Indígenas pijaos curan el bosque seco tropical
Los resguardos de Pocharco y Yaví, en Natagaima (Tolima), vienen recuperando el bosque que décadas atrás talaron para la ganadería. Más de 4.400 hectáreas entraron en una estrategia de conservación con la voluntad de las comunidades y el apoyo de Cortolima.
Carolina Ávila - @lacaroa08
Era día de minga en el resguardo indígena de Pocharco. Parte del maíz que estaba sembrado en las tres hectáreas ya estaba lo suficientemente maduro para su cosecha. Sin importar el calor asfixiante por el aire seco, un grupo de hombres indígenas montaban sus yeguas para recolectar las tusas de maíz. Al terminar, lo recogido se dividió en partes iguales para las 21 familias que viven allí.
El resguardo indígena de Pocharco queda en la zona rural de Natagaima (Tolima), donde ancestralmente ha estado el pueblo pijao. Son 107 hectáreas de pradera verde que el extinto Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora), compró en 1997 para el grupo de indígenas que ya estaban instalados en esta zona desde hacía décadas. Lo poblaron a punta de siega y machete para construir sus casas y abrir potreros para el ganado.
En ese momento ignoraban el daño ambiental que le hacían al bosque seco tropical que los rodeaba, que tarde o temprano les empezó a cobrar cuentas. El clima, que llega a los 32 °C usualmente, no venía con brisa y sus animales no tenían las copas de los árboles como refugio del sol. El suelo empezó a tornarse infértil, rocoso y, poco a poco, se sintió la escasez del alimento.
En 2014, el Instituto Von Humboldt identificó en esta zona d e Natagaima uno de los reductos boscosos del Tolima. Junto con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) trabajaron con los habitantes de la zona en estrategias de preservación y conservación del bosque seco tropical que de manera paralela, sin ser perjudicial, apoyaran el sustento alimenticio y económico de las familias.
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Lo que quedaba del bosque no solo cruzaba el resguardo indígena Pocharco: también al cabildo indígena de Yaví y las Juntas de Acción Comunal que habitan en esas mismas veredas. Durante estos cuatro años y medio, 656 indígenas de Pocharco y Yaví han trabajado con la asesoría de estas entidades para reforestar el bosque seco tropical.
Delfín Yate Lozano, gobernador del resguardo indígena Pocharco, cuenta que entre todos, en mingas como la que hacen para recoger el maíz, han sembrado 5.400 árboles: caracolí, chicala, bejuco guayacá, guásimo, totumo, guamo real o nacedero. Algunas son especies endémicas, otras son traídas de clima cálido.
Delfín bordea con su paso el corral de las vacas cebú y las marraneras. Después, nos lleva unos metros detrás de una de las casas centrales del resguardo. Allí, en algunas de las diez hectáreas reforestadas por ellos en Pocharco, está el parche de árboles más grande, cerca de las fuentes hídricas. Cuenta que en esa zona es muy poca la lluvia que cae al año, pero que cuando cae es tal la cantidad que desborda la quebrada que cruza el terreno. “Antes el agua se llevaba la tierra y los cultivos. Ahora, los árboles no dejan que el agua se escape, la agarran para ellos”, dice.
Además de sembrar varios parches de especies endémicas también aprendieron a hacer parcelas de reconversión, donde combinan especies forestales con especies frutales, para continuar con el sustento alimenticio de las familias de manera sostenible.
Tienen mango, aguacate, guanábana, carambolo, mandarina y limón. Cada espacio lo tienen cercado: unos para los cultivos y otros para las treinta vacas y las cerca de veinte ovejas que tienen, de manera que los animales no vayan a dañar los árboles sembrados.
Aprendieron a recolectar el agua lluvia para épocas de escasez. En un tanque recolectan hasta 70.000 litros de líquido mediante un sistema de canales. Ya no cazan animales, y lo que talan para conseguir la leña al rato lo vuelven a sembrar.
“Se dieron cuenta de las bondades del bosque seco tropical, como el uso de los frutos del totumo para artesanías hechas por las mujeres. O, por ejemplo, para aprovechar el agua que contiene ese árbol para períodos de sequía o para el ensilaje del ganado”, sostiene Cecilia Leal, profesional del proyecto de PNUD.
Los niños pijaos ya están heredando estas enseñanzas. En la comunidad los llaman “los guardianes del bosquecito”. Por medio de recorridos con sus padres y los técnicos ambientales aprenden sobre las especies que luego siembran, la fauna del lugar y la importancia de proteger el bosque que está creciendo a su alrededor. Entre ellos mismos se regañan si alguno bota basura a la quebrada.
También lea: Sobrevivientes de la guerra: guardianes del bosque seco
El entusiasmo de las comunidades de Yaví y Pocharco les dio el mérito para una gran noticia. El 27 de diciembre de 2018, la Corporación Autónoma Regional del Tolima (Cortolima) reconoció y adoptó, mediante la resolución 4454, el trabajo de estas personas como estrategia complementaria de conservación del bosque seco tropical. Por primera vez en el país, una entidad ambiental reconoce que las comunidades pueden ser agentes activos y los directamente encargados de la conservación de su territorio.
“La gobernanza de la conservación ambiental se convino con las comunidades, mediante talleres con las personas que ellos mismos propusieron y la participación del Ministerio de Ambiente. Es una de las primeras estrategias complementarias de protección del bosque seco que se dan a escala nacional, afirma Consuelo Carvajal, lideresa del proceso de áreas protegidas de Cortolima.
Tras la decisión de este organismo, los campesinos e indígenas seguirán conservando las 4.441 hectáreas de bosque seco tropical que fueron delimitadas, con actividades que les generen progreso. Su caso es la gran muestra de que comunidades y entidades del Estado pueden trabajar de la mano para la conservación ambiental.
Las mujeres y el uso sostenible del totumo
Era día de minga en el resguardo indígena de Pocharco. Parte del maíz que estaba sembrado en las tres hectáreas ya estaba lo suficientemente maduro para su cosecha. Sin importar el calor asfixiante por el aire seco, un grupo de hombres indígenas montaban sus yeguas para recolectar las tusas de maíz. Al terminar, lo recogido se dividió en partes iguales para las 21 familias que viven allí.
El resguardo indígena de Pocharco queda en la zona rural de Natagaima (Tolima), donde ancestralmente ha estado el pueblo pijao. Son 107 hectáreas de pradera verde que el extinto Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora), compró en 1997 para el grupo de indígenas que ya estaban instalados en esta zona desde hacía décadas. Lo poblaron a punta de siega y machete para construir sus casas y abrir potreros para el ganado.
En ese momento ignoraban el daño ambiental que le hacían al bosque seco tropical que los rodeaba, que tarde o temprano les empezó a cobrar cuentas. El clima, que llega a los 32 °C usualmente, no venía con brisa y sus animales no tenían las copas de los árboles como refugio del sol. El suelo empezó a tornarse infértil, rocoso y, poco a poco, se sintió la escasez del alimento.
En 2014, el Instituto Von Humboldt identificó en esta zona d e Natagaima uno de los reductos boscosos del Tolima. Junto con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) trabajaron con los habitantes de la zona en estrategias de preservación y conservación del bosque seco tropical que de manera paralela, sin ser perjudicial, apoyaran el sustento alimenticio y económico de las familias.
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Lo que quedaba del bosque no solo cruzaba el resguardo indígena Pocharco: también al cabildo indígena de Yaví y las Juntas de Acción Comunal que habitan en esas mismas veredas. Durante estos cuatro años y medio, 656 indígenas de Pocharco y Yaví han trabajado con la asesoría de estas entidades para reforestar el bosque seco tropical.
Delfín Yate Lozano, gobernador del resguardo indígena Pocharco, cuenta que entre todos, en mingas como la que hacen para recoger el maíz, han sembrado 5.400 árboles: caracolí, chicala, bejuco guayacá, guásimo, totumo, guamo real o nacedero. Algunas son especies endémicas, otras son traídas de clima cálido.
Delfín bordea con su paso el corral de las vacas cebú y las marraneras. Después, nos lleva unos metros detrás de una de las casas centrales del resguardo. Allí, en algunas de las diez hectáreas reforestadas por ellos en Pocharco, está el parche de árboles más grande, cerca de las fuentes hídricas. Cuenta que en esa zona es muy poca la lluvia que cae al año, pero que cuando cae es tal la cantidad que desborda la quebrada que cruza el terreno. “Antes el agua se llevaba la tierra y los cultivos. Ahora, los árboles no dejan que el agua se escape, la agarran para ellos”, dice.
Además de sembrar varios parches de especies endémicas también aprendieron a hacer parcelas de reconversión, donde combinan especies forestales con especies frutales, para continuar con el sustento alimenticio de las familias de manera sostenible.
Tienen mango, aguacate, guanábana, carambolo, mandarina y limón. Cada espacio lo tienen cercado: unos para los cultivos y otros para las treinta vacas y las cerca de veinte ovejas que tienen, de manera que los animales no vayan a dañar los árboles sembrados.
Aprendieron a recolectar el agua lluvia para épocas de escasez. En un tanque recolectan hasta 70.000 litros de líquido mediante un sistema de canales. Ya no cazan animales, y lo que talan para conseguir la leña al rato lo vuelven a sembrar.
“Se dieron cuenta de las bondades del bosque seco tropical, como el uso de los frutos del totumo para artesanías hechas por las mujeres. O, por ejemplo, para aprovechar el agua que contiene ese árbol para períodos de sequía o para el ensilaje del ganado”, sostiene Cecilia Leal, profesional del proyecto de PNUD.
Los niños pijaos ya están heredando estas enseñanzas. En la comunidad los llaman “los guardianes del bosquecito”. Por medio de recorridos con sus padres y los técnicos ambientales aprenden sobre las especies que luego siembran, la fauna del lugar y la importancia de proteger el bosque que está creciendo a su alrededor. Entre ellos mismos se regañan si alguno bota basura a la quebrada.
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El entusiasmo de las comunidades de Yaví y Pocharco les dio el mérito para una gran noticia. El 27 de diciembre de 2018, la Corporación Autónoma Regional del Tolima (Cortolima) reconoció y adoptó, mediante la resolución 4454, el trabajo de estas personas como estrategia complementaria de conservación del bosque seco tropical. Por primera vez en el país, una entidad ambiental reconoce que las comunidades pueden ser agentes activos y los directamente encargados de la conservación de su territorio.
“La gobernanza de la conservación ambiental se convino con las comunidades, mediante talleres con las personas que ellos mismos propusieron y la participación del Ministerio de Ambiente. Es una de las primeras estrategias complementarias de protección del bosque seco que se dan a escala nacional, afirma Consuelo Carvajal, lideresa del proceso de áreas protegidas de Cortolima.
Tras la decisión de este organismo, los campesinos e indígenas seguirán conservando las 4.441 hectáreas de bosque seco tropical que fueron delimitadas, con actividades que les generen progreso. Su caso es la gran muestra de que comunidades y entidades del Estado pueden trabajar de la mano para la conservación ambiental.
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