Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El más reciente Festival de la Memoria, que organizó la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, evidencia cómo han cambiado los protagonistas que estaban escribiendo la historia de este país con más de medio siglo en guerra. En las anteriores ediciones que se han realizado desde 2019, los relatos eran contados por adultos que vivieron en carne propia los despojos, las desapariciones forzadas, las masacres, los homicidios y el abandono estatal en estas zonas rurales. Ahora son los jóvenes, hijos de víctimas y excombatientes, así como aquellos que han salido a las calles desde el 28 de abril por el paro nacional, los que han asumido la batuta de la cuarta edición de este evento, realizado entre el 11 y el 13 de junio pasado.
Esta es la primera vez que el Festival de la Memoria, realizado por la Comisión como un espacio para adentrarse en las formas de vida de una comunidad, se convierte más en un encuentro, menos festivo, pero con más espacios de reflexión y de toma de la palabra. Los festivales anteriores se habían realizado en Putumayo, en el Urabá antioqueño y en Cacarica (Chocó). Este encuentro se llevó a cabo en Turbo (Antioquia) y hasta allí llegaron 70 personas provenientes de por lo menos 18 municipios.
“Ya no solo asesinan a líderes sociales en nuestros campos, sino que también asesinan a líderes que están reclamando el derecho a la vida en el paro nacional que transcurre en las ciudades”, así lo señaló Luisa Zúñiga, que trabaja en actividades artísticas y culturales con mujeres en proceso de reincorporación mientras estudia psicología en Barranquilla. Su lucha no es fortuita. Es hija de Ubaldo Zúñiga, excombatiente de las Farc, conocido en la guerra como Pablo Atrato, y busca aportar desde su orilla para vivir en un país reconciliado.
Desde su perspectiva, los jóvenes siempre han sido actores relevantes en los reclamos y las protestas sociales, sin embargo, el paro que generó un estallido social este año tiene una particularidad para ella: “Ahora los adultos, la generación anterior a nosotros como nuestros padres y abuelos, nos están reconociendo, antes no lo hacían”. De eso, precisamente, se trataba el IV Encuentro de Memorias. Danilo Rueda, coordinador de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, explicó que para garantizar la no repetición del conflicto hay que entender que “cuando hablamos de territorios no son solo la ruralidad, sino también los territorios urbanos”.
(Lea también: Ley de víctimas: 10 años de logros, deudas y propuestas para reparar al país)
En Turbo (Antioquia) se dieron cita 70 líderes y lideresas de diferentes regiones del país. Jóvenes, adultos y adultos mayores. Indígenas, afrodescendientes, mestizos y blancos. Víctimas de la guerra, excombatientes de las Farc, exparamilitares, exmilitares y jóvenes citadinos de las primeras líneas de varios puntos de resistencia del paro nacional en Cali y Bogotá. Se sentaron a dialogar durante tres días sobre cómo garantizar que en Colombia se respete la vida y se priorice la educación en las agendas políticas.
Larry Mosquera, por ejemplo, tiene 23 años y aunque no presenció la masacre de La Chinita (en Apartadó), cometida en 1994 por el frente 5 de las antiguas Farc, su madre fue una de las víctimas y sobrevivientes. Algo similar pasó en 2002, en la masacre de Bojayá (en Chocó) por parte del frente 58 de la otrora guerrilla y en la que perdió a seis familiares paternos. Cuando habla sobre lo que ha vivido su familia en el conflicto armado y sobre su papel en medio del paro nacional, se le quiebra la voz y dice: “En algún momento decíamos que bajo esta carretera había mucho monte, mucha sangre, incluso sobre nuestros pies puede haber muchos huesos, y hoy estamos en medio del paro manifestándonos (…) eso nos da mucho poder”.
En su relato relaciona las heridas del conflicto armado rural con la explosión urbana y citadina por el paro de este año. Dice que no son hechos aislados, sino que la violencia en Colombia ha sido una sola, y que, aunque ha afectado en mayor proporción a ciertos municipios o zonas del campo, no hay un solo rincón del país que no haya sentido esa guerra. El sábado 12 de junio en la noche, Larry y Luisa tomaron la vocería para reunir a los jóvenes que participaron del encuentro y propusieron formar una red para estar conectados sobre lo que ocurre en los territorios.
Juan Pablo Ochoa, quien ha recorrido varios puntos de resistencia en Cali, por ejemplo, explica que en la capital del Valle del Cauca “hay dolores acumulados que no han sido cerrados porque esta lucha es hija de las luchas del pasado (…) venimos con luchas de los jóvenes que han quedado cerradas a la fuerza, como la del paro juvenil de 2008”. Explica que el oriente de Cali, que alberga la mitad de la población de la ciudad, ha sido víctima de racismo, discriminación, pobreza y falta de oportunidades, lo que ha generado que varios de los puntos de concentración sean, precisamente, en esas comunas.
Al encuentro no solo asistieron jóvenes, sino también adultos, muchos de ellos víctimas del conflicto armado que desde lugares como Toluviejo (Sucre), Toribío (Cauca), Buenaventura (Valle del Cauca), Cacarica (Chocó), entre otros, lideraron actividades con el fin de respaldar las luchas juveniles. Uno de los participantes del Urabá dijo que a sus 58 años nunca había tenido la oportunidad de intercambiar tantas ideas y pensamientos con líderes juveniles que comparten su mismo objetivo. “Nuestra labor aquí debe ser escucharlos a ellos primero, porque ellos ya nos han escuchado por muchos años a nosotros”, dijo.
Las luchas de los jóvenes
Ramón Bedoya, de 21 años y oriundo del consejo comunitario de Pedeguita y Mancilla, en Riosucio (Chocó), heredó la lucha y causa de su padre, quien fue asesinado en 2017 por ejercer como líder del proceso de restitución de tierras. En este consejo comunitario todavía hay fuerte control del paramilitarismo que, según sus denuncias, hace alianzas con empresas bananeras para seguir promoviendo los despojos y ventas ilegales de tierras. “A mí varias veces me han dicho que por qué no me voy, que me van a matar como a mi papá, pero es que si yo me voy y dejo todo, la muerte de mi papá habrá sido en vano”, dijo en medio de una mesa de discusión en la que socializaban las problemáticas ambientales en medio de la guerra.
Durante el fin de semana del encuentro, Ramón tuvo que repetir varias veces el nombre de su consejo comunitario. Pedeguita y Mancilla, reiteraba mientras hablaba de la ubicación geográfica. Pero eso, más allá de ser incómodo, fue una oportunidad para encontrar puntos comunes en problemáticas que se presentan tanto en pequeños lugares como en las grandes ciudades del país. Y ese era precisamente el objetivo de reunir a personas de las zonas rurales que siempre habían sido protagonistas e invitadas a los tres encuentros y festivales pasados, con personas de ciudades capitales.
Danilo Rueda explicó que “esta es la primera vez que se da un encuentro entre sectores urbanos y rurales en un escenario distinto a la calle (…) porque ahora mismo en las calles se están tomando decisiones que no necesariamente son consultadas con las comunidades rurales, pero hay derechos vulnerados en común en todo el país”. El derecho a la educación, a la salud, a tener un empleo digno y a la recreación son algunos de los que fueron saliendo a flote en los tres días de encuentro en Turbo (Antioquia).
(Vea: Con simbólica siembra Indígenas Nasa despidieron a autoridad tradicional asesinada en Corinto, Cauca)
Desde allí, a través de actividades simbólicas en la orilla del mar, junto a una fogata o en un salón uniendo velas blancas para formar la palabra paz, varias personas tomaron la vocería para pedir unión en medio de tiempos turbios y de confusión. Como Nilsa Pernía, indígena embera, secretaria del cabildo mayor de Murindó (Antioquia), que habló sobre el recrudecimiento del conflicto armado en su municipio por cuenta de grupos armados como el Eln, que ya han desplazado a casi 200 indígenas este año.
Su experiencia de trabajo con comunidades se unía, de alguna manera, a la de algunas mujeres de las Primeras Líneas del punto de Siloé (en Cali) y de Portal Resistencia (en Bogotá), a quienes les guardaremos su identidad por seguridad, pero que hablaron sobre el rol que han tenido como mediadoras y guardianas de la vida en los lugares donde se han registrado actos violentos durante el paro nacional. “Un día que hubo varias detenciones arbitrarias, armamos un cordón humanitario, y con arengas varias mujeres sacamos a los muchachos de la estación. También logramos quitar a la Fuerza Pública de nuestra zona humanitaria solo levantando nuestras manos mientras gritábamos: ‘Sin violencia’”, narró una de ellas.
Aunque las experiencias eran distintas y en zonas distantes la una de la otra, por momentos parecía que muchos de los participantes se conocieran desde hace años, por la similitud de sus peticiones y las coincidencias en sus historias. Por ejemplo, al hablar sobre las desapariciones forzadas que muchas madres habían vivido en medio del conflicto armado con sus hijos o esposos, los relatos no eran tan distantes de las desapariciones que se han registrado en medio del paro nacional. “Es porque es un mismo país”, concluyó una de las participantes.
Conectando memorias diversas
El objetivo del IV Encuentro de las Memorias, en voz de Danilo Rueda, era identificar problemáticas comunes en todo el país, para luego plantear posibles soluciones o propuestas de cambio positivas que sirvan como insumo para el informe final que entregará la Comisión de la Verdad al país a finales de este año. “Lo que queríamos lograr era que aquí se gestaran lazos de confianza y espacios de diálogo colectivos, otros más privados, con la perspectiva de que el sujeto histórico no es solo ellos, sino que lo que ocurre hoy en el país es un acumulado de muchas historias y memorias desde lugares diversos”.
Ese listado de ideas desde los territorios será concretado la última semana de junio, en la quinta edición del Encuentro que tendrá como fin materializar todas las ideas y reflexiones que se hicieron en Turbo. Y aunque todavía es pronto para pensar en lo que se entregará a la Comisión de la Verdad, surgieron algunas ideas como la de abrir más espacios colectivos de escucha desde los territorios, pero que tengan difusión en todo el país a través de las redes sociales. “Hoy en día no nos enteramos de lo que pasa afuera por los medios tradicionales, sino porque gente del común lo documenta y nos lo cuenta a través de las redes, y esa es una herramienta muy poderosa”, dijo Luisa Zúñiga.
También hablaron sobre fortalecer los emprendimientos comunitarios por encima de las empresas o los distribuidores de marcas reconocidas. Seguir dando la lucha por la restitución de tierras y sacar las universidades a las calles, a las veredas y a los parques, como la iniciativa de Universidad al Barrio que se viene fortaleciendo en algunas zonas de Cali y Bogotá desde hace un mes y, sobre todo, entender que la lucha social no es de las Primeras Líneas, sino de toda la sociedad.
Para Juan Pablo Ochoa, “este es un país que se desespera y presiona para que todo sea rápido, quieren el diálogo ya, quieren los desbloqueos ya, quieren que se levante el paro ya, pero nadie pide que se acabe el hambre ya, nadie dice que se requiere educación de calidad al alcance de todos ya, nadie pide oportunidades de deporte y cultura ya, nadie pide que se acabe la guerra ya, creo que debemos respetar los tiempos de los jóvenes, que no son los mismos que los nuestros”.
La Comisión de Justicia y Paz buscará incluir en el informe a la CEV los lugares simbólicos y las formas de hacer memoria sobre la guerra y las resistencias que no surgieron en el paro, sino que obedecen al hambre, a la pobreza y a la exclusión en las ciudades y en la ruralidad.