Hip hop que hereda memorias de paz
El Festival de Hip Hop Del Norte Bravos Hijos se hace en Cúcuta. A través del break dance, el rap y el grafiti, los jóvenes y los niños quieren fundar una memoria que se aleje de la guerra.
Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
“Queremos decirles a los adultos, con amor, que no nos hereden la venganza, la guerra y el odio. Reconocemos el dolor, la herida, pero no la queremos para nosotros. Queremos cortar la historia y narrar otra”, pide María Consuelo Saavedra, coordinadora del proyecto Festival de Hip Hop Del Norte Bravos Hijos, Herederos de Paz. Ella, una joven de 24 años, está convencida del poder de cambio que tiene esta generación, así como de la importancia de apoyar las expresiones que lo hacen realidad, como el hip hop.
Bajo esa premisa comenzó el festival, cuando el parche de la calle 5ª con carrera 5ª, en el barrio Motilones de Cúcuta, decidió que era tiempo de salir de la clandestinidad y del estigma bajo el que hacían rap, break dance y grafiti. Hoy ya van en su cuarta versión.
Sin embargo, el camino, más que difícil, ha sido solitario y solidario. Sin apoyo de la institucionalidad local y regional, pero acompañados por los amigos y los jóvenes que son capaces de pensar un barrio con arte y sin armas.
De eso se trata este festival que organiza ese parche que se transformó y ahora es la Fundación Cultural y Social 5ta con 5ta Crew. Se trata de reconocer la validez de las expresiones artísticas juveniles, porque eso los lleva a comprender y cuestionar el mundo. Y de ese cuestionamiento, aclara María Consuelo, nacen las ganas de transformar el entorno.
Vea: Seis expresiones artísticas del año para pensarse el posconflicto
El camino, entonces, ha sido quitarles el estigma de criminales que recae sobre los jóvenes populares y empobrecidos, dejar atrás esa carga y empezar a mostrar que hay talento, cultura, fuerza y ganas. Ahí entra el hip hop, que construye memoria de paz, la expresión que interpela la historia que les contaron y que ellos no quieren contar.
La ciudad frontera
Ahiman es un rapero que lleva 18 años cantándole a la ciudad, a los problemas, a los amigos, al amor, a la calle. Ahiman es Jorge Botello, quien vivía en la casa de la 5ª con 5ª y ahora organiza el festival. Jorge recuerda los días de hace más de 10 años en los que se juntaban amigos con el deseo de hacer lo que amaban e impactar positivamente en su comunidad.
Aunque no pensaban en la “paz” o la “reconciliación”, sí la empezaron a hacer desde lo que podían: aprovechando el tiempo libre en actividades artísticas, a la par que convocaban a más jóvenes en los barrios problemáticos de la ciudad.
Hoy lo siguen haciendo. Trabajan con niños, niñas, adolescentes y jóvenes entre los 10 y los 27 años de los barrios La Pastora y La Conquista, que hasta hace poco más de dos años eran invasiones. También tienen procesos culturales en Villa del Rosario, Los Patios y Puerto Santander, tres municipios que hacen parte del área metropolitana de Cúcuta, justo en la frontera con Venezuela. El nombre del festival, de hecho, viene de la primera frase del himno de Norte de Santander, compuesto por un venezolano.
Lea: Las escuelas de los palenqueros
Por ese territorio limítrofe, este festival envía un mensaje de construcción de paz desde la cotidianidad, más allá del Acuerdo con las Farc o de los diálogos con el Eln. Consiste en dejar el odio por el otro o por el diferente. De reconciliarse con los que estaban al otro lado, tal vez de la guerra, del barrio o de la frontera.
Rayar, bailar y rapear
Una adulta, una joven y una niña. Una madre y sus dos hijas rapearon sobre una tarima en la comuna Atalaya, al occidente de Cúcuta. Juntas, cantándoles a las mujeres libres, rechazando la violencia frente a un público mayoritariamente joven que las escuchaba, seguía la letra y agitaba sus brazos. En el concierto del Festival Del Norte Bravos Hijos los rapers les cantaron a las mujeres, al empoderamiento de los jóvenes, a la lucha interna contra las drogas, a la soledad en el interior de las familias, pero especialmente a la esperanza.
En la misma tarima se presentaron 16 b-boys, jóvenes que bailaron al son que les tocaron, se pararon en las manos y se enfrentaron, con su cuerpo y ritmo, a su rival. Aunque el break no era muy popular en la ciudad y no había muchos b-boys, el festival, en cabeza de Juan Carlos Mendoza, lo impulsó con su escuela de formación en la que trabaja con niños y jóvenes. Además del baile, en el proceso aprenden respeto y responsabilidad. En el encuentro Breaking Sin Fronteras los participantes se dan la mano antes de empezar sus batallas de baile y luego evitan el contacto físico como muestra de juego limpio.
Los muros de la avenida principal de Cúcuta fueron el lugar para la última expresión de paz. En las paredes del colegio La Salle, justo al lado de la avenida 0, la calle que atraviesa la ciudad, se encontraron 43 artistas que sólo llevaron su talento y su diseño. Ya en el lugar, Showy, el encargado del grafiti en el festival, distribuyó los muros, los aerosoles y las pinturas. Artistas de siete países y de cinco ciudades colombianas se encargaron de darle vida a la construcción. Esos muros que se utilizaron para el Encuentro Atacarte, antes habían sido borrados por la Policía y esta vez fueron gestionados por esta institución.
“Qué bonito, pero no hay plata”
El festival construye paz, les quita jóvenes a la guerra, a las drogas, al alcohol, contribuye a la cercanía entre iguales, pero no hay plata de la institucionalidad local para apoyarlo.
“Yo creo que la razón no es que no haya dinero, sino que este escenario de hip hop y jóvenes que tienen apuestas y formas de comunicación distintas no son de interés”, dice María Consuelo Saavedra.
La 5ta con 5ta realiza el festival con apoyo del Ministerio de Cultura, entidad que ha financiado dos ediciones. También tiene el apoyo de la cooperación internacional alemana GIZ Propaz y del Servicio Jesuita a Refugiados.
¿No es de interés que jóvenes, muchos de ellos víctimas del conflicto, que tienen talento, se movilicen por la idea de la paz? En el 2002, el año más duro del conflicto armado en Norte de Santander, hubo en Cúcuta 1.606 víctimas entre los 12 y los 28 años. En Tibú, pleno Catatumbo, las víctimas en ese mismo rango de edad y año fueron 4.947.
Esos números son los que no quieren olvidar los jóvenes, pero tampoco quieren recordarlos con odio, porque eso genera más odio. No quieren venganza, quieren dejar el dolor del pasado con la garantía de que no se va a repetir. Sienten que son ellos mismos los que tienen esa responsabilidad. Si heredan, bailan, cantan y rayan la paz, tienen la esperanza de que no volverá a ocurrir el horror.
“Queremos decirles a los adultos, con amor, que no nos hereden la venganza, la guerra y el odio. Reconocemos el dolor, la herida, pero no la queremos para nosotros. Queremos cortar la historia y narrar otra”, pide María Consuelo Saavedra, coordinadora del proyecto Festival de Hip Hop Del Norte Bravos Hijos, Herederos de Paz. Ella, una joven de 24 años, está convencida del poder de cambio que tiene esta generación, así como de la importancia de apoyar las expresiones que lo hacen realidad, como el hip hop.
Bajo esa premisa comenzó el festival, cuando el parche de la calle 5ª con carrera 5ª, en el barrio Motilones de Cúcuta, decidió que era tiempo de salir de la clandestinidad y del estigma bajo el que hacían rap, break dance y grafiti. Hoy ya van en su cuarta versión.
Sin embargo, el camino, más que difícil, ha sido solitario y solidario. Sin apoyo de la institucionalidad local y regional, pero acompañados por los amigos y los jóvenes que son capaces de pensar un barrio con arte y sin armas.
De eso se trata este festival que organiza ese parche que se transformó y ahora es la Fundación Cultural y Social 5ta con 5ta Crew. Se trata de reconocer la validez de las expresiones artísticas juveniles, porque eso los lleva a comprender y cuestionar el mundo. Y de ese cuestionamiento, aclara María Consuelo, nacen las ganas de transformar el entorno.
Vea: Seis expresiones artísticas del año para pensarse el posconflicto
El camino, entonces, ha sido quitarles el estigma de criminales que recae sobre los jóvenes populares y empobrecidos, dejar atrás esa carga y empezar a mostrar que hay talento, cultura, fuerza y ganas. Ahí entra el hip hop, que construye memoria de paz, la expresión que interpela la historia que les contaron y que ellos no quieren contar.
La ciudad frontera
Ahiman es un rapero que lleva 18 años cantándole a la ciudad, a los problemas, a los amigos, al amor, a la calle. Ahiman es Jorge Botello, quien vivía en la casa de la 5ª con 5ª y ahora organiza el festival. Jorge recuerda los días de hace más de 10 años en los que se juntaban amigos con el deseo de hacer lo que amaban e impactar positivamente en su comunidad.
Aunque no pensaban en la “paz” o la “reconciliación”, sí la empezaron a hacer desde lo que podían: aprovechando el tiempo libre en actividades artísticas, a la par que convocaban a más jóvenes en los barrios problemáticos de la ciudad.
Hoy lo siguen haciendo. Trabajan con niños, niñas, adolescentes y jóvenes entre los 10 y los 27 años de los barrios La Pastora y La Conquista, que hasta hace poco más de dos años eran invasiones. También tienen procesos culturales en Villa del Rosario, Los Patios y Puerto Santander, tres municipios que hacen parte del área metropolitana de Cúcuta, justo en la frontera con Venezuela. El nombre del festival, de hecho, viene de la primera frase del himno de Norte de Santander, compuesto por un venezolano.
Lea: Las escuelas de los palenqueros
Por ese territorio limítrofe, este festival envía un mensaje de construcción de paz desde la cotidianidad, más allá del Acuerdo con las Farc o de los diálogos con el Eln. Consiste en dejar el odio por el otro o por el diferente. De reconciliarse con los que estaban al otro lado, tal vez de la guerra, del barrio o de la frontera.
Rayar, bailar y rapear
Una adulta, una joven y una niña. Una madre y sus dos hijas rapearon sobre una tarima en la comuna Atalaya, al occidente de Cúcuta. Juntas, cantándoles a las mujeres libres, rechazando la violencia frente a un público mayoritariamente joven que las escuchaba, seguía la letra y agitaba sus brazos. En el concierto del Festival Del Norte Bravos Hijos los rapers les cantaron a las mujeres, al empoderamiento de los jóvenes, a la lucha interna contra las drogas, a la soledad en el interior de las familias, pero especialmente a la esperanza.
En la misma tarima se presentaron 16 b-boys, jóvenes que bailaron al son que les tocaron, se pararon en las manos y se enfrentaron, con su cuerpo y ritmo, a su rival. Aunque el break no era muy popular en la ciudad y no había muchos b-boys, el festival, en cabeza de Juan Carlos Mendoza, lo impulsó con su escuela de formación en la que trabaja con niños y jóvenes. Además del baile, en el proceso aprenden respeto y responsabilidad. En el encuentro Breaking Sin Fronteras los participantes se dan la mano antes de empezar sus batallas de baile y luego evitan el contacto físico como muestra de juego limpio.
Los muros de la avenida principal de Cúcuta fueron el lugar para la última expresión de paz. En las paredes del colegio La Salle, justo al lado de la avenida 0, la calle que atraviesa la ciudad, se encontraron 43 artistas que sólo llevaron su talento y su diseño. Ya en el lugar, Showy, el encargado del grafiti en el festival, distribuyó los muros, los aerosoles y las pinturas. Artistas de siete países y de cinco ciudades colombianas se encargaron de darle vida a la construcción. Esos muros que se utilizaron para el Encuentro Atacarte, antes habían sido borrados por la Policía y esta vez fueron gestionados por esta institución.
“Qué bonito, pero no hay plata”
El festival construye paz, les quita jóvenes a la guerra, a las drogas, al alcohol, contribuye a la cercanía entre iguales, pero no hay plata de la institucionalidad local para apoyarlo.
“Yo creo que la razón no es que no haya dinero, sino que este escenario de hip hop y jóvenes que tienen apuestas y formas de comunicación distintas no son de interés”, dice María Consuelo Saavedra.
La 5ta con 5ta realiza el festival con apoyo del Ministerio de Cultura, entidad que ha financiado dos ediciones. También tiene el apoyo de la cooperación internacional alemana GIZ Propaz y del Servicio Jesuita a Refugiados.
¿No es de interés que jóvenes, muchos de ellos víctimas del conflicto, que tienen talento, se movilicen por la idea de la paz? En el 2002, el año más duro del conflicto armado en Norte de Santander, hubo en Cúcuta 1.606 víctimas entre los 12 y los 28 años. En Tibú, pleno Catatumbo, las víctimas en ese mismo rango de edad y año fueron 4.947.
Esos números son los que no quieren olvidar los jóvenes, pero tampoco quieren recordarlos con odio, porque eso genera más odio. No quieren venganza, quieren dejar el dolor del pasado con la garantía de que no se va a repetir. Sienten que son ellos mismos los que tienen esa responsabilidad. Si heredan, bailan, cantan y rayan la paz, tienen la esperanza de que no volverá a ocurrir el horror.