La verdad para las víctimas de la masacre de Tacueyó
Entre 1985 y 1986 fueron asesinados 164 guerrilleros del frente Ricardo Franco, una disidencia de las Farc, a manos de sus comandantes. Más de 30 años después, la madre de una de las víctimas recuerda a su hijo y pide encontrar sus restos.
Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
Las fotos jugando fútbol o de paseo con la familia fue lo único que le quedó a Reinalda* de su hijo Libardo Moreno. Todas son anteriores a 1984, el año en el que lo vio por última vez, pues una tarde, cuando ella trabajaba en confecciones, él se fue porque le ofrecieron trabajo, le dejó saludos y le dijo que pronto volvería. Ella recuerda que solo volvió a saber de él en diciembre de 1985, cuando en una página de prensa vio la foto de su hijo y la noticia que anunciaba su muerte: hacía parte de los guerrilleros del frente Ricardo Franco, disidencia de las Farc que trabajaba con el M-19, asesinados por su propia comandancia.
Lea también: “¿Dónde está mi hijo?”, le pregunta una familia a las Farc
Eran José Fedor Rey, alias Javier Delgado, y Hernando Pizarro Leongómez, quienes desde finales de 1985 comenzaron a torturar a algunos miembros del grupo, pues los acusaban de ser infiltrados de las Fuerzas Militares. Entonces, sometidos a las torturas más atroces, los guerrilleros confesaban y, de paso, acusaban a otros compañeros de también estar al servicio de la inteligencia del Estado. Todos los días, según un sobreviviente llamado Víctor Rivera, asesinaban y enterraban entre 8 y 10 guerrilleros. Los que todavía no habían sido torturados, como Rivera, se encargaban de cavar fosas y sepultarlos.
De eso se enteró el M-19 en su interlocución con el frente Ricardo Franco. Según cuenta José Cuesta, exintegrante del “eme”, en su libro Vergüenzas históricas, Carlos Pizarro recibió una invitación de su hermano Hernando para darle una información “muy importante y muy grave sobre este fenómeno de infiltración”. Entonces, unos 60 hombres del M-19 fueron donde se encontraba concentrado ese frente. En el momento estaba al mando Hernando Pizarro y “encontraron gente siendo torturada, colgada, amarrada, gente que estaba siendo sometida”.
Así, conforme se movía el frente Ricardo Franco, iban dejando una estela de cadáveres. Fue entonces cuando los campesinos del Cauca empezaron a encontrar las fosas, y para el 11 de diciembre, el M-19 negó que los cadáveres pertenecieran a miembros de esta guerrilla y dijeron que empezarían una investigación. El 27 de diciembre, cuando ya se habían encontrado 89 cadáveres, según registró El Espectador, una nueva comunicación de los integrantes del comando superior y la dirección del “eme” condenó la masacre y le pidió a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar expulsar a este frente.
Estos documentos fueron entregados por la Corporación Andaki, conformada por desmovilizados del M-19, al Museo del Caquetá. Esta entidad, a su vez, entregó una copia del expediente a la Dirección de Archivos de Derechos Humanos del Centro Nacional de Memoria Histórica, en el marco del Pacto por la Memoria. Colombia2020 se sumó a este pacto con la inciativa Archivos para la Memoria, un esfuerzo por narrar historias documentadas, pero poco registradas por los medios.
Consulte el Archivo de los Derechos Humanos aquí: http://www.archivodelosddhh.gov.co
Fue por los registros de la prensa como Reinalda se enteró del asesinato de su hijo, de quien no sabía nada desde hacía un año. Ella vio la foto de Libardo, su nombre y apellido, junto a muchos otros rostros. “Me quise volver loca”, relata. Sin embargo, su dolor continuó marcado por la incertidumbre. ¿Quién le había ofrecido trabajo a su hijo? ¿Cómo se lo llevaron hasta el Cauca? ¿En qué momento pasó de ser futbolista y de trabajar cargando carbón con su padre, a ser guerrillero?
A pesar de que tenía todas esas preguntas, prefirió callar. “Yo no sabía qué hacer. Y estaba el factor económico, que no tenía cómo ir hasta allá”, pero se guardó su dolor por miedo a que algo más pudiera pasar. “Yo escuchaba por radio noticias de otras mujeres a las que les pasó lo mismo y por eso he querido saber dónde viven, quiénes son, para reclamar por la muerte de nuestros hijos”, dice.
Incluso, Reinalda no sabe si el cuerpo de su hijo fue encontrado, pues los nombres publicados por la prensa hacían referencia a un conjunto de cédulas, tarjetas de identidad y otros documentos entregados por Javier Delgado a un grupo de periodistas que fueron a cubrir la masacre, que todavía no había terminado. En las imágenes que resultaron de ese cubrimiento se ven varios hombres, y un niño, sucios, amarrados y encadenados, que confesaron pertenecer a las Fuerzas Militares.
La masacre terminó, según cuenta el testigo Víctor Rivera, cuando quedaban unos pocos guerrilleros en el grupo y, un día, los comandantes (Delgado, Hernando Pizarro, Miguel y Juancho) se vistieron de civil y se fueron en unas camionetas que llegaron a buscarlos. Ahí acabó todo para él.
Sobre las motivaciones de esta masacre se dijeron varias cosas: que Javier Delgado era un psicópata, enloquecido por la guerra; que era él el infiltrado por la CIA, como dijo Jacobo Arenas en su momento; o que pertenecía a las Fuerzas Militares. Sin embargo, nunca se supo la verdad, pues Delgado, después de escaparse, pasar por el cartel de Cali, ser capturado y judicializado, en 2002 fue encontrado ahorcado en su celda en la cárcel de Palmira (Valle del Cauca). Hernando Pizarro, el otro posible portador de la verdad de la masacre, fue asesinado en Bogotá en 1995.
Todavía hoy, más de 30 años después, Reinalda tiene miedo, pues la desaparición de Libardo es solo una de las situaciones violentas que le ha tocado vivir: el asesinato de su hijo menor y la violencia urbana han atravesado su vida.
Además de conocer la verdad de lo ocurrido, Reinalda conserva la esperanza de saber dónde están los restos de su hijo. “Quedaría yo más tranquila si recibo los huesitos de mi hijo”, dice.
Lea también: El aporte de la ciencia para encontrar a los desaparecidos del conflicto
*Este nombre fue cambiado por petición y para proteger la identidad de la víctima.
Las fotos jugando fútbol o de paseo con la familia fue lo único que le quedó a Reinalda* de su hijo Libardo Moreno. Todas son anteriores a 1984, el año en el que lo vio por última vez, pues una tarde, cuando ella trabajaba en confecciones, él se fue porque le ofrecieron trabajo, le dejó saludos y le dijo que pronto volvería. Ella recuerda que solo volvió a saber de él en diciembre de 1985, cuando en una página de prensa vio la foto de su hijo y la noticia que anunciaba su muerte: hacía parte de los guerrilleros del frente Ricardo Franco, disidencia de las Farc que trabajaba con el M-19, asesinados por su propia comandancia.
Lea también: “¿Dónde está mi hijo?”, le pregunta una familia a las Farc
Eran José Fedor Rey, alias Javier Delgado, y Hernando Pizarro Leongómez, quienes desde finales de 1985 comenzaron a torturar a algunos miembros del grupo, pues los acusaban de ser infiltrados de las Fuerzas Militares. Entonces, sometidos a las torturas más atroces, los guerrilleros confesaban y, de paso, acusaban a otros compañeros de también estar al servicio de la inteligencia del Estado. Todos los días, según un sobreviviente llamado Víctor Rivera, asesinaban y enterraban entre 8 y 10 guerrilleros. Los que todavía no habían sido torturados, como Rivera, se encargaban de cavar fosas y sepultarlos.
De eso se enteró el M-19 en su interlocución con el frente Ricardo Franco. Según cuenta José Cuesta, exintegrante del “eme”, en su libro Vergüenzas históricas, Carlos Pizarro recibió una invitación de su hermano Hernando para darle una información “muy importante y muy grave sobre este fenómeno de infiltración”. Entonces, unos 60 hombres del M-19 fueron donde se encontraba concentrado ese frente. En el momento estaba al mando Hernando Pizarro y “encontraron gente siendo torturada, colgada, amarrada, gente que estaba siendo sometida”.
Así, conforme se movía el frente Ricardo Franco, iban dejando una estela de cadáveres. Fue entonces cuando los campesinos del Cauca empezaron a encontrar las fosas, y para el 11 de diciembre, el M-19 negó que los cadáveres pertenecieran a miembros de esta guerrilla y dijeron que empezarían una investigación. El 27 de diciembre, cuando ya se habían encontrado 89 cadáveres, según registró El Espectador, una nueva comunicación de los integrantes del comando superior y la dirección del “eme” condenó la masacre y le pidió a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar expulsar a este frente.
Estos documentos fueron entregados por la Corporación Andaki, conformada por desmovilizados del M-19, al Museo del Caquetá. Esta entidad, a su vez, entregó una copia del expediente a la Dirección de Archivos de Derechos Humanos del Centro Nacional de Memoria Histórica, en el marco del Pacto por la Memoria. Colombia2020 se sumó a este pacto con la inciativa Archivos para la Memoria, un esfuerzo por narrar historias documentadas, pero poco registradas por los medios.
Consulte el Archivo de los Derechos Humanos aquí: http://www.archivodelosddhh.gov.co
Fue por los registros de la prensa como Reinalda se enteró del asesinato de su hijo, de quien no sabía nada desde hacía un año. Ella vio la foto de Libardo, su nombre y apellido, junto a muchos otros rostros. “Me quise volver loca”, relata. Sin embargo, su dolor continuó marcado por la incertidumbre. ¿Quién le había ofrecido trabajo a su hijo? ¿Cómo se lo llevaron hasta el Cauca? ¿En qué momento pasó de ser futbolista y de trabajar cargando carbón con su padre, a ser guerrillero?
A pesar de que tenía todas esas preguntas, prefirió callar. “Yo no sabía qué hacer. Y estaba el factor económico, que no tenía cómo ir hasta allá”, pero se guardó su dolor por miedo a que algo más pudiera pasar. “Yo escuchaba por radio noticias de otras mujeres a las que les pasó lo mismo y por eso he querido saber dónde viven, quiénes son, para reclamar por la muerte de nuestros hijos”, dice.
Incluso, Reinalda no sabe si el cuerpo de su hijo fue encontrado, pues los nombres publicados por la prensa hacían referencia a un conjunto de cédulas, tarjetas de identidad y otros documentos entregados por Javier Delgado a un grupo de periodistas que fueron a cubrir la masacre, que todavía no había terminado. En las imágenes que resultaron de ese cubrimiento se ven varios hombres, y un niño, sucios, amarrados y encadenados, que confesaron pertenecer a las Fuerzas Militares.
La masacre terminó, según cuenta el testigo Víctor Rivera, cuando quedaban unos pocos guerrilleros en el grupo y, un día, los comandantes (Delgado, Hernando Pizarro, Miguel y Juancho) se vistieron de civil y se fueron en unas camionetas que llegaron a buscarlos. Ahí acabó todo para él.
Sobre las motivaciones de esta masacre se dijeron varias cosas: que Javier Delgado era un psicópata, enloquecido por la guerra; que era él el infiltrado por la CIA, como dijo Jacobo Arenas en su momento; o que pertenecía a las Fuerzas Militares. Sin embargo, nunca se supo la verdad, pues Delgado, después de escaparse, pasar por el cartel de Cali, ser capturado y judicializado, en 2002 fue encontrado ahorcado en su celda en la cárcel de Palmira (Valle del Cauca). Hernando Pizarro, el otro posible portador de la verdad de la masacre, fue asesinado en Bogotá en 1995.
Todavía hoy, más de 30 años después, Reinalda tiene miedo, pues la desaparición de Libardo es solo una de las situaciones violentas que le ha tocado vivir: el asesinato de su hijo menor y la violencia urbana han atravesado su vida.
Además de conocer la verdad de lo ocurrido, Reinalda conserva la esperanza de saber dónde están los restos de su hijo. “Quedaría yo más tranquila si recibo los huesitos de mi hijo”, dice.
Lea también: El aporte de la ciencia para encontrar a los desaparecidos del conflicto
*Este nombre fue cambiado por petición y para proteger la identidad de la víctima.