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“El Gobierno les prestará a las compañías contratantes la protección debida para prevenir o repeler la hostilidad o los ataques de las tribus de motilones o salvajes que moran en las regiones de que hacen parte los terrenos materia de este contrato. Lo hará por medio de cuerpos de policía armada cuando sea necesario”, reza la Ley 80 de 1931, por medio de la cual se aprobó el contrato de explotación de petróleo en yacimientos ubicados en la frontera colombo-venezolana, paralela al río Zulia (Norte de Santander). El convenio fue suscrito entre el gobierno colombiano y las empresas estadounidenses Colombian Petroleum Company y South American Gulf Oil Company. La Ley fue firmada por el representante de las compañías, Clarence Folsom; el ministro de Minas de la época, Francisco José Chaux, y el presidente colombiano en ese tiempo, Enrique Olaya Herrera. La norma entró en vigencia el 25 de junio del mismo año.
En los terrenos a los que hace referencia la norma estaba asentada la comunidad motilón barí desde antes de la conquista de los españoles. A quienes en la ley se refieren como “motilones o salvajes” es a los indígenas que, a la llegada de los conquistadores, flecharon a los blancos que entraban a sus tierras. Hoy, la zona forma parte del departamento de Norte de Santander.
La defensa del territorio contra la invasión española les costó la vida a muchos indígenas barís. En la memoria del pueblo sigue presente cómo los españoles, por la dificultad que les representaba la resistencia armada indígena, ensayaron tácticas distintas a la confrontación directa. Recuerdan cómo los conquistadores enviaron monjas de la Iglesia católica en son de paz, pero con alimentos envenenados.
-Los barís han conservado su lengua y su creencia en su Dios, Sabaseba. Uno de sus mandamientos es el cuidado del medio ambiente que les provee su alimento. Viven de la caza, la pesca y la ganadería. En la foto un cacique luce su atuendo tradicional.
La manera de defender sus territorios ancestrales no cambió mucho en los siguientes cuatro siglos. La comunidad barí se convirtió en una tribu guerrera y ningún foráneo podía entrar a los territorios sin correr un alto riesgo de ser flechado. “No es un secreto que nosotros considerábamos a todos los occidentales como nuestros enemigos”, dice Osvaldo Taitaina, un joven barí.
Prueba de lo anterior son las narraciones en las que los aborígenes rememoran la manera como se organizaron para atravesarse a las pretensiones de las compañías petroleras sobre recursos naturales en sus territorios. “Yo tengo cicatrices en el cuerpo de esos hechos”, dice Mario Tanana, un sabio de la comunidad de Caxbarincaira, ubicada en la zona norte del municipio de Convención (Catatumbo). “Un amigo cayó muerto a mi lado en un momento de distracción en medio de un enfrentamiento a la llegada de las petroleras”, agrega.
La cantidad de territorio que perdieron los barís en las guerras contra los españoles y las petroleras es incontable. Su territorio ancestral iba desde los municipios del norte del Catatumbo hasta Cúcuta y Pamplona. Pero hoy los 3.129 indígenas barís, agrupados en 25 comunidades y dos resguardos (Motilón Barí y Catalaura La Gabarra), solo están en la punta norte de los municipios de Teorama, El Tarra, Tibú, El Carmen y Convención, exactamente en la frontera con Venezuela.
-En las primeras horas de luz los barís vuelven a sus casas luego de lavar la ropa en un caño que hay en la comunidad Caxbarincaira, ubicada en el municipio de Convención (Norte de Santander)
Las pérdidas que sufrió esta etnia en medio de las confrontaciones y la llegada de un blanco a su comunidad cambió para siempre su estrategia de defensa. En 1961, cuando Bruce Olson, un joven noruego de 19 años, accedió a estos territorios ancestrales, fue flechado por los aborígenes. Sin embargo, sus heridas fueron curadas con la medicina tradicional que le brindaron los barís, hecho que llevó a Olson a establecer la primera relación amistosa entre un occidental y los indígenas.
Cuando se llega a territorio barí, la obra del noruego está presente: casas en las cuales residen los indígenas la mayoría de los meses del año, pues en la temporada de verano permanecen en la selva cazando y conviviendo de cerca con la naturaleza. Este no fue el único legado que dejó el extranjero, también su conocimiento permeó a esta comunidad. “Don Bruce nos educó al decirnos que la buena manera de tratar a las personas era dialogando. Nos dijo que teníamos que prepararnos para defender lo que es nuestro”, cuenta Babido Bobarishora, médico tradicional de la comunidad Iquiacarora, ubicada en el municipio de El Carmen.
Y ese día llegó. El 24 de octubre de 1988, el Ejército de Liberación Nacional (Eln) secuestró a Bruce Olson. Cuenta Bobarishora que en ese momento los guerreros barís salieron armados a perseguir a los integrantes de la Unión Camilista, pero nunca usaron las armas. Establecieron un diálogo directo con los comandantes que lo tenían cautivo. Nueve meses después, Olson fue liberado y la tradición guerrera quedó sepultada. Incluso, cuentan los mayores, sin recordar fechas exactas, que el Eln les pidió disculpas por el secuestro del “papá” blanco de los barís.
La defensa es el diálogo
La preocupación de los barís ante la llegada de actores armados a la zona se entiende por su relación con el territorio. Un mandamiento de su dios, Sabaseba, es la conservación del medio ambiente y este les brinda lo que necesitan para subsistir; se alimentan de lo que la selva, la tierra y los ríos les dan.
En 1982, las Farc se volvieron otra preocupación. Dicha guerrilla incursionó en la región en consonancia con la expansión territorial decretada en la séptima conferencia de la organización insurgente, que se adelantó ese año. El Frente 33, que respondía a las órdenes del Bloque Magdalena Medio, llegó a la zona.
Los barís, fieles a su reciente costumbre, optaron por dialogar. Se reunieron con Emiro Ropero, alias Rubén Zamora, comandante del Frente 33 (y ahora negociador de la guerrilla en La Habana), a quien le dijeron que los dueños milenarios del territorio eran los barís. “Nosotros nos hemos reunido con los grupos armados para no tener problemas en el territorio, pero siempre lo hacemos manteniendo nuestra independencia hacia ellos”, aclara Bobarishora.
Luego vinieron los años más dolorosos del conflicto armado para los barís. Los tiempos de la arremetida paramilitar. La incursión dio su campanazo desde el 10 hasta el 23 de agosto de 1999, en la vereda La Gabarra, del municipio de Tibú. Hombres del Bloque Catatumbo asesinaron a más de 35 personas en el lugar.
Los recuerdos de los aborígenes sobre el abuso paramilitar incluyen homicidios por sospechas de pertenecer a la guerrilla, secuestros, tortura, desplazamientos internos y a ciudades como Cúcuta, entre muchos otros hechos victimizantes que tuvieron que soportar en esos años. La violencia llegó a ser tan fuerte que la seguridad alimentaria de estas comunidades se vio amenazada por los cadáveres que los paramilitares botaban al Río de Oro y al Catatumbo, lo que hizo que disminuyera la actividad de la pesca.
Para resolver esta nueva guerra, los barís se reunieron con Adelmiro Manco Sepúlveda, alias Cordillera, uno de los comandantes del Bloque Catatumbo. Le pidieron respeto hacia las personas de la comunidad y hacia su territorio, tras las torturas y los asesinatos. El diálogo dio frutos y la violencia se redujo.
Hasta la fecha, según la Unidad para las Víctimas, 116 familias barís han declarado haber sido afectadas por diferentes hechos victimizantes (casi en su totalidad perpetrados por los paramilitares) y el resguardo Motilón Barí está en proceso de ser reparado de manera colectiva. Sin embargo, el Estado debe prestar atención a las garantías de no repetición. Como lo advirtió La Silla Vacía, en el Catatumbo las alarmas están prendidas desde abril por el fortalecimiento del Epl.
Diálogo intercultural
Hoy en día, los desencuentros son con los campesinos. Los barís exigen el “saneamiento del territorio”, es decir, la reubicación de los campesinos que han llegado a habitar en parte del resguardo Motilón Barí.
En un acta firmada por representantes de los campesinos de la región y un representante de la Asociación de Autoridades Tradicionales del Pueblo Barí (Ñatubaiyibari), los primeros se comprometieron a salir de los territorios ancestrales a más tardar en 2018.
-En la foto, los líderes y caciques a la salida de una Asamblea en la que se discutieron las preocupaciones y los proyectos de los barís.
Las raíces del problema son enunciadas por los campesinos: el abandono estatal al que estaban sometidos y la concentración de la tierra por grandes terratenientes. La Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat) aglutina a campesinos de la región. Wílmer Téllez, uno de sus integrantes, afirma: “El Estado debe darnos la tierra para trabajar y debe darnos las garantías para que en algún momento se haga el saneamiento del territorio”.
Los diálogos no han sido fáciles, pues ambos sectores tienen pretensiones territoriales. Los barís quieren ampliar la delimitación de su resguardo hacia zonas que consideran sus territorios ancestrales y Ascamcat apuesta por la constitución de la zona de reserva campesina.
Los barís se opusieron, por medio de una tutela, al establecimiento de la zona de reserva campesina. La Corte Constitucional les dio la razón y el proceso quedó frenado. Ante esta situación, el diálogo entre ambos sectores incluye recorridos conjuntos por el territorio para establecer las delimitaciones de ambas figuras.
Durante 50 años, los barís han dado paso a la palabra mientras el país se sumía en la guerra. El sabio Mario Tanana se dirige a Colombia en un momento de búsqueda de la paz: “Sigan nuestro camino. Nosotros alguna vez estuvimos en conflicto, pero nos dimos la oportunidad a nosotros mismos. El mensaje es que se den una oportunidad. No es necesaria la violencia para solucionar los problemas”.