Jaime Garzón, el humorista que se convirtió en símbolo de paz en Colombia
Este martes 13 de agosto se cumplen 25 años del asesinato del también periodista, defensor de derechos humanos y activista. Su rol en procesos de paz y en la liberación de algunos secuestrados fueron determinantes para el país, pero también supusieron amenazas de militares y paramilitares que terminaron en su muerte.
Cindy A. Morales Castillo
Jaime Garzón, un icono del humor político en Colombia, trascendió su rol de humorista para convertirse en un símbolo de paz en un país marcado por décadas de conflicto armado y en un momento donde nadie hablaba de reconciliación y menos de justicia social.
Su vida y su asesinato a manos de fuerzas oscuras dentro del Estado y el paramilitarismo no solo conmocionaron al país, sino que también subrayaron la importancia de su labor de paz en un contexto de violencia y represión.
Entonces Colombia estaba inmerso en una guerra sin cuartel donde no se pensaba mucho ni en los derechos humanos ni en los desprotegidos ni en las poblaciones indígenas. Primaba la ley y el orden, las balas, las desapariciones, las masacres, los secuestros y sobre todo el silencio.
Mientras tanto, en el mundo de Garzón, mandaba la parada la sátira como herramienta de crítica social y un artículo de la Constitución traducido por los wayús, que se volvió famoso por Garzón y que, de alguna manera, también marcó la vida del humorista. “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”.
“Con ese artículo que nos aprendamos salvamos este país”, dijo Garzón y 25 años después de su muerte, Colombia no lo ha aprendido.
Garzón, quien también fue periodista, activista, defensor de derechos humanos y hasta alcalde, encontró en el humor un medio para denunciar las locuras y vejámenes que pasaban a nivel nacional, pero con algo con hasta ahora el país no ha vuelto a encontrar: la humanidad de todos a quienes representó.
Lo hacía con el personaje de Heriberto de la Calle, un humilde embolador que entrevistó a casi todas figuras públicas de su momento con una mezcla de ingenuidad y astucia en la que ponía el ojo en las contradicciones de los políticos. En la antípoda de ese personaje estaba Godofredo Cínico Caspa, un abogado ultraconservador, ortodoxo, que caricaturizaba las posturas más reaccionarias de la derecha y de élite, pero con el que también se explicaba muchas de las posturas del país.
Además: Comisión Interamericana admite homicidio contra crítico y periodista Jaime Garzón
Alcalde y mediador de paz
Pero Garzón no se limitó a ser un comentarista de la cruenta realidad de Colombia. Su compromiso con la paz en Colombia lo llevó a involucrarse en la política como alcalde de la localidad de Sumapaz, una de las zonas de Bogotá más golpeadas por el conflicto armado.
Durante su administración, Garzón implementó iniciativas orientadas a mejorar las condiciones de vida de la población y a fortalecer el tejido social, siempre con la visión de que la paz debía construirse desde las bases.
Su paso por la televisión con Quac, el Noticiero, un programa que se convirtió en un referente del humor político, y luego por los micrófonos de Radionet, una emisora propiedad de Yamid Amat, le dieron el reconocimiento e influencia para que empezar a tener un rol de intermediario en varios intentos de diálogo entre el gobierno y los grupos insurgentes, que se le daba fácil por su tremenda capacidad de comunicación y claro por su talento innato: el humor.
Empezó a mediados de 1998 trabajando con mesas de concertación locales con la Gobernación de Cundinamarca, donde se hablaba de estrategias para disminuir y combatir la violencia en distintas localidades de Bogotá y del departamento.
“Topose así el humorista en Bogotá a su matón. En el semáforo en rojo y hablole de correrías. Yo sí conozco, y usted no, a sus verdaderos patrones. Yo visité a Rito Alejo. A ese yo le dije: “Viejo. Si me va a matar no me desaparezca, mire que a mi funeral yo sí quisiera ir. Tan siquiera pa’ tirarle las faldas al arzobispo”. Yo pensé hacerlo reír, pero ese man no tiene gracia. Apenas largó un bostezo y nada acató a decir. (... ) Pasó pa’ verde el semáforo, quedó dispuesta la pista. Disparando cinco balas, respondióle el pistolero: “No necesitan los huevos. Pa’ eso me tienen a yo”. Fue así que a Garzón, el ánima, al alba de un viernes 13, deshízole del cuero”
Fragmento de la canción La muerte de Jaime Garzón, escrita por Édson Velandia
Después trabajó en las conversaciones de paz con el ELN, por entonces —igual que ahora— congeladas, y luego se unió a otras figuras que mediaban para lograr la liberación de secuestrados en poder de la antigua guerrilla de las FARC.
Pero esa ayuda empezó a pasarle factura. Tanto miembros del Ejército como grupos paramilitares al mando de Carlos Castaño, excomandante de las Autodefensas Unidad de Colombia (AUC), lo señalaron de ser colaborador de esa guerrilla y entonces empezaron las llamadas, los hostigamientos y las amenazas.
Esa combinación de su activismo político, su denuncia constante de la corrupción y la impunidad, y su capacidad para movilizar a la opinión pública a través del humor, lo convirtieron en un enemigo de algunos sectores. El 13 de agosto de 1999, Jaime Garzón fue asesinado en Bogotá, en un crimen que sacudió a la nación y que, hasta el día de hoy, sigue siendo una muestra de la violencia que ha intentado silenciar a aquellos que luchan por un cambio.
Le puede interesar: JEP le niega definitivamente la entrada a José Miguel Narváez por crimen de Garzón
Las investigaciones sobre su asesinato revelaron la participación de agentes del Estado en colaboración con grupos paramilitares. Aunque varios de los responsables han sido identificados, la verdad completa sobre quiénes ordenaron y facilitaron su muerte sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva del país. Este crimen silenció a una de las voces más importantes de Colombia, y claro que en su momento envió un mensaje para quienes tenían otras aproximaciones para las soluciones pacíficas del conflicto.
Hoy solo hay una persona condenada por su homicidio: José Miguel Narváez, exsubdirector del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), sentenciado en 2018 a 30 años de prisión como determinador del crimen.
Este martes, 25 años después de su asesinato que declarado crimen de lesa humanidad, la impunidad sigue rampante. Aun así, la figura Garzón se ha convertido en un símbolo de la demanda más amplia por la paz y la reconciliación en Colombia.
✉️ Si tiene información o denuncias sobre temas relacionadas con la paz, el conflicto, las negociaciones de paz o algún otro tema que quiera compartirnos o que trabajemos, puede escribirnos a: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com; pmesa@elespectador.com o aosorio@elespectador.com
Jaime Garzón, un icono del humor político en Colombia, trascendió su rol de humorista para convertirse en un símbolo de paz en un país marcado por décadas de conflicto armado y en un momento donde nadie hablaba de reconciliación y menos de justicia social.
Su vida y su asesinato a manos de fuerzas oscuras dentro del Estado y el paramilitarismo no solo conmocionaron al país, sino que también subrayaron la importancia de su labor de paz en un contexto de violencia y represión.
Entonces Colombia estaba inmerso en una guerra sin cuartel donde no se pensaba mucho ni en los derechos humanos ni en los desprotegidos ni en las poblaciones indígenas. Primaba la ley y el orden, las balas, las desapariciones, las masacres, los secuestros y sobre todo el silencio.
Mientras tanto, en el mundo de Garzón, mandaba la parada la sátira como herramienta de crítica social y un artículo de la Constitución traducido por los wayús, que se volvió famoso por Garzón y que, de alguna manera, también marcó la vida del humorista. “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”.
“Con ese artículo que nos aprendamos salvamos este país”, dijo Garzón y 25 años después de su muerte, Colombia no lo ha aprendido.
Garzón, quien también fue periodista, activista, defensor de derechos humanos y hasta alcalde, encontró en el humor un medio para denunciar las locuras y vejámenes que pasaban a nivel nacional, pero con algo con hasta ahora el país no ha vuelto a encontrar: la humanidad de todos a quienes representó.
Lo hacía con el personaje de Heriberto de la Calle, un humilde embolador que entrevistó a casi todas figuras públicas de su momento con una mezcla de ingenuidad y astucia en la que ponía el ojo en las contradicciones de los políticos. En la antípoda de ese personaje estaba Godofredo Cínico Caspa, un abogado ultraconservador, ortodoxo, que caricaturizaba las posturas más reaccionarias de la derecha y de élite, pero con el que también se explicaba muchas de las posturas del país.
Además: Comisión Interamericana admite homicidio contra crítico y periodista Jaime Garzón
Alcalde y mediador de paz
Pero Garzón no se limitó a ser un comentarista de la cruenta realidad de Colombia. Su compromiso con la paz en Colombia lo llevó a involucrarse en la política como alcalde de la localidad de Sumapaz, una de las zonas de Bogotá más golpeadas por el conflicto armado.
Durante su administración, Garzón implementó iniciativas orientadas a mejorar las condiciones de vida de la población y a fortalecer el tejido social, siempre con la visión de que la paz debía construirse desde las bases.
Su paso por la televisión con Quac, el Noticiero, un programa que se convirtió en un referente del humor político, y luego por los micrófonos de Radionet, una emisora propiedad de Yamid Amat, le dieron el reconocimiento e influencia para que empezar a tener un rol de intermediario en varios intentos de diálogo entre el gobierno y los grupos insurgentes, que se le daba fácil por su tremenda capacidad de comunicación y claro por su talento innato: el humor.
Empezó a mediados de 1998 trabajando con mesas de concertación locales con la Gobernación de Cundinamarca, donde se hablaba de estrategias para disminuir y combatir la violencia en distintas localidades de Bogotá y del departamento.
“Topose así el humorista en Bogotá a su matón. En el semáforo en rojo y hablole de correrías. Yo sí conozco, y usted no, a sus verdaderos patrones. Yo visité a Rito Alejo. A ese yo le dije: “Viejo. Si me va a matar no me desaparezca, mire que a mi funeral yo sí quisiera ir. Tan siquiera pa’ tirarle las faldas al arzobispo”. Yo pensé hacerlo reír, pero ese man no tiene gracia. Apenas largó un bostezo y nada acató a decir. (... ) Pasó pa’ verde el semáforo, quedó dispuesta la pista. Disparando cinco balas, respondióle el pistolero: “No necesitan los huevos. Pa’ eso me tienen a yo”. Fue así que a Garzón, el ánima, al alba de un viernes 13, deshízole del cuero”
Fragmento de la canción La muerte de Jaime Garzón, escrita por Édson Velandia
Después trabajó en las conversaciones de paz con el ELN, por entonces —igual que ahora— congeladas, y luego se unió a otras figuras que mediaban para lograr la liberación de secuestrados en poder de la antigua guerrilla de las FARC.
Pero esa ayuda empezó a pasarle factura. Tanto miembros del Ejército como grupos paramilitares al mando de Carlos Castaño, excomandante de las Autodefensas Unidad de Colombia (AUC), lo señalaron de ser colaborador de esa guerrilla y entonces empezaron las llamadas, los hostigamientos y las amenazas.
Esa combinación de su activismo político, su denuncia constante de la corrupción y la impunidad, y su capacidad para movilizar a la opinión pública a través del humor, lo convirtieron en un enemigo de algunos sectores. El 13 de agosto de 1999, Jaime Garzón fue asesinado en Bogotá, en un crimen que sacudió a la nación y que, hasta el día de hoy, sigue siendo una muestra de la violencia que ha intentado silenciar a aquellos que luchan por un cambio.
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Las investigaciones sobre su asesinato revelaron la participación de agentes del Estado en colaboración con grupos paramilitares. Aunque varios de los responsables han sido identificados, la verdad completa sobre quiénes ordenaron y facilitaron su muerte sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva del país. Este crimen silenció a una de las voces más importantes de Colombia, y claro que en su momento envió un mensaje para quienes tenían otras aproximaciones para las soluciones pacíficas del conflicto.
Hoy solo hay una persona condenada por su homicidio: José Miguel Narváez, exsubdirector del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), sentenciado en 2018 a 30 años de prisión como determinador del crimen.
Este martes, 25 años después de su asesinato que declarado crimen de lesa humanidad, la impunidad sigue rampante. Aun así, la figura Garzón se ha convertido en un símbolo de la demanda más amplia por la paz y la reconciliación en Colombia.
✉️ Si tiene información o denuncias sobre temas relacionadas con la paz, el conflicto, las negociaciones de paz o algún otro tema que quiera compartirnos o que trabajemos, puede escribirnos a: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com; pmesa@elespectador.com o aosorio@elespectador.com