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“Llegaron los paracos y ellos eran los dueños de la fiesta en la caseta. Uno tenía miedo, miedo que lo mataran, que lo torturaran, que se lo llevaran, que lo violaran. Ya hoy en día con el conocimiento que uno tiene no siente ese miedo total”.
Este testimonio es de Julio Benjamín de Oro, un emprendedor del turismo y líder social del caserío de San Pedro de Consolado en el municipio de San Juan Nepómuceno, en los Montes de María, recordando los años de barbarie instaurada por guerrilleros y paramilitares en su región, una de las más azotadas por el conflicto armado. Estos grupos solían ensañarse con comunidades diversas como la población LGTBIQ+ y además la violencia que ejercieron dejó profundas heridas físicas y psicológicas en toda la población, algunas de ellas, aun sin sanar.
“Es la misma familia, son los mismos amigos los que me señalan y me dicen que no soy como yo debo ser. Si yo soy así, me acepto así y me quiero así”, agregó Julio Benjamín, quien se autoreconoce como miembro de la población LGTBIQ+, que hoy conmemora el Día del Orgullo. Julio fue uno de los ponentes del foro Salud mental, cultura y sostenibilidad ambiental: las claves de la paz en Montes de María, organizado en Sincelejo el 27 de junio por la agencia de cooperación de Estados Unidos (USAID) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en alianza con Colombia+20 de El Espectador, con presencia de líderes, lideresas, emprendedores, jóvenes y comunidades de toda la subregión de los Montes de María, que abarca una docena de municipios entre los departamentos de Sucre y Bolívar.
Precisamente sobre su experiencia como miembro de la población LGTBIQ+, Julio Benjamín aseguró que la estrategia Hilando Vidas y Esperanzas, apoyada por USAID y la OIM, que ha impulsado procesos de escucha y sanación a través del arte, los saberes tradicionales y el tejido comunitario en 15 comunidades de Antioquia, Cauca, Valle y los Montes de María. Julio Benjamín lidera un emprendimiento de turismo que hace caminatas y recorridos en medio del bosque seco tropical, encontrando en la belleza de las plantas, las mariposas y las ranas venenosas motivos para superar el dolor que dejó la guerra.
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De acuerdo con Alejandro Cepeda, Oficial Nacional de Rehabilitación Física y Psicosocial del programa “Hilando Juntos” de OIM, las situaciones vividas por estas comunidades durante el conflicto armado “fueron tan fuertes que afectaron su integridad y eso generó ruptura en el tejido social. Se perdieron vidas, territorios, experiencias, procesos culturales”.
Heridas como las que recordó durante el foro Tulia Esther Meléndez, una emprendedora de San Jacinto que declaró que ella y su comunidad vivieron “la guerra, sabemos lo que pasó y cómo pasó, uno que vivió la guerra, le da temor que se vuelva a repetir, yo siempre he dicho: con que no se repita es suficiente”.
Y para que no se repita es urgente cerrar los duelos y traumas, los odios y rencores acumulados durante el conflicto. Parte de la estrategia se ha concentrado, según los asistentes al foro, en emplear saberes y costumbres tradicionales como la música de gaitas o la conservación del medio ambiente para “encontrar un propósito” con el cuál salir adelante y sanar las heridas.
“A través de dibujos y talleres con las duplas psicosociales, han sido muy influyentes en nuestra vereda y han sabido llegar a los niños de diferentes formas”, destacó Mónica Paola Vega, una lideresa de la zona rural de Colosó, en Sucre, quien se desempeña cómo técnica de primera infancia. Vega agrega que así, después de la intervención psicosocial, los niños “no se quedan truncados en su problema, sino junto con ellos buscar la solución y avanzar”, una sanación que no obvia el dolor vivido, pues como ella misma dice “a partir del dolor aprendimos a ser resilientes, el dolor nos marca pero no para toda la vida”.
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Tulia Esther Meléndez además indica que una vez se ha recompuesto el tejido social es posible pensar en grande como comunidad, por eso el apoyo de OIM y de USAID “fue un empujón que llegó en el momento ideal. Es más fácil trabajar con una comunidad unida, motivada, sanada en todos los aspectos emocionales, era muy difícil trabajar con comunidades heridas, frustradas”.
Este proyecto no sólo benefició a zonas rurales sino también a jóvenes de los barrios más pobres y asentamientos de invasión de Sincelejo, la capital de Sucre, receptores de miles de desplazados por la violencia.
De acuerdo con Jorge Ramírez, un líder juvenil del barrio Altos del Rosario de Sincelejo, la intervención allí ha permitido generar consciencia frente al consumo de drogas, la sexualidad y el cuidado del medio ambiente, con una estrategia sencilla: “Todo el día dándoles consejo a los jóvenes. La clave de todo escuchar y que nos escuchen”.+
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¿Qué falta?
No obstante, también hubo reclamos de los asistentes del foro, en especial para los miembros de la institucionalidad y la Gobernación presentes en el evento.
El lider juvenil Ramírez aseguró que es importante “una vida más amplia para estos proyectos, quedan muchas cosas sueltas y jóvenes desilusionados que querían seguir con el pr oyecto”, dijo refiriéndose al programa Sucre Escucha, una estrategia de la Gobernación de Sucre para dar proyectos productivos y planes de vida a jóvenes de comunidades vulnerables.
Por su parte Juan Carlos Salas, también miembro de la población LGTBIQ+, planteó que es fundamental que exista “respaldo de los gobiernos y que amplíen las estrategias de participación, abrir espacios para que participe la población LGTBI en todo lo que esté alrededor de un Gobierno”.