Los aportes a la paz de las mujeres rurales en la Sierra Nevada y Perijá
Mujeres indígenas, excombatientes y víctimas del conflicto armado dialogarán el próximo 26 de febrero en el conversatorio “Mujeres rurales y su aporte a la paz”. Llevarán un mensaje de cómo superar la guerra a través del perdón y la importancia de consolidar proyectos comunitarios que no olviden el arraigo de sus territorios.
El conflicto armado de nuestro país es una muestra fehaciente de cómo la guerra puede recaer sobre las mujeres y niñas de manera desproporcional y diferencial. Si bien esto es reconocido por instancias internacionales, como la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o 30 medidas consagradas en el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las antiguas Farc, los problemas a la hora de abordar las políticas con enfoque de género durante el posacuerdo siguen estando a la orden del día.
El Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame, institución que le ha hecho un seguimiento riguroso a la implementación del Acuerdo de Paz, documentó en uno de sus informes emitidos en el último trimestre de 2020 que menos del 40% de las medidas contempladas de enfoque de género contaba con un nivel de implementación satisfactorio. Es decir, que en los territorios han sido deficientes cuestiones como las líneas de crédito para comprar tierras a mujeres rurales, la inclusión del enfoque de género en el Sistema de Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo y la promoción las escuelas de formación políticas con el objetivo de fortalecer liderazgos, entre otras cosas.
Esta realidad se vive, sin duda, en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Perijá. Por eso las mujeres de estos territorios han puesto en el centro de las agendas de sus comunidades la necesidad de construir la paz con las mujeres a la cabeza a partir de sus proyectos productivos. Un ejemplo de ello es Silvia Rangel, una tejedora arhuaca del departamento del Cesar, quien mediante su colectivo Ati Nawowa ha logrado afianzar su arte y el de las mujeres que trabajan con ella, para hablar de paz en su región a través de sus creaciones.
Su historia de resiliencia, impulsada por entidades como la Organización Internacional del trabajo (OIT), la Embajada de Noruega en Colombia y organizaciones sindicales como la Confederación de Trabajadores de Colombia, pretende llegar a otras regiones y demostrar que puede ser garante de que las manos laboriosas de las arhuacas quieren dejar atrás los horrores que les dejó la guerra y construir puentes con otros actores sociales que busquen, al igual que ellas, desestigmatizar a la serranía del Perijá y a la Sierra Nevada de Santa Marta.
Ella no es la única. Iseth Montero, representante legal de la Cooperativa Multiactiva para la Paz de Colombia (Coompazcol) se ha unido en esta subregión a las actividades esperanzadoras como las que hacen en Ati Nawowa. Lo único que cambia es que ella lo hace representando a las mujeres en proceso de reincorporación que desde el ETCR Pondores (en la vereda Conejo) buscan una segunda oportunidad para resarcirse con las personas que afectaron durante la guerra.
“Coompazcol, bajo el liderazgo de Iseth, busca ser un colectivo multiactivo que afiance almacenes agropecuarios, mediante los cuales puedan garantizar seguridad alimentaria a las comunidades donde tienen impacto. Es fascinante ver cómo en agosto del año pasado ellas no sabían sembrar, pero que con el paso del tiempo, disciplina y capacitaciones tienen casi todo el conocimiento que maneja un técnico especialista del área”, afirma Diana Salcedo, miembro de la OIT.
Por su parte, Claudia Valencia es la cabeza de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas (ADMUCIG) en el departamento de Magdalena. Todo este colectivo es compuesto por mujeres víctimas del conflicto armado que se las han ingeniado para trabajar con gallinas ponedoras y en construir una parcela para una escuela agroecológica de plátano, en zona rural de Santa Marta, con el fin de trabajar en favor de la seguridad alimentaria de las comunidades más vulnerables de la región, especialmente en las las veredas samarias de El Canal y Puerto Mosquito.
“Con Claudia buscamos trabajar en la seguridad alimentaria, en mostrar que las víctimas no se pueden aferrar al pasado y en perdonar. Nuestro objetivo productivo es similar al de Coompazcol y más que ver eso como una especie de competencia, entendemos que vamos para el mismo lado y queremos hacer crecer la región desde nuestras pequeñas acciones. También hemos aprendido a perdonarlas. Muchas de ellas nos hicieron daño directo y cuando al comienzo nos encontrábamos en las reuniones de los proyectos, a ella les daba pena hablar y acercarse. Luego entendimos que teníamos que perdonar y acercarlas porque todos tienen derecho a una segunda oportunidad”, cuentan otras voceras de ADMUCIG.
Estas voceras, que en instancias comunitarias ya se han reunido para intercambiar saberes y proponer distintas ideas constructoras de paz, ahora congregarán sus voces en el conversatorio Mujeres rurales y su aporte a la paz, un espacio convocado por la OIT y la Embajada de Noruega en Colombia, que será transmitida vía streaming, por Facebook Live de Colombia2020, el próximo 26 de febrero a partir de las 9:00 a.m.
Este encuentro, en el que compartirán experiencias, obstáculos, lecciones y proyecciones de su papel como lideresas en la Sierra Nevada y Perijá, también tendrá el respaldo de las sindicales Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la CTC y la Fundación Friedrich Ebert-Stiftung (Fescol).
Le recomendamos:
* Escuche: (Pódcast) Mayerlis Angarita y el sancocho que se lleva los pesares
* Lea: ¿Cómo va el enfoque de género tras cuatro años de la firma del Acuerdo de Paz?
* Contraste: Pocos avances en el enfoque de género del acuerdo de paz
El conflicto armado de nuestro país es una muestra fehaciente de cómo la guerra puede recaer sobre las mujeres y niñas de manera desproporcional y diferencial. Si bien esto es reconocido por instancias internacionales, como la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o 30 medidas consagradas en el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las antiguas Farc, los problemas a la hora de abordar las políticas con enfoque de género durante el posacuerdo siguen estando a la orden del día.
El Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame, institución que le ha hecho un seguimiento riguroso a la implementación del Acuerdo de Paz, documentó en uno de sus informes emitidos en el último trimestre de 2020 que menos del 40% de las medidas contempladas de enfoque de género contaba con un nivel de implementación satisfactorio. Es decir, que en los territorios han sido deficientes cuestiones como las líneas de crédito para comprar tierras a mujeres rurales, la inclusión del enfoque de género en el Sistema de Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo y la promoción las escuelas de formación políticas con el objetivo de fortalecer liderazgos, entre otras cosas.
Esta realidad se vive, sin duda, en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Perijá. Por eso las mujeres de estos territorios han puesto en el centro de las agendas de sus comunidades la necesidad de construir la paz con las mujeres a la cabeza a partir de sus proyectos productivos. Un ejemplo de ello es Silvia Rangel, una tejedora arhuaca del departamento del Cesar, quien mediante su colectivo Ati Nawowa ha logrado afianzar su arte y el de las mujeres que trabajan con ella, para hablar de paz en su región a través de sus creaciones.
Su historia de resiliencia, impulsada por entidades como la Organización Internacional del trabajo (OIT), la Embajada de Noruega en Colombia y organizaciones sindicales como la Confederación de Trabajadores de Colombia, pretende llegar a otras regiones y demostrar que puede ser garante de que las manos laboriosas de las arhuacas quieren dejar atrás los horrores que les dejó la guerra y construir puentes con otros actores sociales que busquen, al igual que ellas, desestigmatizar a la serranía del Perijá y a la Sierra Nevada de Santa Marta.
Ella no es la única. Iseth Montero, representante legal de la Cooperativa Multiactiva para la Paz de Colombia (Coompazcol) se ha unido en esta subregión a las actividades esperanzadoras como las que hacen en Ati Nawowa. Lo único que cambia es que ella lo hace representando a las mujeres en proceso de reincorporación que desde el ETCR Pondores (en la vereda Conejo) buscan una segunda oportunidad para resarcirse con las personas que afectaron durante la guerra.
“Coompazcol, bajo el liderazgo de Iseth, busca ser un colectivo multiactivo que afiance almacenes agropecuarios, mediante los cuales puedan garantizar seguridad alimentaria a las comunidades donde tienen impacto. Es fascinante ver cómo en agosto del año pasado ellas no sabían sembrar, pero que con el paso del tiempo, disciplina y capacitaciones tienen casi todo el conocimiento que maneja un técnico especialista del área”, afirma Diana Salcedo, miembro de la OIT.
Por su parte, Claudia Valencia es la cabeza de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas (ADMUCIG) en el departamento de Magdalena. Todo este colectivo es compuesto por mujeres víctimas del conflicto armado que se las han ingeniado para trabajar con gallinas ponedoras y en construir una parcela para una escuela agroecológica de plátano, en zona rural de Santa Marta, con el fin de trabajar en favor de la seguridad alimentaria de las comunidades más vulnerables de la región, especialmente en las las veredas samarias de El Canal y Puerto Mosquito.
“Con Claudia buscamos trabajar en la seguridad alimentaria, en mostrar que las víctimas no se pueden aferrar al pasado y en perdonar. Nuestro objetivo productivo es similar al de Coompazcol y más que ver eso como una especie de competencia, entendemos que vamos para el mismo lado y queremos hacer crecer la región desde nuestras pequeñas acciones. También hemos aprendido a perdonarlas. Muchas de ellas nos hicieron daño directo y cuando al comienzo nos encontrábamos en las reuniones de los proyectos, a ella les daba pena hablar y acercarse. Luego entendimos que teníamos que perdonar y acercarlas porque todos tienen derecho a una segunda oportunidad”, cuentan otras voceras de ADMUCIG.
Estas voceras, que en instancias comunitarias ya se han reunido para intercambiar saberes y proponer distintas ideas constructoras de paz, ahora congregarán sus voces en el conversatorio Mujeres rurales y su aporte a la paz, un espacio convocado por la OIT y la Embajada de Noruega en Colombia, que será transmitida vía streaming, por Facebook Live de Colombia2020, el próximo 26 de febrero a partir de las 9:00 a.m.
Este encuentro, en el que compartirán experiencias, obstáculos, lecciones y proyecciones de su papel como lideresas en la Sierra Nevada y Perijá, también tendrá el respaldo de las sindicales Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la CTC y la Fundación Friedrich Ebert-Stiftung (Fescol).
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