Iglesia católica convoca a candidatos presidenciales a pacto por la no violencia
En la Semana por la Paz, monseñor Héctor Fabio Henao, director de Pastoral Social, presenta un libro que hace memoria sobre los aportes de sacerdotes y religiosas a la paz. Desde 1982, la Iglesia ha estado detrás de las negociaciones con grupos guerrilleros y ha acompañado y protegido a las comunidades.
Gloria Castrillón Pulido
Comenzó la Semana por la Paz y con ella una serie de eventos conmemorativos que van más allá de estos siete días y que se extienden por todo el territorio nacional. Ya son 34 años ininterrumpidos de acciones para alentar la construcción de paz con las organizaciones sociales y colectivos en los territorios y a través de múltiples aliados que se suman cada año. En este 2021 se está invitando a la ciudadanía a acoger de manera consciente y respetuosa la verdad sobre lo ocurrido durante el conflicto. Y en ese ejercicio la Conferencia Episcopal está presentando el libro Huellas de paz y reconciliación: iniciativas de la Iglesia católica 1853-2017. Monseñor Héctor Fabio Henao, director de Pastoral Social, coordinó la elaboración del libro y explica los principales hallazgos de una investigación histórica que se condensa en 500 páginas.
¿Por qué hacer este libro?
El texto busca profundizar en los aportes que ha hecho la Iglesia católica a la construcción de paz, que tiene unas raíces muy profundas, con una dinámica en la que ha estado comprometida mucha gente y ha pasado por varias fases hasta consolidarse hoy. Es un aporte a la recuperación de memoria, con énfasis entre 1982 y 2017. Se hace un inventario de las iniciativas que han tenido impacto en el país, para comprender las visiones y dinámicas de los procesos regionales y locales. Buscamos animar a que se gesten nuevas iniciativas a partir de este texto.
Lea: Del 5 al 12 de septiembre se hará la Semana por la Paz
¿Qué revelaciones trae el libro?
Se recuperan testimonios, se hacen entrevistas a personas que vivieron situaciones muy difíciles en lugares donde el conflicto fue muy fuerte y que construyeron con las comunidades procesos de sobrevivencia de protección humanitaria. Recuperamos en un capítulo lo sucedido en las comisiones de paz, ya que desde 1972 han existido intentos de salida negociada con las guerrillas, contamos quién estuvo detrás de esos intentos, cómo se gestó eso en los territorios, quiénes participaron y quiénes animaron esos procesos. Hay historias desconocidas, narradas por los mismos protagonistas, no solo de las atrocidades, los sufrimientos y las victimizaciones que padecieron, sino cómo construyeron alternativas de supervivencia para darles esperanzas a las comunidades. Por eso hablamos de luces y sombras.
¿Se habla de la responsabilidad de la Iglesia en la promulgación del discurso de odio durante la época de la Violencia?
Se hace una reflexión en el capítulo introductorio, se hace un análisis de ese período en el cual hay un debate sobre el rol de la Iglesia, se recogen distintas posiciones y se da el contexto histórico del momento.
¿Qué hitos o puntos de quiebre marcan esa historia?
El libro recoge una síntesis de lo ocurrido desde el siglo XIX hasta 1964, y hace un recorrido de la transición hacia la modernidad. Después se detiene en los primeros intentos de salida negociada y toma el período entre 1982 y 1991, y analiza cómo se gestó la Constituyente, qué pasó con los modelos de desarrollo local y regional que se propusieron en ese momento. Hay un tercer período, de 1992 a 2002, marcado por el recrudecimiento del conflicto armado, se hace una reflexión muy profunda sobre las causas e impactos del conflicto y se relata el acompañamiento a las organizaciones y comunidades étnicas en ese proceso de atención humanitaria. Luego viene el período de 2002 a 2010, caracterizado por la negación del carácter beligerante de los grupos guerrilleros, un reacomodamiento del conflicto y unas acciones fuertes de la sociedad civil que aclimataron las salidas negociadas. Entre 2010 y 2016 se muestra cómo se gesta al Acuerdo entre el Gobierno y las Farc, se hace énfasis en la reconciliación. Mucha gente no conoce lo que pasó en los territorios y cómo se vivieron esos momentos.
Lea también: Los obispos y la construcción de paz
¿Cuáles han sido los roles de la Iglesia, más allá del acompañamiento pastoral?
Hay un momento en el cual la Iglesia comienza a hacer un trabajo de acercamiento a sectores armados en muchos territorios. Su trabajo era aclimatar la solución a las crisis humanitarias. Entonces, en una época larga hizo una acción humanitaria que no está desligada a la construcción de la paz, pero que tiene en su corazón el acompañamiento a los sobrevivientes. Se hizo una labor muy fuerte de identificar la problemática de los desplazamientos forzados. Recordemos que la Conferencia Episcopal fue la primera institución en hablar de esto. La primera investigación se hizo allí, en 1994. Luego hay una fase importante de protección a las comunidades para que tuvieran garantías y adelantaran iniciativas comunitarias y de organización de sus liderazgos. Otra es el fortalecimiento del diálogo social, de las relaciones entre la sociedad civil. Eso ayudó a impulsar la capacidad de hablarnos, reunirnos, vernos sin la necesidad de pasar por la violencia o de armarse. De hecho, hubo un período de diálogos pastorales para crear un clima de paz. Eran diálogos con actores armados, y tenían el fin de llegar a una solución pacífica del conflicto. Pero, sin duda, el rol más importante ha sido nuestro acompañamiento a las víctimas, sobre todo en territorios étnicos, como el Pacífico o la Amazonia. Construimos mecanismos de protección y supervivencia. Se hace un puente para que las comunidades puedan permanecer en los territorios y puedan superar el impacto del conflicto. En ese punto se hizo un trabajo psicosocial y espiritual muy fuerte. Apoyamos para recuperar la esperanza. Hubo un trabajo de resiliencia. La Iglesia nunca abandonó sus parroquias ni a las comunidades en los momentos más duros de la confrontación armada. Hay una cuota de sacerdotes y religiosas que han muerto en ese camino.
¿Por qué sacar este libro en la Semana por la Paz?
Es una contribución a la memoria. El lema de la Semana por la Paz es “Verdad que podemos”. Se resalta el valor de la memoria y de la verdad, se insiste en que no podemos separar el tema de la verdad de la construcción de la paz y la reconciliación. Este libro es un aporte dentro de este proceso, que no es solamente de la Iglesia, sino que es de toda la sociedad. Hay que recuperar los signos de esperanza dentro de ese trajinar de centenares de comunidades en el país que dieron su sangre como testimonio de su convicción con la paz y de su compromiso con la construcción de la paz. Fue con la sangre, con el sudor, con el sacrificio de mucha gente que se construyó este proceso de reconciliación que estamos viviendo, y hay que reconocer que las comunidades fueron muy resilientes, muy capaces de sobrevivir en medio de una situación de confrontación muy dura.
Le recomendamos: Cumplir los Acuerdos: propuesta de los menonitas frente a la crisis
Este año se espera el informe de la Comisión de la Verdad que está presidida por un sacerdote, ¿qué importancia le da a este hecho?
La verdad a veces puede ser un elemento doloroso para mucha gente. Hay que poner el sufrimiento, no negarlo, reconocerlo, identificar quiénes sufrieron, expresar de todas formas el rechazo a las atrocidades vividas. Pero también la historia construida con mucho esfuerzo de quienes lograron, a pesar de todo, mantener viva la esperanza y la organización comunitaria.
¿Qué mensaje envía usted a un país tan polarizado, en el que pululan los discursos de odio en una campaña electoral virulenta?
Este año la Semana por la Paz refleja la tensión, el dilema, de una sociedad que necesita avanzar hacia la reconciliación y que tiene que incorporar elementos claves como la verdad. El conflicto se ha vuelto a reactivar en muchas regiones, han vuelto muchas formas de violencia a los territorios, y eso no es exclusivo de Colombia. Muchos países que han emprendido procesos de paz han pasado por épocas muy difíciles posteriores a las firmas de los acuerdos. Nosotros estamos viviendo esa fase, muy compleja, que es parte de un caminar, lo que tenemos que entender es que el caminar de la construcción de paz no ha terminado, es de largo aliento. La firma de los Acuerdos de Paz no significa el cierre del proceso de paz.
¿La Semana por la Paz les va a hacer algún llamado a los precandidatos a la Presidencia?
Comenzamos a mover un pacto por la no violencia de las campañas políticas. Ya lo hemos tenido en el pasado y hay que seguir animando ese acuerdo del que tenemos que ser parte los colombianos por la reconciliación. Es importante ayudar a que la cultura política se construya sobre la base del respeto y del debate sin recurrir a ninguna forma de violencia.
¿Cuál es la ruta a seguir para la Iglesia tras esta Semana por la Paz?
La Conferencia Episcopal ha estado muy comprometida en acompañar los procesos de diálogo social en el país. Lo hicimos con el Comité Nacional del Paro y el Gobierno Nacional. Hemos trabajado en los acercamientos. Lo hicimos también con los movimientos locales en las ciudades. Lo que viene es fortalecer el diálogo social, la posibilidad de que las distintas expresiones sociales seamos capaces de encontrarnos, de reconocernos, identificarnos y seamos capaces de construir un acuerdo de lo que será el futuro del país. Hace 30 años fuimos capaces con la Constitución del año 91, ahora nos encontramos en un momento complejo, en el que el país necesita renovar su capacidad de construir un proyecto de nación en el que haya espacio y reconocimiento de la dignidad de todas las personas. Allí estamos dando nuestro aporte.
Comenzó la Semana por la Paz y con ella una serie de eventos conmemorativos que van más allá de estos siete días y que se extienden por todo el territorio nacional. Ya son 34 años ininterrumpidos de acciones para alentar la construcción de paz con las organizaciones sociales y colectivos en los territorios y a través de múltiples aliados que se suman cada año. En este 2021 se está invitando a la ciudadanía a acoger de manera consciente y respetuosa la verdad sobre lo ocurrido durante el conflicto. Y en ese ejercicio la Conferencia Episcopal está presentando el libro Huellas de paz y reconciliación: iniciativas de la Iglesia católica 1853-2017. Monseñor Héctor Fabio Henao, director de Pastoral Social, coordinó la elaboración del libro y explica los principales hallazgos de una investigación histórica que se condensa en 500 páginas.
¿Por qué hacer este libro?
El texto busca profundizar en los aportes que ha hecho la Iglesia católica a la construcción de paz, que tiene unas raíces muy profundas, con una dinámica en la que ha estado comprometida mucha gente y ha pasado por varias fases hasta consolidarse hoy. Es un aporte a la recuperación de memoria, con énfasis entre 1982 y 2017. Se hace un inventario de las iniciativas que han tenido impacto en el país, para comprender las visiones y dinámicas de los procesos regionales y locales. Buscamos animar a que se gesten nuevas iniciativas a partir de este texto.
Lea: Del 5 al 12 de septiembre se hará la Semana por la Paz
¿Qué revelaciones trae el libro?
Se recuperan testimonios, se hacen entrevistas a personas que vivieron situaciones muy difíciles en lugares donde el conflicto fue muy fuerte y que construyeron con las comunidades procesos de sobrevivencia de protección humanitaria. Recuperamos en un capítulo lo sucedido en las comisiones de paz, ya que desde 1972 han existido intentos de salida negociada con las guerrillas, contamos quién estuvo detrás de esos intentos, cómo se gestó eso en los territorios, quiénes participaron y quiénes animaron esos procesos. Hay historias desconocidas, narradas por los mismos protagonistas, no solo de las atrocidades, los sufrimientos y las victimizaciones que padecieron, sino cómo construyeron alternativas de supervivencia para darles esperanzas a las comunidades. Por eso hablamos de luces y sombras.
¿Se habla de la responsabilidad de la Iglesia en la promulgación del discurso de odio durante la época de la Violencia?
Se hace una reflexión en el capítulo introductorio, se hace un análisis de ese período en el cual hay un debate sobre el rol de la Iglesia, se recogen distintas posiciones y se da el contexto histórico del momento.
¿Qué hitos o puntos de quiebre marcan esa historia?
El libro recoge una síntesis de lo ocurrido desde el siglo XIX hasta 1964, y hace un recorrido de la transición hacia la modernidad. Después se detiene en los primeros intentos de salida negociada y toma el período entre 1982 y 1991, y analiza cómo se gestó la Constituyente, qué pasó con los modelos de desarrollo local y regional que se propusieron en ese momento. Hay un tercer período, de 1992 a 2002, marcado por el recrudecimiento del conflicto armado, se hace una reflexión muy profunda sobre las causas e impactos del conflicto y se relata el acompañamiento a las organizaciones y comunidades étnicas en ese proceso de atención humanitaria. Luego viene el período de 2002 a 2010, caracterizado por la negación del carácter beligerante de los grupos guerrilleros, un reacomodamiento del conflicto y unas acciones fuertes de la sociedad civil que aclimataron las salidas negociadas. Entre 2010 y 2016 se muestra cómo se gesta al Acuerdo entre el Gobierno y las Farc, se hace énfasis en la reconciliación. Mucha gente no conoce lo que pasó en los territorios y cómo se vivieron esos momentos.
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¿Cuáles han sido los roles de la Iglesia, más allá del acompañamiento pastoral?
Hay un momento en el cual la Iglesia comienza a hacer un trabajo de acercamiento a sectores armados en muchos territorios. Su trabajo era aclimatar la solución a las crisis humanitarias. Entonces, en una época larga hizo una acción humanitaria que no está desligada a la construcción de la paz, pero que tiene en su corazón el acompañamiento a los sobrevivientes. Se hizo una labor muy fuerte de identificar la problemática de los desplazamientos forzados. Recordemos que la Conferencia Episcopal fue la primera institución en hablar de esto. La primera investigación se hizo allí, en 1994. Luego hay una fase importante de protección a las comunidades para que tuvieran garantías y adelantaran iniciativas comunitarias y de organización de sus liderazgos. Otra es el fortalecimiento del diálogo social, de las relaciones entre la sociedad civil. Eso ayudó a impulsar la capacidad de hablarnos, reunirnos, vernos sin la necesidad de pasar por la violencia o de armarse. De hecho, hubo un período de diálogos pastorales para crear un clima de paz. Eran diálogos con actores armados, y tenían el fin de llegar a una solución pacífica del conflicto. Pero, sin duda, el rol más importante ha sido nuestro acompañamiento a las víctimas, sobre todo en territorios étnicos, como el Pacífico o la Amazonia. Construimos mecanismos de protección y supervivencia. Se hace un puente para que las comunidades puedan permanecer en los territorios y puedan superar el impacto del conflicto. En ese punto se hizo un trabajo psicosocial y espiritual muy fuerte. Apoyamos para recuperar la esperanza. Hubo un trabajo de resiliencia. La Iglesia nunca abandonó sus parroquias ni a las comunidades en los momentos más duros de la confrontación armada. Hay una cuota de sacerdotes y religiosas que han muerto en ese camino.
¿Por qué sacar este libro en la Semana por la Paz?
Es una contribución a la memoria. El lema de la Semana por la Paz es “Verdad que podemos”. Se resalta el valor de la memoria y de la verdad, se insiste en que no podemos separar el tema de la verdad de la construcción de la paz y la reconciliación. Este libro es un aporte dentro de este proceso, que no es solamente de la Iglesia, sino que es de toda la sociedad. Hay que recuperar los signos de esperanza dentro de ese trajinar de centenares de comunidades en el país que dieron su sangre como testimonio de su convicción con la paz y de su compromiso con la construcción de la paz. Fue con la sangre, con el sudor, con el sacrificio de mucha gente que se construyó este proceso de reconciliación que estamos viviendo, y hay que reconocer que las comunidades fueron muy resilientes, muy capaces de sobrevivir en medio de una situación de confrontación muy dura.
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Este año se espera el informe de la Comisión de la Verdad que está presidida por un sacerdote, ¿qué importancia le da a este hecho?
La verdad a veces puede ser un elemento doloroso para mucha gente. Hay que poner el sufrimiento, no negarlo, reconocerlo, identificar quiénes sufrieron, expresar de todas formas el rechazo a las atrocidades vividas. Pero también la historia construida con mucho esfuerzo de quienes lograron, a pesar de todo, mantener viva la esperanza y la organización comunitaria.
¿Qué mensaje envía usted a un país tan polarizado, en el que pululan los discursos de odio en una campaña electoral virulenta?
Este año la Semana por la Paz refleja la tensión, el dilema, de una sociedad que necesita avanzar hacia la reconciliación y que tiene que incorporar elementos claves como la verdad. El conflicto se ha vuelto a reactivar en muchas regiones, han vuelto muchas formas de violencia a los territorios, y eso no es exclusivo de Colombia. Muchos países que han emprendido procesos de paz han pasado por épocas muy difíciles posteriores a las firmas de los acuerdos. Nosotros estamos viviendo esa fase, muy compleja, que es parte de un caminar, lo que tenemos que entender es que el caminar de la construcción de paz no ha terminado, es de largo aliento. La firma de los Acuerdos de Paz no significa el cierre del proceso de paz.
¿La Semana por la Paz les va a hacer algún llamado a los precandidatos a la Presidencia?
Comenzamos a mover un pacto por la no violencia de las campañas políticas. Ya lo hemos tenido en el pasado y hay que seguir animando ese acuerdo del que tenemos que ser parte los colombianos por la reconciliación. Es importante ayudar a que la cultura política se construya sobre la base del respeto y del debate sin recurrir a ninguna forma de violencia.
¿Cuál es la ruta a seguir para la Iglesia tras esta Semana por la Paz?
La Conferencia Episcopal ha estado muy comprometida en acompañar los procesos de diálogo social en el país. Lo hicimos con el Comité Nacional del Paro y el Gobierno Nacional. Hemos trabajado en los acercamientos. Lo hicimos también con los movimientos locales en las ciudades. Lo que viene es fortalecer el diálogo social, la posibilidad de que las distintas expresiones sociales seamos capaces de encontrarnos, de reconocernos, identificarnos y seamos capaces de construir un acuerdo de lo que será el futuro del país. Hace 30 años fuimos capaces con la Constitución del año 91, ahora nos encontramos en un momento complejo, en el que el país necesita renovar su capacidad de construir un proyecto de nación en el que haya espacio y reconocimiento de la dignidad de todas las personas. Allí estamos dando nuestro aporte.