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Después de que Álvaro Gómez Hurtado (político colombiano asesinado en 1995) denunciara en 1961 frente al Congreso la existencia de unas “repúblicas independientes” en Colombia, en las que la guerrilla tenía el control absoluto, se comenzó a gestar la Operación Soberanía, que se reconocería como Operación Marquetalia. La arremetida se dirigió a la “República Independiente de Marquetalia”, en la que el Ejército se dispuso a acabar con todo. El 18 de mayo de 1964 se inició el ataque y después de un mes de enfrentamientos, el gobierno logró tomar el control del territorio. Aunque la victoria en la zona fue del Estado, los guerrilleros estaban preparados y lograron huir selva adentro. Entre esos árboles colombianos se escondieron los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. En ese monte nacieron las Farc, guerrilla extinta que actualmente se transfiguró en una de las alternativas políticas del país.
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Tuvieron que cumplirse más de 50 años de horror para que ocuparan cuatro negociando la concordia. En 2016 se firmó el Acuerdo de Paz. La guerrilla más grande del país se desmovilizó. Ahora, el cambio de las armas a alguna otra actividad que los reintegre a la sociedad civil es uno de los grandes desafíos.Por esos mismos días en los que se veía cada vez más cerca un cese al fuego bilateral entre el gobierno y las Farc, Ricardo Coral, cineasta colombiano, comenzó una investigación sobre Manuel Marulanda, máximo líder del grupo subversivo. Lo inquietaban los alcances, ideas y las motivaciones del hombre que hasta el día de su muerte fue el jefe de la guerrilla más antigua del país. Quería entender cómo había logrado poner en jaque durante 53 años a la institucionalidad colombiana. Su curiosidad lo llevó hasta La Elvira, una vereda ubicada entre las montañas del Cauca. Logró acceder y además de indagar por alias “Tirofijo”, se percató de los cursos de manejo de cámaras y edición que se estaban dictando para los exguerrilleros. La gente se estaba preparando. Esas personas tenían las historias en sus recuerdos y querían aprender. Les propuso a los excombatientes narrarlas en una película y aceptaron.
Según Coral, la dinámica del ejército es igual a la del cine. Hay una jerarquía. La cabeza dirige y los demás obedecen. Contribuyen con sus saberes para obtener un mismo resultado. El ofrecimiento era para que, con su experiencia en la guerra, trabajaran en el cine. Sus convulsas rutinas en la selva serían sus más importantes insumos a la hora de escribir, actuar, grabar. El conflicto, o, mejor dicho, el abandono del conflicto les ayudaría a crear.
Se conformó una milicia cinematográfica. El permiso para la grabación fue concedido por los mandos que controlaban la zona veredal de La Elvira. Con Ricardo Coral se fueron siete cineastas más. Dirección de arte, fotografía, sonido y demás funciones fueron delegadas a profesionales de la industria que, sin retribución económica, decidieron emprender un proyecto que le quitaría gente a la guerra para entregársela al cine. También viajó una actriz que les ayudó a los exguerrilleros a interpretar lo que ya habían vivido. A convertir en ficción lo que fue real. A transformar la penuria en arte.
“Fue muy bello. Les dijimos que necesitábamos cinco historias. Ellos las escogieron y escribieron los guiones. Son hechos a mano y a excepción de algunas correcciones de estilo, quedaron intactos. Respetamos sus textos y con ellos grabamos la película”, dice Coral, quien también añade que el elenco se conformó con los exguerrilleros que se ofrecieron. Actores naturales dueños de sus guiones. Lo que ocurrió no les pasó a los que se decidieron a interpretar, pero sí a sus compañeros. Los recuerdos del cómo, por qué, cuándo, dónde y por quién llegaron a cargarse un fusil al hombro.
La grabación duró 15 días. El grupo de trabajo se alojó en los mismos lugares en los que habitaban los exguerrilleros. Se alimentó con la comida que les brindó la Farc y convivió con ellos hasta el último día del rodaje. Pasaron por Cali y Timba para llegar a La Elvira, una vereda ubicada poco antes de llegar al río Naya. Era la zona en que una de las fracciones de la Farc se desmovilizaba y que históricamente ha sido azotada por la fusta del conflicto.
Las armas que se mudan de escena a escena durante la película son falsas. El carrusel de fusiles con los que se grabó fueron imitaciones que tuvieron que conseguir en Cali. Ya no existían las Farc. Iban a grabar con la Farc, grupo político que para ese entonces ya se había desmovilizado. Tuvieron que recrear la guerra, lo que no resultó ser una mala noticia. Se acomodaron a contar una historia en pasado. Las herramientas para matar fueron reemplazadas por las que dan vida: cámaras, libros, esferos, vestuario.
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Los actores se entregaron a su función. Unos creativos natos que demostraron que eran capaces, perspicaces y eficientes. Su primera vez ante las cámaras y su consagración a lo que consideraban un proyecto importante y útil, merece la atención del país entero. La película está por encima de las críticas especializadas. Su valor se eleva y trasciende al “deber ser” de una súper producción. Este trabajo es uno de los frutos del pacto por la vida. El resultado del abandono a la guerra. La consecuencia del relego a la violencia. La secuela de lo absurdo que resulta la privación de la vida, que le abrió paso a lo esencial.
“Historias de guerra” es una postura contundente que rechaza la vulnerabilidad. La alta probabilidad de que te maten y la baja de que alguien pueda impedirlo. La narración contada por sus protagonistas, que relata cómo se vivía en un campo sin Dios ni ley, a la merced de los depredadores. Describieron su pasado. Ese tiempo en el que fueron víctimas. La época en la que de mártires se convirtieron en verdugos. Los días en los que, por el delito de ser pobres, fueron condenados a combatir. Se narra la emboscada en la que tuvieron que elegir entre ser escudos de la guerra, el exilio o el fusil.
El filme no está terminado. La película fue proyectada en la sección de “Screenings” del BAM (Bogotá Audiovisual Market), que se llevó a cabo en Bogotá entre el 9 y 13 de julio. La posproducción aún no se ha concretado. Buscan recursos necesarios para pulir un proyecto preciso para Colombia. Se exhibió en obra gris para que los ojos que invierten en la industria del cine se fijen en un tema que no solo le suma al arte. Es una contribución a la evolución de Colombia. Un aporte, no solo a la fracción del país que se desmovilizó y ahora se quiere integrar a una sociedad que también les pertenece, sino a la Colombia que merece la historia contada por todas sus voces.