La “vaca” con la que exguerrilleros buscan salvar el club de fútbol Paz y Reconciliación
En zonas rurales de Quibdó y Medellín existen 300 niños y jóvenes que integran el Club de fútbol dirigido por excombatientes de las Farc. Hoy, están a punto de cerrarlo y por eso crearon una “Vaki”. No obstante, apenas han recogido $30.000.
A principios de 2018, en zona rural del municipio de Urrao (Antioquia) y en el seno de los excombatientes de las Farc, nació el Club Deportivo Paz y Reconciliación (PARE) con el objetivo de integrar a las víctimas del conflicto y a los excombatientes en la región del Urabá. Los integrantes son 300 niños y jóvenes que aspiran a ser futbolistas profesionales en medio de las balas que siguen disparando los grupos en estas regiones. Hoy, uno de los equipos está en la segunda división del fútbol profesional y lidera la tabla de posiciones en la Liga Antioqueña 2020.
Sin embargo, el proyecto se está marchitando en medio de la pandemia. En los últimos meses no han recibido apoyo económico ni financiación para pagarles a los entrenadores físicos y directores técnicos de los cinco equipos del Club: uno en Medellín, dos en el Medio Atrato, otro en Quibdó y otro en el municipio de Yuto (Chocó). “Tampoco hemos podido darle a los muchachos sus uniformes ni sus implementos para entrenar y eso complica mucho más todo”, dijo Pedro Baracutado, directivo del Club PARE.
Para salvar las cinco sedes de la escuela han hecho de todo: a las familias de los jóvenes que tienen mejores posibilidades económicas les han pedido donaciones voluntarias para comprar los guayos; han hecho rifas con la comunidad en Quibdó y Bojayá (Chocó) para recoger un millón de pesos que cuestan los uniformes y zapatos de un solo equipo; y ahora buscan la solidaridad digital a través de una “Vaki” para sostener el Club, aunque la campaña no ha tenido tanto eco.
La “Vaki” inició hace un mes y se llama #MeteleUnGol para salvar el Club Deportivo Paz y Reconciliación Colombia (Si usted desea donar puede hacer clic en el hipervínculo anterior), cuya meta es recaudar $50 millones para garantizar el funcionamiento de los cinco equipos. Aunque parece una suma irrisoria, la deuda sigue sumando todos los días ya que son los excombatientes quienes costean todos los implementos y viáticos de los 300 jugadores. Hasta la publicación de esta nota, solo una persona había aportado a la “vaca” digital la suma de $30.000.
(Nota relacionada: Fútbol y obras: la reconciliación entre exguerrilleros y chocoanos)
El Club Deportivo PARE ya no es una escuela de barrio. Hace dos años ganaron el Torneo La Paz de Bogotá (de la localidad de Kennedy) con el equipo femenino que está conformado por exguerrilleras de las Farc y víctimas del conflicto. En ese escenario, quedó claro que los únicos enfrentamientos serán los encuentros futboleros por la paz del país. Actualmente, el equipo Diekin de Medellín, que está conformado por jóvenes entre los 20 y 23 años, ya está en la Liga B del fútbol profesional colombiano.
Los objetivos de la escuela de fútbol no han sido solo deportivos. De hecho, su creación fue la excusa para que 162 excombatientes de las Farc, que dejaron las armas en 2017, se abrieran paso a la vida civil en el municipio de Carmen del Darién (Chocó) en el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de esa zona. Instalaron sus ‘cambuches’, pasaron noches con la gente de la comunidad que les abría las puertas por la curiosidad de su retiro del conflicto y adecuaron la que fue su primera cancha de fútbol en un pedazo de tierra enlodada por el clima tropical.
Los primeros equipos fueron conformados por exguerrilleros y exguerilleras, y para “romper el hielo” con la comunidad invitaron a un primer partido al equipo del corregimiento de Belén de Bajirá (Chocó). Así comenzaron a generar confianza y a relacionarse con quienes fueron sus víctimas en medio del conflicto armado. Desde ese momento, Pedro Baracutado, más conocido como “Ansisas García”, vio en el fútbol una oportunidad para las nuevas generaciones que crecieron en medio de las balas, pero que no quieren repetir la historia que vivieron sus padres.
En el camino por construir una escuela deportiva han tenido muchos desafíos de la realidad nacional como entrenar sin haber probado bocado. Alejandro Lezcano, por ejemplo, tiene 23 años y es el volante de marca del equipo de la segunda división, y aunque todo se lo ha ganado con esfuerzo, dice que hay compañeros que tienen realidades mucho más difíciles que la de él. “Tuvimos un compañero que se llamaba Elner. Él era del equipo del Urabá y era, sin duda, el mejor delantero. El profe lo trajo a Medellín a jugar con nosotros en Diekin porque tenía una habilidad increíble, pero no alcanzó el dinero para costearle su vida cotidiana acá y a los pocos meses se tuvo que devolver a su tierra. Esas son las historias que duelen porque por falta de recursos no pudo cumplir el sueño de ser futbolista”, cuenta Lezcano.
(Lea también: De las armas a la cocina: los excombatientes que entregan 80 almuerzos diarios en Cali)
Para dimensionar el talento de los equipos de PARE, basta con saber que William Borja, el exasistente del Deportivo Independiente Medellín y del Club Atlético Bucaramanga, es el entrenador del equipo de Medellín. Y Gustavo Chaverra, el expreparador físico del Atlético Nacional y del Real Cartagena, es ahora el encargado de la condición física y mental de todos los jugadores del Club Paz y Reconciliación.
Tanto ellos como los otros diez entrenadores de los equipos femeninos y masculinos están trabajando “por amor al arte”. Desde que comenzó este año no han sido remunerados porque saben las condiciones con las que los excombatientes mantienen el proyecto en pie. Aunque han recibido ayudas en diferentes momentos por parte del Consejo Nacional de Reincorporación, del mismo Partido FARC, de la ONU y hasta de la Universidad de Antioquia, “nunca hemos tenido un patrocinador estable que nos financie todo el tiempo. Ellos nos han dado una mano, pero no pueden patrocinarnos siempre y este año por la pandemia no ha sido fácil encontrar ayudas”, dice Barracutado, quien asegura que ha tocado la puerta del Alto Comisionado para la Paz, el Ministerio del Deporte, el Instituto de Deportes y Recreación de Antioquia y el del Chocó, la gobernación de ambos departamentos y hasta las alcaldías, “todos dicen que es muy bueno el proyecto, que les gusta mucho y que les interesa, pero a la hora de aportar los recursos nadie aparece”, puntualiza.
En este momento, las cinco sedes se sostienen con las donaciones que salen de los ahorros de la gente en Bojayá, Quibdó y Medellín, y con los aportes que hacen los excombatientes de las Farc. Con lo que reúnen han logrado comprar los uniformes de los equipos que estarán en torneos próximamente y algunos pares de guayos para los chicos que no tienen estos zapatos para entrenar. Pero los transportes, la alimentación y las canchas no tienen solución. "Tenemos jóvenes que viajan dos horas para llegar a sus entrenos. Algunos llegan en pangas hasta cierto punto, pero deben caminar otros tramos largos de hora y media. A veces la comunidad les brinda refrigerios y los entrenamientos, por ahora, son al aire libre o en espacios públicos.
Incluso, el equipo Diekin de Medellín, que reanudó sus entrenamientos a mediados de septiembre de cara a la Liga Antioqueña de Fútbol, durante una semana no encontró sitio para entrenar. “Entrenamos en un parque que queda por El Poblado, que es donde nos prestan los elementos físicos porque no tenemos donde prepararnos. Pero comenzaremos a hacerlo en una cancha en el barrio Castilla. Jugamos cuatro partidos antes de la pandemia y todos los ganamos”, dice uno de los volantes de marca del Diekin.
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Una de las salidas para disminuir las deudas ha sido la capacitación de los excombatientes para que sean los entrenadores de las cinco escuelas. “Con varios excombatientes y víctimas propusimos que estudiaran un diplomado como técnicos y promotores deportivos. A esa idea se sumó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), que nos iba financiar, pero llegó la pandemia y no nos han dicho si podemos continuar con ese proceso", señala otro de los jugadores del Diekin.
El objetivo inmediato del Club PARE es volver a hacer las jornadas de partidos amistosos en el norte de Quibdó, de donde sacaban a niños y jóvenes de barrios con complejidades sociales por pandillas y microtráfico, con el fin de que, aunque sea por un día, jugaran fútbol con el equipo del municipio de Yuto (Chocó). Para Baracutado está claro el riesgo que correrán los jóvenes si las escuelas se acaban. “Con este proyecto le vamos a arrebatar muchos jóvenes al conflicto, para evitar que muchos de ellos elijan irse para la guerra y tengan otros sueños de vida sanos, pero necesitamos la ayuda necesaria que nos permita seguir trabajando”.
Finalmente, si usted desea donar al Club Paz y Reconciliación puede hacerlo a través del “Vaki”, haciendo clic acá: #MeteleUnGol para salvar el Club Deportivo Paz y Reconciliación. O si conoce conoce alguna organización o entidad que los pueda financiar o patrocinar, puede comunicarse con ellos a través de sus redes sociales en Twitter o Facebook.
A principios de 2018, en zona rural del municipio de Urrao (Antioquia) y en el seno de los excombatientes de las Farc, nació el Club Deportivo Paz y Reconciliación (PARE) con el objetivo de integrar a las víctimas del conflicto y a los excombatientes en la región del Urabá. Los integrantes son 300 niños y jóvenes que aspiran a ser futbolistas profesionales en medio de las balas que siguen disparando los grupos en estas regiones. Hoy, uno de los equipos está en la segunda división del fútbol profesional y lidera la tabla de posiciones en la Liga Antioqueña 2020.
Sin embargo, el proyecto se está marchitando en medio de la pandemia. En los últimos meses no han recibido apoyo económico ni financiación para pagarles a los entrenadores físicos y directores técnicos de los cinco equipos del Club: uno en Medellín, dos en el Medio Atrato, otro en Quibdó y otro en el municipio de Yuto (Chocó). “Tampoco hemos podido darle a los muchachos sus uniformes ni sus implementos para entrenar y eso complica mucho más todo”, dijo Pedro Baracutado, directivo del Club PARE.
Para salvar las cinco sedes de la escuela han hecho de todo: a las familias de los jóvenes que tienen mejores posibilidades económicas les han pedido donaciones voluntarias para comprar los guayos; han hecho rifas con la comunidad en Quibdó y Bojayá (Chocó) para recoger un millón de pesos que cuestan los uniformes y zapatos de un solo equipo; y ahora buscan la solidaridad digital a través de una “Vaki” para sostener el Club, aunque la campaña no ha tenido tanto eco.
La “Vaki” inició hace un mes y se llama #MeteleUnGol para salvar el Club Deportivo Paz y Reconciliación Colombia (Si usted desea donar puede hacer clic en el hipervínculo anterior), cuya meta es recaudar $50 millones para garantizar el funcionamiento de los cinco equipos. Aunque parece una suma irrisoria, la deuda sigue sumando todos los días ya que son los excombatientes quienes costean todos los implementos y viáticos de los 300 jugadores. Hasta la publicación de esta nota, solo una persona había aportado a la “vaca” digital la suma de $30.000.
(Nota relacionada: Fútbol y obras: la reconciliación entre exguerrilleros y chocoanos)
El Club Deportivo PARE ya no es una escuela de barrio. Hace dos años ganaron el Torneo La Paz de Bogotá (de la localidad de Kennedy) con el equipo femenino que está conformado por exguerrilleras de las Farc y víctimas del conflicto. En ese escenario, quedó claro que los únicos enfrentamientos serán los encuentros futboleros por la paz del país. Actualmente, el equipo Diekin de Medellín, que está conformado por jóvenes entre los 20 y 23 años, ya está en la Liga B del fútbol profesional colombiano.
Los objetivos de la escuela de fútbol no han sido solo deportivos. De hecho, su creación fue la excusa para que 162 excombatientes de las Farc, que dejaron las armas en 2017, se abrieran paso a la vida civil en el municipio de Carmen del Darién (Chocó) en el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de esa zona. Instalaron sus ‘cambuches’, pasaron noches con la gente de la comunidad que les abría las puertas por la curiosidad de su retiro del conflicto y adecuaron la que fue su primera cancha de fútbol en un pedazo de tierra enlodada por el clima tropical.
Los primeros equipos fueron conformados por exguerrilleros y exguerilleras, y para “romper el hielo” con la comunidad invitaron a un primer partido al equipo del corregimiento de Belén de Bajirá (Chocó). Así comenzaron a generar confianza y a relacionarse con quienes fueron sus víctimas en medio del conflicto armado. Desde ese momento, Pedro Baracutado, más conocido como “Ansisas García”, vio en el fútbol una oportunidad para las nuevas generaciones que crecieron en medio de las balas, pero que no quieren repetir la historia que vivieron sus padres.
En el camino por construir una escuela deportiva han tenido muchos desafíos de la realidad nacional como entrenar sin haber probado bocado. Alejandro Lezcano, por ejemplo, tiene 23 años y es el volante de marca del equipo de la segunda división, y aunque todo se lo ha ganado con esfuerzo, dice que hay compañeros que tienen realidades mucho más difíciles que la de él. “Tuvimos un compañero que se llamaba Elner. Él era del equipo del Urabá y era, sin duda, el mejor delantero. El profe lo trajo a Medellín a jugar con nosotros en Diekin porque tenía una habilidad increíble, pero no alcanzó el dinero para costearle su vida cotidiana acá y a los pocos meses se tuvo que devolver a su tierra. Esas son las historias que duelen porque por falta de recursos no pudo cumplir el sueño de ser futbolista”, cuenta Lezcano.
(Lea también: De las armas a la cocina: los excombatientes que entregan 80 almuerzos diarios en Cali)
Para dimensionar el talento de los equipos de PARE, basta con saber que William Borja, el exasistente del Deportivo Independiente Medellín y del Club Atlético Bucaramanga, es el entrenador del equipo de Medellín. Y Gustavo Chaverra, el expreparador físico del Atlético Nacional y del Real Cartagena, es ahora el encargado de la condición física y mental de todos los jugadores del Club Paz y Reconciliación.
Tanto ellos como los otros diez entrenadores de los equipos femeninos y masculinos están trabajando “por amor al arte”. Desde que comenzó este año no han sido remunerados porque saben las condiciones con las que los excombatientes mantienen el proyecto en pie. Aunque han recibido ayudas en diferentes momentos por parte del Consejo Nacional de Reincorporación, del mismo Partido FARC, de la ONU y hasta de la Universidad de Antioquia, “nunca hemos tenido un patrocinador estable que nos financie todo el tiempo. Ellos nos han dado una mano, pero no pueden patrocinarnos siempre y este año por la pandemia no ha sido fácil encontrar ayudas”, dice Barracutado, quien asegura que ha tocado la puerta del Alto Comisionado para la Paz, el Ministerio del Deporte, el Instituto de Deportes y Recreación de Antioquia y el del Chocó, la gobernación de ambos departamentos y hasta las alcaldías, “todos dicen que es muy bueno el proyecto, que les gusta mucho y que les interesa, pero a la hora de aportar los recursos nadie aparece”, puntualiza.
En este momento, las cinco sedes se sostienen con las donaciones que salen de los ahorros de la gente en Bojayá, Quibdó y Medellín, y con los aportes que hacen los excombatientes de las Farc. Con lo que reúnen han logrado comprar los uniformes de los equipos que estarán en torneos próximamente y algunos pares de guayos para los chicos que no tienen estos zapatos para entrenar. Pero los transportes, la alimentación y las canchas no tienen solución. "Tenemos jóvenes que viajan dos horas para llegar a sus entrenos. Algunos llegan en pangas hasta cierto punto, pero deben caminar otros tramos largos de hora y media. A veces la comunidad les brinda refrigerios y los entrenamientos, por ahora, son al aire libre o en espacios públicos.
Incluso, el equipo Diekin de Medellín, que reanudó sus entrenamientos a mediados de septiembre de cara a la Liga Antioqueña de Fútbol, durante una semana no encontró sitio para entrenar. “Entrenamos en un parque que queda por El Poblado, que es donde nos prestan los elementos físicos porque no tenemos donde prepararnos. Pero comenzaremos a hacerlo en una cancha en el barrio Castilla. Jugamos cuatro partidos antes de la pandemia y todos los ganamos”, dice uno de los volantes de marca del Diekin.
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Una de las salidas para disminuir las deudas ha sido la capacitación de los excombatientes para que sean los entrenadores de las cinco escuelas. “Con varios excombatientes y víctimas propusimos que estudiaran un diplomado como técnicos y promotores deportivos. A esa idea se sumó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), que nos iba financiar, pero llegó la pandemia y no nos han dicho si podemos continuar con ese proceso", señala otro de los jugadores del Diekin.
El objetivo inmediato del Club PARE es volver a hacer las jornadas de partidos amistosos en el norte de Quibdó, de donde sacaban a niños y jóvenes de barrios con complejidades sociales por pandillas y microtráfico, con el fin de que, aunque sea por un día, jugaran fútbol con el equipo del municipio de Yuto (Chocó). Para Baracutado está claro el riesgo que correrán los jóvenes si las escuelas se acaban. “Con este proyecto le vamos a arrebatar muchos jóvenes al conflicto, para evitar que muchos de ellos elijan irse para la guerra y tengan otros sueños de vida sanos, pero necesitamos la ayuda necesaria que nos permita seguir trabajando”.
Finalmente, si usted desea donar al Club Paz y Reconciliación puede hacerlo a través del “Vaki”, haciendo clic acá: #MeteleUnGol para salvar el Club Deportivo Paz y Reconciliación. O si conoce conoce alguna organización o entidad que los pueda financiar o patrocinar, puede comunicarse con ellos a través de sus redes sociales en Twitter o Facebook.