho que un exmilitante esté ahora como jefe de Estado. La gente aceptó que un exmilitante pudiera gobernar porque él ha demostrado durante sus últimos 30 años que ha trabajado por la vía legítima, en democracia. Para mí eso es muy valioso y me quise sumar a ese esfuerzo.