El testimonio de nieto robado en dictadura y encontrado por Abuelas de Plaza de Mayo
Manuel Gonçalves fue raptado por los militares en 1976 en Argentina tras el asesinato de sus padres. En el Día Internacional de las víctimas de Desaparición Forzada, Manuel recuerda el camino para recuperar su verdadera identidad, su hogar y su historia.
Paulina Mesa Loaiza
Cuando Manuel Gonçalves se mira en un espejo encuentra en su cuerpo rastros de un padre al que nunca conoció. Sus ojos guardan la mirada de una madre que ahora solo vive en su recuerdo. Y en su mente arde un mapa que lo condujo a su verdadero hogar 20 años después de ser raptado por la dictadura militar en Argentina.
Su boca repite que pudieron robarle la identidad, pero nunca quitarle el lazo eterno que lo ataba a su propia historia. Manuel tuvo que esperar dos décadas para entender que su sombra, la que se reflejaba en las paredes de una casa extraña, era el recuerdo constante de que su vida estaba esperándolo en otro lugar, a kilómetros de certezas y sentimientos.
No tiene que hacer mucho esfuerzo para recordar cómo fue que llegó a su nuevo lugar en el mundo gracias a la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo. Incluso lo relata mientras maneja por las calles de Buenos Aires, Argentina, como si estuviera recitando alguna vieja canción de una de sus bandas favoritas. Con el celular apoyado en la cabrilla del carro, Manuel busca direcciones y cuenta que su vida tiene dos comienzos, como si hubiera nacido dos veces, y sí.
La diferencia entre cada nacimiento de Manuel es que el primero fue en medio de la oscuridad de la dictadura argentina. “En realidad no sé dónde nací, sé que fue en 1976 entre Buenos Aires y la zona norte, que fue donde mi mamá escapó luego del secuestro de mi padre”, cuenta Manuel mientras repite con orgullo los nombres de los que años más tarde reconocería como sus padres: “Gastón, así se llamaba mi papá. Mi mamá se llamaba Ana Granada”. Ambos eran militantes políticos y fueron perseguidos, asesinados y desaparecidos durante la dictadura.
Con la voz serena que solo entrega el paso de los recuerdos, Manuel relata los últimos momentos que vivió con su mamá en una casa de refugio en San Nicolás. Describe casi a la perfección la imagen de su mamá sentada en el pasto del patio interno de la casa, cargando en brazos a Manuel de cinco meses y mirándolo como la única esperanza de su vida. Aunque su mente no lo recuerda, él guarda en su corazón ese relato que le contaron los vecinos como si fuera su propio recuerdo que ni siquiera logra apagarse con el horror que tuvieron que vivir después.
El 19 de noviembre de 1976, la fuerza conjunta de la Policía y el Ejército rodearon la casa apenas aclaraba el día. Hacia las seis de la mañana, más de cuarenta hombres comenzaron a disparar, volaron las puertas y las ventanas con granadas, y lanzaron gases lacrimógenos. Ana, de 23 años, solo pensó en salvar a su bebé. Lo puso dentro de un armario y lo cubrió con almohadas. De ese ataque conocido como “la masacre de la calle Juan B. Justo” solo sobrevivió Manuel, que fue trasladado al hospital de la zona por los mismos militares que asesinaron a su madre.
Allí estuvo durante cuatro meses con custodia policial las 24 horas del día. Manuel compara esa cuna con una pequeña cárcel a la que solo podían entrar enfermeras y doctores en compañía de los militares que siempre lo asustaban. En particular, Manuel recuerda una fotografía en la que aparece un militar vestido de civil que lo cargaba en brazos como si fuera cualquier padre con su hijo, pero él agradece que los militares lo hicieran llorar porque se salvó de que alguno de ellos, sus propios victimarios, lo quisieran adoptar.
Lea también: El regreso a casa: la historia de un cuerpo desaparecido que encontró a su familia
“Ese paso por el hospital también es muy simbólico para nuestra historia porque es muestra de lo que fue capaz la dictadura: tener a los bebés como una especie de botín de guerra porque los que fueran a reclamar iban a ser perseguidos por la dictadura. Los amigos de mi papá fueron al hospital para llevarme, pero todo estaba lleno de hombres armados y supieron que no era posible rescatarme, entonces yo quedé ahí. Es una muestra del plan sistemático para robar bebés”, cuenta Manuel.
Al término de esos cuatro meses, un juez de menores entregó al bebé en adopción bajo la complicidad de la justicia y con todos los procedimientos irregulares. El plan del Gobierno era que ningún bebé regresara a su familia biológica y aunque Matilde, la abuela de Manuel, lo estaba buscando, el juez decidió ignorar cualquier solicitud.
“Termino con una familia que tenía una conexión con este juez de menores. La dictadura sabía quien era mi mamá y por eso hicieron lo que hicieron y por eso no me devolvieron, porque el plan era quedarse con los bebés. Era un experimento atroz de sustituir nuestra identidad, nuestro origen. El juez de menores fue funcional para el plan de la dictadura”, explica Manuel.
El camino hacia el verdadero Manuel
A Manuel le borraron todo, hasta el nombre. La familia adoptiva lo bautizó como Claudio Novoa, un bebé que creció sabiendo que era de otra casa y de otra familia, pero al que nunca le dieron respuestas a las preguntas inocentes y profundas que hacía cuando no entendía de dónde venía.
“Yo crecí con esa condición de adoptado entendiendo que mi familia biológica me había abandonado. No tenía consciencia de lo que había pasado, era un bebé de cinco meses. Pensaba que mi familia biológica me había abandonado porque de niño imaginaba cosas como que murieron en un accidente, entonces mis tíos, mis abuelos no me buscaron, nadie me quiso. Pensaba que estaba bien y que no me importaba saber mi origen. Así crecí en la adolescencia, con cierto enojo, pero yo creía que todo estaba muy superado, que no me importaba y que estaba bien”, relata Manuel como perdonando su pasado.
De repente, como si la vida hubiera decidido que era momento de volver a nacer, a Manuel le llegó la verdad hasta la puerta de su casa cuando tenía 20 años de edad. Ese segundo nacimiento estuvo trazado por una ruta, el amor y la lucha.
Su abuela paterna, Matilde, junto con las Abuelas de la Plaza de Mayo y el Equipo Argentino de Antropología Forense, recolectaron pruebas que los llevaron al operativo en la casa en San Nicolás, luego al hospital donde ese bebé, único sobreviviente, fue llevado. Después encontraron el juzgado de menores que posteriormente los llevó a la casa donde estaba ese bebé que se habían robado.
Durante el régimen de terror y persecución al que fue sometido Argentina y dejó más de 30.000 personas desaparecidas, las Madres de la Plaza de Mayo iniciaron la búsqueda de sus hijos, hijas y nietos en 1977. Para reconocerse, las madres y abuelas usaban un pañuelo blanco atado en la cabeza, que simbolizaba el pañal de tela.
“Terminan encontrándome en el sur de Buenos Aires. Ahí inicia la segunda etapa de mi historia que es cuando empiezo el camino de la restitución de mi identidad. Empezar a conocer mi origen biológico, conocer a mi abuela, saber que mi nombre era Manuel, que era el nombre que habían elegido mis papás. Ahí inició un camino que no termina nunca porque para mí la identidad es otra vida. La vida de Manuel, la que mi papá y mi mamá hubieran querido para mí”, relata.
El segundo nacimiento de Manuel fue en 1997, no recuerda la fecha exacta porque su memoria solo se encargó de guardar hasta el último detalle de ese día, cuando miembros del equipo forense tocaron el timbre de su casa y le empezaron a contar toda la historia.
Le puede interesar: Estos son los miembros de Comisión que guiará el Sistema Nacional de Búsqueda de desaparecidos
“Ese día supe quién era mi mamá, quién era mi papá, que mi familia me estaba buscando, que tenía una abuela que me quería conocer, pero primero quería saber si yo estaba bien. Ahí recibí toda la información de golpe, pero con mucha ilusión de que al final no había sido abandonado sino que habían dedicado 20 años de su vida a buscarme. Supe que tenía un hermano mayor y que yo ya era tío. Ahí empecé este camino de la reconstrucción de la identidad que es todo eso y más allá de cómo deberías llamarte”, cuenta Manuel casi con la misma nostalgia.
Luego de conocer su verdadera identidad, se inició el proceso legal para anular la adopción irregular y recuperar su nombre y los apellidos de sus padres. Dejó de llamarse Claudio Novoa y se llamó legalmente Manuel Gonçalves Granada.
“Era una abuelita tal como la imaginaba”
Manuel graba las mejores escenas de su vida y las guarda en su cabeza como si fueran un tesoro. Recuerda que dos días después de enterarse de que tenía una abuela, fue hasta su casa, en el centro de Buenos Aires, quería conocerla y agradecerle por buscarlo. Manuel llegó al edificio y tocó el piso cuarto B, que era el departamento de su abuela. Habían quedado de almorzar juntos al medio día. Desde la calle se podía ver la puerta del ascensor y Manuel se quedó mirando esa puerta porque sabía que apenas se abriera aparecería su abuela y la vería por primera vez.
“Se abrió la puerta del ascensor y salió mi abuela. Era una señora gordita, con el pelo muy blanco, con pecas en la cara y en las manos. Se vino derecho a la puerta, con una sonrisa hermosa y apuntando con la llave. Tengo el recuerdo exacto de su mano abriendo la puerta, hasta que lo logró. Nos abrazamos. Ella era más baja que yo, así que me miraba desde abajo y me tocaba la cara, me sonrió y me dijo: “Pasá, ya está la comida””, recuerda Manuel mientras relata que ese día comió demasiada carne y pasta.
Y añade: “Después entendí por qué me daba tanto de comer, creo que de alguna manera estaba tratando de recuperar todos los almuerzos o meriendas que no habíamos podido compartir”.
El legado de la búsqueda
La abuela Matilde ya murió, pero Manuel siente que tiene muchas abuelas más, todas las que hoy hacen parte de las Abuelas de la Plaza de Mayo. Hoy por hoy, es el primer nieto en ser parte de la comisión directiva de la organización.
“Tengo claro que robarle la identidad a una persona es un crimen atroz, que vive engañada y que condena a su familia a buscarla toda la vida. Yo sé que mis papás me hubieran pedido que siga luchando por la memoria, por la justicia y la verdad. Yo que pasé por este proceso tengo claro que me siento mejor ahora”, explica Manuel.
Ahora apelan a la memoria de la generación de bisnietos, las personas que nacieron en plena democracia pero que sus papás fueron robados en la dictadura, porque la identidad de ellos también es una identidad falsa.
De su vida pasada, Manuel conserva las amistades que construyó Claudio durante su infancia. A sus primos de la familia adoptiva, con los que creció y jugó. También cuenta con orgullo que gracias a su vida pasada es hincha del Club Atlético Boca Juniors. Casualmente, su papá también fue hincha del Boca y su hermano igual. “En eso no tuve que cambiar nada. Por suerte, soy hincha de Boca”, dice entre risas.
Manuel se siente dueño de su propia vida y su propia verdad. Y espera seguir luchando con las Abuelas para encontrar a los otros 300 bebés robados en la dictadura.
✉️ Si tiene información o denuncias sobre temas relacionadas con la paz, el conflicto, las negociaciones de paz o algún otro tema que quiera compartirnos o que trabajemos, puede escribirnos a: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com; pmesa@elespectador.com o aosorio@elespectador.com
Cuando Manuel Gonçalves se mira en un espejo encuentra en su cuerpo rastros de un padre al que nunca conoció. Sus ojos guardan la mirada de una madre que ahora solo vive en su recuerdo. Y en su mente arde un mapa que lo condujo a su verdadero hogar 20 años después de ser raptado por la dictadura militar en Argentina.
Su boca repite que pudieron robarle la identidad, pero nunca quitarle el lazo eterno que lo ataba a su propia historia. Manuel tuvo que esperar dos décadas para entender que su sombra, la que se reflejaba en las paredes de una casa extraña, era el recuerdo constante de que su vida estaba esperándolo en otro lugar, a kilómetros de certezas y sentimientos.
No tiene que hacer mucho esfuerzo para recordar cómo fue que llegó a su nuevo lugar en el mundo gracias a la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo. Incluso lo relata mientras maneja por las calles de Buenos Aires, Argentina, como si estuviera recitando alguna vieja canción de una de sus bandas favoritas. Con el celular apoyado en la cabrilla del carro, Manuel busca direcciones y cuenta que su vida tiene dos comienzos, como si hubiera nacido dos veces, y sí.
La diferencia entre cada nacimiento de Manuel es que el primero fue en medio de la oscuridad de la dictadura argentina. “En realidad no sé dónde nací, sé que fue en 1976 entre Buenos Aires y la zona norte, que fue donde mi mamá escapó luego del secuestro de mi padre”, cuenta Manuel mientras repite con orgullo los nombres de los que años más tarde reconocería como sus padres: “Gastón, así se llamaba mi papá. Mi mamá se llamaba Ana Granada”. Ambos eran militantes políticos y fueron perseguidos, asesinados y desaparecidos durante la dictadura.
Con la voz serena que solo entrega el paso de los recuerdos, Manuel relata los últimos momentos que vivió con su mamá en una casa de refugio en San Nicolás. Describe casi a la perfección la imagen de su mamá sentada en el pasto del patio interno de la casa, cargando en brazos a Manuel de cinco meses y mirándolo como la única esperanza de su vida. Aunque su mente no lo recuerda, él guarda en su corazón ese relato que le contaron los vecinos como si fuera su propio recuerdo que ni siquiera logra apagarse con el horror que tuvieron que vivir después.
El 19 de noviembre de 1976, la fuerza conjunta de la Policía y el Ejército rodearon la casa apenas aclaraba el día. Hacia las seis de la mañana, más de cuarenta hombres comenzaron a disparar, volaron las puertas y las ventanas con granadas, y lanzaron gases lacrimógenos. Ana, de 23 años, solo pensó en salvar a su bebé. Lo puso dentro de un armario y lo cubrió con almohadas. De ese ataque conocido como “la masacre de la calle Juan B. Justo” solo sobrevivió Manuel, que fue trasladado al hospital de la zona por los mismos militares que asesinaron a su madre.
Allí estuvo durante cuatro meses con custodia policial las 24 horas del día. Manuel compara esa cuna con una pequeña cárcel a la que solo podían entrar enfermeras y doctores en compañía de los militares que siempre lo asustaban. En particular, Manuel recuerda una fotografía en la que aparece un militar vestido de civil que lo cargaba en brazos como si fuera cualquier padre con su hijo, pero él agradece que los militares lo hicieran llorar porque se salvó de que alguno de ellos, sus propios victimarios, lo quisieran adoptar.
Lea también: El regreso a casa: la historia de un cuerpo desaparecido que encontró a su familia
“Ese paso por el hospital también es muy simbólico para nuestra historia porque es muestra de lo que fue capaz la dictadura: tener a los bebés como una especie de botín de guerra porque los que fueran a reclamar iban a ser perseguidos por la dictadura. Los amigos de mi papá fueron al hospital para llevarme, pero todo estaba lleno de hombres armados y supieron que no era posible rescatarme, entonces yo quedé ahí. Es una muestra del plan sistemático para robar bebés”, cuenta Manuel.
Al término de esos cuatro meses, un juez de menores entregó al bebé en adopción bajo la complicidad de la justicia y con todos los procedimientos irregulares. El plan del Gobierno era que ningún bebé regresara a su familia biológica y aunque Matilde, la abuela de Manuel, lo estaba buscando, el juez decidió ignorar cualquier solicitud.
“Termino con una familia que tenía una conexión con este juez de menores. La dictadura sabía quien era mi mamá y por eso hicieron lo que hicieron y por eso no me devolvieron, porque el plan era quedarse con los bebés. Era un experimento atroz de sustituir nuestra identidad, nuestro origen. El juez de menores fue funcional para el plan de la dictadura”, explica Manuel.
El camino hacia el verdadero Manuel
A Manuel le borraron todo, hasta el nombre. La familia adoptiva lo bautizó como Claudio Novoa, un bebé que creció sabiendo que era de otra casa y de otra familia, pero al que nunca le dieron respuestas a las preguntas inocentes y profundas que hacía cuando no entendía de dónde venía.
“Yo crecí con esa condición de adoptado entendiendo que mi familia biológica me había abandonado. No tenía consciencia de lo que había pasado, era un bebé de cinco meses. Pensaba que mi familia biológica me había abandonado porque de niño imaginaba cosas como que murieron en un accidente, entonces mis tíos, mis abuelos no me buscaron, nadie me quiso. Pensaba que estaba bien y que no me importaba saber mi origen. Así crecí en la adolescencia, con cierto enojo, pero yo creía que todo estaba muy superado, que no me importaba y que estaba bien”, relata Manuel como perdonando su pasado.
De repente, como si la vida hubiera decidido que era momento de volver a nacer, a Manuel le llegó la verdad hasta la puerta de su casa cuando tenía 20 años de edad. Ese segundo nacimiento estuvo trazado por una ruta, el amor y la lucha.
Su abuela paterna, Matilde, junto con las Abuelas de la Plaza de Mayo y el Equipo Argentino de Antropología Forense, recolectaron pruebas que los llevaron al operativo en la casa en San Nicolás, luego al hospital donde ese bebé, único sobreviviente, fue llevado. Después encontraron el juzgado de menores que posteriormente los llevó a la casa donde estaba ese bebé que se habían robado.
Durante el régimen de terror y persecución al que fue sometido Argentina y dejó más de 30.000 personas desaparecidas, las Madres de la Plaza de Mayo iniciaron la búsqueda de sus hijos, hijas y nietos en 1977. Para reconocerse, las madres y abuelas usaban un pañuelo blanco atado en la cabeza, que simbolizaba el pañal de tela.
“Terminan encontrándome en el sur de Buenos Aires. Ahí inicia la segunda etapa de mi historia que es cuando empiezo el camino de la restitución de mi identidad. Empezar a conocer mi origen biológico, conocer a mi abuela, saber que mi nombre era Manuel, que era el nombre que habían elegido mis papás. Ahí inició un camino que no termina nunca porque para mí la identidad es otra vida. La vida de Manuel, la que mi papá y mi mamá hubieran querido para mí”, relata.
El segundo nacimiento de Manuel fue en 1997, no recuerda la fecha exacta porque su memoria solo se encargó de guardar hasta el último detalle de ese día, cuando miembros del equipo forense tocaron el timbre de su casa y le empezaron a contar toda la historia.
Le puede interesar: Estos son los miembros de Comisión que guiará el Sistema Nacional de Búsqueda de desaparecidos
“Ese día supe quién era mi mamá, quién era mi papá, que mi familia me estaba buscando, que tenía una abuela que me quería conocer, pero primero quería saber si yo estaba bien. Ahí recibí toda la información de golpe, pero con mucha ilusión de que al final no había sido abandonado sino que habían dedicado 20 años de su vida a buscarme. Supe que tenía un hermano mayor y que yo ya era tío. Ahí empecé este camino de la reconstrucción de la identidad que es todo eso y más allá de cómo deberías llamarte”, cuenta Manuel casi con la misma nostalgia.
Luego de conocer su verdadera identidad, se inició el proceso legal para anular la adopción irregular y recuperar su nombre y los apellidos de sus padres. Dejó de llamarse Claudio Novoa y se llamó legalmente Manuel Gonçalves Granada.
“Era una abuelita tal como la imaginaba”
Manuel graba las mejores escenas de su vida y las guarda en su cabeza como si fueran un tesoro. Recuerda que dos días después de enterarse de que tenía una abuela, fue hasta su casa, en el centro de Buenos Aires, quería conocerla y agradecerle por buscarlo. Manuel llegó al edificio y tocó el piso cuarto B, que era el departamento de su abuela. Habían quedado de almorzar juntos al medio día. Desde la calle se podía ver la puerta del ascensor y Manuel se quedó mirando esa puerta porque sabía que apenas se abriera aparecería su abuela y la vería por primera vez.
“Se abrió la puerta del ascensor y salió mi abuela. Era una señora gordita, con el pelo muy blanco, con pecas en la cara y en las manos. Se vino derecho a la puerta, con una sonrisa hermosa y apuntando con la llave. Tengo el recuerdo exacto de su mano abriendo la puerta, hasta que lo logró. Nos abrazamos. Ella era más baja que yo, así que me miraba desde abajo y me tocaba la cara, me sonrió y me dijo: “Pasá, ya está la comida””, recuerda Manuel mientras relata que ese día comió demasiada carne y pasta.
Y añade: “Después entendí por qué me daba tanto de comer, creo que de alguna manera estaba tratando de recuperar todos los almuerzos o meriendas que no habíamos podido compartir”.
El legado de la búsqueda
La abuela Matilde ya murió, pero Manuel siente que tiene muchas abuelas más, todas las que hoy hacen parte de las Abuelas de la Plaza de Mayo. Hoy por hoy, es el primer nieto en ser parte de la comisión directiva de la organización.
“Tengo claro que robarle la identidad a una persona es un crimen atroz, que vive engañada y que condena a su familia a buscarla toda la vida. Yo sé que mis papás me hubieran pedido que siga luchando por la memoria, por la justicia y la verdad. Yo que pasé por este proceso tengo claro que me siento mejor ahora”, explica Manuel.
Ahora apelan a la memoria de la generación de bisnietos, las personas que nacieron en plena democracia pero que sus papás fueron robados en la dictadura, porque la identidad de ellos también es una identidad falsa.
De su vida pasada, Manuel conserva las amistades que construyó Claudio durante su infancia. A sus primos de la familia adoptiva, con los que creció y jugó. También cuenta con orgullo que gracias a su vida pasada es hincha del Club Atlético Boca Juniors. Casualmente, su papá también fue hincha del Boca y su hermano igual. “En eso no tuve que cambiar nada. Por suerte, soy hincha de Boca”, dice entre risas.
Manuel se siente dueño de su propia vida y su propia verdad. Y espera seguir luchando con las Abuelas para encontrar a los otros 300 bebés robados en la dictadura.
✉️ Si tiene información o denuncias sobre temas relacionadas con la paz, el conflicto, las negociaciones de paz o algún otro tema que quiera compartirnos o que trabajemos, puede escribirnos a: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com; pmesa@elespectador.com o aosorio@elespectador.com