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Desde 2019, treinta y dos excombatientes emprendieron su éxodo, rumbo a Riosucio, Caldas, desde los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Llano Grande, en Dabeiba; Vidrí, en Vigía del Fuerte, ambos en Antioquia; Pondores, en La Guajira, e Icononzo, en Tolima. Como pertenecen a la comunidad Embera Chamí, del resguardo de Origen Colonial Cañamomo Lomaprieta, quisieron retornar a su lugar de origen. Allí se asentaron y crearon la Nueva Área de Reincorporación (NAR) Juan Carlos Herrera Gonzales —en memoria a uno de sus compañeros más queridos que murió en combate—.
Su pueblo y sus familias habitan las veredas de La Iberia, Planadas, Cameguadua, La Rueda, Alto Sevilla, Pulgarín, Portachuelo y El Palal, entre otras. Las autoridades y gobernantes del cabildo y el resguardo permitieron su regreso y les entregaron en comodato, por ocho años, su finca La Pangola, en la comunidad de La Rueda, a hora y media del casco urbano de Riosucio. Sin embargo, estos hombres y mujeres, que alguna vez fueron parte de la extinta guerrilla de las FARC, hoy viven en hacinamiento en casa de sus padres o hermanos. Al salir de sus ETCR, la posibilidad de acceder al proyecto de vivienda como parte del trato en La Habana, hace casi cinco años, es lejana.
Esta historia hace parte del especial El acceso a tierra, la encrucijada de la reincorporación, que puede leer aquí.
En cuanto a los proyectos productivos, su iniciativa insignia es la producción de tilapia roja y plateada, coordinada a través de la Cooperativa Multiactiva para la Paz —Coomipaz —, de la que todos y todas hacen parte. Iniciaron en abril de 2019 con la construcción de dos lagos, con el apoyo y financiación de la Gobernación de Caldas, y ahora cuentan con seis, a los que esperan invertir el dinero del Capital Semilla para aumentar los volúmenes de producción y, por ende, la clientela, que por ahora se limita a la comunidad. Quieren pasar de 10 mil a 30 mil unidades, y de nueve mil a 10 mil kilos mensuales.
José Esteban Tapasco, líder de la NAR en Riosucio y representante legal de Coomipaz, relata que este sueño inició con una promesa de la Gobernación de Caldas, que se comprometió “a dar los suministros, los materiales e insumos para la puesta en marcha del proyecto de piscicultura, (...) y empezamos a reafirmar nuestro compromiso con la visita del gobernador de entonces, Guido Echeverri, en agosto del mismo año”. José Esteban, también cuenta que esta iniciativa no solo se proyectó como una fuente de ingresos para los excombatientes, “sino para las familias que están en proceso de reincorporación. Nosotras y nosotros ya no estamos solos y esto también es para la comunidad en general”.
German Díaz, uno de sus médicos ancestrales, narra que las parcelas donde hoy se desarrolla el proyecto piscícola “alguna vez fueron arrebatadas a los pueblos indígenas que habitaron esas tierras, los Embera Chamí, Pirsas… Fue después, que a través del Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (INCODER) pudieron recuperar las fincas La Pangola, Piñuelo, La Tolda y La Delia”.
Su proyecto piscícola se encuentra en el corazón del resguardo Cañamomo Lomaprieta, entre las riberas de los ríos Supía y Riosucio, en medio de cuatro cerros: Sinifaná, Lomagrande, El Gallo y Carbunco. Todos los días, desde las seis de la mañana, madrugan a dar de comer a los peces y revisar el estado del agua de los estanques, mientras otros se dedican a podar el pasto, sembrar plátano y hacer las arepas para el desayuno.
Su regreso a Cañamomo Lomaprieta significó varios encuentros con el consejo comunitario del cabildo. Debían reafirmar su compromiso con la paz, además de sacar adelante el proyecto piscícola. José Esteban recuerda que “se dieron importantes acercamientos con nuestras autoridades ancestrales y tradicionales, (...) entonces acogieron nuestra propuesta, porque vieron que no teníamos otra intención más que alcanzar nuestro desarrollo social, político y económico a través del trabajo mancomunado. Además de que teníamos y tenemos una problemática (...): la no tenencia de la tierra”.
Algunos miembros de la cooperativa también quieren devolverle a la finca su soberanía alimentaria, “tener una gran huerta para su autoconsumo. Hace cinco meses estamos sembrando plátano y yuca, y recientemente la Gobernación de Caldas nos entregó treinta y tres millones de pesos en semillas para el sembrado de yuca, hortalizas, plátano y frijol”, dice José Esteban.
Lea: La encrucijada de la reincorporación: Una prisión llamada ‘Libertad’
No tienen ni tierra ni vivienda propia, pero trabajan la que tienen en préstamo. Se han reunido durante los últimos tres meses con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), porque necesitan saber qué ocurrirá con el proyecto de vivienda al que tienen derecho, pero, señala José Nelson Villaneda, otro de los excombatientes asentados allí en el resguardo, que “la ARN es un sistema que presenta confusiones y pocas claridades, hemos preguntado por el sistema de vivienda (...) pero lo que han respondido hasta el momento, es que quienes tienen derecho, y me lo han dicho olímpicamente, es que solo quienes permanecen activamente en los ETCR, pero para las NAR no, aunque seguiremos insistiendo, es nuestro derecho”.
José Esteban, Libardo, Dario, Arley, José Nelson y demás excombatientes en el resguardo, quieren hacer las paces con las víctimas. Pasaron del reclamo, el rechazo y el dolor, al diálogo, la reflexión y la construcción. Hace un año, Coomipaz trabaja con los colectivos Mujeres Confeccionistas por la Paz, liderado por Sorany Ríos, y Mujeres Emprendedoras Luchando por la Paz, liderado por Blanca Soraya Suarez, víctimas del conflicto armado y quienes también hacen parte del resguardo.
“Venimos trabajando con mujeres víctimas del conflicto armado, entre ellas mujeres cabeza de hogar, todo lo que tiene que ver con la confección de ropa. En el momento, estamos con la idea de estudiar (...) con el SENA y con la idea de poder salir adelante, (...) y por qué no a la paz también, y que en últimas es algo muy bonito que venimos haciendo con los excombatientes, (...) estamos trabajando víctimas y excombatientes, y es algo que yo jamás pensé que iba a vivir”, cuenta Sorany con alegría, quien quiere ser confeccionista, el sueño de todas las mujeres que hacen parte del colectivo.
Las mujeres de este colectivo de tejedoras hacen parte de las comunidades de Portachuelo, La Rueda, El Palal, Paneso y Dosquebradas, en donde están asentados varios de los excombatientes junto a sus familias. “Lo que ha permitido que podamos acercarnos, hacer las paces y trabajar en conjunto (...), y a Blanca la estamos apoyando, haciendo el corral. Dario, uno de nuestros compañeros, es el que más ha trabajado en él”, menciona Arley Guerrero, otro de los excombatientes que hace parte de la cooperativa, convencido de que esta es la mejor forma de hacer la paz.
Blanca Soraya pertenece a la comunidad de La Rueda, y junto a otras dieciocho mujeres, hace parte del colectivo Mujeres Emprendedoras Luchando por la Paz, un proyecto de gallinas ponedoras y pollos de engorde. Con el apoyo de algunos excombatientes de Coomipaz, se encuentran finalizando la construcción de un galpón a base de guadua.
“Inició hace seis meses, estamos con una propuesta de trabajar especies menores en línea de pollos de engorde (...) somos víctimas también del conflicto armado. En este momento tenemos el apoyo de los excombatientes y de la Gobernación de Caldas (...), porque esta idea busca que las mujeres tengan una forma de sustento para ayudar a nuestros hogares”, señala Blanca Soraya.
Coomipaz también adelanta la construcción y mejoras de uno de los tramos de la carretera que conduce desde Riosucio hasta la comunidad de La Rueda. Necesitan arreglarla pronto, las personas de la vereda producen caña, cacao, macadamia, plátano, y yuca, y su mal estado dificulta el transporte de su cosecha y de sus peces.
José Esteban dice no tener la más mínima duda de que dejar las armas y regresar a su pueblo, fue la mejor decisión que pudo tomar. “Yo pienso que una de las formas nos permite desarrollar trabajo y proyectar ideas de trabajo, es la confianza, y eso se ha ido ganado a raíz de que va pasando el tiempo (...), han ido creyendo en nosotros y considerando que es importante desde allí apoyarnos”, añade.
Rinden informes anuales a sus autoridades, a su pueblo, para contarles de sus avances y dificultades respecto al proyecto piscícola, y reciben sugerencias y apoyo del cabildo. Reconocen su experiencia en trabajo social y comunitario. Disfrutan estar de regreso en casa, pero reconocen que el trabajo apenas comienza y su pueblo los necesita. Aunque no pierden de vista que tienen que hacerse a su propia tierra y vivienda, ya dieron el primer paso, una fuente de sustento: la piscicultura.