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La paz no es un acuerdo firmado en Cuba entre el Gobierno colombiano y las Farc. La paz se logra cuando cada colombiano asuma el respeto por la diferencia y establezca relaciones constructivas con el otro, con ese otro al que durante más de medio siglo no ha querido o no ha podido escuchar. Así lo dice John Paul Lederach, experto reconocido por sus aportes desde la academia a la mediación y el asesoramiento de negociaciones para resolver conflictos en el mundo. Desde finales de los 80, Lederach asesora procesos comunitarios en diferentes regiones de Colombia y apoya al Alto Comisionado para la Paz en el trabajo sobre la paz territorial, sin la cual la implementación de cualquier acuerdo será imposible.
Lederach nació en Indiana, Estados Unidos, y obtuvo en 1988 un doctorado en Sociología de la Universidad de Colorado. Su producción académica ha sido robusta: más de 20 libros dedicados a reflexionar sobre la paz desde la perspectiva sociológica y la exploración de procesos de transformación social. Lederach ha servido como mediador y asesor en conflictos armados en Colombia, Filipinas, Nepal, así como países de África oriental y occidental. En por lo menos 25 estados ha aportado a la construcción de programas de entrenamiento para la paz en diversas áreas. Lederach también es el director de la Matriz de Acuerdos de Paz creada por el Instituto Krok de la Universidad de Notre Dame, una fuente de información ampliamente utilizada y reconocida por su extensiva y actualizada recopilación de datos sobre la implementación de más de 50 conflictos armados en el mundo.
-Usted tiene amplia experiencia en procesos de paz. ¿Qué particularidades ve en el colombiano?
En Colombia no hay un proceso, sino procesos. No hay muchos conflictos que duren tanto como este. La compleja diversidad de regiones del país es también algo llamativo. Ha sido interesante, además, la preparación en la fase previa a las negociaciones; eso ayudó a asentar una plataforma que ha durado. Algunos piensan que las negociaciones han durado demasiado. A mi modo de ver, eso corresponde a la complejidad de lo que será el paquete final y a la necesidad de crear una confianza mínima, pero también a la búsqueda de posibles salidas, que no son fáciles. Comparando con otras épocas en Colombia, este es el momento más interesante en cuanto a esa negociación.
-¿Qué hacer para que el acuerdo sea sostenible?
En cuanto más abarca y más detallado es un acuerdo, más posibilidad tiene de ser sostenible en el tiempo. Si es demasiado corto y ambiguo, no suele durar. La ambigüedad permite, en principio, que la gente que no está de acuerdo entre en el mismo espacio, pero la ambigüedad en la implementación crea conflictos. Hay cosas que hicieron bien en la negociación: en 60 años había muchos temas para escoger. Han sido inteligentes en ver que no se puede abarcar todo, pero lo que se abarca es de peso. Lo otro es la ampliación de la participación: han llegado delegaciones que representan a los más afectados, se han abierto espacios de escucha más directa y detenida. Eso no es común en negociaciones de paz en el mundo. Parte de las razones por las que este proceso ha sido más lento es que se abrió a espacios no muy comunes.
-¿Qué tiene que pasar con la sociedad civil en el posacuerdo?
Sabemos que, en cuanto hay más participación de la sociedad civil, mayor sostenibilidad tiene el proceso. La gente se acerca a un acuerdo como un punto final, pero el acuerdo es una puerta que abre un espacio nuevo. Un espacio conflictivo y de transformación. El cambio no se puede implementar de arriba abajo, desde una mesa en Cuba a los territorios en Colombia. No es así. Se requiere una robusta participación de la sociedad.
Trabajo una especie de pirámide que indica que hay más de un proceso a la vez. En la punta está la mesa de negociación; allá hay un número reducido aunque muy visible de personas, pero en la base están las comunidades, en regiones donde el conflicto ha tenido su mayor impacto. Falta un aumento de participación desde y con las comunidades afectadas. La construcción de paz consiste en permitir que la gente participe más directamente, con una visión vertical que conecte a las comunidades con el Gobierno Nacional y sus instituciones.
-Hay territorios que durante años no han tenido instituciones. De hecho, repelen la institucionalidad. ¿Cómo recuperar esa confianza en las instituciones?
No hay una receta. En efecto, en Colombia las instituciones han sido muy golpeadas por formas históricas de corrupción, violencia, narcotráfico, grupos ilegales, parapolítica. Construcción de paz no es sólo trabajo horizontal entre grupos que han tenido conflicto, es también cómo conectar la comunidad con instituciones con las cuales han tenido experiencias conflictivas. Parte del trabajo de la mesa es pensar cómo construir esa verticalidad que conecte la capacidad de gobierno y la capacidad de la sociedad de participar sin prevención, para lograr lo que necesitan las comunidades. Se necesitan espacios de diálogo locales, comunitarios, interinstitucionales y entre Gobierno y región. Ese complejo de cosas se debe dar y, si falta alguna, se pueden generar decepciones y retrocesos.
-Como se negocia en medio del conflicto, parece que buena parte de la sociedad está cada vez más confundida y polarizada...
He escuchado eso desde 1988 en Colombia. No sé si el país está más o menos polarizado. Existe polarización. No han existido plataformas para que los grupos que tienen armas busquen dejarlas. Eso ahora se ve más posible que en cualquier otro momento. Yo digo que la construcción de paz se debe dar antes, durante y después del proceso. En Colombia hay trabajos amplios a nivel regional y comunitario. Colombia tiene el conflicto más duradero en el mundo, pero también el récord de propuestas de paz más amplias. Hay un montón de gente, redes y organizaciones que han trabajado desde las regiones por construir pequeños puentes de confianza. El desafío es que ganen más espacio y coordinación sin entrar en la competición que surge cuando, tras un acuerdo, llegan apoyos en forma de dinero, proyectos, cooperación. Eso a veces crea más competitividad y problemas.
-También habrá que coordinar formas de responder a la violencia en el posacuerdo…
Desde los estudios que hemos hecho, uno puede esperar que tras la firma haya formas de violencia residual. El reto es que una respuesta diferente ante esa violencia permita reducirla, en vez de recatalizarla. En muchos lugares, los que han pasado entre dos y tres años en la implementación a menudo logran un camino más sostenido. En Colombia, los dos años después del acuerdo, desde la firma hasta las próximas elecciones, serán claves. Cuando surge la violencia, indica que aún hay un diálogo necesario, no que hay malos para matar. El proceso sigue. El conflicto sigue.
-El concepto “posconflicto” crea expectativas que pueden terminar en frustraciones.
Mejor llamarlo posacuerdo. La expectativa hay que manejarla bien, porque se trata de una puerta que se abre y ofrece nuevas posibilidades, y hay que aprovecharlas. Cada colombiano tendrá que aprender a ir más allá de su rosca, a entrar en contacto con quienes no está de acuerdo. Llegó el momento de explorar el diálogo constructivo con el otro.
-¿Qué paradigma se debería dar en la relación con el otro? ¿Tolerancia o coexistencia?
Es posible que coexistan formas diferentes de ver problemas concretos. En Colombia podría haber coexistencia de experiencias que dan percepciones diferentes de la historia. Pero más que coexistir se puede buscar algo constructivo: mantener de manera digna y respetuosa una relación con personas con las cuales no estoy de acuerdo. La capacidad de respeto y dignidad hay que recuperarla por medio del diálogo sostenido. Eso es más importante, porque la coexistencia es yo en mi casa y usted en la suya, sin roces, pero eso llevaría a un país debilitado, con roscas, fácilmente golpeado por la corrupción y la polarización. Veo desde el 88 que los colombianos viven en roscas cada vez más reducidas, esto tiene que cambiar y el Gobierno no lo puede hacer. Es algo que la sociedad civil tiene que aprender y asumir.
-¿Qué importancia tienen la reconciliación y el perdón en ese contexto relacional?
La reconciliación ayuda a orientar, pero no siempre se llega allá con plenitud. En su sentido más profundo, quiere decir que hemos reconstruido nuestras relaciones y logramos cooperar, entendernos, caminar juntos de forma sólida. Falta ese horizonte que nos diga que es posible caminar juntos aunque no siempre logremos lo que querríamos.
El perdón es muy importante, pero crea paradojas. La víctima tiene un poder principal; es la persona dañada la que perdona. Tiene un peso, y perdonar significa deshacerse de ese peso. Pero eso no funciona bajo obligación. Hay que reconocer que la gente ha vivido experiencias que no tienen el mismo tiempo de curación. Es importante no crear estructuras que empiecen a revictimizar a personas por presionarlas a algo para lo que no están preparadas. Al otro lado del perdón está la actitud de quienes han hecho daño. No basta con pedir perdón, porque no son las palabras sino el giro en las acciones lo que cuenta. En la acción tiene que verse autorreflexión y autorreconocimiento. No hay forma de obligarlos ni de reemplazarlos. La inautenticidad se nota y crea heridas más profundas.
-Además de confusión, el acuerdo de justicia genera indignación en quienes ven la cárcel como el único castigo posible. ¿Cómo liberarnos de esa idea de la cárcel?
No perdamos de vista que la justicia representa la calidad de relación que tenemos y la calidad de responsabilidad que tomamos. Cuando a quien ha hecho mal se le impone un castigo, no cambia ese contexto relacional. Es importante a nivel individual y comunitario mirar más de cerca lo que la comunidad quiere y tener plataformas de interacción entre las personas y quienes les han causado daño. Hay que crear propuestas de lo que realmente representaría algo importante para y con los más afectados. Estar en la cárcel no siempre cumple el deseo que la gente tiene respecto a lo que ha representado el daño. Hay otras formas no recetables. Podemos ayudar a crear espacios que permitan una forma de caminar más adecuada y con mayor dignidad desde y con las víctimas, pero que también pida responsabilidad y cambio de acción de quienes han hecho daño. La cárcel no hace eso. Al contrario, a menudo crea condiciones para el futuro ciclo de violencia; los que salen de la cárcel tienen nuevas ideas y nuevos colegas para repetir el patrón.