Las mujeres de Montes de María resisten con su trabajo en el campo
Varios colectivos de mujeres de los Montes de María se han apropiado de su territorio a través del trabajo en el campo. A pesar de que persisten problemas estructurales en esta zona, ellas buscan que sus voces y proyectos comunitarios sean instrumento de construcción de paz.
Camilo Pardo Quintero
¿El paso del tiempo es siempre un aliado para perdonar lo imperdonable? Tras más de veinte años de la ruta paramilitar que perpetró 55 masacres en los Montes de María, entre el 16 de febrero y el 24 de agosto del 2000, las heridas no terminan de cicatrizar entre las víctimas que sobrevivieron, pero, aún así, la voluntad de reconciliación y construcción de paz ayuda a superar el dolor y el miedo que las armas dejaron.
Los liderazgos femeninos en esta subregión, que comprende municipios de Sucre y Bolívar, tienen un rol preponderante en los discursos de reconciliación y convivencia. Muchas de ellas fueron blanco de crímenes de lesa humanidad y luego de haber interiorizado sus penas durante lustros, llegaron a la conclusión de que instrumentalizar al perdón como herramienta para construir paz en sus comunidades es más valioso si se hace en conjunto, si se multiplican las voces que piden saldar deudas históricas con la mujer rural y si se deja un legado que muestre a los más jóvenes que los flagelos se pueden superar.
Del llanto a los telares de paz
Juana Ruiz y su familia difícilmente olvidarán el terror vivido durante los días 10 y 11 de marzo del 2000, días en los que sesenta paramilitares del bloque Héroes de los Montes de María, al mando de Rodrigo Mercado Peluffo, Cadena, llegaron a Mampuján (María la Baja) para desplazar a 300 familias, con la amenaza de cometer masacres como las de Ovejas (Sucre) y El Salado (Bolívar).
Una misteriosa llamada de última hora al radio de Cadena impidió una matanza en Mampuján, pero se ejecutó otra orden: llevar a once campesinos a la vereda Las Brisas, en San Juan Nepomuceno, para engañarlos y asesinarlos con acusaciones de ser colaboradores de la guerrilla.
Esos hechos fueron narrados en Días de llanto, el primer telar de las tejedoras de Mampuján, con el que aprendieron a contar la guerra y las heridas de sus corazones por medio del arte. Desplazadas, desoladas y sin mucho que esperar para retomar su tranquilidad, con el paso de los años fueron cambiando los contenidos de sus tejidos, para mostrar paz y esperanza, en lugar de los recuerdos atroces de hace veinte años.
Juana, quien lidera la lucha de las tejedoras, recalca que la labor de su colectivo de mujeres no se debe evaluar por lo que han hecho hasta la fecha, sino por el legado que le dejen a las generaciones venideras. “Comenzamos contando nuestras penas, pero ahora quiero que nos identifiquen como personas que intentan mitigar el dolor a través de telares que sean muestra de reconciliación. En Mampuján se quieren dejar atrás las pesadillas del pasado y, siempre que haya garantías de no repetición, seguiremos insistiendo con nuestro trabajo en el que la sanación es el mejor camino para seguir adelante. Eso es lo que estamos inculcando a nuestros jóvenes”, afirma la tejedora.
(Le puede interesar: El conflicto armado les arrebató las escuelas a las comunidades de los Montes de María)
En su casa, cerca a la orilla de la carretera que lleva de Cartagena a María la Baja, Juana ha conformado un grupo de trece jóvenes, con mujeres y hombres, que prometen seguir con los telares de las tejedoras de Mampuján cuando ellas, las promotoras, ya no estén. La premisa es que piensen su arte como un discurso de perdón que refleje la nobleza de su pueblo.
Gladys, una de las aprendices de Juana, asegura que con cantos y telares quieren hacer una memoria, que si bien a veces remite al dolor, en unos años solo quiere hablar de esperanza. “La nueva forma de hacer telares en Mampuján nos enseña a apelar a nuestra imaginación y pensar en nuestros paisajes hermosos para mostrarle a la gente que acá hay más que huellas de la guerra. A veces tejemos y cantamos en alusión a lo que el Dique (el exjefe paramilitar conocido como Juancho Dique) les hizo a los nuestros en el palo ’e tamarindo (en Las Brisas), pero esto lo hacemos para no olvidarnos. No vivimos eso en carne propia, pero sabemos que a futuro ya no querrán que contemos las matanzas, sino cómo eso nos hizo más fuertes, más resilientes”, agrega la joven.
La paciencia, el respeto por los demás el deseo latente para que la paz territorial deje de ser una promesa de papel, son las bases de Juana y su grupo. “No tengo afán de formar grupos grandes sin ética. Somos un colectivo pequeño, pero consolidado en los valores de que Mampuján todavía cree en un mejor mañana y será un lugar que luchará de manera pacífica para avanzar y mostrar que los rumbos de nuestras vidas los trazan el perdón y el diálogo permanente. Así construimos paz y esperamos que recuerden por años a las tejedoras de Mampuján”, concluye Juana Ruiz.
“Nos reivindicamos con los cultivos”
La masacre de El Salado, un infierno en tierra por el ataque de 450 paramilitares en este corregimiento de Carmen de Bolívar, donde fueron asesinadas más de sesenta personas entre el 16 y el 21 de febrero del 2000, sigue rondando en la cabeza de María del Socorro Torres, representante legal de la asociatividad Mujeres Salaeras Resistentes en el Territorio.
Según ella, narrar lo sucedido en esos días, “los peores de su vida” como los califica, hace parte de la no repetición, para resistir en el territorio y trabajar en el campo con mayores motivaciones.
“Soportamos que reclutaran a nuestros hijos, que asesinaran a nuestros esposos y que nos esclavizaran durante las masacres… los paramilitares nos obligaron a cocinar, servir, bailar y gozar conforme sucedían esos hechos horroríficos. Puede sonar crudo, lo sé, pero esas experiencias nos enseñaron que las mujeres podemos y debemos ser las que reconstruyan lo que la guerra dejó; ellos marcaron los cuerpos y la vida de las mujeres, pero ya basta, desde hace tiempo tenemos en nuestra garganta un grito a la vida y el deseo de reivindicar nuestra honra desde el trabajo en el campo. Eso es lo mínimo que merecen las víctimas de violencia sexual y las desaparecidas en El Salado”, describe Torres.
(Le sugerimos: Masacre de Macayepo, 20 años de la ruta paramilitar en los Montes de María)
La tarea es ardua y hay más sombras que luces en el proceso de consolidación de proyectos productivos campesinos. María del Socorro y su colectivo se mueven por distintos terrenos en las veredas de Villa Malia, El Bálsamo, El Espiritano y Santa Clara, todas en Carmen de Bolívar, para demostrar que ellas también pueden realizar el trabajo duro del campo. Allí cultivan maíz, ñame, yuca, plátano, tomate, cebolla y cilantro, con el problema de que hay una sobreproducción y varios obstáculos para ser competitivos en el mercado.
“Esta es nuestra forma de construir paz, somos incesantes. Pero debemos ser conscientes de que nuestras campañas de resistencia desde el campo se ven porque las veredas en Carmen de Bolívar siguen en un tercer plano de los intereses nacionales. Nos legalizamos como colectivo para tener mayor acceso a los proyectos estatales, entendiendo también que esta es una zona PDET; pero muchas propuestas no se materializan, comenzando con que muchos de estos predios están en proceso de restitución. Necesitamos tierras y quizá con eso ya la mujer sea más visible para sacar los productos de forma justa, sin que nos paguen a precio de gallina flaca”, denuncia Torres.
Desde agosto, el Gobierno anunció que iniciará obras PDET por más de $20.000 millones en los Montes de María, dirigidas principalmente a consolidar proyectos de reconciliación, infraestructura rural y ordenamiento de propiedad. Mientras esto toca terreno, María del Socorro y su grupo de más de treinta mujeres salaeras campesinas no retirarán sus manos de la tierra, porque, según uno de sus principios asociativos, esa es la fuente de vida para salir adelante y dejar atrás el recuerdo de los que nos quisieron callar.
“Nuestra sororidad sigue y seguirá intacta, independientemente de lo que pase con los incentivos estatales. La mujer salaera es movida por el empuje y por el amor propio. Seguramente si seguimos juntas, ya llegarán los logros, sacaremos de una mejor forma nuestros productos y mostraremos que El Salado no es una fecha para conmemorar la degradación de una guerra, sino que es un territorio que sabe perdonar y que sabe a ñame con plátano”, concluye la lideresa.
(Lea también: Lideresas sociales en Colombia resisten en medio de la violencia y de la pandemia)
En resistencia pacífica
San Juan Nepomuceno (Bolívar) ha visto florecer el liderazgo de Mayerlis Angarita, la cabeza de “Narrar para vivir”, una campaña pensada como colectivo femenino para unir fuerzas de mujeres en el territorio, explotar sus habilidades y, desde la palabra y la resistencia, ser un espacio que no permita una nueva escalada de violencia como la que presenciaron hace dos décadas.
Angarita, quien también forma parte de la Mesa de Garantías para Lideresas y Defensoras de DD. HH. de los Montes de María, asevera que las mujeres rurales en su territorio tienen dificultades para alzar su voz, porque constantemente se las estigmatiza y amenaza para que no defiendan sus derechos, si es que no quieren que les hagan daño a ellas o sus familias.
“Además de las balas, nos está matando la indiferencia social, que todavía se niega a entender que somos constructoras de paz y que no queremos que vuelva el horror a los Montes de María. Enfrentamos a los violentos con la fuerza de la palabra, no vamos a ceder ni un centímetro de nuestro territorio y créanme que juntas somos poderosas con la resistencia pacífica”, clama Angarita.
Tanto la lideresa como miembros de comando de Policía en San Juan Nepomuceno le dijeron a este diario que actualmente hay presencia allí de estructuras de las autodenominadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (o Clan del Golfo), quienes buscan amedrentar a los pobladores locales para despojarlos de sus tierras.
Esto, más que ser un factor de miedo para Angarita, es un reto más para mostrar que las acciones colectivas y las voluntades de paz se pueden ejercer hasta en los ambientes más hostiles. A pesar de decir que construyen su fortaleza desde el barro y con las uñas, asegura que “aunque quieran callarnos, nuestro legado es tan fuerte que ya está en el corazón de toda la comunidad”.
De hecho, el compromiso que tiene con la construcción de paz es tan amplio que ha forjado, apoyada en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), once talleres de costura, en los que ofrece trabajo a mujeres sobrevivientes de las masacres en la subregión, para que tengan sustento y un mejor porvenir.
Eulali Escalante es una de ellas y cree que estas iniciativas son el insumo básico para transformar un entorno que por años estuvo a merced de la guerra. “Por la coyuntura, estamos haciendo tapabocas. Gracias a OIM y USAID hemos enviado más de 2.000 a los EE. UU. durante la pandemia. Un logro que no es menor, teniendo en cuenta que es trabajo hecho directamente por nuestras manos y es una muestra más de que el dolor se supera con trabajo en equipo”.
(Le recomendamos: (Pódcast) Mayerlis Angarita y el sancocho que se lleva los pesares)
Angarita también encabeza un comedor comunitario que alimenta a más de cien niños migrantes venezolanos que viven con sus familias en la periferia de San Juan. El objetivo en el último año es que las mujeres migrantes que viven con ellos participen, tengan un incentivo económico y se apropien de las dinámicas locales.
Yasenia Pereira, cocinera del comedor, ve este proyecto como una oportunidad para desestigmatizar su condición de migrante y a su vez mostrar que puede aportar en los proyectos de paces locales que se buscan consolidar. “Necesitamos mejores condiciones de vida, pero eso no es excusa para no participar en actividades como estas, que nos hagan crecer como comunidad de forjadores de paz”, sentencia.
El deseo de Mayerlis es que en sus actividades se involucren más las autoridades y entidades territoriales locales o nacionales para que garanticen su seguridad, porque, según ella, “hay enemigos de la paz que no nos quieren y si de verdad quieren que seamos el centro de este debate, no nos olviden; estamos cansadas de ceder”, concluye.
Conversatorio en San Juan Nepomuceno
El próximo miércoles, 2 de diciembre (de 9:00 a.m. a 10:30 a.m.), El Espectador y Colombia2020 transmitirán en vivo y vía streaming, desde San Juan Nepomuceno, el conversatorio “Lidera la Vida en Montes de María”, una alianza con el Programa de Fortalecimiento Institucional Víctimas de USAID, implementado por OIM, y el apoyo de otras 13 entidades nacionales e internacionales.
Allí se congregarán las voces de Mayerlis Angarita, de la Mesa de Garantías para Lideresas y Defensoras de DD.HH. de los Montes de María; Ricardo Esquivia, líder del Espacio Regional de Paz en Montes de María; Darwin Peña, miembro del Proceso LGBTI en la subregión; Edgardo Flóres, suscrito a la Mesa de Víctimas del Carmen de Bolívar; y Sor Marina Solis, lideresa del Proceso Afrocolombiano de San Jacinto.
¿El paso del tiempo es siempre un aliado para perdonar lo imperdonable? Tras más de veinte años de la ruta paramilitar que perpetró 55 masacres en los Montes de María, entre el 16 de febrero y el 24 de agosto del 2000, las heridas no terminan de cicatrizar entre las víctimas que sobrevivieron, pero, aún así, la voluntad de reconciliación y construcción de paz ayuda a superar el dolor y el miedo que las armas dejaron.
Los liderazgos femeninos en esta subregión, que comprende municipios de Sucre y Bolívar, tienen un rol preponderante en los discursos de reconciliación y convivencia. Muchas de ellas fueron blanco de crímenes de lesa humanidad y luego de haber interiorizado sus penas durante lustros, llegaron a la conclusión de que instrumentalizar al perdón como herramienta para construir paz en sus comunidades es más valioso si se hace en conjunto, si se multiplican las voces que piden saldar deudas históricas con la mujer rural y si se deja un legado que muestre a los más jóvenes que los flagelos se pueden superar.
Del llanto a los telares de paz
Juana Ruiz y su familia difícilmente olvidarán el terror vivido durante los días 10 y 11 de marzo del 2000, días en los que sesenta paramilitares del bloque Héroes de los Montes de María, al mando de Rodrigo Mercado Peluffo, Cadena, llegaron a Mampuján (María la Baja) para desplazar a 300 familias, con la amenaza de cometer masacres como las de Ovejas (Sucre) y El Salado (Bolívar).
Una misteriosa llamada de última hora al radio de Cadena impidió una matanza en Mampuján, pero se ejecutó otra orden: llevar a once campesinos a la vereda Las Brisas, en San Juan Nepomuceno, para engañarlos y asesinarlos con acusaciones de ser colaboradores de la guerrilla.
Esos hechos fueron narrados en Días de llanto, el primer telar de las tejedoras de Mampuján, con el que aprendieron a contar la guerra y las heridas de sus corazones por medio del arte. Desplazadas, desoladas y sin mucho que esperar para retomar su tranquilidad, con el paso de los años fueron cambiando los contenidos de sus tejidos, para mostrar paz y esperanza, en lugar de los recuerdos atroces de hace veinte años.
Juana, quien lidera la lucha de las tejedoras, recalca que la labor de su colectivo de mujeres no se debe evaluar por lo que han hecho hasta la fecha, sino por el legado que le dejen a las generaciones venideras. “Comenzamos contando nuestras penas, pero ahora quiero que nos identifiquen como personas que intentan mitigar el dolor a través de telares que sean muestra de reconciliación. En Mampuján se quieren dejar atrás las pesadillas del pasado y, siempre que haya garantías de no repetición, seguiremos insistiendo con nuestro trabajo en el que la sanación es el mejor camino para seguir adelante. Eso es lo que estamos inculcando a nuestros jóvenes”, afirma la tejedora.
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En su casa, cerca a la orilla de la carretera que lleva de Cartagena a María la Baja, Juana ha conformado un grupo de trece jóvenes, con mujeres y hombres, que prometen seguir con los telares de las tejedoras de Mampuján cuando ellas, las promotoras, ya no estén. La premisa es que piensen su arte como un discurso de perdón que refleje la nobleza de su pueblo.
Gladys, una de las aprendices de Juana, asegura que con cantos y telares quieren hacer una memoria, que si bien a veces remite al dolor, en unos años solo quiere hablar de esperanza. “La nueva forma de hacer telares en Mampuján nos enseña a apelar a nuestra imaginación y pensar en nuestros paisajes hermosos para mostrarle a la gente que acá hay más que huellas de la guerra. A veces tejemos y cantamos en alusión a lo que el Dique (el exjefe paramilitar conocido como Juancho Dique) les hizo a los nuestros en el palo ’e tamarindo (en Las Brisas), pero esto lo hacemos para no olvidarnos. No vivimos eso en carne propia, pero sabemos que a futuro ya no querrán que contemos las matanzas, sino cómo eso nos hizo más fuertes, más resilientes”, agrega la joven.
La paciencia, el respeto por los demás el deseo latente para que la paz territorial deje de ser una promesa de papel, son las bases de Juana y su grupo. “No tengo afán de formar grupos grandes sin ética. Somos un colectivo pequeño, pero consolidado en los valores de que Mampuján todavía cree en un mejor mañana y será un lugar que luchará de manera pacífica para avanzar y mostrar que los rumbos de nuestras vidas los trazan el perdón y el diálogo permanente. Así construimos paz y esperamos que recuerden por años a las tejedoras de Mampuján”, concluye Juana Ruiz.
“Nos reivindicamos con los cultivos”
La masacre de El Salado, un infierno en tierra por el ataque de 450 paramilitares en este corregimiento de Carmen de Bolívar, donde fueron asesinadas más de sesenta personas entre el 16 y el 21 de febrero del 2000, sigue rondando en la cabeza de María del Socorro Torres, representante legal de la asociatividad Mujeres Salaeras Resistentes en el Territorio.
Según ella, narrar lo sucedido en esos días, “los peores de su vida” como los califica, hace parte de la no repetición, para resistir en el territorio y trabajar en el campo con mayores motivaciones.
“Soportamos que reclutaran a nuestros hijos, que asesinaran a nuestros esposos y que nos esclavizaran durante las masacres… los paramilitares nos obligaron a cocinar, servir, bailar y gozar conforme sucedían esos hechos horroríficos. Puede sonar crudo, lo sé, pero esas experiencias nos enseñaron que las mujeres podemos y debemos ser las que reconstruyan lo que la guerra dejó; ellos marcaron los cuerpos y la vida de las mujeres, pero ya basta, desde hace tiempo tenemos en nuestra garganta un grito a la vida y el deseo de reivindicar nuestra honra desde el trabajo en el campo. Eso es lo mínimo que merecen las víctimas de violencia sexual y las desaparecidas en El Salado”, describe Torres.
(Le sugerimos: Masacre de Macayepo, 20 años de la ruta paramilitar en los Montes de María)
La tarea es ardua y hay más sombras que luces en el proceso de consolidación de proyectos productivos campesinos. María del Socorro y su colectivo se mueven por distintos terrenos en las veredas de Villa Malia, El Bálsamo, El Espiritano y Santa Clara, todas en Carmen de Bolívar, para demostrar que ellas también pueden realizar el trabajo duro del campo. Allí cultivan maíz, ñame, yuca, plátano, tomate, cebolla y cilantro, con el problema de que hay una sobreproducción y varios obstáculos para ser competitivos en el mercado.
“Esta es nuestra forma de construir paz, somos incesantes. Pero debemos ser conscientes de que nuestras campañas de resistencia desde el campo se ven porque las veredas en Carmen de Bolívar siguen en un tercer plano de los intereses nacionales. Nos legalizamos como colectivo para tener mayor acceso a los proyectos estatales, entendiendo también que esta es una zona PDET; pero muchas propuestas no se materializan, comenzando con que muchos de estos predios están en proceso de restitución. Necesitamos tierras y quizá con eso ya la mujer sea más visible para sacar los productos de forma justa, sin que nos paguen a precio de gallina flaca”, denuncia Torres.
Desde agosto, el Gobierno anunció que iniciará obras PDET por más de $20.000 millones en los Montes de María, dirigidas principalmente a consolidar proyectos de reconciliación, infraestructura rural y ordenamiento de propiedad. Mientras esto toca terreno, María del Socorro y su grupo de más de treinta mujeres salaeras campesinas no retirarán sus manos de la tierra, porque, según uno de sus principios asociativos, esa es la fuente de vida para salir adelante y dejar atrás el recuerdo de los que nos quisieron callar.
“Nuestra sororidad sigue y seguirá intacta, independientemente de lo que pase con los incentivos estatales. La mujer salaera es movida por el empuje y por el amor propio. Seguramente si seguimos juntas, ya llegarán los logros, sacaremos de una mejor forma nuestros productos y mostraremos que El Salado no es una fecha para conmemorar la degradación de una guerra, sino que es un territorio que sabe perdonar y que sabe a ñame con plátano”, concluye la lideresa.
(Lea también: Lideresas sociales en Colombia resisten en medio de la violencia y de la pandemia)
En resistencia pacífica
San Juan Nepomuceno (Bolívar) ha visto florecer el liderazgo de Mayerlis Angarita, la cabeza de “Narrar para vivir”, una campaña pensada como colectivo femenino para unir fuerzas de mujeres en el territorio, explotar sus habilidades y, desde la palabra y la resistencia, ser un espacio que no permita una nueva escalada de violencia como la que presenciaron hace dos décadas.
Angarita, quien también forma parte de la Mesa de Garantías para Lideresas y Defensoras de DD. HH. de los Montes de María, asevera que las mujeres rurales en su territorio tienen dificultades para alzar su voz, porque constantemente se las estigmatiza y amenaza para que no defiendan sus derechos, si es que no quieren que les hagan daño a ellas o sus familias.
“Además de las balas, nos está matando la indiferencia social, que todavía se niega a entender que somos constructoras de paz y que no queremos que vuelva el horror a los Montes de María. Enfrentamos a los violentos con la fuerza de la palabra, no vamos a ceder ni un centímetro de nuestro territorio y créanme que juntas somos poderosas con la resistencia pacífica”, clama Angarita.
Tanto la lideresa como miembros de comando de Policía en San Juan Nepomuceno le dijeron a este diario que actualmente hay presencia allí de estructuras de las autodenominadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (o Clan del Golfo), quienes buscan amedrentar a los pobladores locales para despojarlos de sus tierras.
Esto, más que ser un factor de miedo para Angarita, es un reto más para mostrar que las acciones colectivas y las voluntades de paz se pueden ejercer hasta en los ambientes más hostiles. A pesar de decir que construyen su fortaleza desde el barro y con las uñas, asegura que “aunque quieran callarnos, nuestro legado es tan fuerte que ya está en el corazón de toda la comunidad”.
De hecho, el compromiso que tiene con la construcción de paz es tan amplio que ha forjado, apoyada en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), once talleres de costura, en los que ofrece trabajo a mujeres sobrevivientes de las masacres en la subregión, para que tengan sustento y un mejor porvenir.
Eulali Escalante es una de ellas y cree que estas iniciativas son el insumo básico para transformar un entorno que por años estuvo a merced de la guerra. “Por la coyuntura, estamos haciendo tapabocas. Gracias a OIM y USAID hemos enviado más de 2.000 a los EE. UU. durante la pandemia. Un logro que no es menor, teniendo en cuenta que es trabajo hecho directamente por nuestras manos y es una muestra más de que el dolor se supera con trabajo en equipo”.
(Le recomendamos: (Pódcast) Mayerlis Angarita y el sancocho que se lleva los pesares)
Angarita también encabeza un comedor comunitario que alimenta a más de cien niños migrantes venezolanos que viven con sus familias en la periferia de San Juan. El objetivo en el último año es que las mujeres migrantes que viven con ellos participen, tengan un incentivo económico y se apropien de las dinámicas locales.
Yasenia Pereira, cocinera del comedor, ve este proyecto como una oportunidad para desestigmatizar su condición de migrante y a su vez mostrar que puede aportar en los proyectos de paces locales que se buscan consolidar. “Necesitamos mejores condiciones de vida, pero eso no es excusa para no participar en actividades como estas, que nos hagan crecer como comunidad de forjadores de paz”, sentencia.
El deseo de Mayerlis es que en sus actividades se involucren más las autoridades y entidades territoriales locales o nacionales para que garanticen su seguridad, porque, según ella, “hay enemigos de la paz que no nos quieren y si de verdad quieren que seamos el centro de este debate, no nos olviden; estamos cansadas de ceder”, concluye.
Conversatorio en San Juan Nepomuceno
El próximo miércoles, 2 de diciembre (de 9:00 a.m. a 10:30 a.m.), El Espectador y Colombia2020 transmitirán en vivo y vía streaming, desde San Juan Nepomuceno, el conversatorio “Lidera la Vida en Montes de María”, una alianza con el Programa de Fortalecimiento Institucional Víctimas de USAID, implementado por OIM, y el apoyo de otras 13 entidades nacionales e internacionales.
Allí se congregarán las voces de Mayerlis Angarita, de la Mesa de Garantías para Lideresas y Defensoras de DD.HH. de los Montes de María; Ricardo Esquivia, líder del Espacio Regional de Paz en Montes de María; Darwin Peña, miembro del Proceso LGBTI en la subregión; Edgardo Flóres, suscrito a la Mesa de Víctimas del Carmen de Bolívar; y Sor Marina Solis, lideresa del Proceso Afrocolombiano de San Jacinto.