La conversación sobre el conflicto armado entre estudiantes, víctimas y victimarios
Jóvenes de dos colegios del Meta conversaron con un excomandante de Farc, una víctima y un exjefe de las AUC sobre lo que los llevó a la guerra y la capacidad que tiene el país de perdonar. Montealegre, el exparamilitar, le pidió perdón a Esther Polo.
Más de 130 estudiantes y docentes de grado décimo y once de los colegios Puente Amarillo Francisco Torres León, de Restrepo, y Luis Carlos Galán Sarmiento, de Acacías, en el Meta, se conectaron virtualmente el pasado jueves a una charla con Pastor Alape y Óscar Montealegre, dos responsables de acciones armadas en el conflicto armado, y con Esther Polo, víctima y lideresa de Córdoba.
Sin prevenciones, los estudiantes les hicieron preguntas difíciles a Montealegre, quien fue comandante del Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); a Alape, quien fue miembro del secretariado de las extintas Farc, y a Esther, quien acompaña el proceso de las mujeres de Valle Encantado en Córdoba, liderado por su madre, María Zabala. No fue una cátedra ni un espacio para las justificaciones, sino un diálogo guiado por el grupo de jóvenes, quienes prepararon sus preguntas en talleres previos con la Universidad Pedagógica y el Instituto Colombo-Alemán para la Paz (Capaz).
En el encuentro “Hablemos de Verdad en los Colegios”, realizado por Colombia 2020 de El Espectador con apoyo de la Embajada de Alemania en Colombia, el grupo de jóvenes les preguntaron a los excombatientes por su infancia, las razones para entrar al conflicto y las familias que dejaron atrás por la guerra, y a Esther la interrogaron sobre si el liderazgo social ha llegado a cambiar vidas o cómo debe ser la reparación a las víctimas.
“Señor Óscar y señor Pastor: si desde niños solo conocieron la guerra, ¿qué los llevó a seguir en la guerra? Señora Esther, ¿cómo te has formado como líder, lo que te pasó te ayudó a formarte?”, preguntó una joven del colegio Puente Amarillo.
“Yo crecí en un contexto muy campesino, era feliz. Teníamos ríos, íbamos a jugar allí y soñaba ser navegante. Vine a usar zapatos a los nueve años, a los diez entré a estudiar y a los veinte entré a las Farc. La tesis era enfrentar la violencia del Estado con violencia revolucionaria, pero me di cuenta de que no es la salida”, le respondió Pastor Alape.
“A diferencia de Pastor”, añadió Óscar, “yo crecí con rabia y resentimiento por el asesinato de mis padres a manos de las Farc y por eso decidí ingresar a un grupo armado, para vengarme. Crecí en un colegio rodeado de sacerdotes, pero no tuve un acompañamiento psicosocial en su momento. Me dejé seducir por la guerra”. Luego les contó a los estudiantes qué fue lo que lo llevó a desmovilizarse: dar la orden de asesinar un guerrillero y darse cuenta, al revisar sus pertenencias, de que tenía dos hijos y una esposa. “Me devolví a la película de mi vida y terminé haciendo lo que me habían hecho, esa noche lloré mucho”. Tras nueve años en la cárcel, ahora trabaja en fundaciones para promover el perdón en el país. De hecho, junto a Pastor Alape y el exjefe paramilitar Rodrigo Pérez Alzate están trabajando en un proyecto de reconciliación y paz en el Magdalena Medio, donde operó también Alape.
Esther también contó cómo hace treinta años, cuando su madre estaba embarazada de ella, llegaron los paramilitares a su finca de Córdoba, mataron a todos los hombres de su familia, entre ellos a su padre y un hermano, y quemaron las casas. Su madre se desplazó con todos sus hermanos hacia Montería. Con el tiempo se organizó con más mujeres desplazadas en la finca Valle Encantado y lucharon por la titulación de esa tierra. Crecer entre esas mujeres líderes, luchadoras por sus territorios, la llevó a estudiar Derecho y a continuar en ese acompañamiento, desde lo jurídico y desde su experiencia como víctima, a otras mujeres como su madre. “Yo entendí en este camino que para defender la paz del país tenía que renunciar a cualquier deseo de venganza”, agregó. Óscar se volteó hacia Esther y le dijo: “La organización a la que pertenecí hizo mucho daño. A nombre de las Auc, le pido perdón”.
Visiblemente inquieta, ella le confesó que era la primera vez que alguien le pedía perdón. “Conociendo su historia, Óscar, viendo al hombre y no al emblema y lo que representan las Auc, sé que hay dolor en usted y que también extraña a sus padres. No comparo nuestro dolor, ni justifico lo que hizo, pero sé lo que siente. Los que dejan la guerra merecen una segunda oportunidad, yo creo en la reconciliación, acepto su perdón”, le respondió y estrecharon sus manos.
Las preguntas de los estudiantes se hicieron más íntimas y reflexivas: ¿qué sensación invadía su cuerpo al cometer un asesinato? Esther, ¿cree usted que la verdad puede reparar a las víctimas? ¿Al regresar de la guerra alguien los esperaba? ¿Cómo reconstruyeron sus vidas? ¿Creen que todo lo que hicieron sirvió de algo?
Los excomandantes respondieron que la guerra somete a cualquiera y que les hizo perder la humanidad. Que fueron las víctimas quienes les enseñaron a recuperarla y a entender todos los dolores que habían causado. Alape confesó que perdió a todos sus hermanos varones. A una de sus hermanas y a su sobrina las asesinaron. Otros quince familiares entraron a las Farc y tuvo dos hijas con las que nunca pudo compartir. A una de ellas la conoció luego del proceso de paz. Todavía tiene que protegerlas por seguridad. Montealegre también relató que ha tenido que reconstruir el tiempo con sus tres hijos y esposa. Que la estigmatización por haber sido combatiente también pesa sobre ellos. Y que se sentía extraño al llegar a una casa luego de dormir solo en la selva por diez años. No sabía ser esposo ni padre.
Ambos señalaron que la guerra nunca fue la salida. “Debimos haber insistido más en una solución política con Betancur”, aceptó Alape. “Si alguien en estas aulas ha tenido las ganas de pertenecer a un grupo ilegal, con estos testimonios no creo que lo hagan. Se pierde la niñez y la felicitad”, dijo Montealegre.
Las respuestas de Esther, por su parte, llevaron a varias reflexiones. La primera, que para las víctimas y el país, el perdón es un proceso personal y de mucho tiempo. Que el aporte a la paz empieza por dejar la indolencia a un lado y escuchar a quienes vivieron en carne propia el conflicto, o que la verdad estará completa cuando se sepa quiénes fueron los terceros que se beneficiaron de tanta guerra.
Además, señaló que es fundamental que se enseñe del conflicto armado en las escuelas con las herramientas pedagógicas para que no genere daño y angustia. “Las escuelas son fundamentales para la construcción de la paz y están llamadas a hacer memoria”.
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Más de 130 estudiantes y docentes de grado décimo y once de los colegios Puente Amarillo Francisco Torres León, de Restrepo, y Luis Carlos Galán Sarmiento, de Acacías, en el Meta, se conectaron virtualmente el pasado jueves a una charla con Pastor Alape y Óscar Montealegre, dos responsables de acciones armadas en el conflicto armado, y con Esther Polo, víctima y lideresa de Córdoba.
Sin prevenciones, los estudiantes les hicieron preguntas difíciles a Montealegre, quien fue comandante del Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); a Alape, quien fue miembro del secretariado de las extintas Farc, y a Esther, quien acompaña el proceso de las mujeres de Valle Encantado en Córdoba, liderado por su madre, María Zabala. No fue una cátedra ni un espacio para las justificaciones, sino un diálogo guiado por el grupo de jóvenes, quienes prepararon sus preguntas en talleres previos con la Universidad Pedagógica y el Instituto Colombo-Alemán para la Paz (Capaz).
En el encuentro “Hablemos de Verdad en los Colegios”, realizado por Colombia 2020 de El Espectador con apoyo de la Embajada de Alemania en Colombia, el grupo de jóvenes les preguntaron a los excombatientes por su infancia, las razones para entrar al conflicto y las familias que dejaron atrás por la guerra, y a Esther la interrogaron sobre si el liderazgo social ha llegado a cambiar vidas o cómo debe ser la reparación a las víctimas.
“Señor Óscar y señor Pastor: si desde niños solo conocieron la guerra, ¿qué los llevó a seguir en la guerra? Señora Esther, ¿cómo te has formado como líder, lo que te pasó te ayudó a formarte?”, preguntó una joven del colegio Puente Amarillo.
“Yo crecí en un contexto muy campesino, era feliz. Teníamos ríos, íbamos a jugar allí y soñaba ser navegante. Vine a usar zapatos a los nueve años, a los diez entré a estudiar y a los veinte entré a las Farc. La tesis era enfrentar la violencia del Estado con violencia revolucionaria, pero me di cuenta de que no es la salida”, le respondió Pastor Alape.
“A diferencia de Pastor”, añadió Óscar, “yo crecí con rabia y resentimiento por el asesinato de mis padres a manos de las Farc y por eso decidí ingresar a un grupo armado, para vengarme. Crecí en un colegio rodeado de sacerdotes, pero no tuve un acompañamiento psicosocial en su momento. Me dejé seducir por la guerra”. Luego les contó a los estudiantes qué fue lo que lo llevó a desmovilizarse: dar la orden de asesinar un guerrillero y darse cuenta, al revisar sus pertenencias, de que tenía dos hijos y una esposa. “Me devolví a la película de mi vida y terminé haciendo lo que me habían hecho, esa noche lloré mucho”. Tras nueve años en la cárcel, ahora trabaja en fundaciones para promover el perdón en el país. De hecho, junto a Pastor Alape y el exjefe paramilitar Rodrigo Pérez Alzate están trabajando en un proyecto de reconciliación y paz en el Magdalena Medio, donde operó también Alape.
Esther también contó cómo hace treinta años, cuando su madre estaba embarazada de ella, llegaron los paramilitares a su finca de Córdoba, mataron a todos los hombres de su familia, entre ellos a su padre y un hermano, y quemaron las casas. Su madre se desplazó con todos sus hermanos hacia Montería. Con el tiempo se organizó con más mujeres desplazadas en la finca Valle Encantado y lucharon por la titulación de esa tierra. Crecer entre esas mujeres líderes, luchadoras por sus territorios, la llevó a estudiar Derecho y a continuar en ese acompañamiento, desde lo jurídico y desde su experiencia como víctima, a otras mujeres como su madre. “Yo entendí en este camino que para defender la paz del país tenía que renunciar a cualquier deseo de venganza”, agregó. Óscar se volteó hacia Esther y le dijo: “La organización a la que pertenecí hizo mucho daño. A nombre de las Auc, le pido perdón”.
Visiblemente inquieta, ella le confesó que era la primera vez que alguien le pedía perdón. “Conociendo su historia, Óscar, viendo al hombre y no al emblema y lo que representan las Auc, sé que hay dolor en usted y que también extraña a sus padres. No comparo nuestro dolor, ni justifico lo que hizo, pero sé lo que siente. Los que dejan la guerra merecen una segunda oportunidad, yo creo en la reconciliación, acepto su perdón”, le respondió y estrecharon sus manos.
Las preguntas de los estudiantes se hicieron más íntimas y reflexivas: ¿qué sensación invadía su cuerpo al cometer un asesinato? Esther, ¿cree usted que la verdad puede reparar a las víctimas? ¿Al regresar de la guerra alguien los esperaba? ¿Cómo reconstruyeron sus vidas? ¿Creen que todo lo que hicieron sirvió de algo?
Los excomandantes respondieron que la guerra somete a cualquiera y que les hizo perder la humanidad. Que fueron las víctimas quienes les enseñaron a recuperarla y a entender todos los dolores que habían causado. Alape confesó que perdió a todos sus hermanos varones. A una de sus hermanas y a su sobrina las asesinaron. Otros quince familiares entraron a las Farc y tuvo dos hijas con las que nunca pudo compartir. A una de ellas la conoció luego del proceso de paz. Todavía tiene que protegerlas por seguridad. Montealegre también relató que ha tenido que reconstruir el tiempo con sus tres hijos y esposa. Que la estigmatización por haber sido combatiente también pesa sobre ellos. Y que se sentía extraño al llegar a una casa luego de dormir solo en la selva por diez años. No sabía ser esposo ni padre.
Ambos señalaron que la guerra nunca fue la salida. “Debimos haber insistido más en una solución política con Betancur”, aceptó Alape. “Si alguien en estas aulas ha tenido las ganas de pertenecer a un grupo ilegal, con estos testimonios no creo que lo hagan. Se pierde la niñez y la felicitad”, dijo Montealegre.
Las respuestas de Esther, por su parte, llevaron a varias reflexiones. La primera, que para las víctimas y el país, el perdón es un proceso personal y de mucho tiempo. Que el aporte a la paz empieza por dejar la indolencia a un lado y escuchar a quienes vivieron en carne propia el conflicto, o que la verdad estará completa cuando se sepa quiénes fueron los terceros que se beneficiaron de tanta guerra.
Además, señaló que es fundamental que se enseñe del conflicto armado en las escuelas con las herramientas pedagógicas para que no genere daño y angustia. “Las escuelas son fundamentales para la construcción de la paz y están llamadas a hacer memoria”.
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