La lucha de mujeres en Chocó que espera llegar al Museo de la Memoria
Un grupo de 35 mujeres negras, indígenas, campesinas y chicas trans del departamento hicieron un “performance” sobre violencia de género que esperan llevar hasta el Museo de la Memoria de Colombia.
Valentina Parada Lugo
No es la historia de Alexandra, Beatriz, Mayra o Yasuri. No es tampoco una leyenda que ha envejecido en el papel. Es la inspiración de los cientos o miles de mujeres negras, indígenas y campesinas que le dieron vida a una de las protagonistas del comienzo de su liberación femenina. Es la historia de Agustina, la esclava que en 1795 incendió la hacienda de su amo, en el municipio de Tadó, luego de haberle causado un aborto cuando se enteró de que una negra tendría un descendiente suyo después de haberla violado.
“Le prendo fuego al dolor que me atraviesa, le prendo fuego a la herida colonial. Prendo fuego a lo que me lastima y en el fuego me permito sanar”. Esa es una de las estrofas de un poema que escribió Valentina Córdoba Palacios, más conocida en Quibdó, como Cocco Kilele. Ella hizo parte del Laboratorio de Memoria que ofreció la Red Nacional de Mujeres, Colombia Diversa y la organización Christian Aid entre el 3 de junio y el 2 de julio a 35 mujeres chocoanas con el fin de que reconstruyeran, a través del arte, una parte de su historia como lideresas en la región.
El objetivo: “Que pensaran qué quería decir la memoria para cada una y pudieran construir un futuro desde la diversidad”, explica Beatriz Quintero, directora general de la Red Nacional de Mujeres.
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El proyecto del Laboratorio de Memoria empezó en Cauca, donde dejó sus frutos con la caminata estilo peregrinación en Popayán y en el Valle del Cauca, así como una balsada en Buenaventura. El trayecto terminará en Mocoa (Putumayo) con un recorrido de grafitis y arte urbano femenino.
En la parada que se hizo en Chocó todo empezó como un espacio para abrir lugar a que mujeres de zonas como Quibdó, Condoto, Riosucio y Medio Atrato hicieran una manifestación artística que retratara lo que para ellas significa recordar el pasado desde lo que vivieron en el conflicto armado, pero también de otras victimizaciones como la discriminación y la violencia de género.
La clausura de ese proceso de memoria culminó el pasado 2 de julio en el malecón de Quibdó. En pleno atardecer del Pacífico y con el cielo incendiado por la penumbra, las 35 mujeres que comenzaron el proceso del Laboratorio de Memoria presentaron su performance a poco más de 200 asistentes que llegaron allí por curiosidad, pero se quedaron a ver una obra que representa a gran parte de las mujeres chocoanas y sus luchas por la tierra, la equidad, su autonomía y su trabajo.
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Esa tarde, con el sol por encima de los 33 °C, las Agustinas trajeron a la memoria la historia de la esclava de Tadó que incendió la hacienda de su amo luego de que le golpeara el vientre hasta hacerla abortar. “Ella nos representa”, dijeron varias. Y afirmaron, a grito herido, que ese día serían ellas, tres siglos después, quienes volverían a incendiarlo todo, pero esta vez para librarse del racismo, el patriarcado, el machismo, la violencia de género, lo que vivieron en medio del conflicto armado y los abusos. Así, las Agustinas prendieron el malecón de Quibdó.
La despedida simbólica
La obra comienza con la declamación del poema de Cocco Kilele en boca de Sixta Cecilia Chaverra Martínez. Todas las estrofas las llevaba también sobre el turbante que vistió ese día, que se convirtió en un poema textil. Ella es la representación inicial de Agustina y su relato lo acompañan las cantaoras de Condoto. “Al pie de esa tumba vamos a rezar. Alaben los querubines. Y alaben con nuestro canto, ángeles y serafines”, las cantaoras entraron con un vestido blanco que les llegaba a los talones y tenía estampado el rostro de una mujer africana. Es un alabao mortuorio, es la despedida simbólica al hijo no nacido de Agustina.
Una de las mujeres que estuvo en los alabaos fue Mavis del Carmen Pérez Sánchez, riosuceña de 62 años, que llegó desde su municipio hasta Quibdó para aportar con sus conocimientos como lideresa en temas de violencia de género. En Riosucio participa en programas con la Alcaldía para implementar las políticas públicas para las mujeres. Cuando le pidieron que estuviera en el Laboratorio de Memoria no lo dudó ni un momento porque dice que ese es un proceso para que las más jóvenes conozcan las luchas de las adultas, las mayoras, como se autodenominan.
A Mavis le contaron desde pequeña la historia de la esclava Agustina, aunque muchas de las mujeres jóvenes que participaron del Laboratorio nunca la habían oído nombrar. “Es importante que sepamos qué pasó, de dónde venimos, cuál es nuestra historia y que los jóvenes valoren esos procesos que hemos tenido, sobre todo las mujeres del pueblo afro”, dijo Mavis un día antes de la presentación de la obra en Quibdó. Ese día estaban ensayando y ella estaba en un rincón de un salón sola y en silencio. Apenas sonreía cuando veía a otras mujeres bailar y cantar.
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Su proceso en el Laboratorio de Memoria se centró en compartir sus experiencias y sabiduría como mujer víctima del conflicto armado. En 1997, el Riosucio rural sintió el pico de la violencia y los enfrentamientos entre grupos armados. Ella vivía en la cuenca del Coco Arenal con su familia y sus animales. “De allá nos desplazamos porque mataron al papá de mi esposo, a un hermano y un sobrino. A mí me mataron a mi hermano y luego se nos llevaron las reses”. En ese momento salió con lo que le cupo en un par de maletas hacia la cabecera municipal de Riosucio para volver a empezar su vida.
La lideresa dice susurrado, como quien prefiere no hablar del tema, que también fue víctima de violencia sexual por parte de un grupo armado, y que esa experiencia es fundamental para trabajar con mujeres que han pasado por lo mismo. “Eso es mucho peor que la violencia física, porque acá lo dañan a uno desde lo moral, desde el ser mujer”. Su liderazgo es más bien prudente, pero desde el ejemplo.
Su presentación, junto a otras cuatro cantaoras de Condoto en el malecón, fue solemne. Luego al escenario entraron indígenas emberas, que hicieron una presentación en su lengua mientras bailaban alrededor de una fogata de más de un metro de altura. En sus cuerpos tenían marcadas varias figuras que representan su etnia. Sus trajes fueron confeccionados por ellas mismas con chakiras y telas coloridas.
Una de ellas, quien lidera procesos étnicos, es Usy Ca Do, una joven de 22 años que hace pedagogía en todo el Chocó con pueblos indígenas para hablarles sobre los nuevos roles que puede ocupar una mujer en la sociedad. “Una de las cosas que siempre preocupan es que en nuestros pueblos hay mujeres que ya son madres a veces a los doce o trece años, siendo todavía unas niñas. Creen que llegar a esa edad es entregarse a un marido y empezar como amas de casa”. Su lucha, siempre respetuosa con las tradiciones de su pueblo, ha sido intentar convencer a las mujeres emberas de que pueden tener otros proyectos de vida.
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A la escena de la performance entraron otras mujeres negras con bailes, cánticos y nuevas declamaciones, pero el momento más disruptivo fue, sin duda, la aparición de las mujeres LGBTIQ+ en la obra. Algunas estaban en medio del público camufladas viendo la presentación: vestían trajes de colores, una máscara blanca y un maquillaje en tonos neón. Entraron a escena hablando de sus cuerpos, su autonomía y sus formas de ser mujer siendo chicas trans o lesbianas. “Mi cuerpo, mi decisión”, decía una de ellas.
Amber Andrea Moreno, de veinte años, es una mujer trans en Quibdó y estudiante de Psicología que integra el grupo Ébano Diversa. Su participación en la obra era difícil de dejar pasar. Es una chica alta, de unos 1,90 metros, esbelta y de cabello hasta la cintura. Su sonrisa y su actitud van de la mano. Bailó, rió y cantó. La gente desde la gradería del malecón las aplaudía y animaba a lo lejos.
Andrea dice que no ha sufrido la violencia de la guerra en carne propia, pero que la discriminación a las personas trans y negras en Quibdó sigue siendo su mayor lucha. “Lo más importante de participar de este Laboratorio fue la posibilidad de mezclarme y conocer a otras mujeres que han hecho cosas muy grandes y me vieron como una igual”, dice y suelta una carcajada.
El guion como legado del Museo de la Memoria
Mayra Luna, que fue una de las facilitadoras del proyecto “Allanando el Camino”, quienes desarrollaron el Laboratorio de Memoria, explica que la idea de esta puesta en escena era “reconocer que el tema sexual y de identidad, además de la forma en la que se concibe el mundo, no tiene nada que ver con las capacidades de cada mujer ni las limita en su vida social y laboral”. Por eso hicieron unos talleres previos para que las mujeres conocieran la diversidad de lideresas femeninas que hay en Chocó y luego empezaron a escribir el guion de la obra, un producto del ingenio de las participantes.
Jenny Díaz, coordinadora del equipo de Laboratorios de Memoria, lo explica diciendo que, inicialmente, las mujeres pasaron por un proceso de sanación y recordación de lo sagrado y de lo que para ellas era la memoria. “Hicimos unos altares en los que cada una llevaba objetos que ellas querían resignificar. Los Laboratorios no son solo el producto artístico, sino que tienen como fin generar redes, que haya un proceso interno e individual antes de hacer una intervención externa como la obra”. Por eso, más que la puesta en escena, las mujeres quieren que su obra se conozca en otras partes del país y que quede como legado en el Museo de la Memoria de Colombia, el espacio que albergará distintas experiencias, documentos y objetos de las víctimas del conflicto armado.
Todas esperan que ese trabajo, que comenzó el pasado junio y en el que las acompañó una delegación de la Comisión de la Verdad de Chocó, tenga algún impacto en el capítulo de Género del Informe final que se conocerá en los próximos días. “Lo más importante es que ya tenemos un capítulo de género. Eso es ganancia. Ahora, esperamos que la Comisión reconozca que el sistema patriarcal causó el conflicto armado y esperamos que, entre las recomendaciones, esté que le pidan a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que abra un macrocaso de violencia sexual”, dice Quintero, de la Red Nacional de Mujeres.
En ese proceso de memoria por el que pasaron cuando se dieron los talleres, determinaron que todos los dolores del pasado y las violencias que habían vivido como mujeres las querían quemar. Justamente en ese lugar donde se presentaron ocurrió en 1966 un incendio sin precedentes. La entonces avenida Bahía Solano, que es donde está el malecón ahora, era una calle residencial de casas en la ribera. Diez manzanas se quemaron y miles de familias quedaron desprotegidas y despobladas. “Yo, hija del fuego, hoy proclamo que quemo el racismo del amo, el patriarcado del amo, la opresión del amo. ¡Y si es posible, hoy todos nos quemamos!”, declamaron al final de la obra.
A esa hora, ya rozando las 6 p.m., las antorchas y la fogata que encendieron las Agustinas comenzaron a iluminar la ciudad. El paisaje amarillo rojizo ya se había guardado y el cielo estaba oscuro y despejado. Las mujeres de la obra comenzaron a entregar velas blancas a los asistentes. Fue como una velatón por los derechos que históricamente les han vulnerado. “Agustina soy”, dijeron antes de la venia. Habían vuelto a prender el malecón.
No es la historia de Alexandra, Beatriz, Mayra o Yasuri. No es tampoco una leyenda que ha envejecido en el papel. Es la inspiración de los cientos o miles de mujeres negras, indígenas y campesinas que le dieron vida a una de las protagonistas del comienzo de su liberación femenina. Es la historia de Agustina, la esclava que en 1795 incendió la hacienda de su amo, en el municipio de Tadó, luego de haberle causado un aborto cuando se enteró de que una negra tendría un descendiente suyo después de haberla violado.
“Le prendo fuego al dolor que me atraviesa, le prendo fuego a la herida colonial. Prendo fuego a lo que me lastima y en el fuego me permito sanar”. Esa es una de las estrofas de un poema que escribió Valentina Córdoba Palacios, más conocida en Quibdó, como Cocco Kilele. Ella hizo parte del Laboratorio de Memoria que ofreció la Red Nacional de Mujeres, Colombia Diversa y la organización Christian Aid entre el 3 de junio y el 2 de julio a 35 mujeres chocoanas con el fin de que reconstruyeran, a través del arte, una parte de su historia como lideresas en la región.
El objetivo: “Que pensaran qué quería decir la memoria para cada una y pudieran construir un futuro desde la diversidad”, explica Beatriz Quintero, directora general de la Red Nacional de Mujeres.
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El proyecto del Laboratorio de Memoria empezó en Cauca, donde dejó sus frutos con la caminata estilo peregrinación en Popayán y en el Valle del Cauca, así como una balsada en Buenaventura. El trayecto terminará en Mocoa (Putumayo) con un recorrido de grafitis y arte urbano femenino.
En la parada que se hizo en Chocó todo empezó como un espacio para abrir lugar a que mujeres de zonas como Quibdó, Condoto, Riosucio y Medio Atrato hicieran una manifestación artística que retratara lo que para ellas significa recordar el pasado desde lo que vivieron en el conflicto armado, pero también de otras victimizaciones como la discriminación y la violencia de género.
La clausura de ese proceso de memoria culminó el pasado 2 de julio en el malecón de Quibdó. En pleno atardecer del Pacífico y con el cielo incendiado por la penumbra, las 35 mujeres que comenzaron el proceso del Laboratorio de Memoria presentaron su performance a poco más de 200 asistentes que llegaron allí por curiosidad, pero se quedaron a ver una obra que representa a gran parte de las mujeres chocoanas y sus luchas por la tierra, la equidad, su autonomía y su trabajo.
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Esa tarde, con el sol por encima de los 33 °C, las Agustinas trajeron a la memoria la historia de la esclava de Tadó que incendió la hacienda de su amo luego de que le golpeara el vientre hasta hacerla abortar. “Ella nos representa”, dijeron varias. Y afirmaron, a grito herido, que ese día serían ellas, tres siglos después, quienes volverían a incendiarlo todo, pero esta vez para librarse del racismo, el patriarcado, el machismo, la violencia de género, lo que vivieron en medio del conflicto armado y los abusos. Así, las Agustinas prendieron el malecón de Quibdó.
La despedida simbólica
La obra comienza con la declamación del poema de Cocco Kilele en boca de Sixta Cecilia Chaverra Martínez. Todas las estrofas las llevaba también sobre el turbante que vistió ese día, que se convirtió en un poema textil. Ella es la representación inicial de Agustina y su relato lo acompañan las cantaoras de Condoto. “Al pie de esa tumba vamos a rezar. Alaben los querubines. Y alaben con nuestro canto, ángeles y serafines”, las cantaoras entraron con un vestido blanco que les llegaba a los talones y tenía estampado el rostro de una mujer africana. Es un alabao mortuorio, es la despedida simbólica al hijo no nacido de Agustina.
Una de las mujeres que estuvo en los alabaos fue Mavis del Carmen Pérez Sánchez, riosuceña de 62 años, que llegó desde su municipio hasta Quibdó para aportar con sus conocimientos como lideresa en temas de violencia de género. En Riosucio participa en programas con la Alcaldía para implementar las políticas públicas para las mujeres. Cuando le pidieron que estuviera en el Laboratorio de Memoria no lo dudó ni un momento porque dice que ese es un proceso para que las más jóvenes conozcan las luchas de las adultas, las mayoras, como se autodenominan.
A Mavis le contaron desde pequeña la historia de la esclava Agustina, aunque muchas de las mujeres jóvenes que participaron del Laboratorio nunca la habían oído nombrar. “Es importante que sepamos qué pasó, de dónde venimos, cuál es nuestra historia y que los jóvenes valoren esos procesos que hemos tenido, sobre todo las mujeres del pueblo afro”, dijo Mavis un día antes de la presentación de la obra en Quibdó. Ese día estaban ensayando y ella estaba en un rincón de un salón sola y en silencio. Apenas sonreía cuando veía a otras mujeres bailar y cantar.
Lea: El perdón en el último acto de reconocimiento de la Comisión de la Verdad en Chocó
Su proceso en el Laboratorio de Memoria se centró en compartir sus experiencias y sabiduría como mujer víctima del conflicto armado. En 1997, el Riosucio rural sintió el pico de la violencia y los enfrentamientos entre grupos armados. Ella vivía en la cuenca del Coco Arenal con su familia y sus animales. “De allá nos desplazamos porque mataron al papá de mi esposo, a un hermano y un sobrino. A mí me mataron a mi hermano y luego se nos llevaron las reses”. En ese momento salió con lo que le cupo en un par de maletas hacia la cabecera municipal de Riosucio para volver a empezar su vida.
La lideresa dice susurrado, como quien prefiere no hablar del tema, que también fue víctima de violencia sexual por parte de un grupo armado, y que esa experiencia es fundamental para trabajar con mujeres que han pasado por lo mismo. “Eso es mucho peor que la violencia física, porque acá lo dañan a uno desde lo moral, desde el ser mujer”. Su liderazgo es más bien prudente, pero desde el ejemplo.
Su presentación, junto a otras cuatro cantaoras de Condoto en el malecón, fue solemne. Luego al escenario entraron indígenas emberas, que hicieron una presentación en su lengua mientras bailaban alrededor de una fogata de más de un metro de altura. En sus cuerpos tenían marcadas varias figuras que representan su etnia. Sus trajes fueron confeccionados por ellas mismas con chakiras y telas coloridas.
Una de ellas, quien lidera procesos étnicos, es Usy Ca Do, una joven de 22 años que hace pedagogía en todo el Chocó con pueblos indígenas para hablarles sobre los nuevos roles que puede ocupar una mujer en la sociedad. “Una de las cosas que siempre preocupan es que en nuestros pueblos hay mujeres que ya son madres a veces a los doce o trece años, siendo todavía unas niñas. Creen que llegar a esa edad es entregarse a un marido y empezar como amas de casa”. Su lucha, siempre respetuosa con las tradiciones de su pueblo, ha sido intentar convencer a las mujeres emberas de que pueden tener otros proyectos de vida.
En contexto: 10 datos de la historia LGBTI en Colombia que recuerda la Comisión de la Verdad
A la escena de la performance entraron otras mujeres negras con bailes, cánticos y nuevas declamaciones, pero el momento más disruptivo fue, sin duda, la aparición de las mujeres LGBTIQ+ en la obra. Algunas estaban en medio del público camufladas viendo la presentación: vestían trajes de colores, una máscara blanca y un maquillaje en tonos neón. Entraron a escena hablando de sus cuerpos, su autonomía y sus formas de ser mujer siendo chicas trans o lesbianas. “Mi cuerpo, mi decisión”, decía una de ellas.
Amber Andrea Moreno, de veinte años, es una mujer trans en Quibdó y estudiante de Psicología que integra el grupo Ébano Diversa. Su participación en la obra era difícil de dejar pasar. Es una chica alta, de unos 1,90 metros, esbelta y de cabello hasta la cintura. Su sonrisa y su actitud van de la mano. Bailó, rió y cantó. La gente desde la gradería del malecón las aplaudía y animaba a lo lejos.
Andrea dice que no ha sufrido la violencia de la guerra en carne propia, pero que la discriminación a las personas trans y negras en Quibdó sigue siendo su mayor lucha. “Lo más importante de participar de este Laboratorio fue la posibilidad de mezclarme y conocer a otras mujeres que han hecho cosas muy grandes y me vieron como una igual”, dice y suelta una carcajada.
El guion como legado del Museo de la Memoria
Mayra Luna, que fue una de las facilitadoras del proyecto “Allanando el Camino”, quienes desarrollaron el Laboratorio de Memoria, explica que la idea de esta puesta en escena era “reconocer que el tema sexual y de identidad, además de la forma en la que se concibe el mundo, no tiene nada que ver con las capacidades de cada mujer ni las limita en su vida social y laboral”. Por eso hicieron unos talleres previos para que las mujeres conocieran la diversidad de lideresas femeninas que hay en Chocó y luego empezaron a escribir el guion de la obra, un producto del ingenio de las participantes.
Jenny Díaz, coordinadora del equipo de Laboratorios de Memoria, lo explica diciendo que, inicialmente, las mujeres pasaron por un proceso de sanación y recordación de lo sagrado y de lo que para ellas era la memoria. “Hicimos unos altares en los que cada una llevaba objetos que ellas querían resignificar. Los Laboratorios no son solo el producto artístico, sino que tienen como fin generar redes, que haya un proceso interno e individual antes de hacer una intervención externa como la obra”. Por eso, más que la puesta en escena, las mujeres quieren que su obra se conozca en otras partes del país y que quede como legado en el Museo de la Memoria de Colombia, el espacio que albergará distintas experiencias, documentos y objetos de las víctimas del conflicto armado.
Todas esperan que ese trabajo, que comenzó el pasado junio y en el que las acompañó una delegación de la Comisión de la Verdad de Chocó, tenga algún impacto en el capítulo de Género del Informe final que se conocerá en los próximos días. “Lo más importante es que ya tenemos un capítulo de género. Eso es ganancia. Ahora, esperamos que la Comisión reconozca que el sistema patriarcal causó el conflicto armado y esperamos que, entre las recomendaciones, esté que le pidan a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que abra un macrocaso de violencia sexual”, dice Quintero, de la Red Nacional de Mujeres.
En ese proceso de memoria por el que pasaron cuando se dieron los talleres, determinaron que todos los dolores del pasado y las violencias que habían vivido como mujeres las querían quemar. Justamente en ese lugar donde se presentaron ocurrió en 1966 un incendio sin precedentes. La entonces avenida Bahía Solano, que es donde está el malecón ahora, era una calle residencial de casas en la ribera. Diez manzanas se quemaron y miles de familias quedaron desprotegidas y despobladas. “Yo, hija del fuego, hoy proclamo que quemo el racismo del amo, el patriarcado del amo, la opresión del amo. ¡Y si es posible, hoy todos nos quemamos!”, declamaron al final de la obra.
A esa hora, ya rozando las 6 p.m., las antorchas y la fogata que encendieron las Agustinas comenzaron a iluminar la ciudad. El paisaje amarillo rojizo ya se había guardado y el cielo estaba oscuro y despejado. Las mujeres de la obra comenzaron a entregar velas blancas a los asistentes. Fue como una velatón por los derechos que históricamente les han vulnerado. “Agustina soy”, dijeron antes de la venia. Habían vuelto a prender el malecón.