La reconciliación de las mujeres mineras de Antioquia con EPM
Las barequeras del cañón del río Porce, entre Amalfi y Anorí, afectadas por las dos hidroeléctricas que Empresas Públicas de Medellín construyó en su río, y directivos de EPM dialogaron para por fin trabajar juntos por el territorio. Una conversación que parecía imposible.
Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
Un río entre montañas, rodeado de árboles de suribios, con sus raíces en la orilla y sus ramas cayendo dentro del agua. Un río grande, lleno de bolsas, chanclas, juguetes, peces y oro. Mucho oro. Un río que ya solo queda en la memoria de quienes lo vivieron hace 50 años. El río Porce, entre los municipios de Amalfi y Anorí (Antioquia), vive en un cañón. Y en él miles de personas que reconocen al río como propio, como una extensión de su vida, como su lugar de divertimiento, de producción, de alimentación o simplemente como el sitio de sus recuerdos de infancia.
Ese Porce ya no existe. No están las playas que se hacían a sus orillas, en las que adultos recogían la arena en la batea y la movían hasta encontrar el oro de aluvión, el que va en el río. Mientras tanto, niños y niñas jugaban, algunos hasta tenían su propia batea pequeña. El Porce sigue siendo un río caudaloso, pero el nivel del agua no aumenta conforme a la época del año o la hora del día. Desde 2010, el río alberga dos hidroeléctricas construidas por Empresas Públicas de Medellín (EPM), cuyo funcionamiento ocasionó una variación en los niveles del agua que lo volvieron impredecible.
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Esas variaciones hacen imposible trabajar la minería artesanal y también hacen que el río se lleve todo a su paso. Sin embargo, esta historia es compleja, ya que la construcción de las represas no se hizo en contra de la gente, y las afectaciones, dice EPM, no se conocían. Este conflicto incluye diálogos interrumpidos, enredos legales y un diálogo respetuoso cara a cara que terminó en un escenario de reconciliación.
El comienzo de esa reconciliación es un abrazo sincero entre varias mujeres mineras artesanales con altos directivos de EPM, después de casi dos años de trabajar en el fortalecimiento de las herramientas para dialogar y la construcción de confianza en lo que fueron los Laboratorios de Empresas y Reconciliación de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) y la Usaid.
La vida en el Porce
“Cuando dentramos (sic) al cañón, dentramos (sic) toda la familia: mi papá, mi mamá, los hermanitos y yo, que tenía como 7 años. Mi papá barequeaba, trabajaba la mina y cultivaba comida. Y a raíz de eso nosotros fuimos aprendiendo también a barequear y ya él conseguía la comida y la droga cuando uno se enfermaba. Pero nosotros nos encargábamos de conseguir la ropa o unas botas que necesitáramos. Conseguíamos el oro, se lo entregábamos a él, él lo vendía y nos daba la plata y ya nosotros encargábamos lo que fuera, porque casi no salíamos, sino cuando uno se enfermaba”. Así recuerda Ana Deisy Castaño, una campesina y minera de la vereda Los Trozos de Anorí, la vida en esta región en los años 80.
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La vida en el cañón del Porce, sin embargo, no fue de tranquilidad. El siguiente recuerdo en el relato de Ana Deisy Castaño se remonta a 1991, cuando asesinaron a su padre. Entonces, toda su familia se tuvo que ir y desplazarse hacia Amalfi.
El conflicto no le fue ajeno al cañón del río Porce. En 1973 el Ejército de Liberación Nacional (Eln) ya se había asentado ahí, y para la mitad de ese año el Ejército adelantó la llamada Operación Anorí, que pretendía acabar con este grupo guerrillero. Un años más tarde, desde principios de la década de los 80, se empezó a escuchar de un hombre al que apodaban Rambo, oriundo de Amalfi. Se llamaba Fidel Castaño Gil y fue el hombre que comandó los primeros grupos paramilitares de Colombia, apoyados por los narcotraficantes Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha. Esos mismos cometieron, para 1988, masacres en Córdoba, Meta y en nordeste antioqueño que aterrorizaron al país.
La gente vivió en medio de bosques minados, grupos armados y miedo. Los peores años del conflicto en Amalfi fueron entre 1997 y 2002, siendo 1998 el año con más víctimas registradas: 1.117, según el Registro Único de Víctimas. Algunas personas se desplazaron para siempre, otras volvieron y otras se quedaron cultivando, incluso coca, o barequeando en el río.
Entonces, en ese contexto complejo, apareció Porce II, la primera central hidroeléctrica que funcionaba en las aguas de este río. Santiago Villegas Yepes, director de Planeación y Generación de Energía de EPM, define ese momento, y lo que vino después, así: “Una situación que viene a complicarse o arreglarse, todavía no estoy seguro, cuando EPM decide aprovechar el potencial hidroenergético, convencidos de aportar al desarrollo de los territorios”.
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Las “buchas” se llevan todo
“En las centrales que se licitaron por allá en 2001, 2002, 2003, hace apenas 15 años, el país poco sabía de los efectos aguas abajo de las grandes represas. Porce III no hizo evaluación de los impactos aguas abajo. Estos aparecen después en un contexto complejo”, explica Villegas Yepes. Y con impactos “aguas abajo” se refiere a lo que las comunidades llaman “buchas”, que es la variación de los niveles del agua del río.
Ana Deisy Castaño siempre habla de “los que somos mineros y siempre hemos estado aquí”. Y esa aclaración es importante porque, en 2007, mientras construían Porce III, EPM anunció la construcción de Porce IV, la tercera central hidroeléctrica en este río. Y en 2008 ocurrió una ocupación masiva en el cañón del Porce, miles de personas se asentaron ahí esperando negociar con EPM y ser indemnizadas por la construcción de la represa. “La ocupación masiva del cañón nos incrementaba los costos sociales del proyecto y lo hacía inviable. Tuvimos que desistir y pagar una multa por incumplir”, explica Villegas, el director de Planeación de EPM.
No toda la gente que llegó se fue del territorio cuando EPM decidió no construir Porce IV, algunos se quedaron esperando noticias. Y en 2010 entró en funcionamiento Porce III. Entonces, las comunidades conocieron los “impactos aguas abajo”.
Nidia Amparo Barrientos, otra mujer minera del Porce y líder de su vereda, lo resume así: “Cuando se da Porce III uno ya no sabe con qué cuenta. Uno anteriormente con la bucha sabía que de cuatro de la mañana a 10 de la mañana había trabajo. Ahorita uno no sabe con qué contar, ni cuántos días, ni qué días”. Es decir, la variación del nivel de agua, que siempre ha ocurrido, fue cada vez más difícil de prever. Antes podían saber cómo se comportaba el río a ciertas horas, si era época de lluvia o de sequía, o si había lluvias río arriba, pero ya no.
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Por eso se hizo necesario el diálogo entre EPM y las comunidades. Se sentaron cara a cara para resolver cómo iban a reparar los daños. “Se debía resolver con la población afectada por Porce III, pero nosotros no somos capaces de individualizarla, se nos presenta como una masa de población mucho más grande, que son los frustrados por la expectativa de negociación de Porce IV. Eso es lo que nos tiene enredados de 2011 hasta 2019 y no hemos podido resolver”.
Ya no es un monstruo
En el intento de dialogar se creó una comisión accidental, en cabeza de la concejal Luz María Múnera, y una mesa de variación de niveles, pero todo se deshizo. En 2017, la Fundación Ideas para la Paz conoció este proceso inconcluso y le interesó incluirlo en el proyecto Laboratorios de Empresas y Reconciliación, que desarrollaban con apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Este fue un proceso de formación para el diálogo, capacidad de escucha activa, liderazgo colectivo y de manejo de emociones. Primero, cada actor (empresa, comunidad y gobierno local) trabajó por aparte. Aparecieron las posiciones respecto a los otros, que parecían inamovibles. Y a medida que fueron avanzando los talleres, también se aprendió a escuchar y a ceder, a desmitificar la figura del otro. “Para nosotras, EPM era un monstruo”, dijo Consuelo Medina. Y para EPM, quizá, las comunidades tampoco eran confiables.
Juan Felipe Sánchez Barrera, investigador nacional y encargado de los Laboratorios en el cañón del Porce, dice que lo que buscaban era “transformar las relaciones, no tanto a través de un proyecto productivo, sino de algo que es más difícil de percibir, pero también más valioso: la confianza, el capital social, una creación de redes fuertes y el diálogo”.
Y en esa primera parte, incluso para las comunidades entre sí, hubo cambios. Las mujeres mineras, casi siempre, tuvieron papeles secundarios. Al principio no hablaban, preferían guardar sus opiniones o decirlas bajito. Pero a medida que fueron avanzando los talleres y fueron conociendo las herramientas para comunicar lo que querían decir, la cosa cambió. “Hemos tenido reuniones en las que hemos llorado unas con otras, he visto que nos hemos empoderado mucho de lo que somos, en reconocer nuestros propios derechos y salir de ese mito en que la mujer todo se lo guardaba”, explica Consuelo Medina.
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Salieron, por ejemplo, historias sobre el machismo que viven por ser mineras. “El maltrato de cuando tú vas a pedir un bareque a una mina y te ofenden o te dicen “yo sí te doy bareque, pero tenés que dormir conmigo”. Y de pronto sos madres cabeza de familia y sabés que tus hijos tienen hambre, entonces uno se pone a pensar: ¿por qué me tienen que hacer estas propuestas, si tengo el mismo derecho que tienen esos hombres que están trabajando allá y hacen el mismo oficio? ¿Por qué este se aprovecha de su poderío?”, dijo una de ellas.
Este 2019, casi dos años después de iniciar este proceso, mineros y mineras artesanales del cañón del Porce por fin se reunieron con EPM y otras empresas de energía, así como con autoridades locales. El encuentro al que asistió Colombia2020 sucedió en las instalaciones de EPM en Amalfi, en el campamento que construyó la empresa para sus trabajadores cuando estaban haciendo Porce II y III, y en las oficinas cercanas. Ahí, en medio de las montañas antioqueñas y la niebla, fueron llegando todos.
Ellas, con sonrisas en sus rostros, se abrazaron con los empresarios, que también se veían felices de verlas. Se sentaron en mesas de trabajo para darle cierre al Laboratorio. En encuentros anteriores ya se habían sentado para explicar sus posiciones: mineros y mineras hablaban de las afectaciones y de las peticiones que tenían y EPM escuchaba. EPM explicaba sus razones, y la comunidad prestaba atención.
Al final, con velas en la mano, hicieron compromisos para trabajar, desde lo que cada uno pudiera, por el desarrollo del cañón del Porce que, paradójicamente, aún tiene lugares sin redes de energía. Hubo abrazos e incluso una presentación cultural. Quizá la desmitificación del monstruo comenzó cuando Nidia Barrientos le explicó a Santiago Villegas que las comunidades son como las tortugas: si hay confianza, salen de su caparazón. Si no, se esconden. Y él, escuchándola atentamente, le mostró su tatuaje: una tortuga, su animal favorito.
Un río entre montañas, rodeado de árboles de suribios, con sus raíces en la orilla y sus ramas cayendo dentro del agua. Un río grande, lleno de bolsas, chanclas, juguetes, peces y oro. Mucho oro. Un río que ya solo queda en la memoria de quienes lo vivieron hace 50 años. El río Porce, entre los municipios de Amalfi y Anorí (Antioquia), vive en un cañón. Y en él miles de personas que reconocen al río como propio, como una extensión de su vida, como su lugar de divertimiento, de producción, de alimentación o simplemente como el sitio de sus recuerdos de infancia.
Ese Porce ya no existe. No están las playas que se hacían a sus orillas, en las que adultos recogían la arena en la batea y la movían hasta encontrar el oro de aluvión, el que va en el río. Mientras tanto, niños y niñas jugaban, algunos hasta tenían su propia batea pequeña. El Porce sigue siendo un río caudaloso, pero el nivel del agua no aumenta conforme a la época del año o la hora del día. Desde 2010, el río alberga dos hidroeléctricas construidas por Empresas Públicas de Medellín (EPM), cuyo funcionamiento ocasionó una variación en los niveles del agua que lo volvieron impredecible.
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Esas variaciones hacen imposible trabajar la minería artesanal y también hacen que el río se lleve todo a su paso. Sin embargo, esta historia es compleja, ya que la construcción de las represas no se hizo en contra de la gente, y las afectaciones, dice EPM, no se conocían. Este conflicto incluye diálogos interrumpidos, enredos legales y un diálogo respetuoso cara a cara que terminó en un escenario de reconciliación.
El comienzo de esa reconciliación es un abrazo sincero entre varias mujeres mineras artesanales con altos directivos de EPM, después de casi dos años de trabajar en el fortalecimiento de las herramientas para dialogar y la construcción de confianza en lo que fueron los Laboratorios de Empresas y Reconciliación de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) y la Usaid.
La vida en el Porce
“Cuando dentramos (sic) al cañón, dentramos (sic) toda la familia: mi papá, mi mamá, los hermanitos y yo, que tenía como 7 años. Mi papá barequeaba, trabajaba la mina y cultivaba comida. Y a raíz de eso nosotros fuimos aprendiendo también a barequear y ya él conseguía la comida y la droga cuando uno se enfermaba. Pero nosotros nos encargábamos de conseguir la ropa o unas botas que necesitáramos. Conseguíamos el oro, se lo entregábamos a él, él lo vendía y nos daba la plata y ya nosotros encargábamos lo que fuera, porque casi no salíamos, sino cuando uno se enfermaba”. Así recuerda Ana Deisy Castaño, una campesina y minera de la vereda Los Trozos de Anorí, la vida en esta región en los años 80.
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La vida en el cañón del Porce, sin embargo, no fue de tranquilidad. El siguiente recuerdo en el relato de Ana Deisy Castaño se remonta a 1991, cuando asesinaron a su padre. Entonces, toda su familia se tuvo que ir y desplazarse hacia Amalfi.
El conflicto no le fue ajeno al cañón del río Porce. En 1973 el Ejército de Liberación Nacional (Eln) ya se había asentado ahí, y para la mitad de ese año el Ejército adelantó la llamada Operación Anorí, que pretendía acabar con este grupo guerrillero. Un años más tarde, desde principios de la década de los 80, se empezó a escuchar de un hombre al que apodaban Rambo, oriundo de Amalfi. Se llamaba Fidel Castaño Gil y fue el hombre que comandó los primeros grupos paramilitares de Colombia, apoyados por los narcotraficantes Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha. Esos mismos cometieron, para 1988, masacres en Córdoba, Meta y en nordeste antioqueño que aterrorizaron al país.
La gente vivió en medio de bosques minados, grupos armados y miedo. Los peores años del conflicto en Amalfi fueron entre 1997 y 2002, siendo 1998 el año con más víctimas registradas: 1.117, según el Registro Único de Víctimas. Algunas personas se desplazaron para siempre, otras volvieron y otras se quedaron cultivando, incluso coca, o barequeando en el río.
Entonces, en ese contexto complejo, apareció Porce II, la primera central hidroeléctrica que funcionaba en las aguas de este río. Santiago Villegas Yepes, director de Planeación y Generación de Energía de EPM, define ese momento, y lo que vino después, así: “Una situación que viene a complicarse o arreglarse, todavía no estoy seguro, cuando EPM decide aprovechar el potencial hidroenergético, convencidos de aportar al desarrollo de los territorios”.
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Las “buchas” se llevan todo
“En las centrales que se licitaron por allá en 2001, 2002, 2003, hace apenas 15 años, el país poco sabía de los efectos aguas abajo de las grandes represas. Porce III no hizo evaluación de los impactos aguas abajo. Estos aparecen después en un contexto complejo”, explica Villegas Yepes. Y con impactos “aguas abajo” se refiere a lo que las comunidades llaman “buchas”, que es la variación de los niveles del agua del río.
Ana Deisy Castaño siempre habla de “los que somos mineros y siempre hemos estado aquí”. Y esa aclaración es importante porque, en 2007, mientras construían Porce III, EPM anunció la construcción de Porce IV, la tercera central hidroeléctrica en este río. Y en 2008 ocurrió una ocupación masiva en el cañón del Porce, miles de personas se asentaron ahí esperando negociar con EPM y ser indemnizadas por la construcción de la represa. “La ocupación masiva del cañón nos incrementaba los costos sociales del proyecto y lo hacía inviable. Tuvimos que desistir y pagar una multa por incumplir”, explica Villegas, el director de Planeación de EPM.
No toda la gente que llegó se fue del territorio cuando EPM decidió no construir Porce IV, algunos se quedaron esperando noticias. Y en 2010 entró en funcionamiento Porce III. Entonces, las comunidades conocieron los “impactos aguas abajo”.
Nidia Amparo Barrientos, otra mujer minera del Porce y líder de su vereda, lo resume así: “Cuando se da Porce III uno ya no sabe con qué cuenta. Uno anteriormente con la bucha sabía que de cuatro de la mañana a 10 de la mañana había trabajo. Ahorita uno no sabe con qué contar, ni cuántos días, ni qué días”. Es decir, la variación del nivel de agua, que siempre ha ocurrido, fue cada vez más difícil de prever. Antes podían saber cómo se comportaba el río a ciertas horas, si era época de lluvia o de sequía, o si había lluvias río arriba, pero ya no.
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Por eso se hizo necesario el diálogo entre EPM y las comunidades. Se sentaron cara a cara para resolver cómo iban a reparar los daños. “Se debía resolver con la población afectada por Porce III, pero nosotros no somos capaces de individualizarla, se nos presenta como una masa de población mucho más grande, que son los frustrados por la expectativa de negociación de Porce IV. Eso es lo que nos tiene enredados de 2011 hasta 2019 y no hemos podido resolver”.
Ya no es un monstruo
En el intento de dialogar se creó una comisión accidental, en cabeza de la concejal Luz María Múnera, y una mesa de variación de niveles, pero todo se deshizo. En 2017, la Fundación Ideas para la Paz conoció este proceso inconcluso y le interesó incluirlo en el proyecto Laboratorios de Empresas y Reconciliación, que desarrollaban con apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Este fue un proceso de formación para el diálogo, capacidad de escucha activa, liderazgo colectivo y de manejo de emociones. Primero, cada actor (empresa, comunidad y gobierno local) trabajó por aparte. Aparecieron las posiciones respecto a los otros, que parecían inamovibles. Y a medida que fueron avanzando los talleres, también se aprendió a escuchar y a ceder, a desmitificar la figura del otro. “Para nosotras, EPM era un monstruo”, dijo Consuelo Medina. Y para EPM, quizá, las comunidades tampoco eran confiables.
Juan Felipe Sánchez Barrera, investigador nacional y encargado de los Laboratorios en el cañón del Porce, dice que lo que buscaban era “transformar las relaciones, no tanto a través de un proyecto productivo, sino de algo que es más difícil de percibir, pero también más valioso: la confianza, el capital social, una creación de redes fuertes y el diálogo”.
Y en esa primera parte, incluso para las comunidades entre sí, hubo cambios. Las mujeres mineras, casi siempre, tuvieron papeles secundarios. Al principio no hablaban, preferían guardar sus opiniones o decirlas bajito. Pero a medida que fueron avanzando los talleres y fueron conociendo las herramientas para comunicar lo que querían decir, la cosa cambió. “Hemos tenido reuniones en las que hemos llorado unas con otras, he visto que nos hemos empoderado mucho de lo que somos, en reconocer nuestros propios derechos y salir de ese mito en que la mujer todo se lo guardaba”, explica Consuelo Medina.
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Salieron, por ejemplo, historias sobre el machismo que viven por ser mineras. “El maltrato de cuando tú vas a pedir un bareque a una mina y te ofenden o te dicen “yo sí te doy bareque, pero tenés que dormir conmigo”. Y de pronto sos madres cabeza de familia y sabés que tus hijos tienen hambre, entonces uno se pone a pensar: ¿por qué me tienen que hacer estas propuestas, si tengo el mismo derecho que tienen esos hombres que están trabajando allá y hacen el mismo oficio? ¿Por qué este se aprovecha de su poderío?”, dijo una de ellas.
Este 2019, casi dos años después de iniciar este proceso, mineros y mineras artesanales del cañón del Porce por fin se reunieron con EPM y otras empresas de energía, así como con autoridades locales. El encuentro al que asistió Colombia2020 sucedió en las instalaciones de EPM en Amalfi, en el campamento que construyó la empresa para sus trabajadores cuando estaban haciendo Porce II y III, y en las oficinas cercanas. Ahí, en medio de las montañas antioqueñas y la niebla, fueron llegando todos.
Ellas, con sonrisas en sus rostros, se abrazaron con los empresarios, que también se veían felices de verlas. Se sentaron en mesas de trabajo para darle cierre al Laboratorio. En encuentros anteriores ya se habían sentado para explicar sus posiciones: mineros y mineras hablaban de las afectaciones y de las peticiones que tenían y EPM escuchaba. EPM explicaba sus razones, y la comunidad prestaba atención.
Al final, con velas en la mano, hicieron compromisos para trabajar, desde lo que cada uno pudiera, por el desarrollo del cañón del Porce que, paradójicamente, aún tiene lugares sin redes de energía. Hubo abrazos e incluso una presentación cultural. Quizá la desmitificación del monstruo comenzó cuando Nidia Barrientos le explicó a Santiago Villegas que las comunidades son como las tortugas: si hay confianza, salen de su caparazón. Si no, se esconden. Y él, escuchándola atentamente, le mostró su tatuaje: una tortuga, su animal favorito.