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“Resistimos callando cuando dejamos que los grupos armados hicieran con nosotros, la población LGBT de San Rafael, lo que ellos quisieron. ¿Se tenía que motilar? Se motila ¿Se tenía que poner lo que ellos quisieran? Se ponía. O era eso o era no existir. Resistimos callándonos porque no podíamos expresarnos como a nosotros nos gustaba”, dice un integrante del colectivo LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y trans) Crisálidas de San Rafael (Antioquia) sobre lo que significó para ellos y ellas vivir en un municipio controlado por actores armados que los consideraban indeseables.
Ahora, después de décadas de resistencia silenciosa, cuando en sus territorios el riesgo es mucho menor, han decidido re-existir desde lo que sienten y creen: expresándose como quieren, luchando por sus derechos y buscando que sea reconocida la verdad de lo que les pasó. La población LGBT sufrió impactos diferenciados en el marco del conflicto armado de manera individual, sí, pero también hubo unas violencias enfocadas a desarticular sus trabajos colectivos. Y estas dejaron secuelas profundas en las víctimas.
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Esto sostiene el informe “Resistimos callando, re-existimos: memorias y experiencias de sujetos colectivos LGBT en el marco del conflicto armado en Colombia”, una investigación de la organización Caribe Afirmativo que documenta los casos de violencias ejercidas por actores armados, legales e ilegales, contra tres colectivos LGBT (ahora reconocidos como sujetos de reparación colectiva) en la guerra. Además, el documento analiza los contextos en los que sucedieron, hacia quiénes iban dirigidos los ataques y cómo afectaron, aun hoy, a las víctimas.
“Las personas LGBT, en el marco del conflicto, no fueron sujetos pasivos, sino todo lo contrario, pues el más alto pico de crecimiento de la confrontación coincidió con los años del auge y consolidación de las personas LGBT como participantes de un proceso social que, a pesar de la adversidad de la violencia, fueron construyendo su propia agenda de incidencia y esbozando unos derroteros de consolidación de su ciudadanía”, dice el documento.
Sin embargo, los actores armados no los consideraban sujetos políticos y en ocasiones, como fue el caso de la Mesa LGBT de la Comuna 8 de Medellín (hoy Casa Diversa), quisieron sacarlos del espacio público porque su trabajo de liderazgo y movilización social afectaba el “control territorial, control de la población y legitimidad social en la guerra” que necesitaban.
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En medio de la búsqueda de ese control, los armados violentaron de manera individual y colectiva a las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans pertenecientes a la Mesa LGBT, el Colectivo LGBTI de San Rafael (Antioquia) y el Colectivo LGBT de El Carmen de Bolívar (Bolívar).
Las violencias individuales fueron amenazas, desplazamiento forzado, violencia sexual, tortura, detenciones arbitrarias e incluso homicidios e intentos de homicidio y feminicidio. Las colectivas tienen que ver con la estigmatización, la limitación en espacios de participación, la reducción de la capacidad de acción y de gestión.
El informe documenta 39 casos de violencias que sufrieron 19 víctimas de los tres colectivos y que dejaron “impactos individuales con afectaciones sobre el sujeto colectivo” y viceversa, “impactos colectivos con afectaciones sobre el individuo”. Aparece entonces el miedo.
Por ejemplo, este hombre gay de San Rafael, que se refiere a lo que sucedió después de que el líder del colectivo fuera asesinado: “Ya después de que a él lo mataron ya nosotros nos escapamos todos, nos abrimos del parche porque no, que miedo y entonces fue algo muy inesperado algo muy fuerte que nos tiró la vida”.
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La afectación al proyecto de vida: “En los dos años que la Mesa no estuvo se sintió un vacío. Para mí, creo que vi afectado mi proyecto de vida y en la parte económica y familiar, se afectó totalmente, porque mi vida entera está ligada a lo social y a lo comunitario porque al quitarme eso, me quitaron todo. (Entrevista a hombre gay, Comuna 8 de Medellín)”
O la depresión: “Cuando murió, caí en el alcoholismo, en la depresión, hubo un tiempo en el que, si no tomaba o no metía otra cosa, no podía dormir; yo lo lloré demasiado, hasta el punto en el que no podía aceptar esa realidad que había pasado en mi vida, no salía a la calle. (Entrevista a hombre gay, San Rafael)”
También aparece el aislamiento y el estrés postraumático, sumados a los daños físicos, productos de la tortura o de fuertes golpizas, así como las secuelas a nivel sexual. Este último tipo de violencia se dio, sobre todo, en los integrantes de la Mesa LGBT y del colectivo de El Carmen de Bolívar.
A pesar de que desde el título se sugiere que la resistencia se hizo en silencio, las acciones de los colectivos demuestran que actos al parecer simples como no esconder su expresión de género resultaron disruptivos. Los tres colectivos que participaron en esta investigación mostraron tres maneras distintas de resistir. En la Comuna 8, por ejemplo, tuvo una apuesta política por el territorio que “implicó un reconocimiento que le permitió disputarse el territorio y espacios de participación ciudadana en la formulación de planes de desarrollo, políticas públicas, planes de convivencia y seguridad, entre otros”.
En San Rafael, donde las violencias datan de los años 80, con las detenciones arbitrarias de las autoridades, la gente se reunió para salir a lo público. “Danza, teatro, música, modelaje, obras sociales e ir al campo para trabajar con la comunidad, la comunidad ya nos ofreció, nosotros queríamos ofrecerle a la comunidad”, recordó un hombre gay del colectivo.
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En El Carmen de Bolívar los integrantes del colectivo LGBT “desarrollaron procesos comunitarios y colectivos desde la danza y las fiestas, algunos de los elementos más importantes de la cultura municipal”, a pesar de que esta los rechazaba por ser transgresores de la norma heterosexual impuesta. “El poder de esas resistencias estaba en las fiestas que realizaban auto reconociéndose como maricas, y cómo lograron, aunque eran rechazados, que se incorporaran a las fiestas públicas municipales, que se hacían una vez al año. Fue tal la influencia que, aunque FARC, paramilitares y Fuerza Pública impusieron sistemas de control social y territorial de la sexualidad y el género mediante la violencia, el colectivo ha logrado establecer una guacherna LGBT durante las épocas de carnavales anuales en el municipio, pero para ello tardaron casi dos décadas”, explica el documento.
Las personas LGBT y Caribe Afirmativo esperan contribuir con este informe al reconocimiento que deba hacer el Estado sobre cómo la guerra los afectó, así como evitar futuras victimizaciones contra personas LGBT. Recomiendan, por ejemplo, que se entienda la relación la diversidad sexual y de género con el cuerpo y el territorio, y que se promuevan acciones para entender que en cada uno de estos proyectos hay una puesta política que debe ser reconocida.