Hernando Chindoy: guardián de la tierra
La lucha para acabar la guerra del cultivo de la amapola y la coca en el resguardo de Aponte (Nariño) tuvo una mejor recompensa: una próspera empresa de café que hoy planea abrir tiendas en cuatro capitales del mundo.
Edinson Bolaños / @eabolanos
Pensar, hablar, actuar, hacer conciencia colectiva en su idioma. Esa es la cosmovisión más trascendental del pueblo indígena inga. Las ceremonias las hacen en las noches. Se reúnen hasta 900 comuneros. Hubo un tiempo en que los narcotraficantes, la guerrilla y los paramilitares estaban en ese territorio, sembrado con 2.500 hectáreas de amapola. La disputa fue a sangre y fuego. A líderes como Hernando Chindoy, quienes dictaron (desde el propio Gobierno) la orden para que en ocho días salieran del territorio los grupos armados, incluido el Ejército, les hicieron atentados con granadas y tiros de pistola. La pelea por zafarse del cultivo fue a ese precio, cuenta Chindoy, el líder de los ingas en Colombia, quien permanece en la maloca central de los ingas en Mocoa, la capital del Putumayo.
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Su osadía se repite a diario cuando actúa pensando en cómo ser un mejor wuasikama, que traduce “un mejor guardián de la tierra”, y tiene la trascendencia y belleza de su idioma propio. En las ceremonias, la multitud de ingas, acompañados de sus hermanos cofanes y sionas, en las noches pensaban “cómo dejar de ser cómplices de los daños que les causamos a otros seres humanos y a nuestra madre, la tierra”, explica Chindoy.
Entonces, los habitantes rodearon a los líderes, algunos salieron heridos entre julio de 2003 y marzo de 2004, cuando finalmente el control del territorio lo obtuvo la guardia indígena, que en ese momento creció de 12 alguaciles a 120. Utilizando bastones de mando y en grupos de 400 comuneros desalojaron el territorio de la flor de amapola y se turnaron para vigilar el resguardo e impedir que entraran los armados. Las nueve comunidades que componen el resguardo indígena de Aponte, en el municipio Tablón de Gómez, al sur de Colombia, continúan haciendo esa tarea.
Las ceremonias también sirvieron para consolidar el plan de vida de los ingas. Fue el tercero que hizo un pueblo indígena en el país, después de los cofanes en el Putumayo y los misak en el Cauca; un camino que recorrió Chindoy desde 2003, cuando lo nombraron gobernador de la comunidad de Aponte y logró que el cabildo pasara a ser resguardo, con 17.000 hectáreas de tierra, 16.000 más de las que tenían antes.
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La conciencia de los ingas atraviesa su plan de vida, por eso no dejan de pensar en la tierra y en la herencia de sus ancestros, quienes les enseñaron a cultivar su propia comida. En chagras o huertas, los ingas tienen los alimentos esenciales y las plantas curativas que utilizan en las ceremonias. Después vino la etapa de entender cómo y con qué iban a desarrollar su pueblo. También hubo ceremonias y momentos de conciencia. Sembraron arveja y llegaron a vender hasta 600 toneladas en la central de abastos de Bogotá. El café, igualmente, creció boyante. Se propusieron, desde 2004, que en 2010 tendrían 200 hectáreas sembradas, pero para esa fecha ya tenían 330. Sin utilizar una sola gota de veneno de algún herbicida, solo los que preparan con plantas de la chagra y otros desechos orgánicos.
El veneno contra la coca le trae malos recuerdos y lo repudia con contundencia. Chindoy dice que los campesinos no deberían comprar glifosato para los cultivos distintos a la coca, en protesta por las fumigaciones del veneno que durante dos años rociaron desde el cielo de Aponte. Eso fue entre 2000 y 2003.
En la actualidad, caminando por la vida con 42 años, Chindoy es el representante legal de la entidad territorial Atun Wasi Iuiai-Awai, del pueblo inga de Colombia, organización que agrupa a cerca de 38.000 comuneros de esa etnia. A finales de 2017 la asamblea general lo nombró para un período que termina en marzo de 2022. Por eso, desde hace varios meses está a la tarea de hacer crecer el negocio de exportación de café procesado de nombre Wuasicama. En 2015, los ingas recibieron de las Naciones Unidas el premio Ecuatorial, por todo el avance social, económico, cultural y ambiental que han desarrollado a lo largo de los años, mediante el café y otros productos del campo. Este año que termina han exportado más de diez toneladas de café orgánico procesado, que hoy se consigue en el centro de Bogotá en la carrera 4 n.° 12B-27.
Para el año siguiente, Chindoy dice que tiene previsto, junto con la organización, abrir cuatro tiendas en las siguientes ciudades capitales: Madrid, Santiago de Chile, Ciudad de México y Quito. Quiere llevar el café Wuasicamas por el mundo, dice, no solo con el sabor orgánico de la tierra, sino también con el mensaje de que hay que cuidar el ambiente para que la vida continúe.
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Pensar, hablar, actuar, hacer conciencia colectiva en su idioma. Esa es la cosmovisión más trascendental del pueblo indígena inga. Las ceremonias las hacen en las noches. Se reúnen hasta 900 comuneros. Hubo un tiempo en que los narcotraficantes, la guerrilla y los paramilitares estaban en ese territorio, sembrado con 2.500 hectáreas de amapola. La disputa fue a sangre y fuego. A líderes como Hernando Chindoy, quienes dictaron (desde el propio Gobierno) la orden para que en ocho días salieran del territorio los grupos armados, incluido el Ejército, les hicieron atentados con granadas y tiros de pistola. La pelea por zafarse del cultivo fue a ese precio, cuenta Chindoy, el líder de los ingas en Colombia, quien permanece en la maloca central de los ingas en Mocoa, la capital del Putumayo.
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Su osadía se repite a diario cuando actúa pensando en cómo ser un mejor wuasikama, que traduce “un mejor guardián de la tierra”, y tiene la trascendencia y belleza de su idioma propio. En las ceremonias, la multitud de ingas, acompañados de sus hermanos cofanes y sionas, en las noches pensaban “cómo dejar de ser cómplices de los daños que les causamos a otros seres humanos y a nuestra madre, la tierra”, explica Chindoy.
Entonces, los habitantes rodearon a los líderes, algunos salieron heridos entre julio de 2003 y marzo de 2004, cuando finalmente el control del territorio lo obtuvo la guardia indígena, que en ese momento creció de 12 alguaciles a 120. Utilizando bastones de mando y en grupos de 400 comuneros desalojaron el territorio de la flor de amapola y se turnaron para vigilar el resguardo e impedir que entraran los armados. Las nueve comunidades que componen el resguardo indígena de Aponte, en el municipio Tablón de Gómez, al sur de Colombia, continúan haciendo esa tarea.
Las ceremonias también sirvieron para consolidar el plan de vida de los ingas. Fue el tercero que hizo un pueblo indígena en el país, después de los cofanes en el Putumayo y los misak en el Cauca; un camino que recorrió Chindoy desde 2003, cuando lo nombraron gobernador de la comunidad de Aponte y logró que el cabildo pasara a ser resguardo, con 17.000 hectáreas de tierra, 16.000 más de las que tenían antes.
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El veneno contra la coca le trae malos recuerdos y lo repudia con contundencia. Chindoy dice que los campesinos no deberían comprar glifosato para los cultivos distintos a la coca, en protesta por las fumigaciones del veneno que durante dos años rociaron desde el cielo de Aponte. Eso fue entre 2000 y 2003.
En la actualidad, caminando por la vida con 42 años, Chindoy es el representante legal de la entidad territorial Atun Wasi Iuiai-Awai, del pueblo inga de Colombia, organización que agrupa a cerca de 38.000 comuneros de esa etnia. A finales de 2017 la asamblea general lo nombró para un período que termina en marzo de 2022. Por eso, desde hace varios meses está a la tarea de hacer crecer el negocio de exportación de café procesado de nombre Wuasicama. En 2015, los ingas recibieron de las Naciones Unidas el premio Ecuatorial, por todo el avance social, económico, cultural y ambiental que han desarrollado a lo largo de los años, mediante el café y otros productos del campo. Este año que termina han exportado más de diez toneladas de café orgánico procesado, que hoy se consigue en el centro de Bogotá en la carrera 4 n.° 12B-27.
Para el año siguiente, Chindoy dice que tiene previsto, junto con la organización, abrir cuatro tiendas en las siguientes ciudades capitales: Madrid, Santiago de Chile, Ciudad de México y Quito. Quiere llevar el café Wuasicamas por el mundo, dice, no solo con el sabor orgánico de la tierra, sino también con el mensaje de que hay que cuidar el ambiente para que la vida continúe.
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