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“Pedir refugio es convencer a otro de que tu verdad vale la pena, de que lo que te pasa a ti es cierto y que hay una necesidad de protección”. Esto le dijo una mujer exiliada al comisionado Carlos Beristain, en uno de los 24 países en los que la Comisión de la Verdad ha escuchado testimonios de personas que salieron de Colombia para proteger su vida. Esto les ha significado desarraigarse, aislarse y callar. Y, como también lo han dicho las víctimas, no falta la pregunta que acusa: “¿Qué has hecho tú para tener que salir de tu país?”.
El exilio, como lo explica Beristain, implica empezar desde cero y a veces trastoca las relaciones en las familias, pues “son los niños y niñas los que tienen una enorme capacidad adaptación y muchas veces la población adulta es la que tiene más dificultades de integrarse. Los niños se hacen más adultos porque tienen más capacidad de relación, a veces de aprender un idioma si les toca vivir en otro país lejos, mientras que los adultos se encuentran en una posición mucho más frágil. Y pierden el rol. No pueden ir a comprar el pan porque no saben cómo hacerlo”.
Sin embargo, la mayoría de los exiliados de Colombia se han ido a lugares vecinos: Ecuador, Venezuela, Perú, Brasil y Panamá. Entre 2000 y 2020, 524.496 personas solicitaron asilo en estos países, según Acnur. La situación se complica porque las fronteras y la población que se exilia allí son más vulnerables. Por esto, la Comisión de la Verdad organizó el encuentro por la verdad Reconocimiento del Exilio en las Fronteras con Colombia. Beristain explica en esta entrevista algunos de los hallazgos de la Comisión sobre este tema.
¿Por qué poner la lupa en el exilio en las fronteras?
Primero, porque una gran mayoría del exilio colombiano ha salido a los países en frontera. Segundo, porque esa población que ha tenido que huir a través de los países en frontera, en muchos sentidos, es más vulnerable. Tiene un perfil sobre todo de personas del mundo campesino; algunas comunidades étnicas binacionales, y también población afrodescendiente que ha sido objeto, digamos, de violencia masiva. Por otra parte, también porque las fronteras son un territorio muy invisible en la que siguen pasando cosas de lado y lado. Hay una concentración también de diferentes focos del conflicto armado y de los factores de persistencia de este que se manifiestan ahí.
¿Qué le ha significado a la gente exiliarse? ¿Cuáles son esos daños que no son tan evidentes y que deja el exilio en la gente?
El exilio es algo de lo que se puede hablar, pero que es muy difícil que te hagas a la idea, porque no se ha vivido una experiencia así de lo que significa el desarraigo total, la pérdida de vínculos. Mucha gente nos ha dicho: mira, se trata de empezar de nuevo la vida, pero no desde los pedazos, sino desde las cenizas, porque a veces no quedó nada. No quedó nada de lo que éramos. Y eso es un impacto muy profundo en la gente. Hay una ruptura muy grande. Uno de los factores más fuertes de estrés crónico en la población exiliada es la separación familiar crónica. Por otra parte, lo que nos hemos encontrado son las dificultades de trabajar el tema. Las comisiones de la verdad, en general, no han trabajado sobre el exilio. Nosotros estamos trabajando en veinticuatro países y vemos que también es un exilio en el que tienden a reproducirse a veces las condiciones del conflicto.
¿Cómo?
Por lo menos los impactos del conflicto en el propio país, que también se transfieren y se transmiten en otros países. Por ejemplo, la desconfianza de saber de qué lado será esta víctima o si esta persona que está viniendo a pedir asilo será parte de la guerra o será parte de los responsables. Eso genera muchas veces un aislamiento social. También según la actitud de las poblaciones de acogida. Muchas veces, pues no hay una buena acogida. Hay estereotipos sobre sobre los colombianos y las colombianas: ¿serán parte del narco? ¿Vendrán a exportar el conflicto? El exiliado baja escalones en el estatus social que tenía, sea el que sea, y tiene que aprender a integrarse en una sociedad nueva con diferentes códigos.
¿Qué dificultades encuentra la gente en esos nuevos países?
Pueden tener algunas herramientas de protección en términos de la protección internacional de refugiados que tienen estatuto, pero muchas veces eso no les permite trabajar. He conocido gente en Panamá que había demandado asilo desde hacía nueve años y no les habían dado una respuesta todavía, entonces eso es un limbo. Esta mujer, por ejemplo, tenía que trabajar en una peluquería y si venía la Inspección de Trabajo, pues tenía que pasar de ser peluquera para ponerse a que le corten el cabello, a disimular la situación para después otra vez volver a cortar el cabello. Y en eso se diferencia el exilio colombiano: son más del rebusque. La gente buscando cómo hacer cosas para tener obviamente de recursos económicos, también activarse en la vida y hay que tener en cuenta, además, que mucha gente que salió del país no sale porque le ha pasado un hecho, sino que tiene uno o dos desplazamientos previos antes de salir al exilio.
¿Qué impactos ha tenido el exilio en la población campesina y étnica?
Sobre la población campesina, en general, lo que se da fundamentalmente en los jóvenes es la pérdida de la tierra y de la relación con el territorio. La tierra, no solamente como un trabajo o un espacio en el que se vive, sino la relación con la naturaleza, y eso tiene un fuerte impacto en la identidad colectiva. En los pueblos indígenas a veces se sufre la violencia en un lado, pero cuando pasan al territorio del otro país, porque es zona de frontera, no tienen las condiciones de protección que le permiten estar o nadie se hace responsable. No, porque eso corresponde a Colombia y no a este otro lado. Y eso pone a esos pueblos en condiciones de mayor vulnerabilidad. Pasa, por ejemplo, con el pueblo bari en términos de la frontera con Venezuela o con los kuna, que han sufrido masacres, especialmente por parte de grupos paramilitares en territorio panameño.
¿Qué violencias se sufren en el tránsito?
Uno de los momentos de mayor vulnerabilidad para las víctimas, especialmente para las mujeres, es el tránsito, por ejemplo, por la frontera panameña. Es el momento de mayor vulnerabilidad para la violencia sexual en el caso de las mujeres y de la población LGBTI porque se pierden los sistemas de protección tradicionales, de relaciones, de vínculos, etcétera. Las personas se vuelven mucho más vulnerables frente a los poderes que operan. ¿Y quiénes son los poderes que operan en esos procesos de tránsito? A veces los propios estados o los ilegales. Y se dan en un ámbito de invisibilización de la responsabilidad. Nadie se hace responsable. Aunque también hemos visto que la amenaza se extiende más allá de la línea de frontera.
¿Cómo lo han evidenciado?
Nos hemos encontrado con muchos testimonios de gente que ha nos ha dicho: bueno, es que quienes fueron responsables de que yo tuviera que salir los vi aquí, en Ecuador, en Ibarra. Y nos ha pasado con mucha gente y eso, obviamente genera miedo. Así fue uno de los primeros casos que yo escuché. Uno se encuentra cosas que parecen de película, totalmente locas. Te estoy hablando de un caso de la Unión Patriótica que en 1995 le toca a huir para exiliarse en Ecuador después de haber sido perseguido, sobrevivir a atentados, y a una detención y tortura. Cuando llega a Ecuador, un grupo paramilitar llamado Macogui envía una carta a la dirección del Acnur solicitando que por favor le identifique dónde están estas personas, y dan los nombres de varios que tenían estatuto de refugiado, “porque son miembros de la guerrilla y los queremos matar”. Y le dice a Acnur que le va a dar otra lista más adelante. Tenemos el documento, ahí está la extensión de la amenaza. Esta familia ahora vive en Suiza.
¿Cómo ha sido el trabajo de la Comisión con las víctimas de estos países en frontera con Colombia?
El país en el que hemos podido hacer un ejercicio un poco más robusto desde el principio fue Ecuador. Es el lugar donde hay más refugiadas y refugiados colombianos reconocidos. Hemos trabajado con organizaciones como la misión Escalabriniana, el Servicio Jesuita para los Refugiados y GIZ. También con las universidades, como Flacso y la Andina. También hemos hecho capacitaciones para la toma de testimonios allá. En Panamá, esto se difirió un poquito en el tiempo. Hemos trabajado con gente que está en la capital y que ha hecho algunos viajes a la zona más afectada o gente de la zona más afectada de frontera. En el caso venezolano empezamos el trabajo en San Cristóbal, con un taller para gente de siete u ocho regiones también para la toma de testimonios. Pero la pandemia bloqueó las posibilidades de seguir con ese trabajo, obviamente, por toda la situación económica. Con Brasil nos pasó lo mismo. El equipo también está puesto en marcha para recoger en este tiempo y que en ninguno de los países clave en los cuales hay exiliados colombianos se quede fuera de ese esfuerzo de la Comisión.
¿La gente quiere volver?
No hay muchos estudios sobre eso, pero en general la gente no quiere volver a Colombia. Con el proceso de paz se abrió una expectativa de retorno, pero el empeoramiento de las condiciones, la continuación del conflicto, las críticas al proceso de paz y el asesinato de líderes y de miembros de las FARC fueron haciendo que la expectativa de retorno no se llevará a cabo.
Una encuesta realizada por la Universidad de Massachussets señalaba que en Ecuador el ochenta por ciento de la gente no quería volver. El problema del retorno es que se convierte en una decisión muy individual y sin condiciones políticas para ello. El problema del exilio colombiano es que es masivo, pero individual. Y creo que lo que se necesita es realmente una política. No solamente es “vamos a hacer propaganda de lo importante que es Colombia o decir a la gente que vuelva”, sino ver cuáles son los pasos que hay que dar o los medios que hay que tener para que eso se pueda. Eso puede ayudar en la reconstrucción también de ese tejido social que está roto, que está fuera del país y que son también un potencial muy importante para la reconstrucción de Colombia. Hay muchos aprendizajes también del exilio, hay mucha desnormalización de la violencia, reflexiones que la gente ha hecho a partir también de la distancia y la convivencia con otras comunidades en otros países que también ha permitido tener una visión más crítica de Colombia. Y hay una visión positiva también para integrarse en un proyecto de reconstrucción del país.
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